En los llanos centrales de Venezuela, Ligia Elena Moreno Veliz se levanta a las 5.30 cada mañana para ir al encuentro de sus abejas. Le gusta ir cuando está oscuro, cuando las abejas están menos activas, así que o bien va a primera hora de la mañana, o bien lo hace por la tarde, después de ponerse el sol.
Tras caminar durante 40 minutos hasta el centro de apicultura, ella y sus colegas se visten de arriba abajo con su indumentaria de protección, preparan los ahumadores, que se utilizan para calmar a las abejas, y entran en el colmenar. Después, limpian las colmenas, observan la salud de las abejas, ponen en cuarentena a las que estén enfermas y realizan los procedimientos para la extracción de la miel.
De haber tenido miedo en el pasado a estos insectos voladores que pican, Ligia Elena ha pasado a valorar como un tesoro a estas criaturas que le han proporcionado un medio de subsistencia durante los últimos 17 años.
A sus 39 años, Ligia Elena ha vivido casi toda su vida en la localidad de La Fe. Ahora está casada y tiene dos hijas. Con los años, se ha convertido en una figura referente en la comunidad por su talento como apicultora. Ligia Elena confía en transmitir estas habilidades a sus hijas, enseñándoles desde muy pequeñas a respetar y no temer a las abejas.
Ligia Elena recuerda el momento en el que ella misma tuvo ese cambio de mentalidad. Comenzó con un programa de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) que llegó a su localidad.
“Cuando la FAO vino a mi comunidad, yo estaba terminando la enseñanza secundaria”, cuenta.
Trabajaba como niñera y peluquera para costearse sus estudios cuando la FAO puso en marcha el Programa Especial para la Seguridad Alimentaria (PESA) en su comunidad. El PESA de la FAO se creó con la finalidad de reducir el hambre y la malnutrición en el país mediante el aumento de la productividad de los pequeños agricultores. Esto se logró mediante la introducción de cambios tecnológicos relativamente simples, económicos y sostenibles en su agricultura.
En 2004, Ligia Elena fue elegida para participar en el programa junto con unas 600 familias de otras comunidades.
Recuerda los motivadores talleres y cursos de la FAO. “Aprendimos prácticas artesanales, a obtener semillas de frijol, maíz y hortalizas y a criar aves. Incluso aprendimos a preparar los suelos y recibimos herramientas agrícolas”.
Pero lo que realmente la entusiasmó fueron las actividades apícolas. “Como me mostré muy interesada, me seleccionaron para viajar a Barquisimeto (Venezuela) para especializarme en la apicultura. Gracias a una beca de la FAO, asistí a la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado”, dice Ligia Elena con emoción.
Allí se especializó en la cría de abejas reinas y, a su regreso, transmitió sus conocimientos a otros miembros de su comunidad.
La perspectiva de Ligia Elena cambió por completo: “Aprendí a amar a las abejas. Antes les tenía miedo, ahora conozco su temperamento. Sé cuándo están enfermas, y ellas advierten mi estado de ánimo. Si perciben miedo, se estresan y alteran. Si estás tranquila, ellas también”.
“Las abejas son insectos sumamente inteligentes”, concluye Ligia Elena. “Son animales hermosos”.