Un alegre perro negro corretea por el huerto doméstico de Liubov Yakovleva, saludando a todos y cada uno de los visitantes sacudiendo no solo su cola, sino todo su cuerpo. Este amigo de cuatro patas, Karandash, ayuda a Liubov a no sentirse sola ahora que su marido ha fallecido y sus hijos y nietos solo pueden visitarla en días festivos o vacaciones. De hecho, fue idea de sus nietos regalarle esta mascota llena de energía para que su abuela no se sintiera tan sola en su aldea de Vyshneve, en la provincia de Dnipropetrovska, al sureste de Ucrania.
Mientras juega con el perro, Liubov relata su historia sobre cómo nació en un campo de concentración en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. “Cuando empezó la Segunda Guerra Mundial, mi padre se unió a los partisanos y a mi madre, que entonces estaba embarazada, se la llevaron al campo de concentración”, recuerda Liubov. “Nací durante la guerra, lejos de mi país de origen. Y ahora, al final de mi vida, me enfrento de nuevo a la guerra, en mi patria”.
Liubov nunca pensó que tendría que volver a vivir un conflicto bélico, pero ahora su principal preocupación son sus hijos y nietos.
“Mi corazón llora por todos los niños que, como yo cuando era niña, sufren por esta guerra”.
En su pequeño patio trasero, Liubov cultiva hortalizas para mantenerse a sí misma y a su familia. Cuando recibió ayuda en efectivo de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en el verano de 2022, la utilizó para cubrir no solo sus necesidades básicas, sino también las de sus nietos, a pesar de que viven lejos.
“Gasté este dinero en mis nietos. Compramos material escolar, algunos alimentos y leña para la calefacción de invierno”, añade Liubov.
“Ni siquiera pensaba que recibiría dinero. Al principio no me lo creía” admite Liubov, con lágrimas en los ojos. “Estoy agradecida a la FAO por esta ayuda y a todos los que me asistieron para solicitarla y recibirla”.