Baraa Al Ali ya había pasado por mucho en la vida cuando el terremoto sacudió Siria y Türkiye el 6 de febrero.
Esta mujer de 44 años, madre de seis hijos, de Al Ghab, distrito de la provincia de Hama, se había visto obligada a huir de su casa varias veces durante los 12 años del conflicto sirio y dependía de sus cuatro ovejas para alimentar a sus hijos desde la muerte de su marido, hace cuatro años.
El terremoto de magnitud 7,8 ocasionó daños estructurales en la casa de Baraa, obligándola a ella y a sus hijos a trasladarse a un refugio, que actualmente comparten con otras 40 familias rurales de su zona. El seísmo también destruyó su establo, atrapando y matando a las ovejas que había dentro.
“Llevamos varios años viviendo desplazados e inseguros, pero al menos sabía que volvería a mi casa para pastorear mis ovejas y dar de comer a mis hijos. Ahora que lo he perdido todo, tengo la suerte de tener a mis hijos vivos, pero no sé cómo voy a alimentarlos”, afirma Baraa.
Baraa no está sola.
En Siria, el terremoto ha causado miles de muertes y desplazado a más de 100 000 familias, según la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas (OCAH).
Las repercusiones en los residentes de Al Ghab, la mayoría de los cuales dependen en gran medida de la agricultura para sus medios de vida, fueron devastadoras. Además de los años de conflicto armado, las familias sirias han sufrido inundaciones, condiciones meteorológicas extremas, precios de los alimentos desorbitados y acceso limitado a los mercados, incluso antes de que la tierra temblara.
Los agricultores que no perdieron la vida ni sus casas se enfrentan a otros problemas: la muerte de sus animales, abortos de terneros o una producción de leche reducida por quedar el ganado traumatizado, todo ello perjudicando su única fuente de ingresos.