FAO en Perú

Luchando por la seguridad alimentaria en la selva amazónica del Perú

16/10/2020

Cuando era niño, su padre le enseñó a pescar y a sembrar en la selva peruana. Esas lecciones marcarían la vida de Alfredo Rojas Flores, un nativo shipibo-konibo que, basándose en los saberes ancestrales, busca la seguridad alimentaria de su comunidad y su familia en los surcos de una tierra inundable y en las aguas de las cochas amazónicas. Esta es su historia, una historia que comenzaría a escribirse cuando decidió cambiar su destino por amor.

 

Una historia, varios amores. Amores que guían o desvían el rumbo de una existencia, su existencia. Amor filial, amor de pareja, amor por lo suyo, en fin, amores que encontraron la manera de cambiar los cauces del destino, su destino. Él lo sabe, lo entiende, lo ha vivido. Él nunca olvida que se fue por amor.

 

Hace 25 años que Alfredo Rojas Flores dejó de andar por Pucallpa -la capital de Ucayali, en la Amazonia peruana- y de estudiar periodismo a distancia, porque “conseguí unirme a una señorita con la que formaría mi familia en Callería”, una comunidad nativa que no era la suya, pero sí la de ella, Zarella Mori Barbarán, su compañera de vida y la madre de sus hijos: Kelvin Yahairo (25) y Camila Brigitte (19).

 

A sus 48 años, don Alfredo - que creció con sus padres en la comunidad nativa de Paoyhan- recuerda sin arrepentimiento su decisión de abandonar la ciudad. ¿Qué habría sido de su vida si se quedaba en la capital regional?

 

No hay manera de saberlo, lo que si sabe y recuerda es su infancia en el bosque y en el río, sembrando plátano, yuca y arroz en el barrizal; pescando paiches, pacos, palometas y gamitanas en las cochas. Fue allí, con sus padres, que aprendería a proteger la naturaleza, a aprovechar sabiamente lo que ofrece la tierra y el agua, a valorar los conocimientos de sus ancestros que vivían en armonía con su entorno.

 

Pero él ya no es ese niño, es el hombre que por amor formaría un hogar en Callería, (distrito de mismo nombre, Coronel Portillo). “Me gustó porque está más cerca de la ciudad y también son shipibos-konibos”, le gustó tanto que su joven corazón sería flechado por el verdor de la selva y la rebeldía de esas aguas que se agigantan y desbordan con las lluvias del verano.

 

Fue un flechazo certero y preciso, como los que lanzaba su padre después de ‘dietarse’[1] con el piri piri, la hierba sagrada de los shipibos-konibos. El objetivo de la preparación espiritual y corporal era poder acercarse a los paiches, el grandioso pez amazónico, para arponearlos sin problemas. Él lo veía y soñaba con hacer lo mismo. 

 

Raíces ancestrales

Don Alfredo vuelve a ser un niño en Paoyhan, un niño shipibo-konibo al que le transmiten los conocimientos de aquellos hombres y mujeres que se asentaron hace siglos en “las costas del río Ucayali y sus afluentes”, según la Base de Datos de Pueblos Indígenas u Originarios del Ministerio de Cultura[2].

 

Su producción artesanal y textil -explica el documento citado- “es una de las

más famosas de la Amazonia peruana debido a sus típicos diseños. El famoso sistema de diseño kené tiene un valor fundamental en la cultura shipibo-konibo, ya que expresa su cosmovisión. En el año 2008, el kené fue declarado Patrimonio Cultural de la Nación”[3].

 

Así, entre los juegos en el bosque con su hermano y hermanas, entre la siembra y la cosecha en esa chacrita proveedora y salvadora, entre la pesca sin anzuelo ni redes, don Alfredo comprendió la importancia de sus raíces históricas-culturales que, en el caso de su pueblo, surgen de la fusión entre tres grupos humanos: shipibos, konibos y shetebos[4].

 

Ese fue el origen de su pueblo, un pueblo que atesora saberes ancestrales y una visión conservacionista que se transmite de generación en generación. Este aprendizaje incluye el manejo de las plantas medicinales y de diversas especies que sirven para aderezar las comidas. En las huertas de las comunidades hay kión colorado, guisador (palillo), ají dulce, sachaculantro y malva, esta última ideal para combatir los dolores de cabeza.

 

Por su forma de entender el mundo, los pueblos originarios son claves para la protección del medioambiente y la naturaleza. Ellos y ellas se erigen como valerosos custodios y protectores de los ecosistemas, una acción que beneficia al planeta.

 

Aprender para enseñar

¡Qué tiempos aquellos, don Alfredo! Tantas vivencias con su padre, hombre luchador y solidario que fue presidente de la Federación de Comunidades Nativas del Ucayali y Afluentes (Feconau). “Él me llevaba a Contamana para vender arroz. También íbamos a las cochas en las que abundaban los paiches, pero todo cambió por culpa de los pescadores foráneos”.

 

“Son bien mañosos para pescar”, dice con amargura don Alfredo, quien se aferra a las enseñanzas de su padre y su madre, quien sembraba frijol chiclayo y sandía, productos agrícolas que sumados al arroz, la yuca, el maíz y el maní, entre otros cultivos de pan llevar, aseguraban la alimentación diaria.  

 

La chacra producía lo necesario para no depender de los comerciantes que venían de la capital regional (a 12 horas en bote) y de otras localidades ribereñas. Y es que el bosque es generoso si se le quiere y se le trata con cariño. Esa filosofía, don Alfredo se la ha transmitido a sus hijos en Callería, una comunidad a la que solo se accede por vía fluvial (de seis a siete horas desde Pucallpa).

 

“La comunidad está en una zona baja e inundable por lo que no podemos sembrar todo el año”, comenta don Alfredo, antes de explicar que el ‘plátano campeón’ es el más resistente a las condiciones climáticas; que la cocona la comercializan en la ciudad; que la yuca es para el autoconsumo; y que, en estas épocas de comercio electrónico, ellos siguen haciendo trueque: pescados por otros alimentos.

 

La vuelta del paiche

Zarella Mori, la señorita de la que se enamoró don Alfredo, teje, borda y hace collares con semillas, continuando el legado de las mujeres shipabas-konibas. Antes trabaja la cerámica, pero dejó de hacerlo por falta de compradores. Un detalle más en esta historia de vida compartida en la que no existe espacio para el arrepentimiento porque “aquí me recibieron tan bien que he sido jefe de la comunidad por un periodo (dos años)”.

 

Ese no es el único cargo que ha ejercido don Alfredo. La presidencia del Comité de Crianza de Alevines de Paiche Tsonkiro de Callería y la Asociación de Pescadores Artesanales Shipibos (Aspash), son otros espacios en los que ha demostrado su capacidad organizativa.

 

Fue una buena decisión dejar Pucallpa y Paoyhan, como fueron también buenas decisiones: liderar el proyecto de crianza de paiches en las doscientas hectáreas de cuerpo natural de agua de la comunidad; apoyar el aprovechamiento sostenible del bosque que antes era tumbado por los tractores de los madereros; mantener tenazmente las parcelas agrícolas, a pesar de los desbordes anuales del río.

 

“Nos hemos asociado con tres comunidades y nuestros paiches ya se venden en Pucallpa”, dice entusiasta. “Antes, las empresas malograban el bosque, pero, nosotros lo trabajamos de manera sostenible. No parece una zona intervenida”, afirma con orgullo y agrega que parte de la madera extraída es utilizada para mejorar la vivienda de los vecinos.

 

Pero hay otro acierto: las chacritas de las aproximadamente 70 familias que habitan la comunidad. Es ahí donde germinan las semillas de la seguridad alimentaria en este pedacito de la Amazonia. Y es que esas yucas, maíces y plátanos fueron vitales para resistir el doloroso embate de la pandemia. “Casi el 80 por ciento de la población se contagió, pero, felizmente, ninguno murió”.

 

Al principio, cuenta don Alfredo, los abuelos decían que aquí no pasaría nada. Se equivocaron. El virus llegó, aunque se confundió con el dengue. A falta de medicinas recurrieron a las plantas. A falta de comercio se alimentaron con sus propios recursos. Resistieron. Resistió: “me enfermé y perdí la respiración”. Solo fue un susto. Después llegaría la tristeza. Su padre, en Paoyhan, sería vencido por el coronavirus. 

 

Un amor perdido, un amor profundo que Alfredo Rojas Flores recordará y honrará, cada vez que atrape un paiche, cada vez que enseñe o aplique todo lo que aprendió de su padre en la comunidad nativa de Paoyhan.

 

 

Recuadro

La FAO y las comunidades amazónicas

En las comunidades nativas de la Amazonia peruana, hay muchas historias como las de don Alfredo; por esa razón, los pueblos indígenas u originarios son socios estratégicos de la FAO, en su búsqueda de la seguridad alimentaria, de la reducción de la pobreza, de la eliminación del hambre y la malnutrición.

 

Sus conocimientos y tradiciones contribuyen a preservar una de las zonas primordiales para el bienestar del planeta, siendo ellas y ellos los grandes protagonistas en la protección de los ecosistemas amazónicos. Un rol que merece ser resaltado, difundido, apoyado para que su sabiduría no se pierda y siga transmitiéndose a las nuevas generaciones.

 

La FAO entiende y valora la labor de los nativos amazónicos. Por esa razón, incentiva y promueve sus buenas prácticas ambientales y productivas, a través de capacitaciones y soporte técnico a las autoridades locales.

 

 

 

 



[1] ‘Dietarse’ es un término utilizado en las culturas amazónicas que hace referencia de una preparación del cuerpo con determinado régimen alimenticio para realizar acciones o rituales.

[2] Ficha del pueblo Shipibo-Konibo de la Base de Datos de Pueblos Indígenas u Originarios del Ministerio de Cultura. Ver la referencia en https://bdpi.cultura.gob.pe/pueblos/shipibo-konibo

[3] Ficha del pueblo Shipibo-Konibo de la Base de Datos de Pueblos Indígenas u Originarios del Ministerio de Cultura. Ver la referencia en https://bdpi.cultura.gob.pe/pueblos/shipibo-konibo

 

[4] Dato referido en la Ficha del pueblo Shipibo-Konibo de la Base de Datos de Pueblos Indígenas u Originarios del Ministerio de Cultura. Ver la referencia en https://bdpi.cultura.gob.pe/pueblos/shipibo-konibo