FAO en Perú

La tierra tiene vida, por eso hay que cuidarla y tratarla con cariño

26/01/2022

Desde niña, Ninfa Aguilar Medina, una emprendedora del distrito de Pucará (provincia de Huancayo, región Junín), quiso tener una huerta como la de su paciente y sabia abuela que conversaba con las plantas. Guiada por su vocación y su convencimiento de que la tierra tiene vida, ella pasó de sembrar las flores que compraba con sus propinas a cosechar las hierbas aromáticas y las hortalizas ecológicas que garantizan la seguridad alimentaria de su familia y fortalecen su condición de mujer empoderada.

Fue un robo, un robo sistemático y progresivo, de esos en los que quien perpetra se lleva un poquito hoy y otro tantito mañana para no despertar sospechas, aunque, en este caso, la víctima sabía lo que pasaba en su propiedad, pero en vez de denunciar o buscar la manera de atrapar a la infractora, la dejaba actuar libremente, acaso complacido o solo resignado ante semejante atrevimiento.

La falta de acciones represivas y la tácita anuencia del perjudicado, alentaría a la ‘bandida’ a continuar con sus maniobras y planes ‘delictivos’, hasta que el afectado decidió conversar y negociar con el propósito de ponerle fin al impase. El diálogo fue exitoso. Ambas partes llegarían a un acuerdo que se selló con un fraternal y cariñoso ‘hijita, pon tus plantitas nomás’.

“Ahora, la mitad de lo que vendo es para él”, revela Ninfa Aguilar Medina (35), la protagonista de esta historia de ‘hurtos’ familiares en Pucará[1] (provincia de Huancayo, Junín), que empezaría a escribirse cuando ella era una niña traviesa que le iba ‘robando’ terreno a su papá, para sembrar esas plantas ornamentales que le gustaban tanto, tal vez por “herencia de mi abuela que tenía su huertita”.

Esa pasión por sembrar traspasaba los muros de la casa familiar. “Cuando había alguna actividad en el colegio, siempre llevaba plantas. Después, al hacerme más grande, ya pude tener mi jardín. En ese entonces juntaba mis propinas y compraba rosas. Luego me daría cuenta de que no era una mala idea tener hortalizas y frutales. Eso hicimos con mis hermanos”.

Así, poquito a poquito y siembra a siembra, fue expresando su cariño por la naturaleza, en parte del terreno agrícola de su padre. Hasta que llegó el acuerdo final que le permitiría tener su huerta ecológica, donde la Pachamama es tratada con amor y respeto, para que produzca generosamente una diversidad de hierbas aromáticas y nutritivas hortalizas.

“Siempre me ha gustado cuidar la tierra y trabajarla sin productos químicos. Eso me pone en sintonía con la naturaleza y el planeta”, proclama su declaración de principios, antes de recordar que, en cierta ocasión, su progenitor, bajo la consigna de ‘necesitamos tener ingresos’, decidió ‘desaparecer’ temporalmente el jardín, para sembrar un cultivo rentable en los 300 metros de su propiedad.

En ese momento era difícil imaginar que hoy, a sus 74 años, ese curtido hombre del campo y maestro de obras que todavía hace sus trabajitos en las casas de sus familiares, la pasa de lo lindo en la huerta ecológica de Ninfa. Estar entre la manzanilla y la espinaca, el romero y la zanahoria, la cola de caballo y la cebollita china[2], ha evitado que se deprima en estos meses de encierro y enfermedad.

Y mientras su padre y ella se entretienen con las plantas, su madre, una ama de casa de 72 años, se dedica con esmero a la crianza de cuyes. Así, en la serenidad de Pucará, respirando un aire que refresca el alma y compartiendo con sus seres queridos, ella pasa sus días siguiendo su vocación y cumpliendo su anhelo de “tener de todo en su campo, desde hierbas silvestres hasta maíz morado”.

La tierra tiene vida

Ponerse en los zapatos de la tierra. Creer y pensar que una es ella, para sentir cómo la maltratan y la enferman con químicos y plásticos. Eso es lo que hace Ninfa. Por eso se entristece cuando al abrir un surco encuentra desechos contaminantes. “Nosotras y nosotros la limpiamos y la tierra se pone suave, entonces, todo crece y da más bonito. Sí, pues, ella tiene vida y te retribuye. Yo lo sé. Yo lo siento”.

En cada una de sus palabras, el personaje de esta historia transmite su profunda preocupación por el bienestar del planeta y la certeza de que está siguiendo el camino elegido por su corazón… y es que “en Lima me sentía incompleta. El campo me llamaba y por eso renuncié a mi trabajo. Volví porque siempre supe que aquí se puede sobrevivir criando tus animales y sembrando tus plantas”.

No se equivocó, como lo comprobaría durante los meses del aislamiento obligatorio por la pandemia. “La huerta -que era como el plan B o un complemento a sus actividades- nos permitió subsistir cuando no teníamos ingresos”, dice agradecida, antes de reconocer que desde su perspectiva “lo primero es nuestra seguridad alimentaria” y que jamás pensó que sus plantitas le ayudarían económicamente[3]”.

Pero Ninfa no solo se pone en los zapatos de la tierra. Ella, como mujer decidida y emprendedora que migró y volvió para sentirse completa, que siguió su vocación, que creó una huerta ecológica que no para de crecer –“tenemos doscientos metros más en los que sembramos maíz y arvejas”-, se preocupa, también, por la situación de sus paisanas que son controladas por sus esposos.

“La mujer ha aprendido a responder -comenta- pero eso no significa que ya no exista el machismo[4]. En Pucará, la mujer todavía no está empoderada ni se atreve a hacer un cambio o poner un negocio. Cuando eso ocurra todo será distinto”, dice con la esperanza de que en un tiempo no muy lejano ningún hombre le ordene a su pareja: “no vayas a ese lugar, ahí pierdes el tiempo”.

Y al ponerse en los zapatos de algunas de sus vecinas, se da cuenta de que los varones creen que las asociaciones o grupos de productos, como Ayllu Kushisha[5], son para mujeres. “Ellos no tienen paciencia y se aburren”, además, les fastidia que sus esposas estén mucho tiempo fuera de casa. Pero eso no es todo, tampoco las acompañan a vender sus productos en el mercado porque “no les gusta mostrarse”.

La enseñanza de la abuela

“De pequeña, cuentan mis hermanos, yo no trabajaba mucho, pero eso sí, era muy observadora. Mirando aprendí lo que hacía mi padre y mi abuela. Ella tenía una huerta bien surtidita y conversaba con las plantas. Los jueves se iba al mercado llevando sus productos en la espalda. Al verla, yo pensaba que quería tener una huerta así y, bueno, ¡ya la tengo!”, se arenga Ninfa en tono de misión cumplida.

Mirar para aprender valiosas lecciones que no se olvidan: diversificar, sembrar un poquito de todo, ofrecer calidad y variedad en el mercado o las ferias, sean en Lima[6] (la capital del país), sean en Huancayo[7] (la capital regional). Tampoco hay que desanimarse si algunas personas  no valoran los productos ecológicos… “aunque eso ha cambiado durante la pandemia”. Alimentarse mejor es la consigna.

Otras lecciones, nuevos aprendizajes. Ella ya no es una niña que compra flores con sus propinas, es una emprendedora que se informa en Internet sobre agroecología, y que acudió a las escuelas de campo ofrecidas por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura en Perú (FAO Perú).

“La FAO tiene un proyecto con mujeres rurales en el anexo de Asca. A ellas las han auspiciado con indumentaria especial para que participen en la feria de producción agroecológica que se realiza mensualmente en Huancayo”, precisa Ninfa, quien espera que pronto se concreten nuevas acciones en beneficio de las emprendedoras de su distrito.

De esa manera, la tierra seguirá siendo tratada con cariño y respeto, porque la Pahcamama -y eso nunca hay que olvidarlo- tiene vida, mucha vida, tanta vida que no hay que ‘matarla’ con productos nocivos’. Todo lo contrario, hay que proteger y cuidar la “biodiversidad de nuestras huertas, porque solo así vamos a sentirnos ricos”.

 

Datos

En apoyo de las mujeres

La FAO ejecuta en Perú y Ecuador el proyecto de Reducción de la vulnerabilidad de las mujeres productoras rurales y de sus medios de vida para una agricultura resiliente en un contexto de cambio climático.

 Con una duración de 24 meses y un presupuesto total de 431 220 euros, la intervención busca consolidar una red de mujeres tecnológicas Yachachiq- Kamayoq, promocionar los bionegocios agrarios y fortalecer las cadenas productivas existentes basadas en la agrobiodiversidad, lo que permitirá mejorar los medios de vida de 200 productoras vinculadas a más de 12 cadenas de valor.

En el Perú, el proyecto se ejecuta en los distritos de San Andrés de Tupicocha (Huarochirí, Lima)[8], Perené y Huancayo, en las provincias de Chanchamayo y Huancayo, respectivamente (Junín).



[1] Pucará se encuentra a 3362 m.s.n.m. y a 19 kilómetros de Huancayo.

[2] En la huerta, explica Ninfa Aguilar, también hay toronjil, ajenjo, cedrón, hinojo, pimpinela, llantén, diente de león, muña que ha traído de los cerros, tomate, acelga, perejil, nabo y apio, entre otros.

[3] Hace tres años, la huerta dejó de ser un entretenimiento para convertirse en un negocio  

[4] Desde la percepción de Ninfa Aguilar, el machismo existe en Pucará, aunque ya no en los niveles que se presentaban hasta el 2000, donde “había mucho sometimiento hacia la mujer”.

[5] La asociación Ayllu Kushisha (Ayllu Feliz) agrupa a productores de Pucará. Ninfa Aguilar refiere que son 30 aproximadamente, pero que solo ocho participan, incluyendo a tres de hombres que “no están muy interesados”. Ninfa considera que la asociación es útil para buscar mercados.  

[6] Pucará se encuentra a ocho horas en bus de Lima, la capital peruana.

[7] Pucará se encuentra a 3362 m.s.n.m. y a 19 kilómetros de Huancayo.