FAO en Uruguay

Uruguay en una mirada

Uruguay es considerado un país de desarrollo humano alto (se ubica en el puesto 50 entre los 182 países que son medidos a través del índice de desarrollo humano) y de renta alta. Presenta una expectativa de vida al nacer alta para la región (76,1 años), una tasa de alfabetización de 98,4%, una tasa bruta de matriculación en el sistema educativo de 90,9% y un producto interno bruto (PIB) per cápita de USD 11.740 (en paridad de poderes de compra).

La inserción internacional de la economía uruguaya incide de forma importante en el devenir de la actividad económica, dado que las exportaciones e importaciones de bienes y servicios representan cerca de 60% del PIB. La mayoría de los bienes vendidos al exterior son de base agropecuaria (82%), mientras que una parte importante de los servicios exportados proviene del turismo de sol y playa.

Economía

El PIB de Uruguay creció en 2013 un 4,4%, completando una década de crecimiento ininterrumpido que no registra antecedentes en la historia nacional (CINVE, 2014). La tasa anual de crecimiento del PIB en los últimos diez años es de 5.6%, lo que ubica al país como una de las economías latinoamericanas que más creció en el período. En 2013, Uruguay se ha transformado en la economía sudamericana con mayor PBI per cápita, aunque es la tercera si la medición se realiza ajustando por paridad de poder de compra.

En lo que respecta a acumulación de capital, históricamente Uruguay ha tenido tasas de inversión muy bajas (del orden del 15%), pero en el último lustro se registraron tasas de inversión por encima de 20%, siendo las más altas de los últimos sesenta años (CEPAL, 2014b). En este sentido, el país ha mejorado sustancialmente con respecto a periodos anteriores, aunque aún necesita, por un lado depender menos de grandes proyectos, y por otro mejorar la calidad de la inversión, puesto que el 61% de la misma se destina al rubro construcción.

De todas formas, el cambio más significativo en la oferta exportable del Uruguay no está en los bienes sino en los servicios, y en particular en los llamados servicios globales de exportación. La revolución en las tecnologías de la información ha propiciado que un número creciente de empresas trasnacionales hayan decidido concentrar y deslocalizar parte de las tareas antiguamente provistas por las casas matrices u filiales nacionales en algunos países con mano de obra calificada y menores salarios. Si bien incipiente, Uruguay no ha sido ajeno a esta tendencia y provee servicios de intermediación comercial, informática, consultoría, back office, asesoramiento financiero, etc. En Uruguay XXI (2013) se estima que estas nuevas exportaciones alcanzarían los 1.300 millones de dólares.

Las importaciones de bienes y servicios de Uruguay en 2013 alcanzaron los 15.000 millones de dólares. En particular, se destaca la alta incidencia de los combustibles en sus importaciones (14%). En los últimos años el país ha invertido alrededor del 3% del PIB en infraestructura energética, buscando hacer frente a una demanda creciente pero reduciendo la dependencia externa, la incidencia de factores climáticos coyunturales y las emisiones de carbono.

En particular, ha aumentado la producción de energías renovables (principalmente biomasa y eólica, que alcanzan al 50% de la matriz energética primaria total) a costa de menor importancia de la energía eléctrica y está construyendo una planta regasificadora que diversificará la matriz energética.

Uruguay es históricamente un país de alta inflación. Desde mediados de los noventa, y salvo en los años de la crisis económica, la inflación ha ido gradualmente en retroceso. En los últimos años el gobierno ha experimentado dificultades en mantener a la inflación en su rango deseable, producto de los múltiples objetivos de política económica que debe atender y a las características de la formación de algunos precios relevantes. Uno de los elementos que atentan contra la reducción de la inflación es la mala situación de las cuentas públicas. El déficit fiscal de Uruguay se agravó en 2013 y alcanzó 3,3% del PIB, aumentando respecto del 2,8% registrado en el año 2012.

Mercado laboral

En los primeros años de recuperación económica, la dinámica de la actividad económica fue acompañada de aumentos en el empleo, y a fines de 2006 la tasa de empleo se ubicaba en valores superiores a los de antes de la crisis, e incluso continuó aumentando en los años venideros. De todas formas, a partir de 2007 comenzó a vislumbrarse un distanciamiento en los ritmos de aumento del nivel de actividad de la economía y el empleo. El PIB se mantuvo en una senda de crecimiento acelerada, al tiempo que la tasa de empleo parece haber alcanzado un techo en el entorno del 60% en 2011 y se ha mantenido desde entonces oscilando alrededor de dicho nivel.

Pobreza y desigualdad

Desde 2005, la incidencia de la pobreza y la indigencia muestran una tendencia decreciente, alcanzando mínimos históricos en el último año con información disponible (INE, 2014). La pobreza se ubicaba en 2013 en el 11.5% de las personas (7.8% de los hogares) y la indigencia en 0.5% de las personas (0.3% de los hogares).

Estos indicadores esconden diferencias importantes por edades y ascendencia étnico racial. Como ha sido ampliamente documentado para Uruguay, la pobreza e indigencia se expresan en mayor medida en los primeros tramos etarios, en especial hasta los 12 años. Para los niños y niñas menores de 6 años, la indigencia es casi el triple que en el total de la población (1.4%) y la pobreza es de casi el doble (22.6%). No obstante, en estos tramos etarios la reducción observada en los últimos 10 años fue significativa. Respecto a la ascendencia, el porcentaje de personas en situación de pobreza entre quienes declaran ser afrodescendientes es 15.5 puntos porcentuales mayor que quienes declaran ascendencia blanca. El cierre de estas brechas resulta central para poder asegurar la igualdad de oportunidades para todas y todos.

Los indicadores tradicionales de pobreza de ingresos no son buenos para observar las diferencias entre mujeres y varones dado que asumen, entre otras cosas, que los hogares distribuyen los ingresos equitativamente a su interior. En Inmujeres (2012) se presenta una discusión sobre las mediciones de pobreza con enfoque de género y se ensaya una medida de pobreza tiempo. Los resultados indican que en el 2007 entre las personas de 16 a 64 años, el 53% de las mujeres y 11% de los varones eran pobres de tiempo. En este sentido, los desafíos en términos de género se asocian a las restricciones que tienen las mujeres para el ejercicio de una ciudadanía plena.

La propuesta en la que el país ha avanzado en torno al Sistema de Cuidados se ubica como una oportunidad para revertir estas diferencias entre mujeres y varones. Esta propuesta también representa una oportunidad para mejorar la situación de los hogares con niños y niñas pequeños.

También la desigualdad del ingreso, medida a través del Índice de Gini, muestra una caída sostenida desde el 2007, aunque no tan pronunciada como la de los indicadores de pobreza e indigencia. De todos modos, el indicador se ubica en los valores más bajos de las últimas dos décadas. Otros indicadores de desigualdad muestran una evolución similar. A modo de ejemplo, el primer decil de ingresos se apropia del 3% de los ingresos mientras que el 10% más rico de la población se queda con el 26.3% en 2013. Estos indicadores eran 2.2 y 32.4% respectivamente en el 2006 (INE, 2014).