Un reciente martes soleado, a unos 1 900 metros de altura en una montaña en el norte del Líbano, Anthony Rahayel se abría paso por una carretera estrecha en busca de queso.
Su destino era Btelaya, uno de los últimos pueblos productores que quedan de Jebneh Darfiyyeh, y hogar de una familia que lo elabora desde hace 140 años.
“Pasé 24 horas con el pastor, observando cómo se hace el queso de principio a fin”, dice Anthony emocionado. “Incluso fui a la cueva en la que ponen el queso. Es un proceso de un mes de maduración y secado”.
Fue la primera vez que se documentó todo el proceso delante de una cámara, dice.
Son estos momentos los que le apasionan, mostrar la belleza cultural y culinaria del Líbano a personas de todo el mundo, incluidos sus compatriotas. Le encanta mostrar a los lugareños cosas nuevas sobre su propio país, dice, y que la diáspora en todo el mundo se enorgullezca y se interese por su patrimonio.
“Es la mejor cocina del mundo, sin competencia”, dice Anthony, quien atribuye el mérito a la diversidad de influencias dejadas por los romanos, los otomanos y los franceses, y la posición clave del Líbano a lo largo de la antigua Ruta de la Seda.
“Nuestro país también tiene muchos días de buen clima, por lo que tenemos las mejores verduras. Todo lo que comes aquí es natural y tiene un sabor increíble”.
Desde 2012, este dentista convertido en bloguero gastronómico ha creado un grupo de seguidores fieles mostrándoles esa riqueza en su canal de YouTube y en su sitio web No Garlic No Onions (Sin ajo ni cebolla). También produce reportajes breves en la televisión libanesa.
Está ansioso por disipar la vieja imagen del Líbano de un país marcado por el conflicto y las crisis económicas, dice. Aun así, la crisis también moldea la cultura alimentaria, y no siempre de manera negativa. Separadas por la guerra civil, las comunidades fomentaron hábitos alimentarios únicos, que reflejan las raíces religiosas y culturales de quienes se establecieron allí, explica Anthony, especialmente en las aldeas.
Mientras tanto, la reciente crisis económica ha dado un empujón inesperado a la industria alimentaria del Líbano.
“Estamos inventando más, exportando más. Estamos haciendo cosas que nunca habíamos hecho antes”, dice.
Eso incluye, sí, el queso. “Solíamos hacer solo queso blanco: feta, halloumi. Todo lo demás era importado. Hasta la crisis de 2019. Importar era caro, así que dijimos: '¿Por qué no hacerlo nosotros mismos?'
Anthony ha descubierto 40 quesos nuevos hasta ahora, “versiones locales de pecorino, brie, gouda”.
Tener acceso a alimentos diversos en cualquier contexto es una parte clave del derecho a la alimentación, dice Anthony. Le gustaría ver una mejor distribución, incluso de los restaurantes hacia aquellos que atraviesan dificultades.
Sobre todo, dice, la repercusión de la crisis se ha suavizado por los fuertes lazos comunitarios del Líbano y el apoyo de la diáspora.
“Aquí todo el mundo se conoce. Si encuentras a alguien que tiene hambre, le das de comer”.