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2. SITUACIÓN DE LOS RECURSOS MARINOS VIVOS Y SU MEDIO AMBIENTE (Continued)

2.3 Recursos y medio ambiente de mares cerrados y semicerrados

2.3.1 Clasificación de los mares semicerrados

Los mares cerrados y semicerrados, y en algunos casos, los archipiélagos, se reconocen como zonas de especial valor para la humanidad a causa del favorable entorno que proporcionan para la vida humana a lo largo de sus litorales y para los recursos renovables y la fauna singular y los hábitat que contienen. Son también, real y virtualmente, las masas de aguas marinas más expuestas a las influencias humanas y participan de algunos de los aspectos de los grandes estuarios, con limitadas características de lavado y mayor susceptibilidad a los efectos de las actividades terrestres.

Se han propuesto varios criterios para decidir si una masa de agua marina geográficamente distinta constituye un mar semicerrado; Alexander (1973) propone una superficie de al menos 50 000 km2, de la cual al menos el 50% de la circunferencia consiste en línea de costa y no más del 20% en la conexión con el mar exterior. La definición que se da en el Artículo 122 de la Convención de las Naciones sobre el Derecho del Mar es geográficamente menos concreta: “un golfo, cuenca marítima o mar rodeado por dos o más Estados y comunicado con otro mar o el océano por una salida estrecha, o compuesto entera o fundamentalmente de los mares territoriales y las Zonas Económicas Exclusivas de dos o más Estados ribereños”.

Esta definición incorpora varias ideas básicas:

  1. el efecto potencial de la tierra en el sistema marino;

  2. la intervención directa de dos o más Estados;

  3. una conexión con otro mar u océano a través de un estrecho;

  4. la división del área marítima en zonas territoriales y/o Zonas Económicas Exclusivas, en teoría al menos.

Hay por lo menos otras dos categorías de mares semicerrados: los que comprenden áreas fuera de los mares territoriales donde no se han hecho reclamaciones de ZEE (p. ej., el Mediterráneo) o donde hay conflictos y éstos no se han resuelto (p. ej., el Mar Amarillo, el Mar de la China Meridional).

En la definición que se da en la Convención quedan excluidos los mares que son totalmente nacionales, como el Mar de Beaufort, el Mar de Mármara, el Mar de la Isla de Seto, aun cuando, como para los mares y estrechos de los archipiélagos en general, se reconoce y acepta internacionalmente el tránsito ilimitado de los recursos marinos de una jurisdicción a otra a través de esas aguas totalmente nacionales. Esto impone una obligación especial a los respectivos Estados en cuanto a la conservación de los recursos migratorios internacionales mientras atraviesan sus estrechos y mares nacionales.

Al estudiar la clasificación de los mares semiencerrados tal vez convenga emplear otros factores climáticos y sociales. Así por ejemplo, Smith y Vallega (1990) se refieren a mares “centrales”, como el Mar del Norte, el Mar Mediterráneo, el Mar Amarillo, etc., la mayor parte de ellos en zonas templadas, a lo largo de cuyos litorales grandes masas humanas de población aumentan el riesgo de efectos perjudiciales para el medio ambiente y en los recursos, pero donde hasta hace muy poco, se ha observado un cierto grado de resistencia a los efectos de las actividades humanas.

Existe otra categoría de mares semicerrados que comprende mares frígidos (p. ej., la Bahía de Hudson, el Mar de Okhotsk y todo el Océano Ártico) y mares tropicales (p. ej., la Laguna del Arrecife de la Gran Barrera), donde los sistemas biológicos son de por símenos fuertes a la influencia de las actividades humanas, cuyos efectos empiezan ya a sentirse.

2.3.2 Repercusiones de las actividades humanas

Las pesquerías de los mares cerrados y semicerrados ofrecen la primera base para evaluar los efectos de las actividades humanas en los ecosistemas marinos en su conjunto. Ketchum (1983) ha descrito algunas de las características clave de algunos de los mares semicerrados. La susceptibilidad de estos mares a las actividades humanas pueden resumirse bajo cuatro epígrafes (tomados de Caddy, 1993a):

  1. el volumen de aportaciones fluviales, atmosféricas y ribereñas (escurrimiento terrestre directo) en relación con el índice de descarga en el mar y la zona de captación y su pluviosidad en función de la extensión del mar semicerrado;

  2. el grado en que los fondos o las cuencas modifican el intercambio de agua con el mar y dentro del propio mar semicerrado;

  3. la latitud, profundidad y, por lo tanto, en grado notable, la temperatura y la estratificación de la masa de agua;

  4. el tamaño de las poblaciones humanas que residen a lo largo del litoral y dentro de la cuenca, el nivel de las actividades humanas y las prácticas de aprovechamiento de la tierra.

Pueden surgir complicaciones hidrológicas según que la descarga sea irregular, como en el Báltico (Rosemarin, 1990; Anon., 1990), o periódica como pueden sugerir los largos ciclos de productividad, p. ej., en el Mar Adriático (Regner y Gacic, 1974) y en la Bahía de Fundy (Caddy, 1979).

Los mares semicerrados con estrechos angostos que los unen pueden mostrar un gradiente de características: en los mares tropicales y subtropicales, la transición puede ser progresiva, yendo de aguas totalmente marinas, cercanas a la entrada, a aguas más salinas dentro del propio mar semicerrado, que actúa de vaso de evaporación (p. ej., Mar Mediterráneo, Golfo Pérsico); en mares templados—fríos, la transición puede ir de características totalmente marinas, en la entrada, aguas casi dulces en su interior (p. ej., el sistema del Mar de Mármara—Mar Negro—Mar de Azov y el sistema del Kattegat—Mar Báltico—Golfo de Bothnia). Incluso en mares ribereños muy abiertos como el Mar del Norte pueden darse ejemplos de transiciones ecológicas análogas (p. ej. véase Daan, 1989; DANA, 1989).

En el caso de sistemas totalmente cerrados, como el Mar Caspio y el Mar Aral (Williams y Aladin, 1991), los cambios del nivel de agua han sido producto de la desviación o empleo excesivo de los ríos que desembocan en ellos. Existe un problema cada vez más acuciante a nivel mundial, al aumentar el aprovechamiento del agua para actividades humanas en tierra, que van acompañadas muchas veces del aumento del escurrimiento de nutrientes y otros materiales en el caudal restante. Esto ha modificado la naturaleza de sistemas acuáticos marinos en general y de sistemas de los estuarios en particular. Los efectos de la evacuación de aguas de uso doméstico en la diversidad de especies pueden ser positivos o negativos en función del volumen de efluentes que se descargan a diario (Reish, 1980) y de la capacidad asimiladora de la cuenca receptora, aunque raras veces son positivos en las especies anádromas.

La tasa de intercambio con el mar es bajísima en el Mar Negro, el Báltico, el Mediterráneo, el Mar Rojo y el Golfo Pérsico. Es mucho más alta en el Golfo de Tailandia, el Mar Amarillo, el Mar del Norte, el Caribe, el Mar del Japón y el Mar de la China Meridional, pero cada día se acumulan más pruebas de que la retención de masas de aguas contaminada cerca de la costa puede dar lugar a grandes repercusiones de un desarrollo incontrolado aún en sistemas más “abiertos” como los del Mar del Norte (Boddeke y Hagel, 1991); el Adriático (Degobbis, 1989), y el Mediterráneo en general (PNUMA/Unesco/FAO, 1988).

Gran parte de los materiales evacuados en los mares “testigo”, como el Báltico y el Mar Negro provienen de la agricultura, sobre todo de una administración excesiva de fertilizantes, y de una cría intensiva de ganado (Barg y Wijkstrom, 1994; Fan Zhijie y Cote, 1991). El fósforo presente en las escorrentías acaba en parte depositándose en sedimentos, pero puede liberarse en la columna de agua sobre todo en situaciones anóxicas (p. ej. véase Abe y Pekpiroon, 1991). El escurrimiento de residuos ricos en nutrientes depende de la acción humana, lo que a su vez repercute en la producción fluvial de pescado (Ward y Stanford, 1989; Welcomme, en prensa). La escorrentía fluvial peude impulsar la producción primaria en aguas por lo demás pobres en nutrientes (p.ej., véase Edwards y Pullin, 1990; Caddy 1990). Esta evacuación de nutrientes, si es moderada y se puede excluir su contaminación por desechos tóxicos, puede potenciar la producción biológica en algunos recursos pesqueros (Boddeke y Hagel, 1991; Caddy, 1993a). Sin embargo, el enriquecimiento con nutrientes en las proximidades de la costa y el desequilibrio de elementos nutritivos dan lugar también a unas floraciones fitoplanctónicas extraordinarias y densas que, al descomponerse, influyen en las especies bénticas y demersales y producen situaciones poco estéticas cerca de los puntos de desembocadura, perjudicando así a actividades del litoral como el turismo; el Mar Adriático (un “subsistema” semicerrado del Mediterráneo) sirve de buen ejemplo (Vollenweider et al., 1992).

La concentración de producción fitoplanctónica en algunas zonas marinas puede fácilmente detectarse desde el espacio por los pigmentos clorofílicos que contienen (p. ej. véase NSF/NASA, 1989); esto ha servido para confeccionar un atlas mundial, en el que se destaca la importancia predominante de las áreas próximas a la costa para la producción de alimentos marinos.

A la elevada producción de algas microscópicas en las aguas costeras del Mar del Norte se le ha achacado incluso la generación de lluvia ácida por la oxidación del dimetilsulfuro °(DMS) en óxidos sulfúricos; el DMS es un gas que despiden las plantas marinas nutrificadas (Holligan y Kirst, 1989).

El enriquecimiento con nutrientes se viene reconociendo desde hace tiempo una medida importante en los ecosistemas de agua dulce. Su importancia en el entorno marino se está reconociendo más recientemente (p. ej. véase Brockmann et al., 1988); y la necesidad de la ordenación ecológica de los mares ribereños cerrados es cada vez más evidente y urgente (Goda et al., 1991). Pueden distinguirse varios grados de eutroficación, a los que pueden aplicarse los siguientes descriptores (adaptado de Caddy, 1993a);

  1. Oligotróficos: caracterizados por una escasa biomasa, una baja disponibilidad de nutrientes, oligoelementos metálicos y/o factores de crecimiento. El sur y este del Mediterráneo, así como muchos mares semicerrados en su estado primitivo, y el Mar de los Sargasos, constituyen (o constituían) ejemplos de masas de agua oligotrócicas.

  2. Mesotróficos: sistemas de riqueza moderada con un ecosistema pelágicos bien desarrollado, dominado por una biomasa residente de pequeños peces pelágicos y un ecosistema béntico oxigenado que contribuye considerablemente a la producción pesquera. Ejemplos típicos son las cuencas de capatación marina alimentadas por ríos, como los mares del Norte y el Amarillo.

  3. Eutróficos: producción primaria muy elevada debido a las elevadas concentraciones de nutrientes, con una gran “lluvia” detrital que permite que las bacterias heterotróficas y los flagelados vayan a parar a zonas estacionales o permanentemente anóxicas por lo que se refiere a las aguas y los sedimentos de los fondos, con las correspondientes consecuencias desfavorables en las tramas alimentarias bénticas y demersales y una gran producción fija de pequeños peces pelágicos y zooplanctívoros apoyados por altas densidades de herbívoros planctónicos. Algunas zonas costeras se vuelven eutróficas a causa de las elevadas concentraciones de nutrientes resultantes de actividades humanas, cosa que, en menor grado, se da naturalmente en las zonas de afloramiento. Como ejemplos tenemos los mares Negro y de Azov en los años cuarenta a sesenta, y el alto Adriátocp

  4. Distróficos: cambios químicos importantes debidos a un excesivo aporte de nutrientes, con casi unos niveles de oxígeno casi permanentemente bajos o anoxias que dan lugar a la eliminación de la mayoría de las poblaciones ícticas bénticas y demersales explotables. El mejor ejemplo lo constituye actualmente el noroeste del Mar Negro.

La experiencia que se tiene del Mediterráneo, Mar de la Isla de Seto y Mar Negro sdan a entender que, si bien con un enriquecimiento moderado de sistemas marinos orginalmente limitados en nutrientes pueden favorecer la producción e incluso el cultivo en suspensión de algunas especies bivalvas y una mayor producción de pequeños peces pelágicos de bajo valor económico, lo hacen a costa de peces y crustáceos a menudo más valiosos que algunas especies bivalvas y una mayor producción de pequeños peces pelágicos de escaso valor económico, lo hacen a costa de peces y crustáceos muchas veces más valiosos que habitan el fondo de los mares. El aumento de nutrientes en la escorrentía de agua dulce que va a parar a mares semicerrados puede también acelerar el crecimiento del fitoplancton hasta extremos que perjudican la vegetación acuática reduciendo la penetración de la luz, sobre todo cuando va acompañado de una gran carga de sedimentos en suspensión. Por el contrario, la reducción del escurrimiento de nutrientes (como en el caso del Río Nilo después de la construcción de la Presa de Aswan) puede dar lugar a un descenso en las capturas de peces marinos (Wahby y Bishara, 1981).

Como se ha señalado, la evacuación incontrolada de desechos dan lugar a la eutroficación, al agotamiento subsiguiente del oxígeno y a situaciones anóxicas estacionales (como en el alto Adriático) o semipermanentes en aguas más profundas (p. ej., en el Mar Báltico (Hannson, 1985; Hannson, y Rudstam, 1990; Wulff et al., 1990). Las condiciones anóxicas también se han desplazado hacia arriba en las áreas continentales del Mar Negro (Mee, 1992; Sorokin, 1983, 1993; Zaitser, 1993), extendiendo así las condiciones naturalmente anóxicas que predominan en las aguas del fondo de esta masa acuática, con las consecuencias catastróficas para los peces bentónicos y demersales que ello comporta. Cabe la posibilidad de que desaparezcan los macroinvertebrados de larga vida, reptantes y que se entierran, y pueden volverse abundantes las especies de vida corta que se adaptan a concentraciones de oxígeno ambientales muy bajos. Existe una adaptación del ecosistema a los límites biológicos impuestos por el medio ambiente, pero los nuevos componentes de este ecosistema, incrementados por la introdución accidental o la inmigración de especies exótics (mejor adaptadas que las especies indígenas al medio ambiente nuevo) son raras veces de interés para la explotación humana.

Las floraciones de especies de fitoplancton tóxicas que resultan de la evacuación de nutrientes y otros compuestos en el mar pueden repercutir en la maricultura y pesquerías (CIEM, 1992b; Richardson, 1989), que requieren la prohibición temporal de la venta de los productos ícticos afectados. Las aguas negras no tratadas pueden dar lugar al riesgo de contaminación viral de los mariscos y a las consiguientes enfermedades en los seres humanos. La degradación medioambiental puede fomentar el brote de enfermedades infecciosas (Snieszko, 1974), y puede también repercutir en la salud de los peces de las áreas contaminadas (p. ej., véase Dethlefsen, 1980; Mellergaard y Nielsen, 1990) y provocar enfermedad en los peces. Obsérvese que, incluso con un tratamiento primario, el efecto de los nutrientes provenientes de la eliminación de aguas cloacales sigue en gran parte inalterado; la superfertilización consiguiente puede provocar las incrustaciones y atascamiento de redes y jaulas utilizadas en acuicultura (Barg, 1992).

La acuicultura intensiva constituye de por sí una fuente de fertilización excesiva de los mares semiencerrados que tienen un cambio limitado de agua con el mar abierto, aunque su situación protegida y la facilidad de acceso los convierte inicialmente en interesantes para la práctica de la acuicultura. Ya es factible poder fijar criterios para las cargas biológicas de los fiordos, bahías y lagunas como resultado del cultivo de peces en jaulas, pero sigue siendo muy difícil definir cuál es el nivel “favorable” de enriquecimiento acuático, desde el punto de vista del recurso pesquero silvestre.

Hace falta un enfoque comparativo para describir los cambios que se dan en esos ecosistemas. Las características principales de los mares semicerrados (y aún más en mares cerrados como el Caspio y el Aral) muestran un estrecho paralelismo con los sistemas de agua dulce sometidos a tensiones ambientales, sobre todo como los ya tan estudiados de los Grandes Lagos de América del Norte (Regier, 1973; Regier y Henderson, 1973; Regier, 1979; Rapport et al., 1985). Los tiempos de purga o lavado pueden ser largos: p. ej., para el Mediterráneo en su conjunto se ha calculado un período de unos 80 años. En esos entornos, los nutrientes y los materiales tóxicos pueden acumularse rápidamente. Los efectos del enriquecimiento con nutrientes y de la pesca excesiva en los Grandes Lagos de América del Norte, además de ser sinérgicos, se asemejan bajo muchos aspectos a los de los mares semicerrados (Regier et al., 1988). Existe un descenso en la diversidad del ecosistema, un predominio progresivo del sistema productivo por especies de vida corta, sobre todo pelágicas, y por especies exóticas o introducidas (Regier, 1973, 1979). La separación de estos dos tipos de efectos de las actividades humanas en los mares insulares y semicerrados se ha vuelto especialmente difícil por el incremento simultáneo de la pesca industrial y los efectos del crecimiento demográfico, la industrialización y la agroindustria, sobre todo a partir de la segunda guerra mundial.

En el reclutamiento, la mortalidad y el crecimiento de una población íctica influyen los efectos de otros usuarios del hábitat acuático y su superficie de captación; estos efectos arrancan potencialmente de todas las actividades económicas aguas arriba, como industria y agricultura, y también de la propia pesca. Una de las limitaciones principales para una acción eficaz es la relativa a la dispersión de responsabilidad entre tantas instituciones nacionales e internacionales que tienen competencia en diversos aspectos relativos a los recursos y al medio ambiente.

2.3.3 Posibilidades y limitaciones para el desarrollo sostenible

Para varios mares semicerrados se han creado ya órganos intergubernamentales. La Comisión de Helsinki y la Comisión de Pesca del Mar Báltico se ocupan, respectivamente, del medio ambiente y de las pesquerías del Báltico; asimismo, el Plan de Acción del Mediterráneo, del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente y el Consejo General de Pesca de la FAO para el Mediterráneo se interesan por este mar semicerrado. Es esencial que mejore la colaboración entre estos órganos.

En el desarrollo de las pesquerías de los mares semicerrados se ha asistido a varios cambios radicales en la ecología de esas masas de agua, imputables no sólo a los efectos de la pesca sino también, y tal vez con carácter independiente, a las consecuencias de la evacuación de desechos que derivan de las actividades humanas, sean tóxicos, nutrificantes o con otros efectos, en el medio ambiente marino.

Pueden observarse dos procesos en gran parte simultáneos y sinérgicos:

  1. La reducción en el número de depredadores apicales (sobre todo focas y pequeños cetáceos, como en los mares Báltico, Mediterráneo y Negro), y en el número de grandes peces depredadores (como el atún común en el Mediterráneo, y el rodaballo, bonito y pomatomo en el Mar Negro (Ivanov y Beverton, 1985; Caddy y Griffiths, 1990). Algunos de estos efectos, no todos, pueden atribuirse a la pesca excesiva. Las reducciones en el tamaño de la población de depredadores puede en algunos casos haber contribuido a aumentos en las especies de presa. En algunas zonas en que se faena intensamente, como en el Mar del Norte, la pesca se ha ido orientando progresivamente a especies inferiores de la cadena alimentaria marina, con mayores capturas de especies pequeñas y de corta vida, menos valiosas (p. ej. véase Pope y Knights, 1982; Daan, 1989).

  2. El aumento de la evacuación de materiales orgánicos y nutrientes ha repercutido en los sistemas biológicos que sirven de apoyo a las pesquerías, y también han dado lugar sobre todo a aumentos de la producción planctónica, incrementando así los alimentos a disposición de mayores componentes de la trama alimentaria.

Cabe distinguir dos tipos de efectos que se corresponden con estos procesos:

  1. Efectos descendentes: La eliminación del control de los depredadores puede dar lugar a aumentos en la abundancia de las especies ícticas de presa y otros organismos. Esto raras veces tiene gran importancia para las pesquerías, porque pueden aparecer otros depredadores y las mayores especies depredadoras perdidas tienen por lo general un valor superior. Como en los Grandes Lagos (p. ej., véase Northcote, 1980), la gran abundancia de peces que se alimentan de plancton puede dar lugar a reducciones en el zooplancton y aumentos en el fitoplancton, con pérdida de la claridad del agua y efectos perjudiciales en la vegetación del fondo, esencial para muchas especies demersales.

  2. Efectos ascendentes: Estos dan lugar a un aumento de las floraciones de fitoplancton como resultado del enriquecimiento; estas floraciones de fitoplancton suelen ser de especies diferentes a las que se encuentran en aguas sin enriquecer. Pueden afectar a la vegetación marina al reducir la penetración de la luz y, al descomponerse, dan lugar a anoxia estacional y a veces permanente de las aguas del fondo y de la plataforma continental. Tras un aumento inicial de la producción cuando los efectos son escasos, puede provocar la reducción de peces bentónicos, crustáceos y moluscos y de peces demersales. En la trama alimentaria pelágica, las especies de zooplancton, a menudo atípicas del entorno no enriquecido, aumentan en abundancia. Al principio, sirven de apoyo al desarrollo de poblaciones de pequeños peces pelágicos, pero también de otros depredadores pelágicos que no tienen valor comercial alguno, como las medusas y los estenóforos (Mar Negro). Las condiciones adecuadas para la producción de las primeras pueden estar relacionadas con las irrupciones de agua salada en estuarios someros fértiles, como los que llevan al Mar de Azov (Volovik et al., 1993): estas irrupciones responden a su vez a unas retiradas excesivas de agua dulce para la agricultura y la industria. Los depredadores invertebrados, como las medusas y, más recientemente, los estenóforos, se alimentan de las larvas de los peces y, se junta todo ello a una pesca industrial intensiva de poblaciones ícticas puede ser la causa de colapsos de las poblaciones de anchoa en el Mar de Azov (Avedikova et al., 1982; Zaitsev, 1993) y en el Mar Negro (Caddy y Griffiths, 1990), y últimamente también en el Mar de Mármara (CGPM, 1993; Shiganova et al., 1993).

Cabe señalar de paso que se ha descrito un mecanismo “modal mixto” es decir, unas tramas alimentarias “wasp-waisted” (Rice, en prensa). Estas tramas diríanse características de algunas tramas alimentarias de escasa diversidad y alta productividad en áreas de afloramiento, donde las fluctuaciones en la gran biomasa de pequeños peces pelágicos como la anchoa y la sardinela influyen mucho en sus depredadores (de abajo a arriba) y en sus presas (de arriba a abajo). Estas fluctuaciones que entrañan cambios en el predominio de las especies se daban en esos sistemas incluso antes de su explotación por el hombre (Holmgren-Urba y Baumgartner, 1993).

Ha aumentado mucho la introducción por el hombre de especies exóticas en un entorno marino concreto, a propósito o accidentalmente; los cambios habidos en el medio ambiente han favorecido ese proceso y han sido su consecuencia (Carlton, 1989; Carlton y Yeller, 1993). El establecimiento de especies exóticas introducidas como plagas y parásitos por una acuicultura poco cuidadosa, mediante el bombeo de tanques de lastre de transporte marítimo o a través de canales artificiales, ha modificado la fauna de muchos mares semicerrados y cerrados. La introducción de organismos patogénicos ha perjudicado a menudo también las especies indígenas e introducidas, especialmente en la maricultura. El marco de estas cuestiones se aborda en el Artículo 196 de la Convención de las Naciones Unidas de 1982 sobre el Derecho del Mar.

Por lo que respecta a la introducción de organismos extraños, la FAO ha colaborado con el CIEM para preparar un “Código de prácticas para el estudio de las transferencias e introducciones de organismos marinos y de aguas dulces” (CIEM, 1995). La Organización Marítima Internacional (OMI), en cooperación con el CIEM, prepara también directrices para reducir al mínimo la posibilidad de transmisión de organismos nocivos en el agua del lastre de los barcos.

2.3.4 Medidas propuestas

Smith y Vallega (1990) proponen una serie de acciones sucesivas para evaluar la utilización de los mares semicerrados. Sus ideas contribuyen a las siguientes propuestas para un desarrollo sostenible de esas áreas marinas.

  1. Los Estados ribereños deben cooperar mediante reuniones de un órgano regional de ordenación al que asistan los correspondientes responsables que representen a esos Estados y que están encargados de desarrollar, coordinar y aplicar medidas nacionales y mantener los recursos y el medio ambiente marino en una situación tal que la ordenación de los recursos marinos vivos constituya una opción viable para un futuro indeterminado. (Lo ideal sería que ese mismo órgano se ocupara de la ordenación tanto del medio ambiente como de los recursos marinos vivos; por otro lado, los órganos que tengan esas competencias por separado deben coordinar su labor. Lo mejor sería que estuvieran compuestos por todas las entidades que se hallan dentro de la correspondiente Cuenca de Captación Marina (CCM), cuyos límites continentales y aguas adentro deben hallarse definidos cara a la acción.

  2. Deben introducirse principios de Cuenca de Captación Marina (CCM) en la ordenación de los mares cerrados o semicerrados y en sus cuencas, fijándose niveles indicativos para la evacuación de desechos tóxicos, de nutrientes, limo y escurrimiento de suelos y contaminación transportada por el aire que entren en el mar, así como un control riguroso de tales evacuaciones. (Toda planificación de desarrollo del medio marino debe basarse en una ordenación ecológica integrada de toda la cuenca hidrográfica, incluidos los afluentes con su descarga de efluentes, así como el medio ambiente marino en el que repercuten).

  3. Deben desarrollarse escenarios regionales alternativos para la utilización de los recursos vivos y del medio ambiente, habida cuenta de los intereses entre las partes interesadas y sus interacciones.

  4. Como base para la acción hacen falta bases comunes de datos sobre el medio ambiente, los recursos y las actividades socioeconómicas en el ámbito del mar que interesa y en su entorno.

  5. Hay que buscar soluciones a los problemas de tránsito a través de estrechos y estuarios de especies de peces migratorios, sobre todo cuando ese tránsito repercute en el acceso tradicional a un recurso dentro de otras jurisdicciones.

  6. Debe llevarse a cabo un programa coordinado de investigación con intercambio de información entre los países interesados, con las siguientes prioridades: ordenación de recursos y estudios de ecosistemas, seguimiento y estimación de la concentración de contaminantes transmitidos por el agua y los sólidos en suspensión, así como su transmisión a través de la atmósfera desde la tierra al mar; y las consecuencias económicas de los cambios consiguientes en el ecosistema.

  7. Hay que reforzar las medidas para evitar actividades dañosas para los mares cerrados y semicerrados, sobre todo la evacuación de desechos industriales y domésticos y de aceites, y de prácticas que fomenten la introducción de especies exóticas en entornos ecológicamente peculiares.

  8. Deben subordinarse las iniciativas locales a los acuerdos regionales, pues las medidas que se adopten en cada subzona de un mar cerrado o semicerrado resultan ineficaces sin una adecuada referencia a la interacción humana en todo el ecosistema marino y sus cuencas circundantes.

2.4 Recursos y medio ambiente de alta mar y del mar abierto

2.4.1 Recursos oceánicos y pesquerías de altura

La situación de los recursos de alta mar ha sido resumida perfectamente por García y Majkowski (1990) y FAO (1993c, 1993k). Los principales recursos de alta mar son: ballenas; atunes y especies afines; salmón; potas; camarones; jureles; peces mesopelágicos; tortugas marinas; colín de Alaska; japutas; papardas del Pacífico y algunas otras especies potencialmente importantes.

De las 400 especies comerciales o potencialmente comerciales que se consideran oceánicas, pocas son objeto de pesca selectiva. La información biológica de que se dispone sobre la mayoría de las especies de recursos oceánicos suele ser deficiente, y sólo es relativamente buena para los grandes túnidos y algunas ballenas. Los atunes, el salmón, los tiburones, las agujas y el calamar constituyen actualmente los recursos principales que se explotan en alta mar, salvo los recursos demersales y pequeños peces pelágicos de las plataformas continentales que se hallan fuera de los límites de 200 millas, que constituyen un caso especial. Los atunes, que son los depredadores máximos en los sistemas oceánicos, se alimentan de varias especies menores como la melva, el calamar, etc., que, al menos en teoría, pueden rendir tal vez el décuplo de los desembarques de poblaciones de atún. Sin embargo, los atunes componen realmente la cadena alimentaria oceánica completa y, como depredadores apicales, la ponen a disposición del hombre en cardúmenes accesibles y de gran valor. Salvo algunas poblaciones de calamares, no se explotan normalmente las especies que son presa de los túnidos que ocupan un lugar inferior en la cadena trófica, en parte debido a los costos que supone la pesca muy lejos de los puertos, los bajos precios del mercado o debido a la baja densidad en que se presentan o a su disponibilidad para la pesca.

Algunas poblaciones de túnidos son objeto de intensa explotación; la mayoría de las tortugas marinas y algunas poblaciones de aves marinas están sujetas a la presión directa o indirecta de las actividades humanas, y pocas poblaciones de tiburones han sostenido una explotación local prolongada sin colapsar. Muchas de las grandes especies de ballenas han sido pescada hasta ahora excesivamente y tal vez sigan agotadas o incluso a punto de extinción, pero las estimaciones sobre las poblaciones de ballenas son poco precisas y actualmente se basan en su mayor parte en avistamientos. Recientemente se ha polarizado la preocupación en las poblaciones de delfines, que pueden correr peligro en algunos mares cerrados y aguas ribereñas. Sin embargo, hay pruebas de que las poblaciones de alta mar en zonas como el este del Pacífico, se están manteniendo, aún cuando es necesario vigilar las capturas incidentales en algunos aparejos de pesca, y han mejorado las estimaciones sobre población.

Ahora es posible aprovechar nuevas pesquerías de un número relativamente pequeño de importantes recursos no explotados, pero la pota, los peces mesopelágicos y el krill del Antártico pudieran todavía encerrar un potencial importante desaprovechado, aunque la opinión científica a este respecto no es tan optimista como antes. Para los peces mesopelágicos, los rendimientos potenciales pudieran ser grandes, pero, dado el bajo valor unitario, el elevado costo del combustible y el alto grado de tecnología que hace falta para su captura, el rendimiento económico neto tal vez no sea grande. Estas nuevas posibilidades merecen aliento pues una parte de estos grandes recursos, si se emplean en producir harina de pescado, pueden reemplazar a los pequeños peces pelágicos y aumentar la disponibilidad de éstos para consumo humano en lugar de dedicarlos a producción de harina, como tanto se hace en estos momentos (FAO, 1993b).

2.4.2 Medio ambiente del mar abierto

En el informe del GESAMP sobre la situación del medio ambiente marino (GESAMP, 1990) se señalaba que, aunque el mar abierto seguía siendo relativamente limpio, se estaba registrando una cierta contaminación en la que las rutas atmosféricas son de primordial importancia para la transmisión de los contaminantes. También son causa de gran preocupación la presencia común en todos los mares del mundo de desechos de plástico flotantes que pueden impedir (por obstrucción, etc.) el movimiento, e impedir la alimentación de las aves, mamíferos y especies ícticas que viven en las capas superficiales de los mares o fuera de ellas.

2.4.3 Ordenación de las pesquerías de altura

2.4.3.1 Unidades de ordenación para los sistemas oceánicos

Nos consta que la explotación de algunas especies repercute en la abundancia de las demás a través de la relación depredador/presa o por la concurrencia interespecífica. Las impresiones que se tienen actualmente de esta vinculación de las distintas especies en una trama alimentaria oceánica suscitan el problema, parecido al de los límites de las poblaciones para las distintas especies, de decidir cuáles son los límites geográficos prácticos de los sistemas oceánicos dentro de los cuales debe operar un criterio integrado de gestión. Se reconocimi el concepto darwiniano (p. ej., véase Sinclair, 1988) de que la autorreproducción de las poblaciones debe gestionarse a todo lo largo de su campo de acción, independientemente de los límites jurisdiccionales, que se hallan allende el territorio de la población unitaria de que se trata (FAO, 1993b, 1993k, 1995e).

Un paradigma actualmente muy en boga es la idea del gran ecosistema marino (GESM) con arreglo al cual algunas grandes zonas del mar, como el sistema de la Corriente de Benguela o el Mar de Behring, tendrían, bajo una gestión coordinada de los Estados interesados, un interés legítimo por los recursos marinos del área. El GESM traspasaría necesariamente los límites marítimos, requeriría una intensificación de la investigación por todas las partes interesadas para conocer los vínculos funcionales, y tendría que integrarse con las actuales estructuras de gestión o necesitaría estructuras nuevas. Habrían de tomarse decisiones en cuanto a las prioridades que habría que dar a los distintos escenarios de explotación. Sin embargo, parece cierto que la ordenación especie por especie, que es el criterio que hasta la fecha se ha aplicado más generalmente, deja mucho que desear. Las relaciones que median entre las especies (competidores, presas y depredadores), el medio ambiente y la pesquería tendrían que ser bien entendidas para que se pudiera aplicar la ordenación del GESM, cosa que no ocurre actualmente.

Por lo que respecta a la ordenación pesquera de alta mar, las conclusiones principales de la Consulta Técnica de la FAO sobre la Pesca en Alta Mar (Roma, 7–15 de septiembre de 1992; FAO, 1992a) sirven de base para formular el siguiente comentario :

  1. seguirá aumentando la pesca de altura, como lo hará la necesidad de su ordenación; no es probable que se resuelvan los problemas de escasez de datos; por lo que al desarrollo de este sector habría de aplicarse el “enfoque precautorio” (véase sección 4.4.2);

  2. la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (Anexo IV), complementada por las decisiones pertinentes de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (véanse secciones 7.1 y 7.3) y la Declaración de Cancún (véase Anexo V), sirven de marco jurídico principal para el desarrollo sostenible de los recursos de alta mar;

  3. hace falta un código de conducta para la pesca responsable en alta mar y otros recursos marinos; (véase también sección 4.4);

  4. debe desalentarse con todo ahinco el reabanderamiento de buques de pesca con pabellones de conveniencia para eludir así las medidas de conservación y ordenación y las prácticas comerciales justas;

  5. los Estados de pabellón deben mantener un registro nacional de buques de pesca con capacidad para faenar en alta mar y autorizados a tal efecto;

  6. la ordenación de la pesca de altura debe ser llevada a cabo, en lo posible, por organizaciones regionales o subregionales, que exigirán la potenciación de órganos regionales de pesca y que deberá también abarcar poblaciones enteras y tener en cuenta todas las capturas que se hagan de ellas;

  7. la ordenación pesquera en alta mar debe tomar en consideración plenamente todas las consideraciones ecológicas y basarse en los mejores datos científicos e información disponibles, en particular unas estadísticas pesqueras exactas y completas, en las que se tenga debidamente en cuenta el legítimo carácter confidencial de sus datos, información y estadísticas;

  8. para una ordenación de la pesca en alta mar es esencial un seguimiento, control y vigilancia (SCV) eficaces, exigiéndose la aplicación de nuevas técnicas;

  9. hace falta más investigación sobre los recursos de alta mar y su entorno y su aplicación a la ordenación pesquera;

  10. el rendimiento máximo sostenible ya no es más un punto válido de referencia indicativa para la ordenación pesquera de alta mar, por lo que habrán de examinarse otros puntos de referencia;

  11. habrá que ayudar a los países en desarrollo a obtener la capacidad necesaria para participar en las pesquerías de altura y ordenarlas;

  12. habrá que tratar de conseguir una mayor concienciación del público por lo que respecta a las pesquerías de altura.

El Consejo de la FAO, en su 102° período de sesiones (noviembre de 1992), hizo propias las conclusiones de la Consulta Técnica al propio tiempo que aceptó la Declaración de Cancún sobre la Pesca Responsable como base de acción en el futuro para elaborar un código de prácticas de pesca responsable.

2.4.3.2 Los problemas de las poblaciones transzonales de las ZEE y de alta mar

La Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar extendió las disposiciones relativas a la conservación de las especies altamente migratorias a áreas y recursos más allá de las ZEE nacionales afirmando que “el Estado ribereño y los otros Estados cooperarán, directamente o por conducto de las organizaciones internacionales apropiadas con miras a asegurar la conservación y promover el objectivo de la utilización óptima de dichas especies en toda la región”. Sin embargo, en estos últimos años se ha evidenciado cada vez más la necesidad de unos mecanismos más explícitos de conservación, así como un código de prácticas que rijan las operaciones pesqueras en alta mar.

Aunque la expresión utilizada en la Convención de “recursos de alta mar” se refiere a los recursos oceánicos que están más allá de los límites de las 200 millas, hay en realidad pocos recursos marinos vivos cuyas áreas de distribución no solapen hasta cierto punto una o más jurisdicciones de Estados ribereños. Esto tiene grandes repercusiones para la explotación y ordenación de los recursos pues muchos de los denominados teóricamente “recursos de alta mar” deben considerarse más propiamente como poblaciones transzonales con unas ZEE adyacentes.

Los buques pesqueros de gran altura o radio de acción funcionan fuera de la jurisdicción de sus países y aunque las acciones pesqueras en aguas distantes exigen a menudo la notificación por parte de sus propias flotas como condición para faenar, es muy diffícil que el Estado de pabellón cumpla, dado el costo prohibitivo de la vigilancia en el mar. Este problema incluye la dificultad de obtener datos pesqueros no sesgados, especialmente por capturas (Alverson et al., 1994). La propensión a la falsificación de las notificaciones es algo real, con la posibilidad de que haya varias fuentes reales de sesgo; por ejemplo:

  1. una cierta proporción de capturas de una especie hecha con licencia en una ZEE puede ser declarada como procedente de un área (de alta mar) no reglamentada o de la ZEE del Estado de pabellón;

  2. dada la movilidad de las flotas de altura y el largo tiempo que pasan en el mar durante un viaje, las capturas pueden recogerse de áreas marítimas que se hallan bajo diferentes jurisdicciones, y que posiblemente corresponden a más de un mar;

  3. las capturas ilegales de una especie reglamentada pueden declararse como procedentes de un área no reglamentada o, tras su transformación en el mar, como compuestas por una especie no reglamentada;

  4. las capturas ilegales pueden venderse o transbordarse en el mar o en un puerto no reglamentado pasando a otro buque.

Cualquier plan de ordenación con el que se pretenda regular la pesca en áreas de alta mar debe encontrar una solución a estas posibles lagunas, así como al problema de la vigilancia en el mar.

En estos últimos años han resaltado cada vez los problemas irresolutos arriba mencionados, así como la necesidad de una base común de datos para las pesquerías de altura, ahora bien, la deficiente situación de nuestros conocimientos sobre los recursos de alta mar y la falta de un marco fijo para limitar los efectos de las actividades humanas en esos recursos, fueron puestos de relieve últimamente en la Resolución 44/225, aprobada el 22 de diciembre de 1989, sobre la pesca de altura en gran escala con redes de enmalle y deriva.

Siguiendo el principio de que “la evaluación y ordenación de una población debe tener en cuenta las capturas en toda su área de distribución”, en la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar se prescriben un intercambio de datos y una coordinación de las capturas para los recursos marinos, incluidos los pescados fuera de la ZEE.

En la práctica se resaltan varios problemas importantes :

  1. Son pocos los países, individualmente considerados, cuyas ZEE solapen la distribución de un recurso de alta mar, que estén dispuestos probablemente a reducir su tasa de explotación para dar cabida a las capturas hechas por las flotas de otros países en ZEE adyacentes, e incluso menos los que probablemente acogerán, dentro de una captura total permisible global, las necesidades de las flotas de gran radio de acción que pescan las mismas poblaciones en aguas internacionales, a no ser que sean signatarios de un acuerdo internacional o sean miembros de una comisión de pesca en la que han delegado poderes para administrar las capturas de las especies de que se trata en toda su área de distribución. Lo más probable es que se quejen, y con razón, de que las tasas de capturas dentro de sus ZEE podrían verse afectadas por una pesca no controlada de la misma población en áreas que están fuera de su jurisdicción. En esos casos de falta de reconocimiento recíproco de un derecho de otros a utilizer el mismo recurso, una explotación excesiva reduce inevitablemente el valor del recurso para todas las partes (Caddy, 1982).

  2. Los buques de Estados de pabellón que son signatarios de una comisión de pesca o de un acuerdo común de pesca en la actualidad, con arreglo al derecho internacional no tienen obligación legal alguna de controlar sus capturas en alta mar, ni existe actualmente ninguna capacidad de control y vigilancia internacional para las áreas fuera de las ZEE.

  3. Las capturas hechas en alta mar por buques de un país o un Estado ribereño adyacente que pesca en alta mar (sea o no el Estado de pabellón signatario de un acuerdo), no siempre se registran con exactitud por lo que respecta al lugar de origen. Debido a ello, los datos sobre capturas, esfuerzo y pesca incidental que hacen falta para llevar a cabo una evaluación de la población suelen ser incompletos o sesgados, haciendo imprecisa la evaluación de los efectos de la pesca.

  4. Las flotas de gran altura están en la mar durante largos períodos de tiempo, lo que hace difícil la presencia a bordo de un observador oficial. Son flotas que pueden moverse rápidamente de una jurisdicción a otra durante un viaje, pueden elaborar las capturas en el mar transformándolas de forma menos fácilmente reconocible, y pueden transbordarlas a otro buque en un puerto o en el mar, con lo que resulta difícil, al atracar, establecer el lugar y la fecha de origen y las cantidades capturadas.

Estas clases de problemas requieren unas soluciones radicales nuevas para las que la incertidumbre de los datos corrientes sobre recursos requerirán un enfoque precautorio (p. ej., véase García, 1994a, b), pero también donde la aplicación de una alta tecnología desempeñará desde luego un papel importante, necesitándose un nuevo marco jurídico y de gestión para supervisar la explotación de los recursos de alta mar. Estos y otros temas se abordan actualmente en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Poblaciones de Peces cuyos territorios se encuentran dentro y fuera de las zonas económicas exclusivas y las poblaciones de peces altamente migratorias, que se desarrolla en Nueva York, y que es de esperar conduzca a un régimen de explotación más regulado.

2.4.3.3 Bases de datos oceánicos para la toma de decisiones y medidas potenciales de control

La ordenación internacional de la pesca depende evidentemente de la utilización de toda una variedad de tipos de datos y es cada vez mayor el convencimiento de que esa ordenación se beneficiará considerablemente del desarrollo de sistemas de información geográfica (SIG) (p. ej., véase Maguire et al., 1991). Este instrumento, que se desarrolló primeramente para racionalizar el aprovechamiento múltiple de la tierra, se ha extendido a las zonas costeras y ha de ampliarse aún más para alcanzar los recursos oceánicos. Sin embargo, las autoridades pesqueras no tienen fácil acceso a datos sobre el medio ambiente marino, lo que vale en cambio para otros usuarios del entorno marino, que no siempre han tenido en cuenta las necesidades de la ordenación de los recursos del mar.

Todas las consideractiones precedentes apuntan a la necesidad de disponer de algún mecanismo de coordinación para vigilar las pesquerías de alta mar y reglamentarlas. Este mecanismo, consistente en uno o varios órganos, debe mantener estrechos contactos con todos los Estados que tengan legítimo interés por las pesquerías de alta mar y deben recibir orientación de las actuales comisiones regionales de pesca que son teóricamente responsable de esos recursos pero que en la práctica carecen del mandato necesario para controlar las capturas de recursos que caen bajo más de una jurisdicción. Se requeriría un mandato global para mantener una base común de datos de capturas de alta mar por áreas estadísticas, o listas de buques que pesquen recursos de alta mar, con un marcado internacional uniforme de los buques y de los artes de pesca. Tendrían que establecerse procedimientos obligatorios de información para los buques registrados y controlarse. En estos últimos años han sido notables los avances hechos en este sentido pero no existe todavía un sistema mundial uniforme de este tipo.

Sigue habiendo grandes problemas por lo que se refiere a un plan global hipotético de este género, principalmente de carácter jurídico, organizativo y financiero, pero también de tipo técnico, especialmente por lo que respecta a la verificación. Las soluciones technológicas son viables en teoría : podría instalarse una “caja negra” en los buques pesqueros matriculados que vigilase continuamente, vía satélite, la posición de los barcos y el funcionamiento de varios aparatos telemétricos, motores y grúas, etc., que indicarían qué operaciones pesqueras se están efectuando. Ahora bien, estos sistemas no servirán para documentar las prácticas ilegales de pesca, por lo que la solución más simple pero no infalible ha sido el recurrir a prohibir que se pesque con determinados artes en áreas específicas.

Un problema concreto de alto perfil internacional en estos últimos años es el que deriva de la mala selectividad de especies por las redes monofilamento en la pesca así llamada de redes de enmalle y deriva de recursos pelágicos en gran escala; son redes que se diferencian notablemente de las redes de enmalle de bajura por su tamaño (hasta 100 km) y en sus resultados, pues deja enredadas a todas las especies que entran en contacto con el arte, no sólo peces sino calamares, aves (p.ej., véase CIEM, 1994b) y mamíferos (Northridge, 1991) (FAO, 1990; Northridge, 1984, 1991). Los descartes de las especies que no son objeto de pesca pero que quedan capturadas en estas grandes redes pueden ser copiosos e incluir no sólo mamíferos marinos y aves sino también pequeños atunes y otros peces que no se consideran de importancia comercial. Se plantean en este caso problemas jurídicos difíciles para las pesquerías de altura (Hey et al., 1991) y en la Resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas 44/225, de 22 de diciembre de 1989, se aborda este problema y se reconoce la necesidad de asegurar que el arte de pesca esté diseñado de suerte que se capturen preferentemente las especies que son objecto de la pesca, y que sólo haya capturas poco importantes de otras especies. Lo cual plantea un gran reto a los tecnólogos de pesca. Otro elemento disuasivo para las prácticas irresponsables de pesca del que se ha hablado recientemente comprende medidas comerciales contra productos obtenidos con prácticas pesqueras perjudiciales.

Existen otras dificultades por lo que respecta a las capturas incidentales ilegales de especies que no son objeto de pesca : capturas incidentales de especies reglamentadas fuera de las áreas, temporadas y límites de capturas prescritos. Las capturas prohibidas de salmón en las pesquerías de calamar con redes de enmalle pueden en teoría ser controladas en el puerto, ya que es poco probable que estas especies se descarten. Las muertes en masa de especies que se capturan incidentalmente y que se descartan en altra mar, como los mamíferos marinos, no pueden ser objeto de cuantificación siguiendo este método pues se requiere en el mar una evaluación rigurosa, pero problemática, del efecto de los artes de pesca según temporada, área y modalidad de pesca, y el desarrollo de equipos y procedimientos más selectivos que se ajusten a unos criterios ecológicos (CIEM, 1994a). Unas soluciones más ingeniosas para controlar las pesquerías de alta mar pueden permitir una respuesta más flexible que una prohibición general de toda una categoría de métodos de pesca que son susceptibles de mejora y, previa modificación, de contribuir a la consecución de un desarrollo sostenible.

2.4.4 Medidas propuestas

Por lo que respeta al desarrollo sostenible de los recursos de alta mar parecen apropiadas las medidas siguientes (ennegrillas, con texto complementario en cursiva):

Se requieren mecanismos para ordenar los recursos de zonas de alta mar.

Los resultados de la Conferencia en curso de las Naciones Unidas sobre las poblaciones de peces cuyos territorios se encuentran dentro y fuera de las zonas económicas exclusivas y las poblaciones de peces altamente migratorias pueden servir de base para ello, lo que dependería entre otras cosas de : mantener e intercambiar registros actualizados de buques con licencia; emplear procedimientos de notificación pesquera en tiempo real y un sistema de vigilancia que emplee la technología más avanzada; desarrollar y mantener una base de datos sobre tamaños de poblaciones y capturas y sobre cambios del entorno marino en relación con los recursos vivos; proporcionar a las comisiones regionales de pesca información nacional oportuna sobre actividades pesqueras y sobre el estado de los recursos que solapan las jurisdicciones pertinentes; y coordinar las evaluaciones de recursos con los países y las comisiones de pesca regionales correspondientes. También proporcionaría, especialmente para los grandes océanos, un mecanismo de coordinación de las diversas comisiones regionales, y podría incorporar la exigencia de la conservación del medio ambiente marino, así como de los recursos, dentro de sus atribuciones.

2.5 Recursos antárticos y su medio ambiente

2.5.1 Situación de los recursos

El Antártico es una de las pocas zonas donde se ha incorporado expresamente un enfoque de modelos de ecosistemas dentro del marco que sirve de base a la ordenación de los recursos (CCAMLR, 1993a, 1993b). Si examinamos la situación de los recursos que son actualmente explotables en el Antártico (Fischer y Hureau, 1985), pocos motivos hay para congratularse por lo que respecta a la mayoría de las poblaciones de ballenas y de peces de escama, aunque la situación es relativamente buena para la mayoría de los recursos vivos no explotables del Antártico y Subantártico (con la excepción de algunas especies como las albatroses que se capturan incidentalmente en algunos tipos de operaciones pesqueras más hacia el norte).

Los recursos pesqueros demersales de muy lento crecimiento y de maduración tardía (p. ej. Notothenia sp y Champsocephalus sp y otros en Fischer y Hureau (1985) y Gon y Heemstra (1990) han sido objeto de una pesca intensa, como la practicada, a partir de los años setenta, en gran parte por los antiguos países socialistas que actuaban con criterios no económicos (Koch, 1992). En algunos casos no se han cubierto cuotas precedentes establecidas por la Comisión para la Conservación de los Recursos Marinos Vivos del Antártico, y ello a causa de los actuales volúmenes bajos de población. El problema del control de las pesquerías del Antártico no parece ser el de la suficiencia de los principios que le sirven de base sino el de que es casi imposible la vigilancia de las reglamentaciones pesqueras en un área tan vasta e inhospitable (y obtener los datos necesarios para la evaluación de las poblaciones).

Las mismas observaciones pueden también aplicarse a la extracción de krill, Euphausia superba; especie que sirve de sustenta a la mayoría de las redes alimentarias (p. ej., véase Miller y Hampton, n.d.), y se halla presente en enormes biomasas. Aunque hasta ahora las capturas habían sido de unas 300 000 t, en la temporada pesquera de 1992/93 bajó a cerca de 87 000 t y sigue siendo incierta la probabilidad de que una pesquería que funcione en condiciones de mercado pueda sacar beneficio de estos recursos con la tecnología actual. Hay quienes han expresado preocupaciones, sin embargo, de que incluso con el aprovechamiento de una pequeña proporción de la población permanente a nivel local por colonias de aves o de focas se pudiera llegar al agotamiento del alimento para concentraciones reproductoras menos móviles de recursos con base terrestre o de hielos.

La captura incidental del albatros, muy migrador en las pesquerías superficiales de túnidos en el Pacífico Sur, se ha considerado uno de los factores de la reducción de algunas poblaciones de aves, como el albatros del sur del Pacífico. La explotación antes intensa de ballenas misticetas, que se alimentaban preferentemente del krill en el Antártico, tal vez haya permitido aumentos en otras especies que dependen del ecosistema basado en el krill, como la foca cangrejera, el leopardo marino, la foca de Weddell y los lobos marinos de pelo fino del Antártico (Instituto de Biología (Reino Unido, 1985)), aunque otros autores han encontrado superposiciones relativamente menores en las dietas de estas últimas especies (Siniff, 1988). La recuperación de las grandes poblaciones de ballenas se está demostrando lenta y tal vez necesiten protección en sus migraciones fuera del santuario ballenero del Antártico declarado recientemente por la Comisión Ballenera al sur de los 40 grados de latitud sur.

Hay otros recursos del Antártico y Subantártico objeto de atención, en particular algunos crustáceos y los cefalópodos (Rodhouse, 1989), pero todavía no se ha puesto en marcha la explotación comercial de estos recursos por evidentes razones del elevado costo de explotación. Sigue habiendo, sin embargo, el riesgo de que, faltando el control habitual que los Estados ribereños aplican en otras partes, será difícil mantener una vigilancia adecuada que permita asegurar unos niveles de captura responsables.

El estrés ecológico natural del ecosistema antártico lo hace especialmente susceptible a cambios causados por factores externos. Además de la pesca, crece la contaminación atmosférica, si bien a niveles bajos, debida a actividades desarrolladas por el hombre en el hemisferio septentrional, que ha perjudicado ya a la capa de ozono que sirve de protección importante contra la radiación por rayos ultravioletas (Bidigare, 1989; Karentz, 1991).

2.5.2 Medidas de protección

La Convención sobre la Conservación de los Recursos Vivos Marinos del Antártico (CCAMLR) comprende todos los recursos marinos, incluidos mamíferos y aves, que se hallan al sur de la latitud 60°S, y sirve de prototipo para cualquier plan de ordenación como el GESM. El objectivo de la Convención (CCAMLR, 1993a) es la “conservación”, que equivale al “uso racional”. Pretende impedir la reducción de cualquier población, bien mediante explotación directs, explotación de sus especies básicas de presa, o la transformación perjudicial del medio, hasta un grado que pueda poner en peligro su reclutamiento estable. Así pues, pese a la gran biomasa de recursos como, por ejemplo, el krill y los cefalópodos en el Antártico, su índice de reposición, sus pautas de distribución y su importancia como alimento para las especies terrestres y acuáticas, la Convención tiene por objeto determinar el grado admisible de explotación y el área y la temporada de su aprovechamiento. Hace falta protección especialmente en las proximidades de colonias de aves y mamíferos, y para las aves y mamíferos que se hallan próximas a las áreas de expansión de la actividad humana en el Antártico. A este respecto, se reconoce plenamente la importancia del Antártico para el seguimiento de los cambios ecológicos mundiales (SCAR, 1993).

2.5.3 Medidas propuestas

Parecen convenientes en general las siguientes medidas por lo que respecta al desarrollo sostenible de los recursos del Antártico :

  1. Aumento de la investigación sobre los recursos marinos vivos del Antártico, con la exigencia de que esa investigación se coordine de suerte que se reduzca la duplicación innecesaria de esfuerzos y se tenga en cuenta la influencia creciente que los asentamientos científicos en el Antártico están teniendo en un área no explotada. La investigación en el Antártico juega un papel esencial por lo que respecta a la vigilancia de las variaciones del clima en el mundo y de la situación ecológica mundial en general.

  2. Hace falta un enfoque atento de la explotación que no impida la utilización de los recursos del Antártico pero que asegure que el acceso a esos recursos se supedita a un régimen de capturas limitado en el tiempo y en el espacio.

2.6 Depredadores apicales, mamiferos marinos, reptiles, aves y especies amenazadas

En los dos últimos siglos se ha asistido al agotamiento de una serie de poblaciones de aves, reptiles y mamíferos marinos que guardan una interacción directa o indirecta con la recolección por el hombre de recursos marinos (Northridge, 1984). En algunos casos, p. ej., la nutria marina y varias poblaciones de focas (Ridgeway y Harrison, 1985) como el lobo de pelo fino del Pacífico (Mitchell, 1973; FAO, 1978b), se consiguió su recuperación cuando se introdujo la legislación pertinente, mediante desde luego la regeneración de pequeñas poblaciones marginales supérstites o poblaciones de baja densidad poco aprovechables. Se han dado varios casos de extinción (p. ej. la morsa o ternera marina de Steller; FAO, 1978b; Ridgeway y Harrison, op. cit.) y hay otros casos en que se considera actualmente que la especie está amenazada o que corre peligro (Jefferson et al., 1993). La pesca o la cacería ha sido la causa de muchas de esas casi extinciones. En otros casos, como los del dugong o vaca marina y las tortugas de mar (Ogden, 1989), la competencia que hace el hombre para encontrar un medio ambiente adecuado, que muchas veces él mismo degrada, tal vez haya sido la causa predominante. Las fluctuaciones naturales y las catástrofes repentinas, así como las recuperaciones por lo que respecta a la abundancia de las colonias de aves marinas cercanas a pequeñas poblaciones pelágicas explotadas (Anon, 1995), pueden volverse más extremas por la acción directa del hombre, como por ejemplo la explotación intensa de sus principales especies de presa, lo que puede constituir un factor importante. A las infecciones por virus o bacterias, debidas tal vez a la contaminación, se les atribuían las mortandades de mamíferos marinos en los Mares Báltico y Mediterráneo (Heide-Joergensen et al., 1992; Calzada et al., 1994).

Los depredadores apicales, que comprenden mamíferos marinos como algunas especies de focas, delfines y ballenas, y los grandes depredadores como los tiburones, los túnidos y el hipogloso han tenido su importancia en el control de las densidades de sus especies de presa, pero también han figurado entre los primeros cuyo número ha sufrido reducción por las capturas. Sin embargo, dada la complejidad de muchas tramas alimentarias marinas, la eliminación comercial de las principales especies apicales da lugar muchas veces a que otros organismos asuman la totalidad o parte del papel de depredador apical hasta que tal vez llegue el momento en que también ellos son objeto de pesca excesiva (Kerr, 1977; Ursin, 1982) o cambia la composición de su presa (Glasser, 1978).

Las tramas alimentarias marinas son complejas (Caddy y Sharp, 1986) y plantean dificultades a la hora de cuantificar los efectos de la acción humana (May et al., 1979). La eliminación de un depredador apical no siempre ha dado lugar a un notable aumento en el rendimiento de las especies que le sirven de presa (Pauly, 1979a). Además, si se tienen en cuenta los tamaños de las poblaciones de las especies depredadoras antes de su agotamiento, probablemente habrá habido un grado de concurrencia entre el hombre y los depredadores apicales por su presa común, si ésta estuviera todavía presente en sus cantidades originales. Así pues, según varios cálculos (p. ej. los analizados en Katona y Whitehead, 1988) hay poblaciones de mamíferos marinos, aun cuando muchos de ellos han visto ahora reducido su tamaño en muchas zonas del mundo, que pueden todavía consumir por lo menos un volumen tan grande de algunas especies de presa como el que captura el hombre. Se ha sostenido que sólo el cachalote consume una cantidad de calamares superior a la que se pesca en el mundo (Voss, 1973). En las publicaciones se hacen comúnmente cálculos análogos. Para el ecosistema del Mar de Behring, por ejemplo en FAO (1978b) se estimaba que una biomasa (a la sazón) de 450 000 toneladas métricas de 25 especies de mamíferos marinos pudo haber sido de hasta 9 a 10 millones de toneladas métricas anuales : aproximadamente cuatro veces la captura comercial de entonces en peso (aunque naturalmente en ellas predominaban las especies nectónicas y bentónicas no explotadas por el hombre). En épocas más recientes se ha expresado preocupación por los efectos de la pesca intensa del colín de Alaska en poblaciones de sus depredadores naturales, como el lobo marino de pelo fino del norte. Las ballenas misticetas, antes del comienzo de la pesca de la ballena, han necesitado, según estimaciones, unos 190 millones de toneladas de krill anuales, es decir, dos veces el peso de los actuales desembarques de pescado en el mundo (FAO, 1992f).

Algunas poblaciones de focas son vectoras de parásitos, que infectan también a algunas especies comerciales de peces como el bacalao (McClelland et al., 1983; FAO, 1978b) y pueden llegar a causar daños en los artes de pesca. Esto explica en parte el comportamiento antagónico de los pescadores en algunas partes del mundo para con algunos mamíferos marinos. Se han hecho cálculos de la “pérdida”, que ello reporta a la pesquería, aunque no se sabe con certeza si esos cálculos suponen unos efectos reales para la pesquería. Tampoco pueden aplicarse de forma simplista a la estimación del rendimiento “excedentario” que resulta para el hombre de la reducción por pesca de los depredadores naturales de los peces. En estos cálculos no se tienen en cuenta las relaciones ecológicas, la estabilidad del ecosistema o el reconocimiento cada vez mayor de la importancia ecológica que tienen los mamíferos marinos y su significado cultural para el hombre, debido a su inteligencia, medios de comunicación y comportamiento social. La mayoría de las poblaciones de focas del Ártico y del Subártico están ahora recuperándose hasta niveles anteriores y se ha expresado preocupación por que los efectos de grandes poblaciones de focas de Groenlandia, de lobos marinos y otros (fuera del Antártico) en los recursos capturados por el hombre puedan justificar medidas de control de su población.

Las teorías actuales sobre la importancia de los depredadores en ecosistemas de ecología terrestre han subrayado su importancia para la matanza sistemática o entresaca de individuos enfermos o no idóneos y mantener los tamaños de las poblaciones de especies de presa en equilibrio con los recursos disponibles, pero no es fácil allegar pruebas contundentes sobre el grado en que este argumento vale en la mar, donde es tan alta la presión depredadora del hombre. No se ha confirmado en el entorno marino si, con la reducción de las poblaciones de los depredadores principales, las poblaciones de peces objeto de presa son más inestables y/o si cabe la posibilidad de estimar una producción capturable “excedentaria” por encima de las necesidades de las especies depredadoras naturales que luchan por el mismo alimento. Por ejemplo, los 150 millones de toneladas de krill del Antártico que no consumen ya las poblaciones agotadas de rorcuales son consumidas ahora por otras especies, la población de algunas de las cuales puede haber aumentado de tamaño (FAO, 1978b). Es de suponer que la vuelta de muchas poblaciones de mamíferos marinos al número que existía antes de que el hombre asumiese el papel predominante de depredador apical en las cadenas alimentarias marinas, sólo sería posible por las importantes reducciones de las capturas mundiales de peces, y desde luego darían lugar a ellas. Como la disponibilidad de alimentos es uno de los factores que limitan las poblaciones de depredadores, dada la existencia de pesquerías industriales, es probable que esta limitación se verifique en tamaños de población de mamíferos marinos inferiores a los que existían antes. Ello no repercutiría forzosamente en la sostenibilidad de las correspondientes poblaciones de mamíferos marinos y, al menos en teoría, es algo que podría tenerse expresamente en cuenta cuando se decidan los niveles de captura.

Desde luego existen argumentos especiosos en las discusiones entre conservación y desarrollo, y no siempre se analizan las pruebas contrastantes de ambas partes. Se ha especulado con el argumento de que la reducción de la abundancia de los cefalópodos que se alimentan de juveniles podría aumentar los rendimientos de las pesquerías de las especies ícticas tradicionales. Argumento éste que no toma en consideración el crecimiento que se está dando en las pesquerías de calamares en todo el mundo y que podría deberse a que los cefalópodos están ocupando parte del nicho dejado por las especies agotadas de peces de fondo; ni tampoco se tiene en cuenta el hecho de que el calamar tal vez esté ahora conquistando unos valores unitarios superiores a los de la mayoría de los pescados. Es difícil escapar a la conclusión de que uno de los objetivos del desarrollo sostenible de poblaciones amenazadas compuestas por depredadores apicales no capturables es su recuperación hasta alcanzar unos volúmenes tales que puedan reproducirse sin que haya peligro de colapso de la población. Sin embargo, los tamaños de población no controlados de depredadores apicales no dejan de tener forzosamente repercusiones desfavorables en la disponibilidad de pescado para consumo humano. Evidentemente, la vuelta de los volúmenes de población de algunos depredadores apicales a niveles anteriores no aprovechados sólo sería posible con un costo notable para el hombre medido en pérdida de la proteína animal procedente de los mares; cosa que hay que tenerlo en cuenta en el ámbito de un desarrollo sostenible de los recursos marinos en su conjunto.

En el caso de la reducción del tamaño de población de depredadores apicales de peces, como el mero, el bacalao y el hipogloso o fletán, pudiera darse algún aumento en los rendimientos de especies que ocupan un lugar inferior en la trama alimentaria; ahora bien, como estos rendimientos están dominados por pequeños peces forrajeros que suelen tener un valor unitario inferior a los depredadores apicales, es probable que el valor neto de la pesquería descienda como consecuencia de ello.

Otro aspecto importante de la ordenación de los depredadores apicales es la posible acumulación, a través de las tramas alimentarias, de contaminantes como organocloruros de mercurio (p. ej., véase Olsson, 1994), o incluso sustancias naturales, como las ciguatoxinas (Pulos, 1986), que pueden constituir una amenaza para las especies de depredadores apicales y un riesgo para la salud del consumidor humano.

Los principios de un desarrollo sostenible exigen que los recursos marinos se exploten de suerte que se asegure la continuidad de las poblaciones y de las especies, pero no ayudan a elegir entre diferentes niveles de explotación directa o indirecta, que por lo demás se ajustarían a esos principios pero que darían lugar a diferentes abundancias relativas de componentes del ecosistema. Precisamente la pregunta de qué nivel de explotación debería haber se ha convertido en materia de discusión entre los que se interesan por la seguridad alimentaria y los que se preocupan por que las poblaciones de algunas especies se mantengan en una situación lo más cercana posible a su no explotación (Beddington y May, 1977; Beddington, 1978). El logro de este último objetivo impondrá un notable costo en cuanto a sus efectos en la naturaleza y en el nivel de actividades de captura, y en la actualidad este costo tendrá que ser asumido casi exclusivamente por la industria pesquera, que sigue desempeñando el papel principal en lo que se refiere a conseguir un rendimiento de los recursos marinos vivos.

2.6.1 Medidas propuestas

Por lo que respecta al desarrollo sostenible de los depredadores apicales y de las especies expuestas al peligro de extinción se sugiere como más importantes las siguientes medidas:

  1. Hace falta una investigación mayor - y más intensiva - de la importancia de los mamíferos marinos y otros depredadores apicales en los ecosistemas marinos, su función para controlar las poblaciones de presa, y sus interacciones indirectas con el hombre a través de la cadena alimentaria.

  2. Habrán de reducirse las capturas incidentales de mamíferos, tortugas y aves marinas, especialmente en el caso de especies amenazadas, y poner todo el empeño en mantener esas capturas incidentales en niveles que permitan la recuperación del recurso.

  3. En el aprovechamiento de los mamíferos marinos para alimentación, a través de las muertes que incidentalmente llevan consigo las capturas, o por otros motivos como el control de los depredadores dentro de las ZEE, hay que reconocer que estas poblaciones tienen una baja tasa de reposición, están expuestas a otros tipos de interferencia por el hombre y tienen aplicaciones no consuntivas.


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