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Incendios en los bosques de África meridional: orígenes, impactos, efectos y control - Peter G.H. Frost[17]

INTRODUCCIÓN

La quema de la biomasa es común y muy extendida a lo largo de todos los trópicos. Los incendios forestales, provocados tanto por la población, por una variedad de motivos, como por los rayos son frecuentes y extensos. Los fuegos alimentados con leña, carbón vegetal o desechos agrícolas son la principal fuente de energía doméstica para cocinar y calentarse. El fuego también es utilizado para eliminar la biomasa de la tierra que se desbroza para la agricultura o, sucesivamente, para deshacerse de los restos agrícolas superfluos. Juntos, estos incendios constituyen una fuente significativa de gases de traza y contaminantes sólidos para la atmósfera mundial. Las estimaciones actuales de la cantidad de biomasa quemada anualmente en todo el mundo ascienden a 6 230-8 700 Tg[18] dm a-1, de los cuales se calcula que cerca del 87% ocurre en los trópicos. De esta cifra se considera que casi la mitad (49%) se debe a la quema de sabanas, incluidos los incendios y las quemas prescritas. La quema de leña, desechos agrícolas y despojos de corta de la deforestación compromete el equilibrio casi en la misma medida. En los trópicos se estima que el 42% de las emisiones proceden de África, el 29% de Asia, el 23% de Sudamérica y el 6% de Oceanía (Andreae 1991). La magnitud de estos impactos pone de relieve las dimensiones regionales y globales de los problemas causados por la quema incontrolada.

PREOCUPACIONES A CERCA DE LA QUEMA DE LA BIOMASA

La elevada frecuencia de los incendios provoca una serie de preocupaciones. Comúnmente se considera el fuego como un destructor de la vegetación, y muchas comunidades sabaneras actuales en África se consideran formaciones subclímax mantenidas por el fuego. Sin embargo, no existe un consenso acerca de qué es lo que constituye la vegetación clímax: el bosque o solamente una fase más densa de la vegetación actual (Trapnell 1959, Hopkins 1965, Fanshawe 1971, West 1972, Freson et al. 1974, Menaut 1977, Lawton 1978, Scholes y Walker 1993, Frost 1996). Los frecuentes incendios que se verifican a finales de la estación seca transforman el bosque en una sabana abierta de pasto alto caracterizada por pocas especies arbóreas con cubiertas de copas tolerantes al fuego y árboles y matorrales dispersos de piso inferior. Estos incendios también acaban con la capacidad de rebrote de las plantas leñosas, impidiendo su incorporación en la cubierta de copas. Por contraste, la prevención total de incendios y, en menor grado, la quema anticipada en la estación seca favorecen tanto la incorporación suplementaria como el crecimiento de las plantas leñosas (Trapnell, 1959). Asimismo, los incendios pueden tener efectos negativos en la fertilidad del suelo. (Trapnell et al. 1976, Frost y Robertson 1987).

Se considera que la quema de biomasa es el factor que más contribuye a nivel mundial a las emisiones de gases de efecto invernadero y precursores del ozono troposférico. En el mundo, se ha calculado que la quema de biomasa desprende cerca de 3 460 Tg C como dióxido de carbono; 350 Tg C como monóxido de carbono; 38 Tg C como metano; 24 Tg C como hidrocarburos distintos al metano, C2 - C10; 8,5 Tg de nitrógeno como óxido nítrico, NO; menores, pero no menos importante, cantidades de otros gases de traza, como el metil cloruro; y 104 Tg de macropartículas (Hao et al., 1990; Andreae, 1991). En el cuadro 1 se muestran las estimaciones de la cantidad de biomasa quemada cada año por los incendios de las sabanas en el mundo y en África. La contribución de las emisiones de estos incendios a las emisiones totales mundiales se presenta en el cuadro 2. La diferencia en las estimaciones de la cantidad de biomasa quemada es notable. Esto debe aportar gran incertidumbre al cálculo de las emisiones.

Cuadro1: cálculos de la cantidad de biomasa quemada anualmente por los incendios en las sabanas (Tg DM a-1)

África meridional

África occidental

África

Mundo

Referencia




1 190

Seiler & Crutzen, 1980




600-3 200

Crutzen & Andreae, 1990

1 200

1 228

2 428

3 691

Hao et al., 1990




3 690

Andreae, 1991


90-480

1 294


Menaut et al., 1991



2 520


Delmas et al., 1991



1 300-2 500

2 500-3 700

Lacaux et al., 1993

561-1 743 (213-2 812)




Scholes et al., 1996a (método 1)

177 (90-264)




Scholes et al., 1996a (método 2)


Los gases de traza emitidos por los incendios contribuyen tanto al efecto invernadero como a la reactividad de la atmósfera. Se opina que los incendios de las sabanas en África son la causa principal del gran pico en el ozono troposférico que se extiende a lo largo del Océano Atlántico, África y Sudamérica todos los años durante los meses de septiembre y octubre (Fishman et al., 1991). La quema de la biomasa también produce un gran número de partículas submicrónicas como el humo que queda suspendido en la atmósfera por largos períodos, reduciendo la calidad y visibilidad atmosférica. Este problema se intensifica en África meridional dado que la atmósfera relativamente estable durante la estación seca permite que se verifiquen fuertes inversiones térmicas que atrapan las partículas en la baja atmósfera. Esto se agrava ulteriormente por la presencia de un grande giro atmosférico subcontinental que pone nuevamente en circulación muchos de estos gases a lo largo de África meridional durante la estación seca (Garstang et al. 1996).

Los beneficios aparentes que la población piensa obtener de la quema de la vegetación se oponen a estas consecuencias negativas. Estos beneficios incluyen el crecimiento de prados verdes después de la quema en ciertos paisajes, utilizados por los pastores para aumentar el consumo de proteínas para el ganado; control de la invasión de malezas, lo que potencialmente incrementa la producción de gramíneas para el ganado; caminos despejados entre los poblados, lo que facilita la detección de predadores y otros animales peligrosos; y control de las plagas, como las garrapatas (Acaridae). Asimismo, los incendios forestales pueden surgir por un escaso control del fuego utilizado para el desbroce y la preparación de las parcelas para el cultivo, la quema de cortafuegos, la producción de carbón vegetal, la fumigación de las abejas durante la recolección de miel y la quema con objeto de concentrar los animales salvajes para cazarlos (Trapnell, 1959; Kikula, 1986). Estas y otras prácticas probablemente se han llevado a cabo durante milenios. Se sabe que los hombres de la Edad de la Piedra utilizaban el fuego cerca de 55 000 años atrás en Zambia (Clark y Van Zinderen Bakker, 1964) y hay evidencias que indican una utilización incluso anterior por parte de los homínidos en la Cueva de Swartkrans, Sudáfrica, que se remontan a casi 1,2 millones de años antes de la prehistoria (Brain y Sillan 1988).

Cuadro 2: comparación de las emisiones mundiales estimadas procedentes de la quema de biomasa con las emisiones de todas las fuentes, incluida la quema de la biomasa (Andreae 1991)

Especies químicas

Emisiones (Tg elemento a-1)

Contribución de la quema de biomasa (%)

Quema de biomasa

Todas las fuentes

Dióxido de carbono

(bruto)

3 460

8 700

40

(neto)1

1 800

7 000

26

Monóxido de carbono

350

1 100

32

Metano

38

380

10

Hidrocarburos distintos al metano2

24

100

24

Óxido nítrico

8,5

40

21

Metil cloruro

0,5

2,3

22

Total de macropartículas

104

1 530

7

Partículas de carbono orgánico

69

180

39

Hollín

19

<22

>86

1 Emisiones netas de CO2 igual a las emisiones brutas menos la cantidad absorbida nuevamente por el rebrote de las plantas.

2 Excluidos isoprenos y terpenos.

Este documento resume las principales preocupaciones en materia de políticas y los interrogantes científicos y técnicos fundamentales a los que es necesario dar respuesta antes de la formulación de políticas. A continuación se proporciona un resumen de algunas informaciones pertinentes necesarias para una formulación de políticas informada, incluido un análisis de la legislación actual que rige la utilización del fuego en dos países del centro sur de África, Zambia y Zimbabwe. Por último, se perfilan algunas sugerencias y reservas sobre las oportunidades de mejorar la situación actual a través de cambios en las políticas y en las prácticas.

Cuestiones normativas

La cuestión clave en materia de política es si los incendios forestales en África plantean un problema suficientemente serio para exigir alguna forma de respuesta legislativa o administrativa o no. A fin de enfrentar esta cuestión en modo apropiado ante todo son necesarios datos acerca de la magnitud y extensión de los incendios forestales en África, con detalles sobre dónde, cuándo y cómo éstos se verifican. En segundo lugar, se requiere información sobre los efectos directos e indirectos de estos incendios en el medio ambiente, los recursos naturales, la vida de la población y sobre cómo éstos varían según las distintas circunstancias. En tercer lugar, a fin de evitar de formular políticas para una situación que ya no existe más, es indispensable establecer si los regímenes de incendios están cambiando o no y, en caso afirmativo, en qué modo, a qué velocidad y por qué. También es preciso disponer de información sobre las causas inmediatas y finales de los incendios forestales y, cuando necesario, como éstas interactúan.

Una cuestión secundaria, si se supone que la cantidad de quema es considerada excesiva y debería ser mejor controlada, es cuáles opciones existen para limitar la extensión de los incendios o para reducir sus efectos negativos, y cuáles son los costos y beneficios asociados. Se debe evaluar la probable eficacia de las distintas opciones en reducir la extensión de los incendios y en mitigar la gravedad de sus efectos, junto con los costos y beneficios respectivos de las diferentes opciones. Esto comporta tomar en consideración cuáles podrían ser los probables costos a largo plazo en caso no se afronte el problema.

Dado que la mayoría de los países en la región ya posee leyes y reglamentos que rigen la utilización del fuego, si se asume que existe un problema de quema excesiva de los incendios, una tercera cuestión es por qué la legislación actual, o su aplicación, es ineficaz en regular la cantidad de quema. Los datos científicos y técnicos complementarios necesarios para enfrentar esta cuestión incluyen interrogantes sobre las percepciones y la comprensión de la población de los reglamentos; los métodos de aplicación, si los hay, y su eficacia; cuáles factores limitan la ejecución de, o la conformidad con, los reglamentos; y qué tipos de incentivos o frenos promoverían tal conformidad.

Extensión y magnitud de los incendios forestales en África

Variación estacional

Aunque los incendios forestales en África pueden verificarse y se verifican durante todo el año, más del 90% de éstos y el 99% de la superficie quemada se deben a los incendios de la época seca. Ese es el período en que la vegetación herbácea está muerta (praderas anuales), o bien están en estado latente, y cuando los árboles caducifolios se han despojado de sus hojas, contribuyendo así a la acumulación de cargas de combustibles en la superficie. Los incendios en el período húmedo son insólitos y localizados. En la figura 1 se ilustra la distribución estacional de los incendios en el centro sur de África, como establecido por un análisis de datos de 1 km, procedente del sensor del radiómetro avanzado de muy alta resolución (AVHRR) a bordo de los satélites de estudio diario del medio ambiente de la NOAA (véase Arino y Melinotte 1997 para detalles sobre el algoritmo utilizado para determinar los puntos de incendios).

Figura 1: distribución mensual en 1993 de los puntos de incendio activos en el centro sur de África desde el 6°S, 11°E hasta el 23°S, 43°E, como detectado por el sensor de los satélites NOAA AVHRR con resolución de 1 km. Datos procedentes de Arino y Melinotte (1997). El número relativamente bajo de incendios registrado en agosto probablemente no es normal

Los datos muestran puntos más altos en septiembre y junio. El pico de junio refleja una concentración de quema en ese momento en el norte de Angola y en la República Democrática del Congo. El segundo punto más alto evidencia la extensa quema que se verificó más al sur y al este de Angola oriental, Zambia, Malawi, Mozambique y Zimbabwe septentrional. El porcentaje relativamente bajo de incendios en el mes de agosto probablemente no es normal, como indican los datos de diversos años para el Hwange National Park en Zimbabwe, donde el punto máximo en la abundancia de incendios se alcanza en agosto (figura 2). Aunque la mayor parte de los incendios ocurre durante el período de agosto-septiembre, los meses más significativos por lo que concierne a la proporción de superficie total quemada son septiembre, octubre y, en menor grado, noviembre. El calor, los vientos y las condiciones extremadamente secas de estos meses hacen que los incendios se propaguen fácilmente y sean difíciles de controlar. Por consiguiente, queman grandes superficies, como demuestran sus medias mayores y sus dimensiones máximas (figura 3).

Figura 2: distribución estacional del, y contribución al, área total quemada por los 156 incendios registrados en Hwange National Park, Zimbabwe, 1968-89

Figura 3: promedio mensual de la dimensión y distribución de los incendios respecto a las dimensiones registradas de los 156 incendios documentados en Hwange National Park, Zimbabwe, 1968-89

El número de puntos activos de incendios detectado por el sensor NOAA AVHRR no refleja en modo apropiado el área quemada. Scholes et al. (1996a) calibraron la verdadera superficie quemada, como determinado por los 12 Landsat MSS estratificados, seleccionados al azar, a lo largo de África meridional, con el número de puntos de incendios detectados por el sensor del AVHRR en el mismo período. Ellos demostraron que la verdadera superficie quemada en las zonas áridas y semiáridas, donde los incendios tienden a ser poco frecuentes pero de grandes dimensiones, ha sido subestimada por los datos del AVHRR, mientras que el área quemada en la zona subhúmeda, donde los incendios son más frecuentes pero generalmente de dimensiones más reducidas, es sobrestimado. No obstante, al interno de una zona, hay una gran variación ya sea en el número de incendios como en la superficie quemada anualmente (figuras 4 y 5).

Figura 4: relación entre la precipitación anual y el número de incendios forestales registrados durante la siguiente estación seca en Hwange National Park, Zimbabwe, 1968-89

Figura 5: relación entre la precipitación anual y la superficie total quemada por los incendios forestales durante la siguiente estación seca, Hwange National Park, Zimbabwe, 1968-89

Distribución

En África los incendios forestales se verifican en los trópicos según las estaciones, sobre todo desde noviembre a abril al norte del ecuador, mientras que desde mayo a octubre al sur (figura 6). En el centro sur de África, las grandes quemas comienzan entre mayo y junio en las praderas altas del mosaico sabana-bosque, a lo largo del extremo meridional de la cuenca del Congo, y luego se extienden hacia el sur y al este de una parte a otra del subcontinente (véase los datos e imágenes en Arino y Melinotte 1997). Una comparación de la distribución de estos incendios activos con la distribución espacial de los valores del índice normalizado de la diferencia de la vegetación (NDVI), un índice del “verdor” de la vegetación derivado también del sensor del AVHRR, muestra que la quema sigue de cerca la pauta estacional de seca de la vegetación después del final de las lluvias anuales en la región.

Estos datos, junto con aquellos obtenidos por el Operational Linescan System (OLS) de los satélites del Programa militar de satélites de la Defensa de los EE.UU. (DSMP) (Cahoon et al., 1992), y el radiómetro avanzado de muy alta resolución (AVHRR) de los satélites de la Administración Nacional del Océano y la Atmósfera (NOAA) (Kendall et al., 1997), también muestran en general una gran reducción en el número de incendios registrados en África al sur del río Zambeze. Esto se debe a uno o a ambos de los siguientes motivos: al ambiente generalmente más seco y a la colonización y fragmentación más extensa de la cubierta natural de las tierras en Zimbabwe, Botswana y Sudáfrica.

En el cuadro 3 se muestra la extensión de las quemas y la cantidad de biomasa que se estima se quema en cada uno de los principales tipos de vegetación de África al sur del ecuador, sobre la base de la elaboración de modelos de producción de plantas y área quemada, con la utilización de la telepercepción. En cuanto a la superficie quemada y la cantidad de biomasa consumida por los incendios, la sabana estéril, sobre todo el miombo (sabana salpicada de árboles), es sin duda la formación de vegetación más importante.

Figura 6: distribución estacional de las áreas quemadas en África en el período comprendido entre noviembre 1990 y octubre 1991, obtenida a través del análisis de los datos de la cobertura de la superficie mundial (5 km) NOAA AVHRR establecidos utilizando una técnica multitemporal, multiumbral, para identificar las superficies afectadas por los incendios (P. Barbosa en IGBP-DIS 1997)

Cuadro 3: estimaciones del área total y la cantidad de biomasa quemada por los incendios forestales en África al sur del ecuador, basadas en la elaboración de modelos de producción de biomasa y los casos de incendios con resolución 0,5 x 0,5 utilizando una correlación entre la superficie total quemada, el índice cumulativo normalizado de diferencia de la vegetación y el número cumulativo de puntos de incendios activos detectados por el sensor NOAA AVHRR (Scholes et al. 1996a)

Tipo de vegetación

Área Total (103 km2)

Fracción de área quemada

Área total quemada (103 km2)

Biomasa consumida (Tg)

Bosque perenne

1 036

0,038

39,37

9,5

Bosque xerofítico

113

0,181

20,45

6,8

Mosaico bosque/sabana

716

0,270

193,32

21,4

Sabana estéril

4 177

0,250

1 044,25

88,4

Sabana fértil

2 140

0,089

190,46

29,6

Matorral árido/semidesierto de plantas carnosas

534

0,011

5,87

0,4

Praderas desérticas

131

0,001

0,13

0,0

Fynbos

74

0,050

3,70

2,2

Praderas estériles

371

0,317

117,61

10,6

Praderas fértiles

267

0,180

48,06

3,8

Pantano (p. ej. dambos, vleis)

42

0,528

22,18

4,3

Total Margen de error (+/- 49%)

10 135

0,166

1 685,40

177,0
(90-264)


Frecuencia

Generalmente se cree que las sabanas africanas queman cada 2-3 años (Andreae, 1991; Ward et al., 1996), sin embargo casi no existen datos que corroboren dicha suposición. Los pocos datos disponibles indican que los intervalos entre los incendios consecutivos son mayores que el mencionado (cuadro 4), aunque sin duda existen lugares y paisajes, en particular los que se hallan en las cercanías de las zonas pobladas, que arden con mayor frecuencia. Sólo en los casos del Serengeti National Park, que posee una extensa área de tierras de pastos, y del Ruwenzori National Park, que tiene dos estaciones húmedas y dos secas al año, dicha percepción general se acerca a la realidad. El Serengeti, Kruger National Park y Matetsi Safari Area estuvieron sujetos a grandes quemas controladas y también a incendios incontrolados debidos tanto al hombre como a los rayos al interno y al externo de las respectivas áreas.

Cuadro 4: frecuencias registradas de incendios por área, medidas como el intervalo medio entre los incendios y calculadas como recíproca de la proporción media de un área quemada anualmente, en varios ecosistemas africanos

Localidad (área)

Precipitación media Anual (mm)

Proporción media de área quemada anualmente

Intervalo medio entre incendios (años)

Referencia

Ruwenzori National Park, Uganda (1 978 km2)

1 010

0,36

2,8

Eltringham (1976)

Serengeti National Park, Tanzania (25 000 km2)

600-1 150

0,62

1,6

Stronach (1989)

Matetsi Safari Area, Zimbabwe (4 720 km2)

650

0,26

3,8

Frost (1993)

Hwange National Park, Zimbabwe (14 600 km2)

625

0,17

5,9

Frost (1993)

Kruger National Park, Sudáfrica (19 485 km2)

420-630

0,13

7,7

Trollope (1993)

Etosha National Park, Namibia (22 270 km2)

430

0,14

7,1

Siegfried (1981)


Causas de los incendios forestales

Sin duda la población es la principal causa de los incendios en África, pero son pocos los datos seguros a este propósito. Los datos disponibles proceden de zonas de conservación donde el acceso de la población generalmente está limitado y donde el personal administrativo a veces lleva a cabo quemas controladas (figura 7). Las quemas prescritas representan el 47% de la superficie quemada en el Kruger National Park, Sudáfrica, en el período que va desde mayo de 1985 a septiembre de 1992 (Trollope 1993). Los fuegos encendidos por los refugiados procedentes del cercano Mozambique representaron otro 23%, mientras que los incendios provocados por otras fuentes no especificadas afectaron el 20% del área. Los incendios causados por tormentas de rayos representaron el 10% de la superficie quemada.

Figura 7: causas de incendios en tres parques nacionales de África meridional. Los datos relativos a los parques nacionales de Hwange y Etosha se refieren al porcentaje de incendios originados por los rayos; los datos del Kruger National Park reflejan el porcentaje de área quemada por incendios de varios orígenes (datos de Siegfried 1981, Trollope 1993 y Frost 1993)

KRUGER NATIONAL PARK

HWANGE NATIONAL PARK

ETOSHA NATIONAL PARK

En el más árido Etosha National Park, Namibia, casi el 53% de los 56 incendios registrados entre 1970 y 1979 fue originado por los rayos. Las causas del otro 20% son desconocidas, pero se piensa que probablemente se debió a los rayos, mientras que sólo el 27% se desarrolló en modo artificial o comenzó fuera del parque (Siegfried 1981). En el Hwange National Park, Zimbabwe, entre 1968 y 1989, los rayos causaron el 37% de los 68 incendios con fuente de ignición conocida (comentario personal de Jones[19]). Las quemas controladas (ordenación) representaron el 31%. Otras causas fueron los incendios provocados por los cazadores furtivos (13%); los que se escaparon del control durante la quema de cortafuegos (7%); los ocasionados por los trenes que circulaban a lo largo de la frontera oriental del parque (6%); y aquellos desencadenados accidentalmente (6%).

Probablemente la frecuencia de los incendios originados por la población es mayor en las zonas pobladas, si bien a causa de la fragmentación de los paisajes, las reducidas cargas de combustibles y el control contra los incendios, éstos tienden a ser de pequeñas dimensiones. Los incendios desencadenados por el hombre suelen verificarse al principio de la época seca, antes que los incendios originados por los rayos y, probablemente, al adelantarse a muchos otros incendios de rayos potenciales impiden su ignición o propagación más tarde en la época seca. Sin embargo, las áreas que no fueron quemadas pronto, son propensas a incendiarse debido a los rayos de las numerosas tormentas que se originan a finales de la estación seca y principios de la húmeda. Este es un factor importante ya que hace difícil lograr una completa protección contra los incendios. Si la población no origina incendios, o intencionadamente o por causas accidentales, tarde o temprano lo harán los rayos.

Las causas de los incendios provocados por el hombre son muchas y variadas, ya que reflejan la amplia gama de condiciones socioeconómicas, culturales y ambientales de los países donde son frecuentes las quemas. Los usos más comunes son para el desbroce de la tierra o la eliminación de los desechos superfluos; la mejora del pasto para el ganado doméstico y, en algunas reservas naturales, para la vida silvestre; el manejo de la estructura y composición de la vegetación; la mejora de las condiciones para la caza; y la reducción de las cargas de combustibles potencialmente peligrosas. Los incendios forestales también se desencadenan accidentalmente, por ejemplo a causa de fuegos encendidos para cocinar o calentarse al borde de la carretera, durante la producción de carbón vegetal, la fumigación de las abejas durante la recolección de miel, la quema de cortafuegos. El fuego también es utilizado a veces con malevolencia.

Sin bien estas son las razones inmediatas para el aprovechamiento del fuego, hay una gama de factores más amplios que influencia la extensión de la quema. Los tipos de vegetación se diferencian en cuanto a su exposición y sensibilidad al fuego (van Wilgen y Scholes 1997). Algunos tipos de vegetación (p. ej., tierras de pastos, sabanas abiertas) son más homogéneos desde el punto de vista espacial y, por tanto, son más propensos a incendios grandes y frecuentes que otras formaciones de vegetación distinta. Otros factores son el frecuente uso tradicional del fuego; la dependencia de la población rural de la agricultura como medio de sustento, dada la falta de oportunidades económicas alternativas fuera del sector; la continua necesidad de convertir más bosques y tierras de pastos en tierras agrícolas de subsistencia para contener un número creciente de personas; el empobrecimiento continuado de los agricultores de subsistencia, que los obliga a adoptar tecnologías alternativas; la frecuente falta de seguridad de la tenencia; y la debilidad de las instituciones locales que rigen el acceso y el uso de los recursos naturales. Todo ello se ve agravado por las políticas que no estimulan y recompensan suficientemente el uso sostenible de las tierras; la falta tanto de políticas como de recursos para llevar a cabo estrategias coherentes de manejo del fuego en los distintos sistemas de aprovechamiento de la tierra; y la escasa integración entre los sectores del aprovechamiento de las tierras en el desarrollo y la ejecución de dichas políticas.

Efectos ambientales y otros de los incendios forestales

Efectos en la composición y estructura de la vegetación

Hace tiempo se reconoce la influencia del fuego en las dinámicas de la vegetación sabanera de África meridional (Trapnell 1959, Fanshawe 1971, Kennan 1972, Lawton 1978, Booysen y Tainton 1984, Chidumayo, 1988, Frost y Robertson 1987). El fuego puede tener un efecto limitado en algunas plantas, dañar las partes que se hallan sobre la tierra de otras, y matar algunas completamente. Los efectos dependen en parte del momento y la intensidad del incendio, y de los atributos intrínsecos y el estado fisiológico de las plantas en cuestión (Frost 1984). Generalmente, los incendios aislados tienen un efecto menor que una sucesión de incendios. En este caso, la frecuencia de incendios es una variable importante. Por lo general, los incendios de la época seca afectan a las plantas leñosas más que a las gramíneas (la mayor parte de las cuales se halla en estado latente o casi); entre las plantas leñosas, las que tienen menos de 2 m de altura son, por regla general, más sensibles que las más altas. Los incendios que ocurren a finales de la época seca son casi siempre más destructivos que los que tienen lugar a inicios de la misma.

Varios experimentos realizados en el continente han demostrado que si se elimina el fuego de un lugar (por lo general a un costo considerable relativamente a la dimensión del área protegida), la densidad de las plantas leñosas y la biomasa aumentan y la biomasa de pastos disminuye. Esto está bien demostrado por los datos procedentes de un experimento de incendios a largo plazo en la Matopos Research Station, Zimbabwe (Frost, datos inéditos). Un estudio realizado en 1992 sobre todas las plantas leñosas de parcelas a) protegidas contra los incendios desde 1947, b) quemadas a finales de la época seca (mediados de septiembre) a intervalos de uno, dos, tres y cinco años, y c) quemadas a principios de la época seca (mediados de junio) a intervalos de uno y dos años, evidenció diferencias notables en la densidad, la biomasa (clasificada por el área basimétrica de la planta) y el número de especies (figuras 8 y 10). Si bien hay poca diferencia entre los tratamientos en el número de las plantas leñosas con diámetro basimétrico <5 cm, el número de árboles con diámetros basimétricos >5 cm es mucho mayor en las parcelas bajo protección total (figura 8), como también la superficie basimétrica total (figura 9).

También el número de especies leñosas se reveló mucho mayor en las parcelas bajo protección total, pero se diferenció entre los otros tratamientos (figura 10). Las especies adicionales registradas en las parcelas protegidas contra los incendios desde 1947 incluyeron especies que se sabe son sensibles al fuego (p. ej., Pappea capensis, Olea europea ssp. africana, Rhus pyroides [así llamada por sus ramas espinosas, no por su afinidad con el fuego], y Pouzolzia mixta). Sin embargo, todas estas especies sensibles al fuego se encuentran también en las zonas circundantes, que se incendian de vez en cuando, y sobreviven ocupando lugares protegidos del fuego tales como afloramientos de termitaria y roca. Por contraste, en las zonas de la frontera entre el bosque y la sabana, como en partes de África central y occidental, se producen cambios en la composición de las especies a favor de la flora forestal cuando la zona se halla bajo protección desde hace muchos años (Trapnell 1959, Hopkins 1965, Menaut 1977).

Efectos en el ciclo de los nutrientes

El fuego es importante en el ciclo de los nutrientes de las sabanas africanas. Los cationes y gran parte del fósforo regresan al suelo donde el incremento resultante en el pH del suelo aumenta la disponibilidad de nutrientes y disminuye la solubilidad de los elementos como el hierro, el aluminio y el manganeso. Los elementos como el carbono, nitrógeno, azufre y algunos fósforos se pierden a través de la volatilización o como ceniza llevada por el viento. Los datos de las parcelas de incendios experimentales a largo plazo muestran niveles más bajos de nitrógeno en el suelo de las áreas quemadas anualmente a finales de la estación seca que en el de las parcelas quemadas a principios de la misma o protegidas, lo que sugiere que se pueden verificar pérdidas significativas de nitrógeno. Parte de estas pérdidas pueden ser reemplazadas por la fijación del nitrógeno. Las legumbres, fijadoras de nitrógeno, parecen responder positivamente a los mayores niveles de fósforo que se hallan en las parcelas quemadas regularmente, si bien aún quedan por calcular los presupuestos de nutrientes (Frost y Robertson, 1987).

Figura 8: número medio de plantas leñosas por parcelas de 0,084 ha (± 1 s.d.) en las parcelas de incendios experimentales de Sandveld, Matopos Research Station, Zimbabwe. El experimento tuvo inicio en 1947 y las mediciones se llevaron a cabo en 1992. EB = quema a principios de la estación seca (mediados de junio); LB = quema a finales de la estación seca (mediados de septiembre); CP = protección total desde 1947; 1, 2, 3 y 5 = número de años entre los incendios; DSH = diámetro (cm) a la altura del tocón (aproximadamente 20 cm)

Figura 9: comparación de la superficie basimétrica de las plantas leñosas (m2 ha-1, ± 1 s.d.) bajo distintos regímenes de incendios experimentales en las parcelas de Sandveld, Matopos Research Station, Zimbabwe. Las mediciones de llevaron a cabo en 1992. Véase leyenda de la figura 8 para mayores detalles

Figura 10: número medio de especies de plantas leñosas por parcelas de 0,084 ha (± 1 s.d.) en las parcelas de incendio experimentales de Sandveld, Matopos Research Station, Zimbabwe. Véase leyenda de la figura 8 para mayores detalles

Efectos en la química atmosférica

Generalmente la quema de la biomasa se considera una fuente importante de dióxido de carbono y de otros gases de traza atmosféricos radiactivamente activos y reactivos desde el punto de vista químico (Crutzen et al. 1979, Crutzen y Andreae, 1990; Hao et al., 1990; Andreae, 1991, 1997). Scholes et al. (1996b) han calculado, para África al sur del ecuador, que las emisiones anuales de gases de traza procedentes de los incendios forestales para el año 1989 ascienden a 324 Tg CO2, 14,9 Tg CO, 0,5 Tg CH4, 1,05 Tg NOX, y 1,08 Tg partículas <2.5 µm y 0,42 Tg de hollín.

Los cálculos de las emisiones de gases de traza de la quema de la biomasa son el producto de dos mediciones básicas: la cantidad de biomasa consumida por los incendios y el factor de emisión para una determinado gas, definido o bien como la masa de gas (CO2, CO, CH4, NOX, N2O, etc.) liberada en la atmósfera por unidad de masa de combustible consumido (generalmente expresada en las unidades g kg-1 masa seca de combustible), o bien como la masa de carbono o nitrógeno desprendido en un gas particular por unidad de masa de carbono o nitrógeno liberado del combustible. La exactitud de estos cálculos depende en gran parte de la calidad de los datos utilizados para obtenerlos. En los últimos años se han logrado avances considerables en la medición de los factores de emisión tanto bajo condiciones experimentales como de campo (véase van Wilgen et al. 1997 y los documentos de la edición especial del Journal of Geophysical Research, Volumen 101 No. D19, 1996), a tal punto que éstas ya son relativamente bien conocidas.

Por contraste, la cantidad de combustible consumido por los incendios forestales es prácticamente desconocida, con excepción de los incendios experimentales. Por tanto, ésta debe ser calculada a partir del conocimiento de la carga de combustible media presente en un determinado tipo de vegetación dentro de una zona ecológica particular, y el apropiado factor de combustión (la proporción de la carga potencial de combustible efectivamente quemada por el fuego). Hay una enorme variedad entre los años por lo que respecta a las variaciones en el volumen y la periodicidad de las precipitaciones, y entre las zonas en relación con el clima, suelos, cubierta de vegetación leñosa, nivel de grama y tipo ordenación. Además, el cálculo de la carga de combustible también depende de la técnica de muestreo y de las decisiones en relación a cuáles componentes de vegetación y hojarasca incluir en la muestra (por ejemplo, compárese los datos de las mismas zonas presentados en Stocks et al., 1996; Trollope et al., 1996; Shea et al., 1996). La cantidad de combustible consumido efectivamente por el fuego, en cambio, depende de las condiciones ambientales, carga de combustible, contenido de humedad del combustible y lecho de combustible que caracterizan el momento de la quema. Los factores de emisión también varían según la eficacia de la combustión, pues los relacionados con los productos de combustión incompleta (CO, CH4, macropartículas, etc.) están inversamente correlacionados con la eficacia de la combustión (Ward et al., 1996).

Toda esta variabilidad aporta mucha incertidumbre a las estimaciones de las emisiones. Los cálculos sobre la cantidad de biomasa quemada anualmente, en los que se basan las estimaciones de las emisiones, son rudimentarios y necesitan ser interpretados con cautela. En efecto, éstos se derivan de datos muy agregados, estadísticas discutibles y extrapolaciones de bases de datos limitadas. En vista de las negociaciones que se están llevando a cabo en ámbito de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, es urgentemente necesario refinar dichos cálculos a través de estudios más detallados sobre las clases y frecuencias de las quemas de biomasa en los trópicos, las cantidades de biomasa quemada y las emisiones resultantes.

Efectos en los recursos naturales y los medios de subsistencia de la población

La pérdida de la cubierta leñosa forestal y la reducción de la biomasa debe significar inevitablemente una reducción de los recursos naturales para la población, aunque faltan datos cuantitativos al respecto. Si bien los incendios incrementan la productividad y la calidad de algunos recursos, en particular los pastos para el pastoreo, disminuyen otros. Éstos incluyen las maderas y otros productos madereros, las gramíneas usadas para bardas y los hábitats de los animales que los hombres cazan. Los efectos son tanto directos, a través del daño de las plantas, como indirectos, por la supresión del rebrote y el cambio de las condiciones microambientales para el establecimiento y el crecimiento. La exclusión del fuego, o bien intencionadamente mediante el control de los incendios, o bien inadvertidamente a través de cargas de combustibles reducidas en zonas donde hay mucho pastoreo, también puede acarrear efectos negativos, sobre todo la invasión de malezas que reducen la capacidad de pastoreo de la tierra. No se han realizado evaluaciones detalladas acerca de las repercusiones económicas y de otro tipo de estos efectos en los medios de subsistencia de la población. Obviamente, dado el amplio y frecuente uso del fuego por parte de la población, parecería que los beneficios percibidos superan los costos, si bien esto aún se debe cuantificar y evaluar.

¿Los regímenes de incendios en la región están cambiando con el pasar del tiempo?

En cualquier sistema la frecuencia de los incendios tiene que ser analizada en el contexto del régimen de incendios de dicha área. El régimen de incendios es una característica compuesta, que abarca la frecuencia media de los incendios (o la duración del período sin incendios expresada en años), el tipo de incendio y la intensidad característica, y la extensión y la pauta típicas del incendio. Los regímenes de incendios difieren de un sistema a otro en función del clima, vegetación y actividades humanas predominantes, y son correspondientemente dinámicos con relación a cualquier cambio de estos factores.

No existen suficientes datos acerca de las tendencias relativas a los casos de incendios o a las áreas quemadas cada año en África meridional. Los datos del Hwange National Park y de la vecina Matetsi Safari Area en Zimbabwe no evidencian ninguna tendencia por lo que concierne al número de incendios anuales, y sólo presentan una ligera tendencia descendente respecto a la superficie anual quemada durante el período 1968-89. Sin embargo, estos datos proceden de áreas que se hallan bajo protección y probablemente no son representativos para la entera región.

Disposiciones legales que rigen la utilización del fuego

Muchas de las actuales leyes que regulan las actividades forestales y la conservación de los recursos naturales en los países de África meridional proceden de leyes promulgadas por los gobiernos coloniales. En su mayor parte, estas leyes se redactaron con relación a tierras bajo tenencia privada y tierras controladas por el Estado, aunque también fueron aplicadas a tierras pobladas bajo tenencia comunal, gobernadas fundamentalmente por la ley consuetudinaria. A fin de ilustrar el alcance y las disposiciones de las leyes actuales, a continuación se proporcionan ejemplos de leyes actualmente en vigor en Zambia y Zimbabwe. Las leyes de los demás países de África meridional son parecidas.

Zambia

La Ley de conservación de los recursos naturales (Natural Resources Conservation Act) (Capítulo 315, No. 53 de 1970) y la Ley forestal (Forests Act) (capítulo 311, No. 39 de 1973) incluyen disposiciones para el control de la quema. Además, la Ley de control de la contaminación y protección del medio ambiente (Environmental Protection and Pollution Control Act) (No. 12 de 1990), aunque no toma disposiciones específicas en cuanto al control de las quemas, establece un Consejo de Medio Ambiente que puede, entre otras cosas, fijar reglamentos para la conservación y la protección de los recursos naturales. En el artículo 2 de la ley se define la “conservación” como la preservación de los recursos naturales y su protección contra el uso irracional, los incendios y los desechos (énfasis añadido por el autor). Además, la ley de 1990 revoca ciertas partes de la Ley de conservación de los recursos naturales, pero las disposiciones establecidas por esta última relativas al control de los incendios de matorrales no se ven afectadas.

Ley de conservación de los recursos naturales

La Ley de conservación de los recursos naturales autoriza al Ministro responsable de las aguas, tierras y recursos naturales a dictar órdenes para la conservación de los recursos naturales y el nombramiento de comités provinciales y regionales para los recursos naturales. La ley también estipula planes de conservación y el establecimiento de autoridades encargadas de los incendios.

A la persona que ocupa un terreno, que no sea una tierra enajenada del Estado, bosque demarcado, zona de gestión de la caza, parque nacional o carretera pública bajo la autoridad del Director de Carreteras, se le exige que emprenda o adopte medidas para prevenir, controlar y combatir los incendios, con inclusión de la construcción de cortafuegos y la ejecución de quemas de control, en caso dichas medidas se consideren necesarias para la conservación de los recursos naturales de dichas zonas (artículo trece, subsección (3)(j)). Un cortafuego es definido como aquella franja de tierra despejada de material inflamable con una anchura de 150 pies (46 m), y no menor a 10 pies (3 m), que se debe establecer por ley. El incumplimiento o la negligencia en cumplir con dicha orden dentro de un período de tiempo razonable hace que el ocupante de la tierra sea culpable de un crimen. El tribunal puede imponer una multa, además de ordenar que el ocupante cumpla la orden del Ministro en un plazo determinado. Cualquier orden establecida en el artículo trece se debe hacer por medio de un instrumento reglamentario.

La parte V de la ley trata específicamente de las disposiciones que rigen el control de los incendios de matorrales. La disposición clave es el nombramiento de una Autoridad encargada de los incendios para una determinada área. Ésta generalmente está constituida por el comité regional para los recursos naturales, a menos que la orden establecida por el Ministro estipule diversamente, y es responsable de: cooperar con y asistir al Ministro para poner en vigor las disposiciones relativas al control de los incendios de matorrales; realizar investigaciones y exámenes sobre los incendios y sus causas; mantener el registro de los incendios en caso se lo soliciten; y asistir y coordinar cualquier acuerdo voluntario hecho entre los ocupantes de la tierra para la prevención y el combate de los incendios.

La autoridad encargada de los incendios dispone de los siguientes poderes: a) nombrar guardabosques, no remunerados, para el control de los incendios, u otras personas para ayudar a detectar, informar, investigar y extinguir los incendios; b) construir y mantener los cortafuegos en zonas donde hayan sido requeridos por el Ministro; y c) establecer la anchura de dichos cortafuegos. Con la utilización del dinero asignado por el Parlamento a este propósito, el Ministro puede conceder préstamos, subsidios o donaciones a fin de permitir a la Autoridad encargada de los incendios desempeñar sus funciones y ejercer sus poderes.

Con la aprobación del Ministro, y a instancia de los ocupantes de más de la mitad de la tierra dentro del un área particular, la Autoridad que se ocupa de los incendios puede preparar y adoptar un plan de control de incendios. Este plan debería incluir disposiciones para la construcción y el mantenimiento de cortafuegos y establecer el lugar y el momento de la quema controlada, cuando prescrita por el plan. Se debe publicar como instrumento reglamentario del Ministro un plan de control de los incendios en conformidad con la ley. Cualquier persona que no cumpla con lo establecido en dicho plan será considerada culpable de una infracción.

La Autoridad encargada de los incendios puede prohibir la quema en determinados períodos y bajo ciertas condiciones en las zonas que se encuentran bajo su jurisdicción, con tal que no sean tierras designadas para bosques, áreas de ordenación de la caza o parques nacionales. Tales prohibiciones se deben hacer a través de órdenes estatutarios. La Autoridad responsable de los incendios también puede realizar quemas controladas para prevenir la propagación de incendios en caso el ocupante de la tierra no lo haya hecho. Asimismo, bajo la dirección del Ministro, puede llevar a cabo quemas controladas en tierras del Estado no enajenadas, en el caso sean necesarias para respetar los planes de control de incendios o de conservación.

La parte V de la ley también exige que todos los ocupantes de tierras que tienen intención de quemar la vegetación en su terreno, o en tierras en las que tienen permiso o están autorizados a quemar, notifiquen por escrito su intención con tres días de anticipación. Este aviso debe ser entregado personalmente a todos los ocupantes de las tierras contiguas a la zona de la quema y debe indicar la fecha y la hora de la quema lo más precisamente posible.

Ley forestal

La Ley forestal (Forests Act) estipula el establecimiento y la ordenación de los bosques nacionales y locales y toma disposiciones para la conservación y protección de los bosques y los árboles. La ley también estipula la autorización y la venta de los productos forestales. Los bosques nacionales se reservan exclusivamente para la conservación y el desarrollo de bosques cuyo objetivo es garantizar las existencias de maderas y otros productos forestales; la protección contra inundaciones, erosión y desecación; y el mantenimiento del flujo de los ríos. Los bosques locales están designados exclusivamente para asegurar las existencias madereras y la protección de las tierras locales y de las provisiones de agua.

El artículo dieciséis, párrafo a) especifica que ninguna persona deberá derribar, cortar, fabricar, quemar, dañar, tomar, recoger o llevarse ningún producto forestal de un bosque nacional sin licencia (énfasis añadido por el autor). El párrafo c) del mismo artículo es más explícito: ninguna persona sin licencia deberá prender fuego a ningún árbol, maleza, pasto o producto forestal, o ayudar a prender un fuego, o permitir que cualquier fuego originado por el mismo o sus empleados o agentes se propague por un bosque nacional. Las disposiciones del artículo dieciséis también se aplican a los bosques locales, como si éstos fueran bosques nacionales (artículo veinticuatro). La ley también establece que ninguna persona deberá derribar, cortar, fabricar, quemar, dañar, tomar, recoger o llevarse ningún árbol protegido sin licencia, excepto en las tierras bajo feudo franco o arrendado (énfasis añadido por el autor).

Esta ley también estipula reglamentos que rigen la ordenación, conservación, aprovechamiento y desarrollo de los bosques nacionales y estatales (artículo sesenta y ocho). La subsección 2), párrafo n) de ese artículo autoriza al Ministro a establecer reglamentos, por medio de decretos, que regulen la prevención y la lucha contra los incendios en los bosques nacionales y locales, y en determinadas secciones de las tierras, reservas y zonas protegidas del Estado. Estos reglamentos están incluidos en los Reglamentos forestales (Forest Regulations) (SI 98 de 1976 y 31 de 1978).

La parte IV de los reglamentos trata de la protección contra los incendios. Con arreglo a esos reglamentos, se prevé que un concesionario se encargue de la prevención y extinción de todo incendio que estalle dentro o en las cercanías de la sección, y que lleve a cabo esas tareas, con inclusión del desbroce de los cortafuegos y la quema de las ramas y de los desechos, según lo pueda solicitar un oficial forestal. La quema se puede realizar sólo bajo la supervisión de dicho oficial, a menos que éste conceda un permiso escrito al concesionario disponiendo lo contrario. En caso no se cumplan dichas disposiciones, el Departamento de Montes puede llevar a cabo el trabajo, pero sus costos deberán ser reembolsados por el concesionario.

Los reglamentos también consideran infracción de la ley fumar dentro de aquellos bosques nacionales o locales en los que está notificada la prohibición de fumar. Asimismo, es una violación encender, acarrear o echar a tierra cualquier material o artículo encendido o combustible, incluidos fuego, cerillas, encendedores o torchas, dentro o al lado de cualquier vivero, bosque, plantación, fábrica o depósito, excepto en posesión de licencia. Los funcionarios del servicio forestal están autorizados a confiscar cualquiera de estos materiales o artículos encendidos o combustibles cuando lo consideren necesario para la salvaguarda de un bosque o de una propiedad forestal.

Zimbabwe

En Zimbabwe las disposiciones para el control de los incendios y la quema de la vegetación se establecen en la parte VIII de la Ley forestal (Forest Act) (capítulo 19:05). No se permite a nadie quemar vegetación en formación o en pie sobre cualquier territorio a menos que se haya dado notificación a los ocupantes de todas las tierras contiguas y a un policía de la comisaría más cercana, o a menos que haya un acuerdo escrito entre la persona que tiene intención de realizar la quema y todos los ocupantes de las zonas contiguas (artículo sesenta y siete). En este último caso, no obstante, se deben notificar la fecha y la hora de la quema propuesta a un policía de la comisaría más cercana antes de llevar a cabo la quema. En cuanto a la notificación de los propietarios de las tierras adyacentes, la persona que desea realizar la quema en primer lugar tiene que dar un aviso previo indicando lo más precisamente posible la fecha de la quema propuesta, que se deberá realizar no antes de dos semanas ni después de ocho semanas de la fecha de recibo del aviso previo. A éste debe seguir un aviso final donde se hace constar la hora de la quema propuesta, que debe realizarse no antes de que transcurran seis horas ni después de 24 horas de la entrega de ese anuncio. Existen, además, otras disposiciones relacionadas con el aviso final que prevén la posibilidad de: a) dar una notificación final nueva si, por cualquier razón, la quema no se lleva a cabo en el momento establecido; y b), en la eventualidad que no sea posible entregar el aviso final al ocupante de una de las tierras, se establece que éste se entregue a cualquier persona mayor de 16 años que se halla en dicha zona, o que se pegue un aviso escrito en un lugar visible de la zona.

La ley toma disposiciones para que cualquier propietario o ocupante de una tierra, que quiera impedir que los incendios superen los límites de su territorio, solicite la ayuda de los propietarios u ocupantes de las tierras contiguas a fin de establecer y mantener cortafuegos a lo largo de los linderos que tienen en común, contribuyendo o bien con la mitad de la mano de obra, o bien con la mitad de los costos necesarios para realizar dicho trabajo dentro de las tres semanas siguientes a la petición (artículo sesenta y ocho). En caso el vecino se rehuse a ayudar o no contribuya como solicitado, la persona que construye o mantiene el cortafuego puede realizar el trabajo y recuperar la mitad de los costos necesarios del vecino en cuestión. Al efecto del artículo sesenta y ocho, la tierra comunal se considera tierra privada y el Ministro de Medio Ambiente y Turismo (actualmente de Minas, Medio Ambiente y Turismo) es considerado el propietario y el ocupante de la tierra.

La ley define el cortafuego como “una franja de tierra, con o sin árboles, que ha sido despejada del material inflamable”. El artículo sesenta y ocho establece que éste debe medir no menos de nueve metros de ancho en cada lado del límite común u otro según concordado por las partes interesadas. Si el Ministro, en consulta con la Junta de Recursos Naturales, considera que para un cierto tipo de vegetación no es suficiente establecer un cortafuego de 18 metros en el confín, puede ordenar por escrito al propietario o al ocupante de dicha tierra que construya un cortafuego mayor de nueve metros de ancho en su lado del lindero. Asimismo, el Ministro puede exigir que el propietario o el ocupante establezca o mantenga en su terreno cortafuegos internos de una cierta anchura (artículo sesenta y nueve). Este artículo también da poder al Ministerio para autorizar al comité de conservación de una zona, declarada área de conservación intensiva por la Ley de recursos naturales (Natural Resources Act) (capítulo 20: 13), a preparar un plan para la prevención de los incendios en dicha zona. Los detalles del plan, prescritos por el reglamento, deben incluir disposiciones acerca de: cortafuegos; puntos de recolección de agua; torres de observación; guardabosques antiincendio; equipo e instrumentos para el combate de incendios; y equipos de comunicación.

El artículo setenta especifica que cualquier persona que se encuentra en propiedad ajena, lícitamente o no, o en una carretera o terreno desocupado, debe apagar cuidadosa y adecuadamente todo fuego que haya encendido o utilizado. Además, hasta que no lo apague, la persona no debe alejarse del fuego ya que la distancia puede impedirle controlar el fuego personalmente o por medio de sus empleados. El artículo setenta y uno permite la utilización de contrafuegos auxiliares para impedir la pérdida o el daño a la vida, persona o propiedad, a condición de que quien los realice se asegure que el contrafuego auxiliar no se extienda más de lo necesario para asegurarlo contra la pérdida o el perjuicio.

En caso que una persona bajo la dirección o comando de un superior, por un proprio acto u omisión, contraviene a una de las disposiciones contenidas en esta parte de la ley, tanto el superior como el subordinado, o bien ambos, pueden ser procesados y, si son condenados, ser castigados en conformidad con la ley (artículo setenta y dos). La persona que sufre una pérdida a causa de un incendio puede recibir una indemnización tras una acción civil, a condición de que no se trate de medidas razonables y necesarias ejecutadas en conformidad con los artículos setenta y uno o setenta y cinco (artículo setenta y tres). En la eventualidad que una persona sea juzgada culpable por un tribunal de una violación contra esta ley, a raíz de la cual resulta que un tercero sufre una pérdida, el tribunal puede, tras recibir una petición escrita por parte de la parte perjudicada, sumariamente o sin alegatos decidir la cantidad de los daños ocasionados (artículo setenta y cuatro). Al recibir prueba de dicha cifra, el tribunal deberá adjudicar los daños a favor de la parte perjudicada y contra la persona condenada; esta sentencia tiene la misma fuerza, efecto y envergadura de una acción civil entablada anteriormente frente al mismo tribunal. Dicha sentencia imposibilita cualquier ulterior pleito civil.

El artículo setenta y cinco especifica los procedimientos que se deben seguir para la extinción de los incendios. Si hay razón de creer que un fuego al aire libre puede ser peligroso para la vida o la propiedad, cualquier persona en buena fe, sola o con otras personas bajo su control, puede entrar en una propiedad con miras a extinguir el fuego o impedir su extensión (subsección 1)). Como alternativa, dicha persona puede informar al propietario u ocupante de la tierra acerca de su preocupación y éste está obligado a tomar medidas razonables para extinguir o impedir la propagación del fuego. Si no lo hace será culpable de una infracción (subsección 2)). Con excepción de aquellos casos en que el fuego se acerca a los límites de un bosque estatal, en cuyo caso el oficial forestal presente tiene el derecho de asumir el completo control (subsección 3)), cualquier persona actuando en conformidad con la subsección 1) o propietario u ocupante de la tierra donde hay un incendio puede asumir el control de las personas que se hallan bajo su comando y de terceros que voluntariamente pongan sus servicios a su disposición (subsección 4)).

El artículo setenta y cinco, subsección 4), también prevé que la persona que tiene el control tome todas las medidas que considera razonables y necesaria o adopte cualquier expediente para proteger la vida y la propiedad, o extinguir o impedir la propagación del incendio. Esto implica la posibilidad de eliminar mediante la corta, labranza o quema, etc., cualquier tipo de vegetación o cultivo que sea necesario para lograr el control. La persona encargada también puede pedir a las personas presentes o en las vecindades de dicho incendio que lo ayuden o actúen en cualquier manera que sea considerada razonablemente necesaria, o que adopten expedientes, para controlar o extinguir el incendio, o impedir que su propagación. Asimismo, se estipula que la persona encargada tiene la facultad de ordenar el desplazamiento de aquellos que pueden hallarse en peligro a causa del incendio, o cuya presencia pueda interferir con las operaciones relacionadas al incendio, así como ordenar la remoción de cualquier vehículo u otros próximos al fuego. Las personas que no cumplen con las disposiciones de la subsección 4) cometen una infracción.

El artículo setenta y cinco, subsección 6), absolve al Estado de cualquier responsabilidad acerca de cualquier pérdida o daño originado por el ejercicio legítimo de parte de un oficial forestal de los poderes que se le otorgan en este artículo. Asimismo, rechaza cualquier demanda de indemnización o recompensa de parte de quienes emprendieron acciones o proporcionaron servicios como solicitado u ordenado por la subsección 4). Sin embargo, el Estado puede indemnizar o recompensar las pérdidas o los daños experimentados, o bien los servicios ofrecidos, durante la protección de un bosque estatal contra un incendio, con una cifra a ser establecida por el Ministro y aprobada por la Tesorería. Este artículo también prevé la indemnización de las personas encargadas de aquellas operaciones ejecutadas lícitamente conforme a las disposiciones del presente artículo, o de quienes ayuden a realizarlas, ante cualquier acusación de violación o daños causados en buen fe, si bien prevé que la persona encargada dé un informe relatando las circunstancias y acciones adoptadas al policía al más cercano, juez de paz o magistrado provincial encargado.

Las penas por contravenir a las disposiciones de la ley se establecen en la parte X (Crímenes y Sanciones). La sanción por encender o ayudar a encender un fuego, volver a encender un fuego o añadir combustible a un fuego en un bosque estatal, sin autorización, es una multa de hasta $Z 4 000[20], o la prisión por un período de hasta diez años, o ambos. La pena para quien deja sin vigilancia al aire libre o en cualquier tierra un fuego que ha encendido o ayudado a encender, o bien ha utilizado o reencendido, o al cual ha añadido combustible, con o sin autorización, antes de que dicho fuego esté completamente apagado, o bien para quien enciende, ayuda a encender, reeciende o añade combustible a un fuego que luego se propaga o causa algún perjuicio, prevé una multa de hasta $Z 1 000, o la detención por hasta dos años, o a ambos (artículo setenta y ocho). Además, el artículo ochenta y uno establece que quien fuma en un bosque público o privado donde está notificada la prohibición de fumar, o quien negligentemente enciende o echa a tierra un fósforo prendido o un material ardiente comete una infracción. La persona culpable de dicha violación está sujeta a una multa de hasta $Z 200, o a un período de detención no superior a los seis meses, o a ambas sanciones.

Ley consuetudinaria

Hay poca información acerca de las disposiciones de la ley consuetudinaria que rigen el empleo del fuego y la quema de la vegetación. En la provincia occidental de Zambia, cuando la población local recurre a una práctica tradicional, tiene presente las disposiciones de las órdenes de la autoridad local sobre los incendios de malezas establecidas bajo la ex administración colonial. Estas disposiciones incluían:

a) el derecho de la autoridad local de reservar áreas donde la quema ha sido prohibida, con inclusión de tierras de pastoreo y zonas donde han sido recogidas gramíneas que se utilizan para fabricar bardas;

b) la responsabilidad de la autoridad local, en consulta con el comisario de distrito y el oficial agrícola, de organizar la quema de matorrales en el período de mayo-julio, para cuya ocasión todos los habitantes de la zona están obligados a prestar ayuda;

c) la responsabilidad de todos los habitantes de construir, antes de finales de abril de todos los años, cortafuegos adecuados con objeto de proteger contra los incendios su propiedad, incluidos edificios y jardines;

d) la responsabilidad y obligación de cualquier persona, que esté enterada de un incendio que puede poner en peligro la propiedad, de brindar ayuda para su extinción;

e) la responsabilidad y obligación de quien vea un incendio de informar al jefe más cercano quien, a su vez, con la asistencia de todas las personas disponibles, tiene la obligación de extinguir el incendio, a menos que éste se encuentre en un jardín y se halle bajo control.

Otras disposiciones preveían la prohibición de originar un incendio de matorral sin previo aviso de los propietarios y usuarios de las tierras vecinas, y la obligación de apagar los fuegos utilizados para cocinar. En la provincia occidental de Zambia, el poder de la autoridad local estaba conferido al Litunga o al rey quien a su vez delegaba la autoridad de realizar la quema anticipada a los kapasus, policías de la autoridad local. Cuando los tribunales locales juzgaban culpable a una persona de violación de las órdenes de la autoridad local sobre el fuego, imponían una multa y la cifra obtenida era depositada en la cuenta de la autoridad local. Además, el Litunga podía prohibir la quema en ciertas áreas (sitaka) de la llanura Bulozi sujeta a inundaciones (alto Zambeze) puesto que constituían refugios para la vida silvestre (Frost 1992a).

En Zimbabwe oriental, por lo menos una comunidad nombra observadores de incendios entre los residentes, con el deber de: vigilar para prevenir los incendios, movilizar los bomberos cuando necesario, e investigar las causas y circunstancias del incendio. La comunidad impone una serie de multas y sanciones variables a las personas que se juzguen culpables de haber encendido un fuego sin permiso, o que no logren controlar la propagación de un fuego que ellos mismos encendieron. La multa depende de ciertas variables como el cuidado que se puso al encender el fuego, los esfuerzos desplegados para controlar su expansión y los daños ocasionados (Mandondo, comunicación personal)[21]. Evidentemente, la ley consuetudinaria y el control del uso del fuego son aspectos que deben ser ulteriormente analizados.

CONCLUSIONES

El fuego como fenómeno ecológico y sociocultural

Cualquier análisis de políticas sobre incendios requiere una comprensión de las circunstancias ecológicas, sociales y culturales que caracterizan su aparición y uso. La población recurre frecuentemente al fuego bajo muchos contextos distintos a fin de ordenar las tierras y sus recursos. Estas prácticas están arraigadas profundamente en la cultura y en las tradiciones de las distintas sociedades; e interactúan con, y están influenciadas por, las características biofísicas del medio ambiente para determinar el régimen de incendios, las dinámicas de las cargas de combustibles, las variaciones en la probabilidad de ignición y los impactos del fuego en el funcionamiento ecológico tanto de los paisajes naturales como de los paisajes antropogénicos.

Los incendios tienen efectos positivos y negativos que se extienden mucho más allá de sus puntos de origen. Generalmente, la actitud del gobierno con respecto a los incendios está determinada por las percepciones de los efectos negativos. Éstas incluyen preocupaciones acerca de la destrucción de la vegetación, pérdida de hábitats para las plantas y animales, amenazas para la biodiversidad, reducción de la calidad del aire debido al humo, la neblina y los contaminadores atmosféricos, y contribución al cambio climático mundial de las emisiones de gases de traza originadas por los incendios. Sólo algunas de estas impresiones son correctas, pero en ellas se basa la mayor parte de las iniciativas en materia de políticas relacionadas con los incendios.

Por lo general, los efectos positivos del fuego son menos apreciados. El fuego afecta a la materia orgánica y a la dinámica de los nutrientes, mantiene el hábitat para las especies que se han evolucionado y adaptado al fuego, y actúa como una perturbación natural que a intervalos altera la composición de las comunidades de plantas y la estructura de la edad y el tamaño de las poblaciones integrantes. En este sentido, los incendios son un fenómeno natural importante en la dinámica de la mayor parte de los ecosistemas de África meridional, incluso cuando ocurren raramente. También es un instrumento esencial para la ordenación de dichos sistemas y a menudo resulta necesario para mantener la diversidad y productividad de los mismos.

Opciones para el control de la quema forestal

El problema que hay que analizar no es el del fuego como fenómeno anormal, ni tampoco el de su extenso uso injustificado; actualmente la población emplea el fuego porque prevé y obtiene beneficios de su utilización. El problema de África meridional es la falta de un control eficaz de los incendios. Por lo tanto, la meta general de una política en materia de incendios debe ser la reducción de los efectos negativos de la quema incontrolada. En este sentido, aparentemente hay tres opciones normativas disponibles (Frost 1992b). Primero, no hacer nada, debido a que el problema ha sido exagerado o que el manejo del uso del fuego es demasiado complejo. Esta opción de laissez faire no se aplica a las preocupaciones identificadas anteriormente, así como no toma en cuenta los importantes conocimientos técnicos disponibles relacionados con los incendios, que podrían utilizarse para mejorar las prácticas actuales (Chidumayo 1997). Evidentemente no se trata de una opción acertada.

La segunda opción, a menudo promovida en los debates relativos a los incendios, es disuadir activamente o incluso intentar prohibir el uso del fuego, ya que sus efectos negativos son mucho mayores que los posibles beneficios. Sin embargo, esta opción no es practicable puesto que los tentativos de excluir el fuego completamente de los ambientes sabaneros africanos nunca han tenido éxito, a no ser en pequeñas parcelas que se hallaban bajo una intensa protección, y probablemente nunca lo tendrán. Debido a la abundancia de los rayos y a la facilidad y frecuencia con que la población emplea el fuego, a menudo con propósitos bastante legítimos, casi inevitablemente un incendio accidental o provocado por rayos ocurrirá antes de que el crecimiento de la cubierta leñosa elimine naturalmente los combustibles en el sotobosque. Sin incendios que reduzcan los combustibles u otros medios que disminuyan sus cargas, como el pastoreo intensivo, la acumulación de combustibles con el pasar del tiempo aumenta el riesgo de un incendio tardío más intenso y destructivo. Además, la exclusión del fuego de las sabanas africanas alteraría gravemente el funcionamiento ecológico de estos sistemas adaptados al fuego. Por consiguiente, esta opción no es aplicable al problema. Cualquier intento de limitar el uso general del fuego fracasaría ya que sencillamente la población lo seguiría utilizando en secreto, con la esperanza de no ser descubierta y la posibilidad de no serlo.

La tercera opción, la promoción de una política de quema planificada y controlada, se considera aquí la única viable. Ésta se basa en la realidad, es decir, que el empleo del fuego implica tanto ventajas como desventajas, y lo necesario es influenciar y estimular a la población a utilizar el fuego en una manera más responsable, controlada y beneficiosa, de modo que obtenga beneficios mientras reduce los costos ambientales, económicos y sociales.

Dada la amplia gama de objetivos y las diferencias de prioridades entre los que manejan las tierras y sus recursos, adoptar un único enfoque para la ejecución de esta opción no es apropiado ni tampoco práctico. El desafío es establecer un marco normativo que sea lo suficientemente flexible para acomodar las distintas condiciones ecológicas, tradiciones, valores culturales, prácticas y circunstancias sociales de las comunidades interesadas, promoviendo a la vez acciones que resulten en una pauta de empleo más limitada y en una menor cantidad de incendios incontrolados. Es indispensable dar más énfasis a los incentivos para un mejor manejo y control del fuego que a las sanciones. Actualmente hay mucha presión acerca de las medidas punitivas (y muy poca capacidad de aplicarlas), lo que indispone a la población frente a la toma de responsabilidades.

No se puede formular ni aplicar en forma adecuada una política sobre el uso del fuego de manera aislada de las otras políticas que influencian el modo en que la tierra y sus recursos son utilizados. Para ser eficaces, dichas políticas deberán ser elaboradas conjuntamente e integradas con las políticas más amplias concernientes al aprovechamiento de las tierras en los sectores agrícola y forestal; de lo contrario las ganancias logradas en un sector pueden verse anuladas por desarrollos opuestos en los otros.

El fuego como instrumento en la ordenación de las tierras y los recursos

El empleo del fuego como instrumento en la ordenación de las tierras y sus recursos es esencial para la cultura y las tradiciones de muchas sociedades de África meridional. La población utiliza el fuego como parte de sus normales prácticas agrícolas tanto para incrementar la producción como para abrir nuevas tierras para los asentamientos y cultivos en respuesta al continuo crecimiento demográfico de esas zonas. Generalmente el fuego es más económico y fácil de usar que los otros métodos disponibles para la eliminación de la biomasa superflua. Ante las actuales circunstancias, los intentos de prohibir su utilización, en ausencia de otras alternativas más rentables, no funcionarán.

En su mayor parte la actual legislación de África meridional, como evidenciado por los estatutos de Zambia y Zimbabwe, reconoce implícitamente que el fuego es un instrumento de ordenación legítimo y rentable. Sin embargo, en estos países actualmente no hay un mejor control del fuego que en muchas otras partes del mundo. Ello demuestra la ineficacia de las leyes que no son, o no pueden, ser aplicadas pese a sus buenas intenciones. La quema incontrolada todavía está muy extendida porque las disposiciones legales son en su mayor parte inadecuadas para las tierras que se hallan bajo la tenencia comunal o consuetudinaria, donde se verifican muchos incendios. La mayor parte de los gobiernos tiene la responsabilidad general de la ordenación de las tierras y recursos naturales de estas zonas, pero con frecuencia no dispone de las capacidades para emprender la ordenación y las aplicaciones necesarias.

Esto aboga en favor de un cambio en el énfasis del control gubernamental de los recursos naturales hacia una política de ordenación basada en la comunidad. En consideración del hecho que la mayoría de los incendios son originados por el hombre, y que quienes se encuentran más cerca de un incendio pueden detectarlo y responder más rápidamente para limitar su propagación y sus daños que una agencia centralizada, la responsabilidad del manejo del fuego debería ser descentralizada al nivel de responsabilidad más inferior. Sin embargo, si bien por lo general se reconocen los beneficios potenciales de la ordenación de los recursos naturales basada en la comunidad, existen pocos ejemplos al respecto y aún menos éxitos. Actualmente las comunidades se ven limitadas por la carencia de recursos financieros y de otros tipos para la ordenación, y por la falta de claridad con respecto a los límites de las responsabilidades individuales y comunales. Aquellas comunidades que por tanto tiempo se vieron despojadas de sus derechos, necesitarán tiempo para reasumir la responsabilidad y construir o volver a crear las instituciones necesarias para la toma de decisiones y medidas eficaces. También requerirá tiempo obtener los recursos y las capacidades necesarias para apoyar tales iniciativas. Estos costos y condiciones no deberían ser subestimados.

Por tanto, para ser eficaces y sostenibles, los programas de ordenación comunitaria de los recursos naturales requieren más que la sola devolución de la responsabilidad de manejo a las instituciones locales de parte del gobierno central. También precisan un cambio en la manera en que los gobiernos interactúan con dichas instituciones. Al principio las comunidades pueden necesitar asistencia para la toma de decisiones. Generalmente son indispensables información técnica y asesoramiento apropiado sobre los peligros y las oportunidades relacionadas con el uso del fuego en los distintos paisajes, como emplear más eficazmente el fuego para lograr determinados objetivos de ordenación, y como contener y controlar mejor los incendios según las distintas circunstancias. También es importante asegurarse que las comunidades tengan, o puedan fácilmente acceder a, los recursos necesarios para llevar a cabo cualquier una de las actividades requeridas.

Asimismo, es fundamental realizar una amplia consulta con objeto de asegurarse que las futuras políticas sean compatibles con los objetivos de aprovechamiento de la tierra de la población, y con su comprensión y capacidad de cumplir las obligaciones. Cuando las percepciones y las prácticas de la población están en conflicto con las propuestas que aspiran a cambiar las cosas, tiene que haber una posibilidad de resolución a través de la educación, capacitación y adopción y empleo de tecnologías alternativas. En este sentido, hay que esforzarse más a fin de promover la comprensión pública acerca de las razones de un uso controlado del fuego. Es imprescindible hacer mayores inversiones en programas de educación, extensión y concienciación de la población relacionados con el control del fuego y el aprovechamiento de la tierra.

Cuestiones técnicas

La reducción de la frecuencia y extensión de la quema incontrolada y de sus efectos negativos comporta elementos técnicos, sociales y políticos, con importantes implicaciones económicas y de otros tipos. Las cuestiones técnicas fundamentales incluyen la exigencia de desarrollar y adoptar mejores técnicas de ordenación de las tierras, de reducir la necesidad de quema y de disminuir al mínimo el riesgo de incendios incontrolados. Son esenciales sistemas mejorados de alerta anticipada para evaluar la peligrosidad del combustible y calcular el riesgo, pero esto a su vez requiere mejores capacidades e infraestructuras en el ámbito regional a fin de usar los datos telepercibidos de los satélites para la valoración del peligro y los pronósticos meteorológicos a largo plazo. En vista de las experiencias en otras regiones del mundo con la bruma con humo y los efectos negativos en la salud relacionados, debería perfeccionarse la capacidad de elaborar modelos de dispersión y transporte de las emisiones y de los cambios resultantes en la calidad del aire.

El aspecto social principal se centra en la necesidad de crear instituciones adecuadas y eficaces para el control comunitario del uso del fuego, y en cómo lograr un cambio en la actitud y en las acciones públicas de la mejor manera posible. Esto implica mejorar los conocimientos y la comprensión de la población acerca de los problemas ecológicos, ambientales, sociales, culturales, de aprovechamiento de la tierra y de salud pública que derivan del uso del fuego.

El desarrollo de instituciones basadas en la comunidad para el manejo del uso del fuego y el control de los incendios requiere la delegación a las comunidades locales de las responsabilidades relativas a la utilización del fuego, asistencia en la toma de decisiones y medidas basadas en la comunidad, y suministro de los recursos y el personal necesario para respaldar dichos programas. Estas iniciativas se verán favorecidas si se dispone de políticas nacionales armonizadas en materia de asentamiento, aprovechamiento de la tierra, agricultura y silvicultura acompañadas, cuando necesario, por la revisión de las políticas y las leyes existentes. También es preciso establecer acuerdos adecuados sobre la tenencia de la tierra para proporcionar a las comunidades los incentivos necesarios a fin de que inviertan su tiempo, esfuerzos y recursos en la ordenación de los recursos naturales y la prevención y control de los incendios.

Actualmente, muchos países africanos se ven obligados a emplear sus capacidades para desarrollar y aplicar políticas eficaces relativas al uso del fuego. Con frecuencia los problemas del desarrollo social y económico, educación, producción agrícola y seguridad alimentaria son considerados más urgentes. La capacidad y los recursos necesarios para la aplicación de las políticas son limitados y están en decadencia, y la situación empeora aún más cuando los gobiernos se ven presionados a reestructurar sus economías y a reducir los gastos. Cualquier iniciativa que se proponga disminuir la frecuencia y la extensión de la quema incontrolada necesitará asegurarse la existencia de la capacidad necesaria para poner en práctica las políticas, dado que éstas serán ineficaces en caso los gobiernos carezcan de la voluntad y los medios para aplicarlas y sostenerlas.

Requisitos de información

Debido a los rápidos cambios sociales, económicos, políticos y ambientales que se están produciendo en África meridional, las políticas en general, y en particular las relacionadas con los incendios, necesitan una revisión frecuente y, cuando necesario, un ajuste que tenga en cuenta su evolución para adaptarlas a un panorama cambiante. Esto requiere datos sobre la eficacia de las políticas y programas actuales, así como el seguimiento de los cambios en las condiciones ambientales y las circunstancias socioeconómicas que influencian la aparición de los incendios. Con objeto de sostener el desarrollo de una política y estrategia integrales para abordar los problemas, es preciso una información precisa y actualizada acerca del número, clases, lugares y dimensiones de las superficies quemadas, y de las causas y efectos de los mismos. También son necesarios datos semejantes para el seguimiento y la evaluación del desempeño de los distintos programas de manejo del fuego que se proponen reducir la frecuencia de la quema incontrolada.

Es difícil obtener esta información debido a la naturaleza extensa del fuego, con miles de incendios de distintas dimensiones, orígenes e impactos que se verifican anualmente por toda la región, y que se caracterizan por su variabilidad según los años. Sólo las técnicas de telepercepción de los satélites poseen el potencial para vigilar los incendios a escalas tan grandes, si bien la tecnología y los algoritmos todavía se hallan en fase de elaboración (Justice et al. 1996, Kendall et al. 1997). Es preciso ayuda para lograr desarrollar y expandir aún más estas iniciativas, incluido para poner a disposición más rápida y fácilmente esa información para los numerosos y distintos grupos de usuarios, lo que representa un importante cometido.

Si se debe delegar la responsabilidad de controlar los incendios a las comunidades locales, serán necesarias mayores informaciones acerca del alcance de los conocimientos técnicos indígenas sobre el uso del fuego y su importancia respecto a las circunstancias actuales. Dada la amplia historia de los fuegos de origen humana y las muchas tradiciones y creencias culturales que rodean su utilización, sería sorprendente que no hubiera vastos conocimientos relativos al fuego y a su manejo en los distintos ambientes. Raramente estos conocimientos han sido documentados en forma sistemática. Es necesario hacerlo urgentemente.

Por último, casi nunca han sido evaluados los costos y beneficios del uso del fuego, o del fomento de su exclusión. Es indispensable cuantificar los valores monetarios y los valores no comerciales de los recursos dañados por los incendios, así como los efectos directos e indirectos de la quema. Ello permitiría a los encargados de la toma de decisiones y a la sociedad en general evaluar los costos y beneficios de las diferentes políticas y prácticas. En pocas palabras, necesitamos aplicar un enfoque integrado y multidisciplinar al problema a fin de desarrollar la comprensión necesaria para formular políticas eficaces y estables sobre el uso y el control del fuego.

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[17] Instituto de Estudios sobre el Medio Ambiente, Universidad de Zimbabwe, P.O. Box MP 167, Mount Pleasant, Harare, Zimbabwe.
[18] 1 teragramo (Tg) = 1012 g = 106 t, 1 gigagramo (Gg) = 109 g = 103 t.
[19] M.A.Jones, ex ecólogo, Departamento de ordenación de parques naturales y vida silvestre, Zimbabwe.
[20] Un dólar zimbabwense ($Z) valía USD 0,03 a finales de 1998. La renta anual media per cápita de los zimbabwenses es de cerca USD 200.
[21] Sr. Alois Mandondo, Instituto de Estudios sobre el Medio Ambiente, Universidad de Zimbabwe, Zimbabwe.

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