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Montañas sagradas

E. Bernbaum

Edwin Bernbaum es el
director del Programa de
las Montañas Sagradas,
Instituto de las Montañas,
e investigador asociado de
la Universidad de California,
Berkeley, Estados Unidos.

En el budismo tibetano, el monte Kailas es considerado como la pagoda de Demchog, la Felicidad Suprema

- E. BERNBAUM

Las montañas son veneradas en todo el mundo como lugares misteriosos que tienen el poder de evocar un intenso sentimiento de lo sagrado. Para las poblaciones de muy distintas culturas, ese misterio y ese sentimiento de lo sagrado dan sentido y vitalidad a su existencia.

Las montañas pueden ser consideradas sagradas desde varios puntos de vista. En primer lugar, determinadas culturas o tradiciones religiosas consideran sagradas a ciertas colinas y cumbres, que quedan envueltas en mitos, creencias y prácticas religiosas. En segundo lugar, una montaña o una cordillera, sean o no veneradas, pueden estar relacionadas con las actividades de personas o seres sagrados o albergar lugares sagrados, tales como templos y bosques. En tercer lugar, las montañas que no se consideran sagradas en un sentido tradicional pueden despertar un sentimiento de admiración y de respeto reverencial que las convierte en lugares imbuidos de valor cultural e inspirador a los ojos de determinadas personas o grupos.

Muchas culturas veneran las montañas por ser lugares elevados que encarnan nobles aspiraciones e ideales. Como cumbre más alta de la tierra, el Everest ha adquirido la condición de montaña sagrada incluso en el mundo moderno. Su cima simboliza para muchas personas la meta más alta que puede alcanzarse, tanto si el objetivo a conseguir es material o espiritual.

Un motivo muy extendido es el de la montaña como centro, ya sea del cosmos, del mundo o de una región. Una serie de montañas de Asia, como el monte Kailas en el Tibet, Región Autónoma (China) y Gunung Agung en Bali (Indonesia) constituyen el modelo del mítico monte Meru o Sumeru, que representa un eje cósmico en torno al cual está organizado el universo en la cosmología hindú y budista.

Muchas montañas sagradas son veneradas como centros de poder. En la Biblia, Dios desciende al monte Sinaí envuelto en fuego y humo y la divina presencia alcanza tal intensidad que sólo Moisés puede ascender a la montaña y vivir en ella. Para los antiguos griegos, el monte Olimpo era la fortaleza de Zeus, el rey de los dioses que destruía a sus enemigos con el fulgor del rayo.

El poder de muchas montañas sagradas tiene su origen en la presencia de deidades en la montaña o encarnadas en ella. Los kikuyu de Kenya veneran la cumbre del monte Kenya como lugar de descanso en este mundo de Ngai, o Dios. Los hawaianos nativos consideran al Kilauea como el cuerpo de la diosa del volcán Pele y objeto de perforación geotérmica en la montaña como violación de su persona física. Para los hindúes, el monte Kailas es la morada del dios Shiva. Su esposa es Parvati, que significa «hija de la montaña».

Muchas tradiciones veneran cumbres sagradas como templos o lugares de culto. Para los budistas tibetanos, por ejemplo, el monte Kailas es la pagoda de Demchog, la felicidad suprema. En la tradición judeo-cristiana, los peregrinos acuden a las montañas sagradas del Sinaí y a Moriah, el monte del Templo en Jerusalén, a adorar los lugares en donde Moisés y Abraham respondieron a la llamada divina.

Son muchos, tradicionales y modernos, los que ven a las montañas como un jardín y un paraíso, como un cielo en la tierra. Los monjes cristianos ortodoxos llaman a la península sagrada del monte Athos, en Grecia, el «Jardín de la Madre de Dios». Muchos excursionistas y alpinistas acuden a las montañas como a paraísos terrenales donde encontrar solaz del entorno gris y pesado del mundo moderno.

Un tema central vincula a las montañas con el otro mundo como ancestros, a menudo en conexión con mitos sobre los orígenes, y como moradas de los muertos. En el monte Koya (Koyasan) se encuentra uno de los cementerios más impresionantes del Japón, situado en un bosque de cedros gigantes en torno al mausoleo de Kobo Daishi, el fundador del shingon o budismo esotérico. Los maoríes se consideran descendientes de antepasados que acudieron a Nueva Zelandia en canoas legendarias y desembarcaron para congelarse en las montañas que se contemplan allí en la actualidad.

Jebel Musa, uno de los lugares en los que se dice que estuvo enclavado el bíblico monte Sinaí, es un lugar sagrado para los peregrinos cristianos que siguen los pasos de Moisés y Elías

- E. BERNBAUM

Como los cuerpos de los antepasados congelados, las cumbres de las montañas de Nueva Zelandia ilustran el motivo, muy extendido, de las montañas como símbolos de identidad cultural e incluso personal. En las reuniones intratribales, los maoríes se identifican primero mediante la montaña de su tribu, luego por su lago o su río y por último por el nombre de su jefe. Los puruha ecuatorianos consideran que descienden de la unión del monte Chimborazo con su consorte, el volcán Tungurahua de las proximidades.

En todas partes, se mira a las montañas como fuente de bienes diversos como el agua, la vida, la fecundidad y la curación. Centenares de millones de personas veneran al Himalaya, la morada de la Nieve, como fuente de ríos sagrados, como el Ganges, de cuyas aguas vivificadoras dependen para su misma existencia. Montañas como las Cumbres de San Francisco, en Arizona (Estados Unidos), proporcionan hierbas medicinales y bienes como el agua, la salud y el bienestar a las poblaciones de navajos y hopi.

En China, las montañas eran consideradas hasta tal punto como lugares ideales para la meditación y la transformación espiritual que la antigua expresión china que indica la práctica de la religión significa literalmente «penetrar en las montañas». En la actualidad, muchas personas de distintas partes del mundo acuden a las montañas como lugares de inspiración artística y renovación espiritual por las mismas razones que indicaba Guo Xi, uno de los principales paisajistas del siglo XI: «el estruendo del mundo polvoriento y los confines de los asentamientos humanos son lo que generalmente aborrece la naturaleza humana; por el contrario, la forma y los espíritus encantados de las montañas es lo que anhela la naturaleza humana».

Las montañas sagradas tienen un valor especial que las hace merecedoras de ser protegidas a cualquier precio. Las creencias y actitudes que sostienen quienes las veneran pueden ser fuerzas poderosas que contribuyen a preservar la integridad del medio natural. Muchas poblaciones indígenas de la zona del Cuzco no matan a animales silvestres como las vicuñas porque creen que pertenecen al Apus, las deidades de las montañas de los Andes peruanos. El pueblo dai del suroeste de China ve sus montañas sagradas como jardines de los dioses y las preservan como santuarios de biodiversidad en los que no puede practicarse ni la caza ni la agricultura.

Peregrinos chinos acuden a las cumbres sagradas como Hua Shan en busca de inspiración artística y renovación espiritual

- E. BERNBAUM

Las ideas y creencias asociadas con los lugares sagrados de las montañas pueden ser utilizadas también para promover la conservación, restablecer el entorno dañado y reforzar las culturas indígenas. Científicos indios han trabajado con sacerdotes hindúes en el gran centro de peregrinación de Badrinath, en la zona india del Himalaya, para inducir a los peregrinos a plantar plántulas por motivos relacionados con sus tradiciones religiosas y culturales. Celebran ceremonias de plantación que permiten a la población enriquecer su experiencia en la peregrinación restaurando un antiguo bosque sagrado.

Las montañas sagradas resaltan los valores e ideales que influyeron profundamente en la forma en que las personas se ven y se tratan entre sí y al mundo que les rodea. Para que sean sostenibles a largo plazo, las políticas y programas ambientales deben tener en cuenta esos valores ideales, pues de otro modo no conseguirán el apoyo local y popular que permitirá que den el fruto adecuado.


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