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1.1 Los comienzos


La importancia de adecuadas políticas agrícolas ha sido reconocida desde tiempos remotos en todas las culturas. En el siglo VI a.C. en China, Lao Tze escribió:

Para gobernar el pueblo y servir al Cielo, no hay nada más importante que la agricultura. Y amonestó a los gobernantes que descuidaban el sector agrícola:

Los palacios imperiales son espléndidos, mientras la tierra agrícola permanece ociosa y los graneros están vacíos. Los gobernantes se visten elegantemente, portan espadas bien afiladas y comen manjares. Sus propiedades son más que suficientes y hacen ostentación como ladrones. ¡Qué lejos del Tao![1]

Las escrituras sagradas de otras tradiciones también recuerdan nuestros íntimos e ineludibles vínculos con la tierra. En la tradición judeocristiana, el Señor dijo: “polvo eras y al polvo retornarás”. En Shakespeare, la muerte se viste de polvo: “Y todos nuestros antepasados han iluminado a los tontos el camino hacia la muerte polvorienta”.

En el antiguo testamento, las perspectivas de la vida misma están también ligadas a la tierra. En el Génesis (13:16) se dice: “si hay hombre que pueda contar el polvo sobre la tierra, él podrá entonces contar tus descendientes”. Expresándolo de una manera ligeramente diferente, ha sido el agregado del agua al polvo - produciendo lodo - lo que ha sustentado el incremento de la vida humana en el planeta.

La capacidad de la humanidad para hacer crecer el lodo ha hecho posible la creación de lo que ahora conocemos como la sociedad y la economía:

El lodo, el omnipresente lodo de las planicies aluviales del sur de la Mesopotamia, fue el material a partir del cual se creó la primera civilización. El lodo, moldeado en bloques rectangulares uniformes, fue utilizado para la construcción de casas, templos y murallas de ciudades. El lodo, arrollado plano en tablas, fue el medio en el cual los ciudadanos registraron sus transacciones comerciales, sus leyes y sus ritos religiosos. El lodo, formado y horneado, produjo utensilios de cocina y de almacenamiento. El lodo, moldeado en estatuillas humanas y de animales, representó las visiones cosmológicas de los primeros escultores. Pero, sobre todo, el lodo proporcionó la capa fértil del suelo que nutrió los cultivos de los cuales dependían las ciudades.

Si las siembras de trigo y cebada se perdían, lo mismo sucedía con la ciudad. Y no solamente por la escasez de alimentos. El excedente agrícola liberaba a los productores del campo, permitiéndoles ser artesanos o comerciantes; el desarrollo de proyectos esenciales de riego proveyó una jerarquía de autoridades y administradores; la exportación del grano financiaba la importación de artículos suntuarios; y el subsiguiente incremento de riqueza atrajo inmigrantes y mercaderes de las zonas rurales aledañas. Puestos de trabajo, gobierno, artículos para comprar y gente que conocer - los distintivos de la ciudad moderna - todos ellos, en última instancia, dependían del lodo[2].

Esta condición básica de la existencia humana no era desconocida por los primeros teóricos de la economía. Como ha observado D. Gale Johnson en una conferencia reciente, Adam Smith percibió “una relación significativa entre el mejoramiento de la productividad agrícola y la riqueza de las naciones”[3]. Johnson cita la siguiente observación de Adam Smith:

... cuando por el mejoramiento y el cultivo de la tierra el trabajo de una familia puede alimentar a dos familias, la labor de la mitad de la sociedad resulta suficiente para proveer el alimento para todos. La otra mitad, por lo tanto, o al menos la mayor parte puede ser empleada para suministrar otras cosas, o para satisfacer las otras necesidades y antojos de la humanidad[4].

De hecho, a través de los siglos el desempeño de la agricultura ha aportado una contribución fundamental a los actuales niveles de vida:

En general, la productividad del trabajo ha crecido más en la agricultura que en otros sectores de la economía de los países industrializados.... Desde 1967-68 a 1983-84, en 17 de los 18 países industriales para los cuales se tenían datos [adecuados]... la tasa de crecimiento anual de la agricultura, en promedio no ponderado, fue 4,3 por ciento comparado con 2,6 por ciento en los otros sectores.... En los países de la OCDE, el crecimiento de la productividad total de los factores ha sido mayor en la agricultura que en la manufactura, durante el último cuarto de siglo o más. Esta diferencia no ha sido pequeña: un estudio señala que el crecimiento de la productividad total de los factores fue de aproximadamente 2,7 por ciento en la agricultura comparado con el 1,5 por ciento en las manufacturas para el periodo desde 1960 a 1990...[5]

De esta manera, los incrementos de la productividad agrícola han constituido una fuente principal del mejoramiento del bienestar económico global en las sociedades modernas. La productividad del sector ha aumentado más rápidamente que la de las manufacturas, en términos tanto de producción por unidad de mano de obra como de producción por unidad de todos los factores. Esto no solamente ha proporcionado más alimentos a las ciudades y al campo, sino que, como se mostrará mas adelante, ha contribuido a un mayor crecimiento económico y del empleo en general.


[1] Lao Tze, Taode Jing, capítulos 53 y 59.
[2] The Rise of Cities, por los Editores de Time-Life Books, Alexandria, Virginia, 1990, EE.UU., pág. 7.
[3] D. Gale Johnson, “Agriculture and the Wealth of Nations”, Richard T. Ely Lecture, American Economic Association Papers and Proceedings, American Economic Review, vol. 87, No. 2, mayo de 1997, pág. 2.
[4] Adam Smith, An Inquiry into the Nature and Causes of Wealth of Nations, Modern Library Edition, Nueva York, 1937, pág. 37 (citado en D.G. Johnson, 1997, pág. 2).
[5] D. G. Johnson, 1997, págs 9-10 [el énfasis ha sido agregado].

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