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La función protectora de los montes


Papel que desempeña da cubierta vegetal
Educación popular en materia de conservación

Influencia sobre la conservación de suelos y aguas

Se acepta como norma indiscutible que, aparte de cualquiera utilidad para atender las necesidades de madera, determinadas zonas del territorio de todo país deben mantenerse permanentemente bien cubiertas de vegetación que cumpla ciertas funciones protectoras.

En términos generales, puede decirse que la explotación moderada de una cubierta vegetal de tal naturaleza no es de ninguna manera incompatible con las funciones protectoras a que está destinada, siempre y cuando se mantenga su óptima densidad. En cambio, si la vegetación natural queda suplantada por cultivos que dejan el suelo expuesto o mal protegido durante parte del tiempo y que cada año van despojando la tierra de una porción de su materia orgánica y substancias minerales, es posible que el terreno se empobrezca o deteriore hasta tal grado que de por sí la vegetación natural no pueda restablecerse, y en consecuencia sobrevenga la pérdida, temporal o definitiva, de un elemento protector.

Hay muchos casos, sin embargo, en que será ineludible dedicar a la agricultura tierras en lo pasado incultas. Las técnicas de conservación de suelos, aunque viejas en principio pero hoy en día susceptibles de una aplicación de mucho mayor alcance gracias a las mejoras de los aperos mecánicos y a la disponibilidad de fertilizantes eficaces, permiten practicar el cultivo intensivo en zonas antes reservadas a la agricultura extensiva y, por lo menos teóricamente, también en lugares que hace un siglo se hubieran dejado sin vacilación para monte. De aquí que hayan perdido fuerza las ideas que hasta ahora determinaban las categorías de tierras que debían conservarse con su revestimiento natural permanente; por ejemplo: las laderas más empinadas de lo que el cultivo admitía.

El menor costo que hoy significa la utilización de técnicas agrícolas antiguas, como las referentes a la siembra en terraplenes y en fajas de contorno, las hace ya a menudo exequibles en pendientes muy pronunciadas, contribuyendo a la vez no sólo a la conservación del suelo sino a la absorción y retención del agua, efectos que en otras épocas se consideraban propios de la cubierta natural. De igual manera, se consigue que en la agricultura migratoria el papel que desempeña el barbecho forestal para restaurar su fertilidad al suelo, sea eliminado mediante la adecuada aplicación de abonos, incluso en las regiones tropicales.

No obstante, dichos métodos agrícolas no pueden adoptarse en todas partes, tanto por el costo que todavía representan, como a causa de los hábitos de vida, si bien es indudable que su uso se irá generalizando a medida que las naciones progresen y el aumento de su población imponga mayores exigencias a la producción de alimentos. Por tanto, en lo que respecta al aprovechamiento de la tierra, la elección entre la agricultura y los montes como recursos naturales renovables, dependerá, con seguridad, más de las condiciones económicas o sociales que de aquilatar las ventajas relativas de la explotación agrícola o forestal para la protección del suelo y su fertilidad.

Ante esta situación, los ingenieros de montes tienen la tarea de aclarar conceptos acerca de lo que deba entenderse exactamente por papel protector de un recubrimiento permanente de la tierra; de realizar investigaciones para comprobar su auténtica importancia y las influencias de diversos tipos de vegetación persistente en el mismo lugar; y en fin, habrán de definir los elementos que concurran en cualquier determinación de lo que pudiera denominarse la «superficie mínima absoluta de protección»; es decir: la menor extensión que deba mantenerse con una cubierta vegetal natural, sin otro objeto que el de desempeñar funciones protectoras.

No hay duda de que en la práctica tendrá que excederse con mucho este mínimo absoluto. Para cada país será necesario determinar el límite ínfimo razonable de acuerdo con las condiciones económicas y sociales en general. En los casos en que no puedan implantarse satisfactoriamente los métodos modernos de administración rural, se hará indispensable mantener intacta una cubierta permanente más extensa. Desde luego, todavía no se ha demostrado que los méritos de tal administración lleguen en realidad a subsanar por completo la falta de una capa vegetal permanente del terreno o a lo menos tratándose de ciertos tipos como una selva espesa, y es ese otro asunto que también merece ser investigado y que no puede decidirse a la ligera. Como quiera que sea, la determinación de la «superficie mínima absoluta de protección» reviste una importancia indiscutible, razón por la cual se ha pedido al Cuarto Congreso Mundial de Silvicultura que analice y avalúe nuevamente el concepto tradicional de bosque protector; e investigue hasta qué punto el criterio de protección puede servir de guía a los países en la determinación de las áreas en que es imprescindible mantener o restablecer una cubierta vegetal permanente.

Papel que desempeña da cubierta vegetal

Protección que imparte al suelo

Puede decirse que la función protectora de la vegetación permanente ofrece dos aspectos que de hecho están Intimamente relacionados. En primer término, sirve de defensa al propio suelo, pues lo estabiliza o por lo menos así debería ser; y en segundo lugar, preserva al mismo tiempo sus propiedades.

La estabilidad del suelo tiene extraordinaria importancia. Ahora bien, la cubierta del terreno puede estar constituida por árboles, arbustos, matorrales, o diferentes especies de pastos perennes, o por una mezcla de estos diversos tipos de vegetación. No cabe duda que ya en un sentido económico, o bien por otros motivos, el tipo de revestimiento vegetal no deja de tener cierta importancia, pero ¿se limita el asunto a la sola estabilidad del suelo? Esta cuestión es objeto aún de alguna controversia, que quizá con respecto a una localidad determinada, la única manera de decidirla sea mediante la investigación. Se considera, sin embargo, que cualquier tipo de vegetación que tenga la suficiente densidad para proteger el suelo contra el golpe directo de la lluvia, permite la infiltración del agua y evita el escurrimiento superficial, asegurando la estabilidad satisfactoria del suelo.

Por otra parte, el tipo de la cubierta desempeña un papel primordial evidente en lo que se refiere a la conservación de las propiedades del suelo, ora en cuanto a textura, composición química o su riqueza biótica. Las experiencias fallidas con el monocultivo de especies exóticas de árboles han demostrado a todas luces cuánto eran inseguros algunos programas de plantación que en un principio parecían concepciones admirables. No ha llegado a demostrarse si en un sentido silvícola resulta acertado cultivar en ciertos rodales de segundo crecimiento el material en desarrollo cuyo tipo difiere del clímax, cuando las especies, acaso de mayor valor comercial, de ningún modo favorecen el suelo con una cubierta de tan buena calidad. En los trópicos, la destrucción de la cubierta forestal para substituirla con un tapiz herbáceo parece que conduce a rápidos cambios irreversibles de la estructura del suelo; la tierra relativamente feraz a menudo se transforma al grado que el bosque jamás puede restablecerse por procesos naturales y el valor económico potencial desaparece o se reduce a la insignificancia. Se dan casos en que la fertilidad del suelo se deteriora a tal punto que ninguna clase de cubierta del terreno es capaz de consolidar el suelo y sobreviene la erosión acelerada.

Mantenimiento del equilibrio edáfico

Los aspectos antes considerados tendrían una importancia relativamente secundaria si la desaparición de la cubierta natural, por cualquier causa, no afectara sino las tierras inmediatas al lugar donde originalmente existía dicha vegetación, ya que entonces los perjuicios no pasarían de ciertos límites calculables. Pero a lo que en general nos referimos al hablar de las funciones protectoras de la vegetación es más que eso: se trata de las influencias indirectas sobre las tierras adyacentes y otros suelos, lo cual conviene tener presente llegado el momento de determinar la «superficie mínima absoluta de protección».

Muchas son las investigaciones que se han realizado y están todavía haciéndose sobre dichas influencias. Sería muy útil que los expertos del Cuarto Congreso Mundial de Silvicultura analizaran las conclusiones a que se ha llegado hasta la fecha, puesto que la verdad en este asunto debe ser una de las piedras angulares en que tiene que apoyarse la política forestal. Podría hacerse un provechoso estudio de cada uno de los múltiples aspectos de las influencias forestales, aun suponiendo, por ser lo más probable, que la única conclusión práctica fuera que la experiencia actual deja mucho que desear y sobre todo que, dado su carácter demasiado local, no permite hacer inferencias de orden general.

Protección mecánica

La protección que se logre bien puede ser, a lo sumo, meramente mecánica. Esta elemental cualidad se le ha reconocido al bosque desde tiempo inmemorial. Por ejemplo, las comunidades establecidas en laderas expuestas de las zonas montañosas se defienden de los derrumbes del terreno y desprendimiento de rocas con arboledas cuesta arriba de sus casas.

La protección contra los aludes es otro servicio puramente mecánico que prestan los bosques. Por supuesto, ni las selvas bastante espesas pueden resistir todo el ímpetu de un alud o el embate del ventarrón que lo acompaña, pero sí ayuda a detener la nieve y a evitar que el derrumbe adquiera momento. Como los aludes que son peligrosos se inician por lo regular arriba del límite natural de la vegetación arbórea, han sido muchas las investigaciones realizadas para descubrir especies y razas de árboles resistentes, susceptibles de aclimatación artificial a grandes altitudes, que ayuden a domeñar las zonas críticas. Debe indicarse, sin embargo, que no todos los tipos de vegetación leñosa sirven para la defensa: los matorrales achaparrados, en efecto, cubiertos hasta la copa o poco menos, pueden facilitar el arranque de los aludes a causa de un desigual asentamiento de la nieve o por ayudar a que se formen huecos en el interior.

Fijación de las arenas movedizas

En la fijación de las arenas movedizas, el efecto de la vegetación también puede clasificarse, por lo menos en parte, como acción mecánica, aunque más compleja que las antes citadas y con resultados más problemáticos.

No obstante, las plantas y los árboles, tanto indígenas como de origen exótico, llegan a cumplir útiles funciones en la fijación de las arenas transportadas por el viento; por supuesto, las partículas finas de arena no se asientan únicamente por la acción aglomerante de los complicados y compactos sistemas radicales de la vegetación herbácea o leñosa capaz de crecer en ese ambiente; a medida que se deposita una capa de humus, contribuye a afirmar la arena, como también lo hace el mayor grado de humedad bajo la cubierta vegetal; a su vez, la vegetación emergida ayuda a disminuir la fuerza de los vientos que forman las dunas.

Por desgracia, el fenómeno de los acarreos de arena suelta es más bien peculiar de las regiones donde la vegetación forestal o de cualquier otro tipo resulta en extremo difícil de lograr o conservar. En algunas zonas costeras, la salinidad del suelo o del viento que sopla del mar impide toda forma de vida vegetal, salvo de contadas especies; y en las zonas áridas de otros lugares, los largos períodos de sequía y los cambios bruscos de temperatura son decididamente adversos al crecimiento de las plantas. Se desprende de esto que la elección de especies para su aclimatación o cultivo sea por demás limitada.

No obstante, en los últimos 50 años se han realizado muchas investigaciones, en todos los continentes, sobre el importante problema de consolidar las arenas movedizas. El Cuarto Congreso Mundial de Silvicultura debería emitir una opinión en cuanto a la medida en que los resultados obtenidos por ese medio permitan a los países directamente interesados detener el avance del desierto y restaurar en sus zonas áridas las condiciones propicias a la vida humana y a la agricultura, el pastoreo y los montes.

Efectos sobre el clima

El influjo de las grandes extensiones forestales o de las praderas naturales sobre el régimen climatológico de la tierra es cuestión todavía muy debatida. Con todo, representa un tipo de protección de bien definido carácter físico o fisiológico que, aunque poco estudiarlo, da origen a consecuencias trascendentales en vastas regiones o aún en el mundo entero. Las investigaciones que hacen falta tropiezan con el hecho escueto de que los conocimientos acerca de los cambios climáticos en cualquier parte del globo, y las causas que los determinan, aun sin pasar de la edad histórica, son rudimentarios. ¿Acaso el hambre ha contribuido de modo apreciable, mediante las modificaciones impuestas a la vegetación en algunas zonas del mundo, a la fatalidad de estos cambios? Ciertamente no es fácil evaluar la influencia o el alcance de la actividad humana y no se tienen antecedentes históricos que sirvan de guía; y siendo así ¿de qué métodos y técnicas de investigación se debe echar mano? Esta cuestión necesita una pronta respuesta.

Muchos han observado e informado que en ciertas partes del mundo, con particularidad en Africa, las selvas pierden terreno irrecuperable. El incremento demográfico, la introducción de cultivos que requieren desmontes y la pertinacia de ciertas prácticas destructivas como el uso perjudicial del fuego, son indicios irrefutables de que los montes corren el riesgo de continuar estrechándose, quizá con mayor rapidez que hasta la fecha. Lo que sucederá cuando, por ejemplo, los extensos bosques del Africa Central desaparezcan o queden reducidos a una mera fracción de la superficie que ahora ocupan, es desde luego un problema sociológico y económico que afectará no sólo a la población africana sino de seguro a todo el mundo.

Los resultados de ciertos proyectos en realidad importantes, emprendidos por algunos países con miras al establecimiento de barreras forestales como medio de protección contra los vientos secos y el agostamiento, parecen demostrar que es posible producir una verdadera modificación del clima. Los efectos de dilatados bosques al interceptar los vientos cargados de humedad pueden ser muy diversos de los que ocurran al soplo de los vientos secos, pero falta saberlo con certeza. No cabe duda de la importancia capital de investigar las funciones protectoras de la vegetación natural en relación con los climas del mundo, y es la clase de estudios que podrían muy bien acometer conjuntamente varios organismos de las Naciones Unidas.

Abastecimientos de agua

La influencia de la vegetación natural en el régimen hidrológico ha sido objeto de muchas investigaciones, y varios países han dedicado cantidades considerables de dinero y reservado vastas zonas hidrográficas para llevar a cabo experimentos sobre las condiciones de escurrimiento de las aguas en tierras cubiertas con diversos tipos de vegetación. Las experiencias de esta naturaleza son importantes en el sentido de que permiten apreciar los efectos relativos que diversas clases de vegetación producen en la cantidad y calidad de los abastecimientos de agua. Sin embargo, por lo regular los resultados obtenidos en una localidad no corresponden a los de otros lugares, y será preciso diversificar e intensificar la investigación científica a fin de evaluar la «influencia de los montes» en cada caso y contar con una base segura en que fundamentar las decisiones respecto a las zonas que deben reservarse para bosques u otros tipos de cubierta natural, a la vez que resolver si la corta y los aprovechamientos de distintas índoles deben suprimirse por completo o someterse a reglamentación estricta.

Aparte de toda investigación, la vida diaria parece corroborar de sobra el refrán ruso de que «la selva es madre del agua», y ha demostrado claramente que sólo una buena ordenación de las cabeceras hidrografícas, con una superficie mínima de vegetación natural vigorosa, ofrece probabilidades de asegurar al movimiento regular de las aguas, limitar los desastres por inundaciones, contener la erosión acelerada, reducir el entarquinamiento de los embalses, prolongar el período útil de las presas indispensables a las industrias hidroeléctricas y al riego, evitar la obstrucción gradual de los estuarios y proveer a los grandes centros urbanos de un abastecimiento constante de agua limpia.

Pero en lo que se refiere al planteamiento de políticas forestales, los conocimientos adquiridos por amargas experiencias no reemplazan las investigaciones y la recopilación sistemática de información Esta labor cuesta dinero, y es triste espectáculo el de que tan pocas naciones den señales de comprender su utilidad. E. P. Stebbing emprendió en 1951, con su eminente autoridad en la materia, una encuesta mundial sobre lo que podría considerarse, según sus propias palabras, la base esencial para el conocimiento general de las relaciones entre el agua y el bosque, o estudio del «origen de los ríos y sus afluentes, al objeto de saber a ciencia cierta la proporción en que el bosque reviste las cabeceras hidrografícas, el tipo de vegetación y el sistema de ordenación forestal». A posar de la cantidad de datos reunidos, Stebbing hubo de concluir su trabajo con las siguientes palabras: «Este estudio resultó empresa interesante, aunque no haya sido más que por la extraordinaria escasez de la información disponible». La general carencia de nociones acerca de la necesidad de someter las cuencas hidrográficas a un plan de ordenación cualquiera es cosa que debe ocupar la atención del Cuarto Congreso Mundial de Silvicultura.

Aunque resulta difícil planear investigaciones experimentales que produzcan datos útiles y fidedignos para su análisis, ya se dispone de un acervo de conocimientos bastante amplio de que pueden derivarse conclusiones generales. No obstante, deberán tenerse presente dos cosas:

Primero: que los estudios analíticos deben también conducir a una «síntesis», o sea a conclusiones de índole positiva. No hay duda de la relativa importancia del hecho de que la espesura provoca una precipitación más abundante o mayor condensación de la humedad atmosférica. Pero lo que en realidad nos interesa saber es el equilibrio que existe, por estaciones, entre la precipitación pluvial y la disponibilidad de agua para el consumo o uso del hombre. Mediante el análisis de la influencia particular de la cubierta natural sobre las lluvias, la evaporación, transpiración e infiltración debería ser posible formular conclusiones generales.

Segundo: el objeto, y en consecuencia la orientación que conviene dar a las investigaciones, no son iguales en todas las zonas hidrográficas, como se desprende de dos ejemplos extremos: En el caso de una cuenca situada en una comarca montañosa de laderas empinadas donde las lluvias sean abundantes y bien distribuídas, el propósito consistiría en regularizar las corrientes y lograr la protección eficaz del suelo contra la erosión; tratándose de cabeceras hidrográficas compuestas de lomas en que las lluvias fueran escasas y largos los períodos de sequía, la mira principal sería la de asegurar la infiltración máxima del agua y su almacenamiento subterráneo hasta el momento de necesitarla, digamos para el riego de terrenos situados más abajo de la cabecera recolectara.

Las circunstancias relativas a este último caso son dignas de tomarse debidamente en cuenta, pues en algunas ocasiones se ha reprochado a los ingenieros de montes la falta de reflexión al efectuar las plantaciones, en el sentido de que las especies elegidos que absorben gran cantidad de agua han producido evidentes efectos desfavorables en el curso de los arroyos e incluso de los ríos. Algunas voces las censuras no carecen de razón. Los ingenieros deben por tanto, ser objetivos al buscar la mejor solución en cada situación particular. Las plantaciones de bosques maderables quizá no sean las indicadas para el mejoramiento de las cabeceras hidrográficas en ciertos climas; el efecto de la población arbórea debería compararse con el de otros tipos de vegetación permanente, tales como el matorral achaparrado o los pastos. Mucho se ha discutido sobre los méritos relativos del monte alto y de la vegetación herbácea (suponiendo que uno y otra se mantengan en buenas condiciones) en cuanto a la aptitud para contrarrestar la erosión y conservar la estructura del suelo al ocurrir la infiltración del agua; en Australia, por ejemplo, la influencia protectora de los rodales de eucaliptos ha sido atribuida a la cubierta herbácea del terreno y no a los propios árboles, lo cual significa que en ningún caso deberán establecerse conclusiones a priori. Desde luego, conviene a todas luces que la capa de protección de las cabeceras hidrográficas comporte al mismo tiempo un alto valor económico, pero un tapiz de pastos bien aprovechado también puede producir abundantes beneficios monetarios. Además, si la intención principal es la de obtener suministros de agua, no habrá de olvidarse que, en términos generales, el valor económico del agua sea acaso mucho mayor que el de la posible producción de madera o forraje.

Plantaciones «extraforestales»

En el curso de los últimos 20 años, se han hecho muchas investigaciones destinadas a descubrir los verdaderos efectos protectores de las plantaciones de árboles como cortinas rompevientos, barreras de abrigo y setos vivos alrededor de los campos de labor.

El establecimiento y la conservación de estos linderos no es nada nuevo para la mayoría de los países. Las plantaciones efectuadas con buen criterio pueden beneficiar mucho a los agricultores, sobre todo en las comarcas donde la vegetación forestal sea relativamente pobre; la finalidad principal quizá tenga un carácter económico, como medio de suministrar madera y combustible, y a veces también de obtener forraje adicional, pero estos aprovechamientos, aunque importantes, no vienen al punto que aquí nos ocupa.

Hoy en día se comprenden bastante bien los oficios de las cortinas rompevientos y barreras de abrigo. En general, se sabe, por lo demás, cuáles son las dimensiones, marcos de plantación y espaciamientos entre los árboles que más convienen para producir determinados efectos, si bien existen algunos pormenores de interés local que aún necesitan dilucidarse mediante otras investigaciones. La cuestión que queda por decidir en cada caso es la referente a las especies adaptables a las condiciones climáticas y edafológicas de la localidad, capaces de desarrollarse con el vigor necesario para dar en corto tiempo los resultados apetecidos.

Asimismo, se han estudiado a fondo las consecuencias indirectas de las cortinas rompevientos sobre la evaporación, al aminorar la fuerza del viento, y a este respecto sería oportuno recordar que los mismos árboles absorben o hacen que se evapore cierta cantidad de agua. Igualmente, ocupan espacio y puede ocurrir que tengan grandes exigencias de substancias orgánicas y minerales, lo cual hará disminuir los rendimientos de las plantas frutales y demás cultivos. En ocasiones sirven de albergue a los animales dañinos y plagas de insectos. Sin embargo, considerando sus cualidades provechosas, la acción no se limita a proteger los campos contra el viento y la evaporación; en los lugares donde mucha parte de la precipitación toma la forma de nieve, las cortinas rompevientos ayudan a que ésta se distribuya con uniformidad, retardan por lo regular el derretimiento de la que se acumula en sus bordes, facilitan la infiltración después del deshielo y disminuyen los escurrimientos.

Siempre que el establecimiento de barreras de abrigo y contravientos se estime aconsejable, ya por motivos económicos o como medio de evitar la erosión eólica, habrán de realizarse diversas investigaciones y análisis, particularmente con relación al efecto en el rendimiento medio de las cosechas. Dado que sólo pueden obtenerse resultados eficaces a base de promedios, el período experimental se prolonga largo tiempo. En verdad, las variaciones climáticas de un año a otro no son la única cosa que entra en juego, pues hay que estudiar las pérdidas ocasionadas al suelo por la erosión eólica, y no es posible apreciarlas sino después de pasar muchos años. Además, las barreras protectoras no son del todo eficaces hasta que los árboles han llegado a su completo desarrollo. Las cifras conocidas hasta la fecha sobre la mayor producción de las cosechas en tierras protegidas por cortinas rompevientos, sin duda son muy alentadoras, pero antes de que puedan aceptarse como irrefutables se necesitan realizar todavía bastantes más investigaciones.

Lo mismo puede decirse con respecto a la práctica común de plantar árboles (de alineación) en las orillas de los canales de riego, alrededor de los embalses o a la vera de los caminos. Las ventajas e inconvenientes de estas plantaciones, habida cuenta de su valor económico o hecho caso omiso de él, deben analizarse con buen sentido de la realidad. Hay probabilidad de que las conclusiones sean favorables, pero tanto por lo que atañe a la orientación de la política forestal como a los ingenieros de montes encargados de darle cumplimiento, es esencial cuando menos tener un conocimiento adecuado de su verdadero valor.

Apartándose algo más del bosque propiamente dicho, sería útil determinar la influencia efectiva del método de cultivo taungya, vulgarizado en varios países, sobre la conservación del suelo y en el ciclo hídrico, así como el efecto sobre al rendimiento de las cosechas y en la producción de pastos. La creencia que el aprovechamiento diversificado de la tierra, combinando la silvicultura, la agricultura y la pascicultura, es el mejor sistema de explotación en algunos tipos de suelos, tuvo su origen en los países mediterráneos, pero ya se ha extendido ampliamente en otras regiones y sigue generalizándose.

Los montea y la salud

Otros estudios son necesarios para determinar la influencia que los montes ejercen sobre la purificación del aire y la salud humana en general, función que parece atribuírseles con firme convicción, por lo menos en la zona boreal templada. Un ejemplo a menudo citado es el establecimiento de los bosques de las Landas en Francia, a principios del último siglo, creyéndose que a ellos se deben el notable incremento de la población local, la disminución en la mortalidad y el mejoramiento general de la salud. Las autoridades encargadas de la planificación urbana tratan, con justa razón, de reservar zonas de vegetación alrededor de los centros poblados, y ano dentro de los mismos, con el objeto de que los habitantes disfruten de «aire poro» y sitios de recreo.

Por lo contrario, en los trópicos los bosques se consideran de ordinario como lugares malsanos y enervantes, sobre todo porque interceptan el paso de la brisa, que en los climas tropicales da tanto alivio del calor. Desde luego, muchas veces son también criaderos de insectos nocivos y plagas molestas para el hombre y sus ganados. La necesidad de hacer desaparecer la mosca tse-tsé y otras plagas que afligen a los animales domésticos en algunas partes del Africa, es el argumento que sostienen los partidarios acérrimos de talar las selvas, a pesar de que existen recursos para destruir dichos insectos o hacerlos inofensivos sin recurrir a la asolación de la foresta.

Equilibrio biológico

Por último, la cuestión del óptimo equilibrio biológico global y del papel que deben desempeñar las diversas categorías de vegetación natural es asunto que sólo puede dilucidarse mediante extensas investigaciones regionales o mundiales, pues en este aspecto no se dispone hoy en día sino de información sumamente incompleta. En realidad, son muchos los elementos fundamentales que al respecto habrán de permanecer por largo tiempo ignorados.

El desmonte de una pequeña zona forestal o la quema de una superficie limitada de pastos naturales no produce en apariencia más que efectos de corta duración. Cuando se abandona la tierra a sí misma, el tipo original de vegetación vuelve por lo regular a reproducirse gradualmente, restituyendo así la naturaleza el equilibrio primitivo. Pero si las operaciones antes dichas se repiten a breves intervalos o se practican en vastas espesuras, y por intención o azar, el clímax natural de la vegetación queda en la imposibilidad de restaurarse, como ha acontecido siempre desde que el hombre sometió el ambiente a su dominio, entonces la destrucción del equilibrio biológico natural puede adquirir caracteres de mucha mayor gravedad.

La escasa previsión humana se traduce en que sólo se perciban las consecuencias inmediatas de tal desequilibrio, como el deterioro del suelo cultivado, que en verdad llega con frecuencia a hacer inaplazables algunas providencias correctivas.

Sin lugar a duda, a nada conduce conservar o restaurar el equilibrio original por la mera satisfacción de lograrlo: el progreso entero del hombre está vinculado con los cambios de la naturaleza que, en realidad, son a la par causas y efectos Basta escudriñar un poco el mundo y observar las regiones convertidas en estériles, para convencerse de la necesidad de obrar con cautela. La visión del hambre moderno se ha ensanchado y éste empieza a darse cuenta de la interdependencia de todos los pueblos. Ahora le es esencial pesar las consecuencias de gran alcance que entrañe cada nuevo cambio que se le ocurra introducir en el ambiente.

La intelección del equilibrio biológico se impone con apremio tanto mayor cuanto que el hombre dispone de medios más poderosos para modificarlo. Estamos convencidos de que los conocimientos de esta índole sentarían la base científica que haría posible señalar a punto fijo las zonas del globo que deben permanecer protegidas por una cubierta natural a fin de impedir el empobrecimiento progresivo de los pueblos para los cuales el suelo representa la única fuente permanente de riqueza.

Educación popular en materia de conservación

Con todo, muy poco provecho puede sacarse de crear una ciencia, por valiosa que sea, mientras las lecciones que enseñe no se lleven a la práctica. Afortunadamente, en este caso la instrucción en materia de conservación puede preceder a la elaboración completa de la ciencia.

La conservación, en el sentido actual en que por lo regular se acepta la connotación del vocablo, significa la ordenación y aprovechamiento prudentes de los recursos naturales renovables, y su principal objeto es mantener la aptitud productiva de esos recursos. No pretendemos aquí dar cátedra de conservación a los expertos consagrados al estudio de dicha riqueza natural, aunque no huelga traer a colación que en algunos casos convendría que su preparación les permitiera apreciar mejor la interdependencia de todas las formas de aprovechamiento de la tierra, con mayor amplitud de miras. Lo que aquí nos importa de modo especial es la educación de la población en conjunto, y sobre todo de los legos capaces de ejercer gran influencia en la opinión pública.

No puede negarse que en este aspecto han sido muchos los progresos alcanzados en crecido número de naciones. FAO ha tenido conocimiento del frecuente y encomiable empeño puesto por los gobiernos en forma de campañas de publicidad, educación de adultos, instrucción infantil, organización de «fiestas o días del árbol», etc. Otros medios utilizados que vienen al caso son la dotación de viveros o parcelas forestales a las escuelas, conferencias, exhibición de cintas cinematográficas y programas de televisión para los estudiantes, o cursos especiales para sus profesores; publicidad mediante carteles, la prensa, la radio y la televisión; organización de sociedades de «amigos del árbol» y de grupos estudiantiles de niños, jóvenes o adultos para el conocimiento de la naturaleza; y la labor de divulgación entre propietarios independientes o usuarios de los bosques y las praderas.

¿Con esto basta? A nuestro juicio no es suficiente. Por lo común, estos diversos expedientes no ofrecen más que una atracción pasajera. La idea de que la conservación de los recursos naturales es asunto de vital y personal importancia no se ha inculcado todavía a los individuos por estos medios, visto que lo que debemos procurar es infiltrar en ellos dicha noción de manera que arraigue y se convierta en un impulso natural como el propio instinto de conservación. Los dos conceptos tienen, en efecto, cierta analogía, puesto que la generación presente sólo hará un uso temporal de los suelos del mundo y debería entregarlos a las venideras sin menoscabo de su capacidad productiva, si no aumentada.

Unos cuantos países han andado ya muy cerca de alcanzar este ideal, lo cual demuestra que no es utópico conseguirlo. Hasta en los países que consumen mucho pan, se enseña a los niños a no desperdiciarlo: ¿cómo pensar que seria más difícil enseñarles el respeto a un recurso de valor infinitamente mayor, al suelo que produce el pan y todas aquellas cosas buenas e indispensables para la vida humana? De hecho, la educación de niños y jóvenes debe estar saturada del tema de la conservación forestal. La constante referencia a ella es oportuna al enseñar los elementos de todas las ciencias directamente relacionadas con el hombre, la historia, la geografía y las ciencias naturales. Los libros elementales de geografía explican a los niños el ciclo hídrico, ¿acaso sería más difícil explicarles que el ciclo no es inalterable y que la erosión causada por obra del hombre constituye un fenómeno amenazante?

Campaña internacional

Es esencial crear una opinión pública esclarecida y el primer paso en tal dirección debe ser la educación en los círculos políticos y administrativos de todo país. Esta labor corresponde a los silvicultores profesionales y a los comerciantes e industriales.

Podrá en verdad transcurrir mucho tiempo antes de que sus argumentos sean aceptados, especialmente si los remedios que propongan se opusieran a la tradición y a los derechos o costumbres arraigados. En un importante país que ahora aplica severas disposiciones para la protección de los suelos, se dieron a conocer los graves daños causados por la erosión desde 1900. Sin embargo, a posar del clamor de los agricultores, de los informes desconsoladores presentados por las comisiones investigadoras especiales y de las evidentes pruebas de perjuicios en los años de sequías excepcionales, no fué sino hasta 1933 cuando el gobierno tomó, las primeras providencias de rehabilitación de los suelos, y desde entonces ha estado gastando cada año con ese propósito una cantidad equivalente a 25 millones de dólares. Sin embargo, el mal uso de la tierra y la consiguiente erosión ya habían causado algunos perjuicios irreparables. El apacentamiento desordenado del ganado lanar, cuyo número de cabezas se cuadruplicó en el curso de 30 años, y el del ganado vacuno, que aumentó al triple; la quema de la vegetación arbustiva; el desmonte irreflexivo y las malas prácticas agrícolas, habían dado origen a graves cambios del régimen fluvial, a la desecación de muchos ríos, y al deterioro de las praderas y tierras labrantías. En 1953, la capacidad de cuatro grandes embalses artificiales construidos entre 1920 y 1925, había quedado reducida a sólo del 14 al 45 por ciento de la inicial.

Así pues, es importante contar con expertos que sepan exponer sus razones de manera convincente y hagan sentirse a los gobiernos justificados en tomar precauciones desde luego y no después, ya que de aplazarlas demasiado, no sólo podrían resultar exorbitantemente costosas sino que no pasaría de ser parcial el remedio a un proceso irrevocable.

Esto podría lograrse en parte mediante el reconocimiento oficial y solemne, en las altas esferas gubernamentales, de ciertos principios básicos de la política de conservación de suelos, prosiguiendo después con una vigorosa campaña para su adopción práctica en todos los países del mundo.

Puesto que los montes desempeñan el papel principal en la conservación de todos los suelos, de ninguna manera estaría fuera de lugar que los ingenieros forestales tomaran la iniciativa en dar impulso a tal campaña, y con motivo del Cuarto Congreso Mundial de Silvicultura, se les brinda una brillante ocasión de hacerlo.

Podría en realidad objetarse que la formulación de firmes principios generales en materia de conservación de suelos es tarea de las más arduas, por existir condiciones edáficas y climatológicas sumamente diversas en el mundo, así como enormes diferencias nacionales de estructura social y estado de progreso técnico e industrial. Las dificultades son en verdad grandes, mas no insuperables: no se trata, en efecto, de principios estáticos sino funcionales.

El aprovechamiento adecuado de la tierra y la conservación de los suelos van unidos, pero ciertos tipos de utilización y una combinación armónica de varios usos podrán adaptarse a alguna economía nacional, aunque no a otra. Por consiguiente, no todos los países han de acceder a destinar determinada categoría de tierras a un empleo específico, calificado de «correcto»; sin embargo, quizá todos estarían de acuerdo en los usos que no deberían hacerse de dicha tierra. Se deduce, pues, que los conceptos de limitación y equilibrio en los aprovechamientos, tomando en cuenta las condiciones físicas, económicas y sociales, habrán de formar el fundamento de los principios universales de la conservación de suelos.

Estos postulados generales llevarán como necesario complemento otros particulares relativos a cada clase de uso de la tierra, que en cuanto a montes ya han sido formulados y recomendados por los Estados Miembros de la FAO.

No se sabe qué opinión merezcan al Cuarto Congreso Mundial de Silvicultura todos los argumentos expuestos. De lo que no hay duda es de que hará el debido hincapié en el papel que los montes desempeñan en la conservación del suelo y las funciones que les cumple representar y deben ejercer en la rehabilitación de tierras deterioradas, lo cual por sí solo tiene suma trascendencia. El valor económico del «monte», en el sentido más amplio de la palabra, es un concepto que casi siempre se entiende sin dificultad; pero su importancia protectora, a menudo muy superior a la productora, con demasiada frecuencia está todavía muy lejos de ser apreciada en lo que vale.

Por supuesto, las funciones protectoras y productivas del «monte» se complementan mutuamente. Empero, en un mundo en que el «progreso» parece llevar consigo graves peligros para la selva, no podemos menos de insistir hasta la saciedad en sus insubstituibles oficios de conservación y protección.

LO QUE ES LA FAO

La FAO, Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, surgió de las Naciones Unidas sobre Agricultura y Alimentación celebrada en Hot Springs, Virginia (E.U.A.) en mayo de 1943.

LUCHA CONTRA LA ESCASEZ

En dicha Conferencia, 44 países acordaron trabajar unidos para liberar a los pueblos de la penuria y conseguir así una paz duradera. En particular, se reconoció que era menester un esfuerzo internacional combinado para elevar el nivel de vida de las dos terceras partes de la población del mundo, que sufren de escasez de alimentos.

La FAO quedó fundada oficialmente en Quebec (Canadá) en octubre de 1945, siendo el primero de los organismos especializados de las Naciones Unidas establecidos después de la guerra.

Cuarenta y dos Gobiernos ratificaron la Constitución en Quebec; a fines de 1953, la FAO contaba con 71 Miembros. Los objetivos principales de la naciente organización quedaron definidos de este modo:

• ayudar a las naciones a elevar su nivel de vida;
• mejorar la nutrición de los pueblos de todos los países;
• incrementar la eficiencia de la agricultura, la silvicultura y la pesca;
• mejorar las condiciones de la población rural;
• y, valiéndose de estos medios, ofrecer a todos los hombres mayores oportunidades de un trabajo fructífero.

CÓMO ESTÁ ORGANIZADA LA FAO

Una Conferencia, que normalmente se reúne cada dos años, y en la cual cada Estado Miembro tiene un voto, regula las actividades de la FAO.

Entre los períodos de sesiones de la Conferencia actúa como órgano rector de la Organización el Consejo de la FAO, integrado en la actualidad por representantes de 24 Estados Miembros elegidos por la Conferencia. El Consejo se reúne habitualmente en la primavera y el otoño de cada año, celebrando también breves reuniones inmediatamente después de los períodos de sesiones de la Conferencia.

El Director General, designado por la Conferencia, nombra los funcionarios de la Organización y dirige sus actividades. El actual Director General, Dr. P. V. Cardon (E.U.A.), fué elegido en el periodo de sesiones de la Conferencia celebrado a finales de 1953. Las oficinas están organizadas en un grupo administrativo central, cinco direcciones técnicas - agricultura, economía, nutrición, pesca y silvicultura - y una dirección de servicios educativos y de información que comprende los servicios de biblioteca, legislación, publicaciones e información al público.

Además de las oficinas centrales, la FAO tiene otras de carácter regional en las siguientes capitales: en Wáshington, para América del Norte; en El Cairo, para el Cercano Oriente, en Bangkok, para el Asia y el Lejano Oriente; y en Río de Janeiro, México y Santiago de Chile para América Latina.

LA FAO Y LAS NACIONES UNIDAS

Aunque organismo autónomo e independiente, la FAO es miembro de la familia de organismos especializados de las Naciones Unidas y trabaja con ésta, a través del Consejo Económico y Social. Colabora con las respectivas Comisiones Económicas de las Naciones Unidas para Europa, el Asia y el Cercano Oriente y la América Latina, establecidas por el propio Consejo Económico y Social.

CÓMO ACTÚA LA FAO

Como asociación de Estados soberanos agrupados en lo que se ha llamado una «cooperativa internacional para ayudarse a sí mismo», las funciones de la FAO son las siguientes:

Promover y recomendar labores de carácter nacional e internacional en lo tocante a investigación, mejoramiento de la educación y la administración, conservación, elaboración, comercialización, distribución, crédito agrícola, acuerdos internacionales sobre productos así como prestar la asistencia técnica que los gobiernos soliciten para llevar a cabo las actividades de este orden encaminadas al logro de los objetivos de la FAO.

La FAO no es un supergobierno, carece de poderes ejecutivos, y no tiene ni atribuciones ni fondos para comprar y distribuir materiales o maquinaria ni para sostener laboratorios de investigación, pero con sus actividades puede ayudar a los Estados Miembros en dos formas principales:

1. manteniendo un servicio de información que se encarga de reunir, analizar y difundir datos de carácter técnico y económico que pueden servir de base al personal de la FAO y a los Estados Miembros para una labor eficaz, y

2. elaborando programas complementarios de los iniciados por los gobiernos, a cuya realización puede contribuir la FAO a solicitud de los mismos.

Ambas actividades están incluídas en el programa ordinario de la FAO. El presupuesto para 1954 y 1955 se fijó en 6 millones de dólares anuales. Para realizar en amplia escala las labores del segundo tipo (ayuda técnica intensiva y directa a los Estados Miembros en los infinitos problemas alimentarios y agrícolas) se necesitan más fondos que los que proporcionan esos presupuestos.

Por ello, las actividades de esa clase fueron limitadas, hasta que en 1950 algunos gobiernos, miembros de uno o varios de los organismos de las Naciones Unidas, crearon con aportaciones voluntarias un Fondo Especial para el Desarrollo Económico de los Países Insuficientemente Desarrollados. De este fondo se asigna cada año alrededor de un 28 por ciento a las diversas actividades de la FAO, lo que representa una proporción mayor de la delicada a cualquier otro organismo del grupo. De ese modo, la FAO ha tenido anualmente a su disposición de 5 a 6 millones de dólares para proporcionar a los Estados Miembros técnicos que les ayudaran en sus problemas, comprendida la preparación de personal de los propios países para continuar la labor de los técnicos extranjeros. Este Programa Ampliado de Asistencia Técnica (ETAP) es, por tanto, una extensión lógica de uno de los aspectos de la labor de la FAO. Lo dirige el personal de plantilla y se apoya en la firma base que supone una organización provista de los datos necesarios y con experiencia en los diversos campos de actividad.


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