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Límites y problemas éticos con respecto a la intensificación de la agricultura

La intensificación de la agricultura había sido fundamental durante siglos para satisfacer la creciente demanda de alimentos de una población mundial en aumento. En los últimos decenios se había acelerado, debido en parte a los avances realizados en las biotecnologías. Sin embargo, había que hacer frente a unos límites y problemas técnicos, algunos de los cuales habían sido examinados por el Cuadro de Expertos en su segunda reunión con miras a un análisis posterior más detenido. Había que examinar dos cuestiones: si mediante la intensificación de la agricultura se podía o no garantizar el acceso de toda persona a alimentos suficientes y adecuados, y en caso afirmativo, cómo debía hacerse; y cómo evitar las consecuencias de la intensificación perjudiciales para el medio ambiente. Era imprescindible que todas las partes directamente interesadas participasen en las decisiones relativas a la intensificación, y encontrar medios para garantizar que también se tengan en cuenta los intereses de las generaciones futuras.

En la Declaración aprobada por la Cumbre Mundial sobre la Alimentación en 1996 se afirmaba que, si bien los suministros de alimentos habían aumentado considerablemente, los factores que obstaculizaban el acceso a ellos y la continua insuficiencia de los ingresos familiares y nacionales para comprarlos, así como la inestabilidad de la oferta y la demanda y las catástrofes naturales y de origen humano, impedían satisfacer las necesidades alimentarias básicas.

Aunque la intensificación era una condición necesaria para producir más alimentos, por sí sola no garantizaba el acceso de toda persona a alimentos suficientes y adecuados. La posibilidad de que la intensificación garantizase ese acceso dependía en parte de dónde y cómo se produjera esa intensificación. Mientras que en épocas pasadas la agricultura había sido en gran medida competencia de los pequeños agricultores, en la actualidad se estaba convirtiendo en muchas partes del mundo en una actividad comercial en gran escala.

Tal vez lo mejor sería ampliar el concepto de desarrollo sostenible para abarcar un desarrollo éticamente racional que comprendiera la sostenibilidad social y ecológica. La intensificación debía realizarse en formas que fueran socialmente responsables y que respetaran los intereses de las generaciones futuras.

Se necesitaba con urgencia una concepción mundial del desarrollo éticamente racional que tuviera en cuenta la ubicación geográfica de las necesidades primarias. Desde una perspectiva mundial, no se podía sostener que se hubiera conseguido un desarrollo éticamente racional cuando casi 800 millones de personas seguían sufriendo una grave malnutrición. En los países desarrollados, los niños que nacían tenían muchas probabilidades de crecer y llevar una vida plena hasta los 75 años o más. En los países en desarrollo, las tasas de natalidad eran más altas, pero un número considerable de esos niños se enfrentaban con un grave riesgo de tener mala salud y una muerte precoz, así como una esperanza de vida más breve. Un desarrollo éticamente racional les proporcionaría una vida mejor y, en consecuencia propiciaría una reducción de la presión demográfica.

Un desarrollo éticamente racional, que prestase más atención a una intensificación orientada hacia quienes se encontraban actualmente en una situación marginal o precaria, facilitaría también un desarrollo ecológicamente racional. Una distribución más amplia y equitativa de la riqueza reduciría sin duda la rápida progresión de un crecimiento demográfico no controlado y reduciría el riesgo de que un mundo contaminado y explotado en exceso causara perjuicios a las generaciones futuras. Mientras que la población de los países desarrollados era casi estable (si se mantuvieran las tasas actuales, tardaría más de 550 años en duplicarse), su aumento en los países en desarrollo, con excepción de China, era espectacular (si continuaran las tendencias actuales, la población se duplicaría en tan sólo 35 años). Los intentos de reducir y eliminar la pobreza se verían enormemente facilitados si se proporcionaran oportunidades educativas y económicas a las mujeres. De ese modo no solo mejorarían la igualdad y la equidad entre hombres y mujeres, sino que también la inversión y la ayuda darían mejores resultados y el crecimiento demográfico sería más lento.

Como mínimo, las medidas orientadas a la intensificación no debían ocasionar un aumento del empobrecimiento y la inseguridad alimentaria, que era lo que ocurría cuando se quitaba la tierra a los pequeños agricultores y a las personas con un régimen de tenencia inseguro para destinarla al cultivo con un alto coeficiente de capital. En cuanto a la pesca, era preciso regular la utilización de arrastreros con gran densidad de capital para que no agotasen las poblaciones de peces cercanas a las zonas costeras, ya que esa práctica destruía los medios de subsistencia de las comunidades que practicaban tradicionalmente la pesca artesanal. Por supuesto, se debía alentar el progreso tecnológico aun cuando se supiera que entrañaba riesgos, pero ese progreso debía complementarse con medidas que redujeran al mínimo las consecuencias negativas, ofreciendo a las personas afectadas soluciones satisfactorias a título de compensación.

La máxima prioridad en la fase actual no era un aumento mundial de la producción de alimentos, sino un acceso más amplio a éstos para quienes no lo tenían, ya fuera porque no podían permitirse adquirir los alimentos necesarios o porque no podían producirlos por sí mismos. Una intensificación que ofreciera la posibilidad de aumentar los ingresos de los agricultores actualmente marginales y pobres cumpliría esa finalidad y debería ser fomentada. La mayoría de quienes padecían hambre eran agricultores pobres o personas sin tierras que vivían en zonas rurales y dependían de la producción agrícola. Si se potenciara debidamente su capacidad de acción, muchos pequeños agricultores podrían lograr que sus variedades vegetales y sus razas de animales fueran más competitivas. Podrían estar en condiciones de superar el umbral de la pobreza mediante una intensificación facilitada con créditos adecuados y biotecnologías adaptadas a sus fines particulares. Las condiciones para garantizar una intensificación sostenible eran, entre otras, el acceso de toda persona a la educación, la mejora de la alfabetización general y el fomento de la capacidad para hacer uso de los conocimientos, incluidas las biotecnologías modernas, cuando procediera; para eso era necesaria una acción deliberadamente orientada a tal fin. Como se reconocía en los convenios e instrumentos jurídicos internacionales sobre los derechos humanos, toda persona debía poder beneficiarse de los avances de la ciencia y la tecnología. Estos avances podían aplicarse de manera que garantizasen la sostenibilidad y alimentos para todos como prioridad necesaria, siempre que se compartieran ampliamente los conocimientos y el acceso a la ciencia y la tecnología.

El Cuadro de Expertos consideró profundamente lamentable que, en los últimos 15 años, la ayuda a la agricultura y al desarrollo se hubiera reducido casi a la mitad. La responsabilidad de esa reducción debía ser atribuida a los donantes y los gobiernos receptores. No se había señalado suficientemente a la atención de algunos gobiernos la especial necesidad de un desarrollo agrícola productivo y de oportunidades adecuadas de comercialización que tenía la población de las zonas rurales en un contexto de inseguridad alimentaria. Además, muchos países desarrollados no habían cumplido su compromiso de destinar el 0,7 por ciento de su producto nacional bruto (PNB) a la asistencia para el desarrollo, ni habían proporcionado ayuda suficiente al sector agrícola.

Una intensificación ecológicamente sostenible requeriría un aumento de la producción, pero no debía originar un aumento de la dependencia respecto de recursos no renovables. Había un grave riesgo de que, sin una ordenación más eficaz tanto de los recursos de tierras y aguas como de los forestales y pesqueros, casi se alcanzara la capacidad de carga a nivel local, regional e incluso mundial, en ocasiones como resultado de una explotación con gran densidad de capital que deterioraba los medios de subsistencia de las poblaciones locales.

En el mandato del Cuadro de Expertos, se pedía a éste que llevara a cabo una reflexión ética en el contexto de la seguridad alimentaria, la utilización sostenible de los recursos naturales, la salvaguardia de la diversidad biológica y la combinación equilibrada de tecnologías tradicionales y modernas para aumentar la seguridad alimentaria y promover la agricultura sostenible. Había datos que indicaban que debía seguirse una doble vía para fomentar el progreso agrícola, estableciendo tal vez una distinción entre dos tipos diferentes de agricultores: los que producían y los que conservaban. Los agricultores que producían se centraban en la producción en gran escala, orientada sobre todo a una población urbana en rápido aumento, mediante una producción con una densidad de capital cada vez mayor; este era el contexto en el que tenía lugar la mayor parte de la intensificación y en el que los pequeños agricultores eran reemplazados por empresas comerciales o explotaciones agrícolas mayores. Muchas de estas explotaciones de gran envergadura practicaban el monocultivo; la mayor parte de las biotecnologías modernas se elaboraban pensando en ellas. Algunas de las formas recientes de intensificación agrícola tenían efectos perjudiciales sobre el medio ambiente o causaban daños en la salud humana, de los que podían citarse tres ejemplos. El más llamativo de ellos era el de la epidemia de encefalopatía espongiforme bovina (EEB), causada al alimentar a los animales con productos derivados de su propia especie. El segundo era el uso cada vez más amplio de la acuicultura, que había alterado en parte los ecosistemas. Por último, en el decenio que había seguido a la «revolución verde» en Asia, brotes de plagas de insectos de gran envergadura habían desestabilizado la producción de alimentos y sólo se habían podido controlar más adelante.

En muchos casos, los pequeños agricultores desempeñaban la función de conservadores, al aplicar métodos de cultivo más tradicionales que ayudaban a mantener la diversidad biológica y los conocimientos y tecnologías locales; además, sostenían las culturas tradicionales de las sociedades en que vivían. Eran necesarios ambos tipos de agricultores, pero posiblemente los que aseguraban la conservación necesitaban apoyo financiero y de otra índole para evitar la pobreza o salir de ella. Este factor podía justificar otras consideraciones relativas a las diversas funciones de la agricultura y arrojar nueva luz sobre la cuestión de las subvenciones agrícolas. Mientras que, en un mundo en proceso de globalización, era difícil justificar las subvenciones a los agricultores que practicaban la producción comercial, había buenas razones para ayudar a los que aseguraban la conservación, a los que tal vez hubiera que recurrir para garantizar la biodiversidad, la armonía cultural y el respeto para las generaciones futuras.

En todo caso, sería importante utilizar las biotecnologías adecuadas, ya fueran modernas o tradicionales, y asegurar su inocuidad para el medio ambiente. La intensificación ecológicamente sostenible de la agricultura exigiría que el objetivo de aumentar la productividad se alcanzara sin crear una mayor dependencia respecto de los recursos no renovables, respetando al mismo tiempo la biosfera mundial. En los países en desarrollo, la pobreza obligaba con frecuencia a las personas a utilizar los bienes de que disponían en forma insostenible o con un bajo grado de intensidad agrícola. Otro problema era que los países desarrollados establecían cada vez más normas en virtud de las cuales la producción de alimentos en sus territorios debía ajustarse a ciertas prescripciones en materia de sostenibilidad ambiental, aunque algunas empresas que tenían su sede en esos países pero operaban en países en desarrollo utilizaban o fomentaban tecnologías que degradaban el medio ambiente o modalidades de producción basadas en el monocultivo que ponían en peligro la biodiversidad.

Todas las iniciativas orientadas a la intensificación de la agricultura debían tener en cuenta la sostenibilidad ecológica. La creciente escasez de agua, por ejemplo, era una cuestión de importancia decisiva. En el futuro deberían producirse más alimentos utilizando menos agua.

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