John Durston
División de Desarrollo Social
CEPAL
octubre de 1996
Introducción
I. Juventud y el ciclo de vida en el mundo rural
II. Estereotipos versus datos
III. El desafío de incorporar a la juventud rural en las estrategias de desarrollo
Bibliografía
La juventud rural está empezando a perder su invisibilidad en la discusión sobre el futuro del mundo rural en América Latina. Sociólogos, planificadores y políticos señalan su papel crucial en las transformaciones en marcha en la agricultura y en las demás facetas de la vida en el campo. Sin embargo, es mucho lo que falta conocer de las realidades diversas que viven las diferentes juventudes rurales que existen al interior de cada país de la región: más que datos sólidos, se manejan estereotipos de los jóvenes rurales.
La invisibilidad que todavía padece la juventud rural ante los ojos de analistas y estrategas del desarrollo rural es, en un sentido, aun mayor que el mismo tipo de "no tomarse en cuenta" que ha afectado a la mujer rural. En el caso de la juventud, es incluso común cuestionar su existencia misma, dado lo efímero que sería frente a la temprana asunción de roles adultos: la juventud rural, en esta visión, terminaría casi en el momento de empezar, limitándose el concepto a una mera categoría estadística.
Junto con su supuesto carácter efímero, la imagen predominante de la juventud rural abarca elementos como un de crecimiento numérico generalizado de las cohortes juveniles rurales; una formación precoz de parejas y hogares; un semianalfabetismo asociado a una existencia de campesino pobre; una desventaja educativa feminina; una motivación hacia la emigración juvenil rural-urbana masiva y generalizada; y una nula participación y organización entre la juventud rural. En este trabajo se discutirán conceptos y datos que obligan a modificar fuertemente este estereotipo de la juventud rural.
La idea de que la juventud rural es tan efímera que apenas existe, surge de una definición que tipifica toda juventud como un período de moratoria entre la niñez y los roles del adulto. Se entenderá mejor a la juventud rural si en vez de esta definición tipificadora, nos acercamos a ella con lo que podría llamarse un "enfoque etario" que toma en cuenta las numerosas etapas del ciclo de vida de la persona, combinando cambios fisiológicos con cambios en la relación del individuo con la sociedad y con su hogar. En primer lugar, tal enfoque etario deja en claro que la etapa vital de la juventud es mucho más que aquella moratoria de responsabilidades que disfruta, principalmente, la juventud urbana de estratos medios y altos. La fase juvenil se caracteriza por una gradual transición hasta la asunción plena de los roles adultos en todas las sociedades, tanto rurales como urbanas.
A. La juventud como etapa.
En rigor, lo más relevante en el enfoque etario no es la edad cronológica de la persona, sino la secuencia de etapas del ciclo normal de vida. Esta secuencia varía según las personas, difiere marcadamente entre ambos géneros, e incluso hay casos individuales en que algunas fases no se dan. No obstante, como modelo abstracto, se puede postular "idealmente" la existencia de tres etapas y doce fases juveniles y adultas distintas en el ciclo de vida rural:
1. La etapa de infancia dependiente y sus respectivas fases (no analizadas aquí).
2. La etapa juvenil, que comprende:2.1. fase escolar (crecientemente sincrónica con la siguiente);
2.2 fase de ayudante del padre o de la madre en sus labores;
2.3. fase de parcial independización económica;
2.4 fase de recién casados; y
2.5 fase de padres jóvenes de hijos menores.3. La etapa adulta, que abarca:
3.1 fase de padres de un hogar autónomo nuevo, con fuerza laboral familiar infantil;
3.3. fase de padres con fuerza laboral adolescente;
3.4. fase de jefes de un hogar extendido;
3.5. fase de creciente pérdida de control sobre los hijos;
3.6. fase de donación o concesión de herencia anticipada de tierra;
3.7. fase de ancianos dependientes.
Si se toma como punto de partida de la fase juvenil el hecho biológico universal de la pubertad, se puede decir que la juventud dura desde la pubertad hasta la constitución de la pareja y de un hogar autónomo. Es una etapa durante la cual aumenta progresivamente la presencia del trabajo en la jornada cotidiana, y disminuye el juego, mientras que el aprendizaje llega a su auge en esta etapa y posteriormente decrece.
La pubertad establece un límite cronológico inferior variable dentro de un rango aproximado de 11 a 15 años de edad. El límite superior, la formación de un hogar autónomo, es una definición sociocultural y por ende mucho más variable entre países y culturas. Establecer una edad de término de la juventud implica reconocer una tendencia mayoritaria, ya que no todos los jóvenes forman parejas o establecen hogares independientes.
Los datos de encuestas de hogares indican que los jóvenes rurales de diferentes países de América Latina viven este pasaje de juventud a adultez a ritmos muy diferentes. En los noventa, sin embargo, la mayoría de jóvenes rurales no forma pareja hasta pasados los 20 años, y un hogar autónomo hasta después de los 25. La proporción de los hombres rurales jóvenes de 20-24 años que ya son jefes de sus propios hogares varía de sólo un quinto a un tercio de un país a otro 1 En consecuencia, se ve que el lapso que corresponde a la juventud definido por un enfoque del ciclo de vida tiene una duración de más de una década en las zonas rurales en casi toda América Latina. La correspondencia con la edad cronológica, sin embargo, varía algo según el contexto económico y cultural: en algunos contextos rurales, el período de juventud será predominantemente de los 11 a los 21 años, y en otros de 15 a 29 años.
1 Datos de CEPAL; procesamiento de encuestas de hogares oficiales en el Banco de Datos de Hogares (BADEHOG).
Parece preferible evitar discusiones largas sobre conceptos tan rígidos y estériles como edades límites fijas para la juventud rural. Lo que interesa es entender mejor los procesos y transiciones que viven los y las jóvenes rurales, y la medida en que algunos de ellos viven estos cambios en forma sana y exitosa mientras que otros sufren distorsiones en el pasaje de la infancia a la adultez.
B. Juventudes rurales carenciadas.
Otra forma complementaria de avanzar hacia este entendimiento es partir de una visión de una juventud deseable: caracterizada por un auge de aprendizaje; por la presencia permanente del juego y por el desarrollo de una capacidad de autorrealización. No hay duda que muchos jóvenes rurales de menores recursos ven cortados estos elementos del uso del tiempo libre y su juventud, aunque no por eso cesa de existir, es en consecuencia menos plena y exitosa, con secuelas en todo el ciclo de vida. Incluso, la juventud en el campo puede también prolongarse excesivamente por no resolverse la transición a roles y derechos adultos - por ejemplo, debido a la falta de acceso a una vivienda o tierra agrícola propia - y durar hasta alrededor de los treinta años de edad. Para la mayoría de la población rural de la región, la juventud es una etapa de transiciones bloqueadas, obstaculizadas, no adecuadamente apoyadas por la sociedad.
Para los jóvenes pobres, en especial, la fase de vida de juventud es, en aspectos importantes, una juventud privada de tiempo de juego, empobrecida en las posibilidades de aprendizaje, carenciada de espacios, contextos y apoyos para buen desarrollo personal y en trabajos que permitan algún grado de autorrealización.
C. Juventud aquí y ahora.
Es un error común pensar en las políticas relativas a los jóvenes sólo en términos de su futura condición de adultos. Está claro que la juventud rural tiene necesidades y roles en el presente, en su etapa juvenil propiamente tal. Los jóvenes rurales no son simplemente "pre-adultos": viven una etapa bastante extensa del ciclo de vida, que tiene características, problemas y necesidades propias: el cambio sicológico de la maduración física y de nuevas exigencias postinfantiles; el desafío de entender y actuar independientemente, el impulso por disfrutar de la vida y los temores de sus peligros. Tienen que tomar decisiones que afectarán sus futuros, pero no tienen autonomía total del hogar paterno. Los jóvenes rurales requieren de políticas para mejorar sus oportunidades futuras pero también para enfrentar sus problemas actuales y para dar sentido de utilidad a sus vidas como jóvenes, en el presente.
D. Pensamiento juvenil estratégico.
El hecho de que estas etapas y fases sean conocidos por todo el mundo también implica que los jóvenes rurales tengan, por lo menos en algunos momentos y en ciertos aspectos, un pensamiento y una práctica estratégicas que combinan su uso del tiempo presente con su visión de cómo preparar el tiempo futuro, especialmente en las fases más próximas. El tiempo futuro "la forma en que los jóvenes imaginan las etapas por cumplir en su desarrollo personal, según la secuencia antes esbozada" condiciona el comportamiento en el tiempo presente.
E. Jóvenes como protagonistas del desarrollo rural.
Proponer políticas y programas para la juventud rural no es cuestión de caridad o sólo de conciencia social: ocuparse de las necesidades insatisfechas de la juventud rural es una de las mejores inversiones en el desarrollo que se puede hacer. El retorno a la inversión en educación y al apoyo al desarrollo de capacidades y estilos de vida juvenil, ahorra problemas futuros más graves y - sobre todo - permite el desempeño de un rol dinamizador de la juventud rural en el desarrollo. Sin embargo, toda política dirigida a ellos tiene que ser compatible y complementaria con las dos visiones estratégicas de los jóvenes rurales, la de corto plazo, referida a la etapa de vivencia actual y, especialmente, la que concierne a su vida a mediano y a largo plazo. La política dirigida a la juventud rural que tendrá éxito y optimizará su contribución al desarrollo en ese ámbito será la que se base en un conocimiento de las estrategias de vida de la juventud que constituye y que complemente dichas estrategias.
Si la variable juventud sigue simplemente ausente del marco conceptual que dá origen a las estrategias y objetivos de los proyectos, y si el personal de éstos no está capacitado en el tema, evidentemente sería difícil que surgieran actividades diseñadas para incorporar explícitamente a los jóvenes en el desarrollo rural. Para empezar a hacer visibles a los jóvenes rurales en este contexto se necesita una visión teórica coherente, que aún está en proceso de construcción, de la juventud rural latinoamericana.
Naturalmente, un enfoque adecuado de los cambios que acompañan la transición desde la infancia a la vida adulta en el mundo rural de la región también serviría a las instituciones que trabajan exclusivamente para los jóvenes, ya que sus programas con frecuencia carecen de una estrategia amplia y clara. Tal enfoque sería especialmente útil si se basara en un marco teórico sólido, que relacionara el mundo juvenil con los procesos económicos y sociales más amplios y con los principales desafíos que plantea el desarrollo rural en general.
A. Cambios demográficos rurales.
En términos generales, ha habido un pronunciado proceso de desaceleración del crecimiento y de envejecimiento de la población rural en América Latina, como consecuencia de la emigración selectiva y de tendencias de fecundidad y mortalidad. Sin embargo, en la mayoría de los países latinoamericanos las caídas en el ritmo del crecimiento de la población rural están empezando a debilitarse. En la región como un todo, en consecuencia, el número de habitantes rurales se mantiene más o menos estable, fluctuando alrededor de 123 millones de personas durante cuatro décadas enteras, entre 1985 y 2025. La población urbana de América Latina se duplicará en el mismo lapso (CELADE 1995).
La población joven - tanto urbano como rural - de la región en su conjunto está creciendo a ritmos cada vez más bajos. Sin embargo, varios países predominantemente rurales están registrando justamente ahora sus tasas máximas de crecimiento de las cohortes juveniles, como un aspecto de la fase actual de sus transiciones demográficas. Así, las tendencias de crecimiento de la población joven (de 15 a 29 años) rural distan mucho de ser uniformes en los diversos países de la región. Por ejemplo, mientras Colombia y Chile alcanzaron el tamaño máximo de sus juventudes rurales en la década de los '80, Bolivia recién alcanzó ese máximo en esta década y países como Paraguay y Perú verán aumentar los números de sus jóvenes rurales hasta alrededor de 2010 y 2015, respectivamente.
B. Matrimonio y formación de parejas y hogares.
Ya hemos cuestionado la generalización de que todos los jóvenes rurales se casan muy tempranamente y se convierten en adultos en ese momento. En realidad, la proporción de jóvenes que todavía siguen siendo solteros (no casados ni en uniones consensuales) entre la población rural de 20 a 24 años de edad varía - para 1990 - desde 36% en Guatemala, pasando por un 44% en Honduras, 56% en Venezuela, y un 59% en Costa Rica, hasta un 66% en Chile. Lejos de formar parejas al alcanzar la capacidad biológica reproductiva, la juventud rural en general vive la constitución de un matrimonio como un proceso gradual en la cual están involucrados los padres y otros parientes, y que no les significa una autonomía absoluta en el momento de casarse.
Sobre todo en varias de las culturas indígenas de la región, hasta hace muy poco la mera elección de un cónyuge era una decisión en que participaban más los padres y los hombres mayores de su grupo de descendencia, que los jóvenes protagonistas del potencial matrimonio. En algunas comunidades campesinas andinas, cualquier matrimonio era y sigue siendo una alianza entre familias, que implica una serie de intercambios y acceso a tierras:
"La alianza matrimonial desempeña una función estructural a un doble nivel: en primer lugar al ser la familia ampliada la unidad exogámica que permite la realización del intercambio generalizado con las otras unidades de parentesco...; en segundo lugar es por esta relación social del matrimonio que todo miembro de una familia se constituye en sujeto de un derecho a la tierra..." (Sánchez Parga, 1982, p.157)
Hoy en día, la juventud rural en la región suele tener mayor libertad para elegir según sus sentimientos y su propia percepción de sus intereses a la persona con quién se casa 2. Pero tampoco han renunciado los padres al derecho a opinar sobre y oponerse a un matrimonio temprano, con una persona muy pobre o con una de fuera del medio local. También el locus de residencia de la joven pareja es determinada en gran parte por los lazos de trabajo y las estrategias complementarias del varón y su padre. En muchas culturas campesinas, si la esposa no tiene hermanos grandes, la residencia puede ser uxorilocal ("donde la mujer") - un ejemplo evidente de negociaciones entre la pareja y las dos familias en socialización -.
2 Las preferencias expresadas por las mujeres rurales en cuanto al número ideal de hijos también refleja un pensamiento estratégico autónomo, que abarca toda la fase adulta del ciclo de sus vidas. Hoy en día, según las últimas encuestas de fecundidad, el número de hijos deseados por las jóvenes rurales es casi idéntico con el de sus pares urbanos, lo cual sugiere además un trasfondo analítico de la calidad de vida bajo diferentes supuestos, por parte de una parte creciente de las jóvenes rurales (datos del CELADE).
El matrimonio obviamente se relaciona con otros objetivos de las estrategias de vida y con los recursos para su consecución. Por un lado, el matrimonio suele interrumpir la educación formal. Por otro, que una familia campesina tenga suficiente tierra puede permitir a los hijos e hijas a casarse más temprano. La migración puede verse inhibida por el matrimonio; pero en algunos medios, como las zonas altas de Ecuador y de Guatemala, el matrimonio en comunidades con pocas tierras puede ser una causa de la migración temporal, mientras el hogar joven no acumule los recursos para su reproducción.
También el matrimonio puede estar asociado a una estrategia de escape de la dura realidad de pobreza rural. Para la joven campesina, el empleo asalariado en el sector moderno agroindustrial, de maquila o en una ocupación no-manual es atractivo en parte porque abre posibilidades de casarse en un medio distinto al de la pobreza rural, anhelo fomentado también por los modelos de vida deseables promulgados por los medios de comunicación masiva. Pero en la mayoría de los casos, esta alternativa es más un sueño que una realidad; por otro lado, muchas jóvenes creen encontrar en el matrimonio dentro del medio campesino un relativo y alcanzable aumento de su autonomía, al convertirse ellas mismas en amas de su propia casa. Universalmente, las jóvenes campesinas se casan a edades más tempranas que sus pares masculinos, en parte por este motivo, con hombres mayores que han podido consolidar una estrategia de ingreso que les permite mantener una pareja.
C. Emigración.
Generalmente, las discusiones sobre emigración rural-urbana se limitan a señalar que la mayoría de los migrantes son jóvenes, sin dar cuenta de la gran variabilidad al interior de la migración juvenil o de los motivos para no emigrar en forma permanente. Hay antecedentes, por ejemplo, que la migración varía en función de la diferencia entre el jornal medio rural y el sueldo mínimo urbano, y que la emigración de jóvenes educados es menor desde zonas más prósperas con mayor dotación de tecnología agrícola (CEPAL 1992).
La decisión de emigrar de un joven o de una joven rural tiene sentidos radicalmente diferentes en diferentes etapas de la transición nacional demográfica y ocupacional. Hay algunas evidencias que en una etapa incipiente de la transición, los hombres jóvenes emigran más, muchas veces para complementar el exiguo ingreso familiar y para ahorrar con el fin de establecer un hogar rural propio. En etapas más avanzadas de urbanización y transición demográfica, las mujeres jóvenes se encuentran más expuestas a alternativas y posibilidades reales diferentes de la vida de mujer campesina. Hay una asociación entre bajos niveles de educación y emigración predominantemente masculina, y una mayor emigración de las jóvenes rurales en contextos de mayores niveles de educación rural.
D. La educación de los jóvenes rurales.
En términos generales, como lo señala Reuben (1990, p. 52), un mayor conocimiento formal le permite al joven o a la joven rural aportar a su familia y comunidad y mejorar la relación con el mundo exterior; pero también le modifica la concepción del mundo, lo que lleva frecuentemente al conflicto con instancias propias del medio que tienen; por otra parte, el mayor conocimiento tiene gran importancia en los recursos para sus estrategias de vida.
¿Cómo se toma la determinación, en un caso concreto, de hasta qué nivel sigue asistiendo a la escuela un joven rural? Aunque la respuesta varía mucho, de país en país y de familia a familia, en gran medida esta decisión es tomada de hecho por los padres, ya que la mayoría de los niños rurales abandonan la escuela antes de tener autonomía de decisión sobre su futuro. Cada vez más, sin embargo, y en cada vez más ambientes nacionales y locales, los estudios secundarios están empezando a constituirse en una opción real para la juventud rural, a una edad en que entra en sus propias definiciones de aspiraciones, expectativas y planes reales.
Hay grandes diferencias entre jóvenes rurales varones y mujeres, tanto en términos de los determinantes de su asistencia o su retiro de la educación formal como en términos de las formas de acceder al conocimiento fuera de la escuela. En cuanto a los varones jóvenes, hay una inesperada falta de correlación entre el nivel de ingreso del hogar y la tasa de asistencia escolar, ya que se supone que los hogares pobres tienen menos posibilidades y motivaciones para que sus hijos se eduquen (CEPAL, 1990). Aún más, la correlación entre asistencia de jóvenes varones y la cantidad de tierra que tienen los padres parece ser más bien negativa (Palau, 1993).
Aparentemente, la necesidad de usar la fuerza de trabajo de los hijos varones en los cultivos es un criterio más determinante para la familia con tierra que el eventual aumento potencial del ingreso por mayor logro escolar. Parece que, entre los jóvenes rurales de sexo masculino, la educación sería parte importante de una estrategia de vida entre los que tienen pocas expectativas de heredar tierras.
Los datos revelan enormes diferencias entre las juventudes rurales de uno y otro país latinoamericano en cuanto al número de años de estudio aprobados. En general estas diferencias corresponden a etapas históricas diferentes en cuanto a la expansión de la cobertura de educación gratuita en el territorio rural. Algunos países están todavía en una etapa en que la cobertura estable en pequeñas localidades rurales es débil y reciente, y la mitad o más de los jóvenes todavía tienen 0 a 3 años de estudio aprobados. Guatemala, Brasil y Honduras son ejemplos de esta situación. En otras, los jóvenes rurales han incorporado en sus estrategias sólo un mínimo de educación formal antes de dedicarse exclusivamente (sea por voluntad propia o por decisión de los padres) al trabajo remunerado o a los quehaceres domésticos.
En algunos países la educación primaria completa es una meta factible por el lado de la oferta gubernamental y también ha sido internalizada como norma por parte de padres e hijos. La incorporación de grados, superiores de educación formal en las estrategias de los jóvenes rurales es difícil de medir con los instrumentos disponibles, ya que muchos de los educandos a nivel secundario terminan arraigándose en los centros urbanos (y escapan de las encuestas rurales). No obstante, en países como Costa Rica, Chile, Panamá y Venezuela entre el 25% y 50% de los adultos jóvenes residentes en zonas rurales ya tienen 7 o más años de estudio aprobados.
E. Educación y estrategia de vida de la joven rural.
Para la mujer rural joven, al igual que la migración, la educación formal toma un nuevo significado liberador. Pero para ser "algo más" que una ama de casa campesina, no basta con migrar, porque sin educación la migrante está condenada a una condición de ninguna manera superior: la de sirviente doméstica. Como lo expresa Madeira (1985, p. 167) para el caso brasileño, opera fuertemente
"....la ideología del ascenso social por la vía de la escolaridad, es lo que ubica a la escuela como una inversión cuyo rendimiento se percibirá en el futuro...[también] la escuela es vista como un bien de consumo, que ofrece status y posibilidades de sociabilidad inmediatas... de pertenecer a una cultura joven"
Este último valor de la escuela es subrayado también por Valdés para Chile (1985, p. 284):
"la escuela es el único medio permitido para la mujer joven de estar incluida en la sociedad, de participar en su comunidad. Abre a otros mundos y a un grupo de amigas. La escuela le permite evadir las tareas domésticas y asumir el rol de la hermana mayor...la escuela entrega personalidad, es una forma de aprender a relacionarse con la gente."
Finalmente, como efecto de estos cambios, en las últimas dos décadas se ha invertido el privilegio educacional de los varones en el campo latinoamericano. Las mujeres mayores tienen perfiles educacionales inferiores a los varones; esta desventaja se mantiene en unos pocos países con fuerte presencia indígena como Guatemala. En la gran mayoría, sin embargo, las mujeres jóvenes rurales muestran menos analfabetismo y más años de educación que los muchachos 3.
3 CEPAL, BADEHOG.
A pesar de las diferencias de educación, las madres son un apoyo importante para las hijas en sus esfuerzos por educarse. Como señala Valdés:
"...las mujeres son individuos que están percibiendo los efectos de los cambios sociales y económicos de la sociedad en que viven....arrastran toda la carga de su rol doméstico y de un trabajo agobiante, repetitivo, enclaustrante y carente de satisfacciones...[las madres de hoy] financian con gran esfuerzo cualquier proyecto de vida de sus hijas que les signifique la adquisición de herramientas de trabajo y autonomía: estudios, profesión, títulos" (Valdés, 1985, p.277).
F. Juventud rural y participación en organizaciones.
Se suele suponer que la participación de los jóvenes rurales en organizaciones formales es prácticamente nula, lo que constituye un obstáculo para el trabajo con ellos y para su potenciación como agentes del desarrollo rural. Este supuesto es razonable, tomando en cuenta la distancia entre hogares rurales dispersos, la carga de trabajo juvenil y el conservadurismo de los padres al respecto. Por un lado, existe, sin embargo, un gran potencial en los redes informales de amistad entre jóvenes rurales que casi siempre se han conocido todas sus vidas.
Por otro lado, las escasas evidencias disponibles indican que los jóvenes rurales, si bien tienen una participación minoritaria en organizaciones formales, participan en ellas más que sus pares urbanos 4. Las actividades principales son clubes deportivos para los varones y grupos religiosos para las mujeres, seguidos por clubes de jóvenes agricultores (tipo 4-H o 4-S) y por ramas juveniles de asociaciones de cooperativas (datos de Juventud Rural del Cono Sur, REJUR; de Espíndola y Romero 1994; y de INJ/Chile 1996).
4 En las zonas rurales de la Provincia de Valparaíso, Chile, se detectó recientemente un 62% de participación de jóvenes rurales en grupos y organizaciones (INJ 1996).
Si el Estado es capaz de poner en práctica políticas y programas en armonía y complementariedad con las aspiraciones y estrategias de los y las jóvenes rurales, asegurará mayores tasas de arraigo rural y forjará una alianza con éstos - constituidos en actores sociales partícipes del quehacer público local - que potenciará las medidas globales de desarrollo rural.
Así, por ejemplo, puede ser parte de una política hacia las juventudes rurales darles una mayor opción de postergar sus matrimonios, estimulando la permanencia en la educación, mejorando así la futura calidad de vida de los casados en el campo y dando a la vez alternativas locales a la migración de uno o ambos cónyuges.
Gran parte de la migración temporal y permanente es una respuesta obligada a la extrema falta de posibilidades de generar ingresos localmente, exacerbado por la atracción ejercida por las grandes brechas entre el valor del jornal en el medio campesino y los salarios en otras zonas.
La relación actual y futura con sus familias y sus hogares de socialización sigue siendo el norte de las estrategias de vida de la vasta mayoría de los jóvenes rurales. En parte por interés - ya que la ayuda que reciben de la familia es clave para su estrategia de corto plazo y la herencia lo es a largo plazo - pero también por la incorporación a su personalidad misma de los valores de respeto y de deseos de ayudar a los padres que sigue caracterizando a la gran mayoría de los jóvenes rurales, el trabajo en familia tiene un significado y un potencial de transmisión del conocimiento que no deben ser soslayados.
La revisión de la información estadística sugiere dos principios básicos para cualquier programa dirigido a los jóvenes rurales. El primero es de no subestimar las capacidades de los jóvenes rurales de hoy, en términos de educación formal tanto como de habilidades adquiridas a través de la migración y de la familiaridad con los medios de comunicación masiva. El segundo es la necesidad de diseños flexibles y adaptables que tomen en cuenta la gran heterogeneidad de juventudes rurales (incluso en las mencionadas capacidades), no sólo entre países en la región sino también dentro de cada país.
En el contexto de un esfuerzo nacional de desarrollo con equidad, en conclusión, es necesario transformar la opción del o de la joven de quedarse en el medio rural, desde una condena a la cual se resigna, a un componente central de un proyecto de vida atractivo que ofrece esperanzas fundadas de un nivel de vida que está más allá de la mera sobrevivencia. Tampoco puede formar parte de una política global hacia los jóvenes rurales, el vedarles las opciones de competir por puestos de trabajo y ocupaciones de alta productividad, en la ciudad tanto como en el campo. Avanzar en ambas direcciones implica mejorar la oferta educativa y de capacitación en el campo; implica dar al joven y a la joven rural la información necesaria para elegir; y obliga a combatir la pobreza rural que actualmente les impide convertir sus aspiraciones y estrategias en realidad.
CELADE, 1995: Boletín Demográfico XXVIII, No. 56.
CEPAL, 1990: Transformación Productiva con Equidad.
CEPAL, 1992: Equidad y transformación productiva: un enfoque integrado. Santiago de Chile.
Espíndola, Daniel y Juan Romero (1994): "Los grupos de jóvenes rurales en el Uruguay según sus protagonistas". Foro Juvenil, Montevideo.
Instituto Nacional de la Juventud (INJ) y Gobierno Regional de Valparaíso (1996): Caracterización de Juventud V Región. INJ, Santiago de Chile.
Madeira, Felicia (1985), "La mujer joven brasileña", Mujeres Jóvenes en América Latina. CEPAL Montevideo, ARCA.
Palau, Tomás y Luís Caputo (1994): "Entre la exclusión y la reconstitución: la juventud paraguaya en los noventa", LC/R.1373, Santiago de Chile, CEPAL.
Sánchez Parga, José (1982): "Estrategias de Supervivencia", Estrategias de supervivencia en la comunidad andina, Manuel Chiriboga y otros, CAAP, Quito.
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