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8. MEDIDAS PARA LA ORDENACIÓN DE LA CAPACIDAD PESQUERA


La forma más sencilla y económica de abordar el problema de la sobrecapacidad es impedir que llegue a crearse. En las pesquerías que no tienen actualmente un problema de sobrecapacidad, debería darse prioridad al establecimiento de sistemas de ordenación que impidan que la capacidad crezca más allá del nivel que los recursos pueden sustentar a largo plazo o de niveles semejantes que se fijen como objetivo.

Como la sobrecapacidad es resultado de unas condiciones de acceso inadecuadas, la formulación de un marco normativo para la ordenación de la capacidad pesquera exige que las autoridades formulen simultáneamente políticas para limitar el acceso y/o ponerle un precio.

Nunca se insistirá demasiado en que la sobrecapacidad en una pesquería se produce porque los pescadores responden racionalmente a los incentivos económicos. En una pesquería en que existen beneficios significativos, es de prever que la capacidad de insumos aumente bien como consecuencia de nuevos ingresos en la pesquería o de la mayor inversión de los pescadores existentes. Limitarse a reducir las entradas quizá no sea suficiente para impedir la extensión de la capacidad, pues continuará siendo difícil controlar el aumento de la capacidad de insumos por parte de los pescadores existentes. Para ser eficaces, las medidas de ordenación de la capacidad deben tener en consideración ambas fuentes.

Al elaborar una política para hacer frente a la sobrecapacidad, los Estados pueden elegir entre dos planteamientos generales (Gréboval y Munro, 1999). El primero es establecer un sistema que ofrezca a los pescadores incentivos económicos para controlar la capacidad por propia iniciativa, sin necesidad de que el Estado intervenga directamente. El segundo es un sistema a través del cual el Estado trate de ordenar directamente los niveles de capacidad. Los principales instrumentos disponibles para la aplicación de cada uno de estos planteamientos se examinan en esta misma sección, después de una consideración sobre el tema conexo de los incentivos económicos. Los instrumentos alternativos se presentan de forma más bien introductoria, haciéndose hincapié en la dinámica de los ajustes de capacidad. Se plantean en el contexto de la ordenación general de la capacidad pesquera, que significa su control y, en caso necesario, su reducción.

8.1 Efectos de los incentivos económicos contraproducentes

Un primer paso importante para controlar la capacidad pesquera es evaluar atentamente el efecto que algunos incentivos económicos -incluidas las subvenciones- pueden tener en su desarrollo. Ello se debe a que las empresas invierten en una pesquería mientras puedan obtener beneficios significativos, cualquiera que sea el nivel de producción general. Pueden conseguirse beneficios incluso en un contexto de caída vertiginosa de las capturas si, como consecuencia de ello, los precios suben de forma significativa y/o si los costos se reducen significativamente mediante subvenciones y otros incentivos económicos.

No obstante, las subvenciones quizá no generen automáticamente situaciones de sobrecapacidad. Ello dependerá de las condiciones de acceso y de las realidades económicas de cada pesquería. Pero, a medida que madura una industria pesquera nacional, las principales poblaciones son objeto de fuerte explotación y es de prever que las subvenciones favorezcan las situaciones de sobrecapacidad si la capacidad nacional no se controla estrictamente. Cuando se introducen controles de la capacidad, o se hunden las pesquerías, el desplazamiento de algunos buques fuera de las jurisdicciones nacionales puede dar también lugar a sobrecapacidad en pesquerías extranjeras.

Por ello, en el PAI se pide a los Estados que reduzcan y eliminen progresivamente las subvenciones e incentivos económicos que contribuyen directa o indirectamente a la acumulación de exceso de capacidad.

Un primer paso es que los países realicen un examen nacional de las diversas subvenciones y otros incentivos económicos que se ofrecen a la pesca, junto con una evaluación cualitativa de su efecto probable en la capacidad pesquera, las decisiones de inversión previstas y la sostenibilidad. Hasta la fecha, son pocos los estudios disponibles fuera de las administraciones pesqueras nacionales. La mayor parte de los "estudios sobre subvenciones" disponibles presentan estimaciones del volumen de las subvenciones y examinan sus posibles efectos. En el Recuadro 1 se presentan algunos de esos estudios.

Son muchas las subvenciones y otros incentivos económicos que podrían dar lugar, directa o indirectamente, a situaciones de sobrecapacidad. En ausencia de una política eficaz de ordenación de la capacidad, todo incentivo que ofrezca mayor rentabilidad podría favorecer a la larga la sobrecapacidad, al menos en algunas pesquerías. En el plano nacional, es probable que los incentivos económicos ofrecidos para promover el desarrollo de la flota produzcan inicialmente un nivel excesivo de inversión en las pesquerías más rentables. Ello puede corregirse en cierta medida con restricciones de las capturas o del acceso, pero a medida que se vaya progresando hacia la plena explotación de la mayoría de los recursos disponibles, los incentivos económicos comienzan a redundar en perjuicio del objetivo general de la sostenibilidad.

Las subvenciones y otros incentivos económicos que repercuten de forma más directa en la capacidad son los ofrecidos para la construcción, adquisición y reconversión de los buques pesqueros, así como los que contribuyen directamente a producir de forma significativa los costos de explotación. Estos incentivos pueden adoptar la forma de donaciones presupuestadas, préstamos subvencionados y desgravaciones fiscales. Los préstamos subvencionados y las desgravaciones fiscales son importantes, quizá todavía más que las subvenciones presupuestadas actuales.

Recuadro 1: Estudios sobre las subvenciones

Las publicaciones recientes revelan los intentos realizados por clasificar y cuantificar la gran variedad de subvenciones actualmente utilizadas en el sector de la pesca. En cuanto tales, ofrecen una orientación útil sobre la realización de evaluaciones y exámenes nacionales. No obstante, los conocimientos actuales sobre la naturaleza y magnitud del efecto de las subvenciones sobre la sostenibilidad son limitados.

En Milazzo (1998) se presenta un ejemplo de marco para evaluar las subvenciones en el plano nacional. Para ello, se utiliza el acuerdo sobre subvenciones de la Organización Mundial de Comercio como marco para un análisis detallado de las subvenciones en la pesca. En dicho acuerdo se definen las subvenciones como "contribuciones financieras" ofrecidas por los gobiernos. Estas contribuciones incluyen las subvenciones de tipo más clásico, como las transferencias de fondos (por ejemplo, donaciones o préstamos en condiciones favorables) o transferencias potenciales (por ejemplo, garantías de préstamos), el suministro de bienes y servicios complementarios de la infraestructura general, y planes de sostenimiento de los precios y de los ingresos.

Recientemente la Organización de Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE, 2000) y, por medio de Price Waterhouse Coopers (200), la Cooperación Económica de Asia y el Pacífico (APEC) han realizado también exámenes nacionales. Ambos estudios relacionan las transferencias gubernamentales y enumeran las múltiples subvenciones, desglosadas por país y por gasto implicado. Algunos países han realizado también exámenes nacionales en profundidad (véase FAO, 2000b).

No obstante, pocos estudios tratan de vincular el valor de las subvenciones cuantitativamente con su posible efecto en la capacidad pesquera y en la sostenibilidad.

Los efectos de las subvenciones en la sostenibilidad de los recursos pesqueros fueron examinados, por ejemplo, en la Consulta de expertos de la FAO sobre incentivos económicos y pesca responsable (FAO, 2000b). El informe y la documentación preparada para esta consulta contienen útiles orientaciones para la clasificación de las subvenciones e indicaciones sobre sus posibles repercusiones en la sostenibilidad. En el informe se establecen también las prioridades para los estudios futuros, por ejemplo, la evaluación de los efectos de las tres categorías de subvenciones que, a priori, podrían tener mayor impacto en la sostenibilidad: la expansión del capital (por ejemplo, donaciones para modernizar los buques), exenciones y aplazamientos fiscales (por ejemplo, exención del impuesto sobre las ventas y sobre la renta) y sostenimiento de los precios.

La subvención de los costos de capital para la construcción y modernización de los buques es de gran importancia para la capacidad pesquera. Los países son conscientes de ello ya que, en los días en que el desarrollo pesquero constituía la norma general, muchos países tenían códigos de inversión que generalmente ofrecían préstamos con interés bajo o nulo y garantías estatales de los préstamos, como manera de reducir los tipos de interés. No es raro encontrar casos de gobiernos que han terminado financiando los costos de capital en aquellos casos en que los pescadores no han podido cumplir sus obligaciones de reembolso y se han invocado las garantías del préstamo. Esta situación tiene con frecuencia efectos secundarios contraproducentes para la ordenación de la pesca y la capacidad pesquera, por ejemplo, cuando las autoridades se resisten a dejar que las compañías se declaren en quiebra, con la esperanza de que se reestructuren los préstamos, se restablezca la viabilidad económica y el Estado pueda recuperar sus préstamos. En consecuencia, la capacidad se mantiene a veces en un nivel antieconómico, se retrasan los ajustes en la estructura de la capacidad pesquera y las tasas de captura se mantienen en niveles más bajos. Ello contribuye a deteriorar la situación financiera de las empresas pesqueras que serían rentables (o más rentables) si se dejara que los buques o empresas en quiebra desaparecieran del sector. El mantenimiento de una capacidad redundante aumenta también las tasas de explotación, con los riesgos habituales para la sostenibilidad del recurso.

Además de los costos de capital subvencionados, los códigos de inversión concebidos con la finalidad de desarrollar la capacidad pesquera incluían con frecuencia ventajas fiscales. Las más difundidas de éstas son el combustible libre de impuestos, la depreciación acelerada del capital y el aplazamiento del impuesto sobre la renta. Los datos disponibles sobre el costo de estas ventajas fiscales son fragmentarios pero parece que las cantidades son sustanciales. Es también preciso considerar la forma en que pueden influir en la capacidad pesquera las subvenciones otorgadas en otros sectores. El ejemplo más obvio es el de las subvenciones a los astilleros.

Las subvenciones no presupuestadas aparecen con frecuencia como restos de una era expansionista. Las autoridades pesqueras deberían comprobar que esas medidas continúan contribuyendo al objetivo que justificó su adopción y que sus repercusiones en la capacidad (si son negativas) no contrarrestan los efectos positivos en otras variables económicas.

Debería prestarse también atención a las subvenciones que favorecen el acceso a las pesquerías extranjeras. La crítica que se hace normalmente contra estas subvenciones es que representan un mecanismo para transferir el exceso de capacidad de pesca de los países ricos a los pobres (o de las aguas templadas a las tropicales). Las flotas subvencionadas pueden competir con el sector pesquero local y sus actividades pueden perjudicar a los objetivos de conservación de los Estados ribereños.

Como ya se ha dicho antes, no todas las subvenciones e incentivos económicos son necesariamente malos. Desde el punto de vista de la sostenibilidad de los recursos, muchos incentivos económicos son más bien neutros. Entre ellos se incluyen los incentivos relacionados, por ejemplo, con la seguridad, la calidad del pescado y las infraestructuras. Los incentivos orientados a promover el desarrollo inicial de la pesca podrían incluirse también aquí, aunque hay dificultades para orientar las subvenciones en forma selectiva hacia pesquerías determinadas o segmentos de la flota concretos y para reducirlas una vez que se haya conseguido el desarrollo inicial. Asimismo, los incentivos pueden orientarse directamente a promover la conservación y prácticas pesqueras responsables, por ejemplo, la adopción de artes de pesca más en consonancia con los objetivos ambientales.

Las subvenciones correctamente concebidas y orientadas pueden utilizarse también para promover ajustes a la baja de la capacidad pesquera, normalmente mediante programas de recompra. No obstante, hay pocas pruebas de que sean eficaces en su objetivo primario de conseguir la reducción de la capacidad y, por lo tanto, de promover la conservación, salvo en los casos en que están respaldadas con medidas eficaces para impedir el aumento del esfuerzo en el conjunto de buques que permanecen. Las recompras se examinan con detalle en la Sección 8.3.2 y en el Recuadro 3.

Quizá sea más convincente el argumento de que las subvenciones pueden ser una respuesta socialmente deseable al problema del exceso de la capacidad. Aunque ésta se acumula debido a las decisiones de inversión de pescadores individuales, el problema de fondo es de carácter normativo. En ausencia de medidas para corregir una deficiencia del mercado (resultado del acceso libre y gratuito a un bien público) en las pesquerías, los pescadores reciben señales económicas que les alientan a invertir. En las pesquerías donde se han resuelto esas deficiencias (por ejemplo, con un régimen de CIT) este incentivo desaparece, y en principio desaparecería también la sobrecapacidad. Cuando los pescadores se han visto alentados colectivamente a sobreinvertir, parece justo que las subvenciones se utilicen para ayudar a corregir la situación. El argumento sería todavía más válido en aquellas situaciones en que los incentivos económicos, quizá mediante un código de inversión, hayan reforzado las señales económicas engañosas recibidas por los pescadores del mercado.

Este argumento podría formularse de otra manera. En el análisis de las pesquerías es frecuente considerar el punto de equilibrio del acceso libre y gratuito. En cambio, se presta menos atención a la forma en que se llega a este equilibrio. Cuando las pesquerías estaban en expansión, esta falta de atención estaba justificada: cuando se introducían ajustes, normalmente tenían lugar con rapidez, y parte de la flota se limitaba a trasladarse a otras pesquerías. En cambio, ahora hay menos oportunidades de movilidad de las flotas, y se da mucha mayor importancia al problema de cómo alcanzar el equilibrio. En la práctica, debido al carácter variable de los recursos pesqueros, la determinación de un punto de equilibrio (sea el acceso libre, el RMS o cualquier otro) es una labor muy difícil. En consecuencia, existe la tendencia a "superar" el objetivo de equilibrio, para luego retroceder gradualmente. No obstante, si los buques no pueden trasladarse a otras pesquerías, ello significa que algunas embarcaciones deben abandonar el sector, incluso para restablecer el equilibrio de libre acceso. El problema es que los buques pesqueros tienen larga vida, y muchas veces no se prestan a actividades distintas de la pesca: por eso, una vez que están en una pesquería, tienden a permanecer en ella durante un tiempo considerable. Este problema puede presentarse de numerosas maneras: algunos autores hablan de capital no maleable, otros de asimetrías entre condiciones de entrada y salida. El resultado, en cualquier caso, es que las pesquerías pueden permanecer en una situación de desequilibrio durante largos períodos de tiempo, incluso más allá del nivel de libre acceso, con empresas pesqueras poco rentables y unos recursos sobreexplotados.

En estas condiciones, quizá fuera socialmente deseable intervenir para reducir el número de embarcaciones, al menos al nivel de libre acceso, con el fin de restaurar la viabilidad económica de la flota. En ese punto, no se conseguiría ninguna renta del recurso y podría darse cierta sobreexplotación, lo que significa que en la práctica se necesitarían nuevas reducciones de la capacidad.

De todas formas, este argumento sólo tiene sentido en el contexto de un conjunto de medidas adoptadas "por una sola vez". Antes de que la capacidad se reduzca a un nivel específico, debe introducirse un sistema de ordenación para controlarla de hecho en ese nivel. Más adelante se examinan las opciones existentes para ello. Si no se realiza este control de la capacidad, es de prever que el problema reaparezca rápidamente y quizá con mayor gravedad, pues habría mayores expectativas de que el Estado "asuma" los errores de inversión

8.2 Sistemas que ofrecen incentivos a los ajustes de la capacidad promovidos por el mismo sector

Algunos sistemas de ordenación de la pesca favorecen un entorno que elimina los incentivos a la creación de exceso de capacidad y fomentan ajustes de la capacidad promovidos por el mismo sector, que suelen ser más eficientes y fáciles de aplicar. Cuando sea posible, se recomienda abordar de esta manera el problema de control de la capacidad.

8.2.1 Sistemas de contingentes individuales

Varios países han utilizado a lo largo del decenio pasado sistemas de contingentes individuales (CI). Un sistema de CI supone la determinación de una CTP por la autoridad pesquera, y la asignación de dicha CTP entre los pescadores, mediante un acuerdo de larga duración (véase el Recuadro 2). La ventaja más significativa de los CI es que eliminan los incentivos que dan lugar al exceso de capacidad. Además, puede autorizarse la transferibilidad de los CI. Ello permitirá a los operadores más eficientes aumentar su cuota mediante operaciones de intercambio, y haría posible que los operadores menos eficientes abandonaran el sector. En Batstone y Sharp (1999) y en Arnason (1996) se presentan ejemplos de experiencias de países que han adoptado este mecanismo.

En un sistema de CI los pescadores tienen derecho a capturar una determinada cantidad de pescado. Siempre que respeten esos derechos, las autoridades de ordenación tienen la certeza de que no se superará la CTP. En consecuencia, son los pescadores individuales, o las compañías pesqueras, quienes deciden qué capacidad van a utilizar para capturar la parte que les corresponde de la CTP. No hay ninguna razón para suponer que utilizarán una capacidad superior a la necesaria para conseguirlo.

Los CI acaban con la "carrera por las capturas", lo que significa que la pesca tiene lugar únicamente durante la temporada natural. Ello ayuda en general a reducir también la sobrecapacidad en el sector de la elaboración.

Es probable que los CI resulten útiles en situaciones en que los pescadores explotan más de una especie, ya que cada pescador deberá comprobar que tiene los derechos necesarios para conseguir las capturas que desea desembarcar. En el caso de pesquerías con poblaciones muy mezcladas, esta ventaja puede ser más aparente que real.

La utilización de CI exige una atenta consideración de las características de la pesquería que se va a ordenar. Obviamente, una consideración fundamental es si los pescadores van a respetar, o se les puede obligar a respetar con un costo razonable, las restricciones impuestas por sus derechos de captura. Aun en el caso de que cumplan sus compromisos, deberá tenerse en cuenta cómo lo hacen. Por ejemplo, si los pescadores respetan sus cuotas descartando gran cantidad de pescado que podría comercializarse en otro contexto, eso significa que el sistema tiene algún problema. Muchas veces se argumenta que los CI no son el mecanismo más indicado para las pesquerías tropicales de especies múltiples. No obstante, quizá convenga evaluar si la combinación de contingentes con otras medidas o sistemas de ordenación representa una solución adecuada (por ejemplo, contingentes comunitarios determinados en función de las principales pesquerías mixtas).

Independientemente de las dificultades técnicas que presenta la introducción de los CI, deberían considerarse atentamente las repercusiones socioeconómicas. Por ejemplo, pueden dar lugar a efectos muy considerables en el patrimonio. Éstos podrían resolverse con un sistema fiscal adecuado. Los CI pueden dar lugar también a una restricción inaceptable de la participación. También en este caso se han encontrado soluciones para garantizar la participación de comunidades específicas (por ejemplo, en Nueva Zelandia) o para conseguir que la parte del contingente global sea objeto de licitaciones periódicas (por ejemplo, en Chile).

En los países donde se han introducido, los CI han cambiado sin duda los incentivos en un sentido que impulsa al sector pesquero a resolver el problema de capacidad por propia iniciativa. Esta ventaja es significativa, y las autoridades pesqueras deberían considerar atentamente la posible utilización de sistemas de este tipo para ordenar algunas de sus pesquerías, cuando puedan ponerse en práctica.

En los planes de CI, los pescadores tienen incentivos para equilibrar sus insumos con el monto de su cuota. Hay pruebas de que se están dando de hecho ajustes a la baja en pesquerías que presentaban una significativa sobrecapacidad antes de la introducción de dichos planes. La eliminación de los insumos redundantes puede producirse de varias maneras: reasignación por el propietario a otras pesquerías nacionales, previa reconversión; venta en el mercado nacional; venta en el mercado internacional, o desguace. Mientras un buque tenga un valor de mercado superior al de desguace, continuará en el sector pesquero y podría contribuir a la sobrecapacidad de otras pesquerías, si la entrada en ellas no está limitada.

Recuadro 2: Nueva Zelandia y los contingentes individuales transferibles
[Basado en Batstone y Sharp (1999)]

Un sistema de CIT requiere una asignación inicial de derechos, en forma de cuotas de un TCP. Se supone que, con un determinado CIT, el mercado, gracias a la transferibilidad de los derechos, garantiza que se aprovechen en la forma óptima (más eficiente). Uno de los primeros países que avanzó hacia un sistema de ordenación de la pesca basado en contingentes individuales transferibles fue Nueva Zelandia.

Un tema que debe considerarse en toda pesquería es qué se va a hacer con la pesca no comercial (por ejemplo, la pesca deportiva). En Nueva Zelandia, el Ministro (previa consulta o evaluación científica) fija una CTP y una CTCP (captura total comercial permisible), dándose por entendido que la diferencia se reserva para actividades no comerciales realizadas por quienes no son titulares de CIT. Estos grupos podrían ser pescadores artesanales en una pesquería con dimensiones tanto industriales como artesanales. Podría considerarse que es demasiado difícil controlar la flota artesanal utilizando CIT, y una parte de la CTP podría reservarse simplemente para esta actividad. Sin duda, un elemento clave en el éxito o fracaso de la ordenación pesquera va a ser la capacidad de controlar las capturas de este segmento. Si va a haber que reducir constantemente la CTCP para compensar el aumento de las capturas en otros lugares, el sistema no durará mucho.

Una segunda cuestión es cómo dividir las CTCP en CIT. Cuando se introdujo el sistema de Nueva Zelandia, en 1986, los CIT se denominaban en forma de toneladas de pescado, y las autoridades ajustaban la CTCP comprando o vendiendo CIT, según el caso, en el mercado abierto. El Gobierno abandonó este sistema en 1999, aparentemente porque resultaba demasiado costoso.

Posteriormente, los CIT se han denominado en forma de porcentajes de la CTP, y la experiencia indica que los pescadores están motivados para garantizar que la población se mantenga en buenas condiciones a fin de que su porcentaje valga lo más posible.

Una tercera cuestión que tuvo que plantearse Nueva Zelandia era la de los derechos tradicionales de pesca de la población Maorí, reconocidos en el Tratado de Waitangi de 1840. El sistema de ordenación de contingentes fue impugnado con éxito por los maoríes ante el Tribunal Supremo, y el Gobierno se vio obligado a negociar una liquidación considerable de contingentes. Los países interesados en aplicar sistemas basados en contingentes deberían extraer una enseñanza de todo ello: hay que comprobar que se tienen expresamente en cuenta los derechos tradicionales.

También debe estar claramente especificada la naturaleza del derecho. En Nueva Zelandia, los derechos sobre los contingentes son perpetuos, son transferibles y pueden servir de base para derechos derivados, como los arrendamientos. Representan una propiedad jurídica y pueden utilizarse como garantía.

Los titulares de los contingentes están sometidos a un mínimo y a un máximo, según la pesquería. Se autorizan contingentes más considerables a las compañías que se dedican a la pesca en aguas profundas y con gran concentración de capital, en oposición a las pesquerías costeras.

Cuando se introdujo el sistema, los titulares de los CIT debieron pagar una cantidad en concepto de alquiler de los recursos, independientemente de si pescaban o no. Ello suscitó controversias y, finalmente, esta forma de alquiler de los recursos se abolió en 1994. El Gobierno trata ahora sencillamente de recuperar el costo de ordenación de las diversas pesquerías.

Los resultados de este sistema son muy positivos. Los pescadores comerciales de Nueva Zelandia no reciben ninguna subvención y las pesquerías se ordenan en forma sostenible. La pesquería de Nueva Zelandia no parece haber partido de una situación de gran sobrecapacidad, por lo que los efectos del sistema han contribuido más al desarrollo que a la reducción de la capacidad. Desde la introducción del sistema, ha habido un aumento considerable tanto de la calidad como del valor de la producción. El volumen ha pasado de poco más de 400 000 toneladas en 1986 a más de 650 000 toneladas en 1995, mientras que el valor ha subido de 780 millones a 1 360 millones de dólares. Casi todo el aumento del valor se ha registrado en el sector de la exportación, y las ventas nacionales han sido de aproximadamente 125 millones de dólares durante todo el período.

El sistema de CIT ha dado también lugar a algunos cambios en la estructura industrial. La concentración de la propiedad de los contingentes ha aumentado ligeramente: las tres compañías más importantes poseían en 1996 el 56 por ciento del contingente, frente al 52 por ciento en 1991. No obstante, este resultado se debe en buena medida a la pesquería de aguas profundas, donde se necesita abundante capital. El sistema ha hecho posible la aparición de pescadores especializados; por ejemplo, el segmento que más ha aumentado desde 1987 es el de los pescadores con línea, que venden especies de alto valor en mercados selectos. Todos los segmentos se han mantenido en el marco de este sistema, con excepción de la pesca de arrastre en pareja, que ha desaparecido prácticamente.

El sistema ha estado también asociado con un aumento del empleo, sobre todo en el sector de la elaboración, resultado previsto, ya que los derechos representan un incentivo para aumentar el valor agregado de la producción autorizada.

En la actualidad, la pesca no comercial no se incluye en el sistema de ordenación de contingentes, y se administra de otras maneras. Lo difícil es saber qué parte de las capturas debería dejarse para el sector no comercial. En el caso de Nueva Zelandia, éste consiste fundamentalmente en la pesca deportiva. Pero pueden plantearse problemas semejantes en las pesquerías de los países en desarrollo donde el sector artesanal, aunque orientado al comercio, puede ser cualitativamente diferente del sector industrial. En tales casos, la ordenación del sector industrial puede ser relativamente fácil, pero puede correr peligro como consecuencia de las novedades registradas en el sector artesanal.

8.2.2 Zonas exclusivas

En algunas pesquerías, quizá sea posible delimitar algunas zonas para que sean explotadas exclusivamente por un pescador o un grupo de pescadores. Un ejemplo de estos sistemas es el de los derechos territoriales de uso en las pesquerías. Las pesquerías costeras japonesas están ordenadas en buena medida de acuerdo con este criterio, y lo mismo ocurre con muchas pesquerías continentales y costeras tradicionales en todo el mundo. Se supone que, si los pescadores están seguros de que se respetarán sus derechos a una determinada zona, la explotarán de forma más adecuada, utilizando solamente el nivel de capacidad que sea necesario para conseguir las capturas deseadas. Naturalmente, este comportamiento presupone que los derechos son individuales o se administran mediante estrictas normas colectivas y autoimpuestas.

Las autoridades pesqueras deberían considerar las zonas exclusivas como un valioso planteamiento para la ordenación de la capacidad pesquera en determinadas circunstancias, sobre todo en las pesquerías costeras y en las que son relativamente sedentarias. La aplicación de este planteamiento a la pesca en pequeña escala generalmente debe ser objeto de mayor investigación, sobre todo en los casos en que están todavía vigentes algunos sistemas de ordenación tradicional.

Las pesquerías sedentarias se prestan especialmente bien para este tipo de ordenación. Las zonas exclusivas se han utilizado, por ejemplo, en el Reino Unido y en Francia para la pesca de la ostra. Los datos disponibles parecen indicar que las áreas privadas se explotan con mucha mayor eficiencia que las públicas (Guillotre 1997).

En Madagascar, un sistema de ordenación en que se incluyen zonas exclusivas se ha transformado en una pesquería del camarón. Se definieron varias zonas en la costa occidental de la isla. Con el tiempo, se observó claramente que las zonas representaban una manera de resolver el conflicto entre las compañías pesqueras y un instrumento para conservar los escasos recursos de combustible de la isla, obligando a las embarcaciones a pescar cerca de sus instalaciones de elaboración en la costa. En consecuencia, se asignaron a algunas compañías derechos exclusivos sobre ciertas áreas. Las nuevas compañías recibieron también derechos a pescar en otras zonas, con un límite del número de embarcaciones que podían pescar en cada una de ellas. Las evaluaciones del sistema realizadas en el decenio de 1990 revelaban que las zonas exclusivas tenían un nivel de explotación próximo al rendimiento económico máximo, como se observa en la publicación clásica sobre la economía de la pesca relativa a un solo propietario (Scott, 1955), y que, junto con la limitación del ingreso, este planteamiento ayudaba a evitar los problemas de sobrecapacidad de muchas pesquerías de todo el mundo.

No obstante, el sistema debe hacer frente ahora a grandes desafíos, debido al desarrollo de la pesca artesanal. Ello coloca a las autoridades en una difícil situación. Por un lado, las zonas exclusivas han ofrecido a Madagascar una pesquería rentable, explotada racionalmente, que se ha convertido en una fuente importante de divisas. Por el otro, la flota artesanal merece mayor atención por consideraciones de tipo social, y el tema de la capacidad debe ahora revisarse tanto en los segmentos con gran concentración de mano de obra como en los que están basados en el uso de capital.

Es interesante observar la semejanza entre este problema y el de Nueva Zelandia, donde las capturas no comerciales que no se incluyen en el sistema de CIT podrían perturbarlo gravemente. En los sistemas que permiten una ordenación económica eficaz de las pesquerías, es fundamental que haya el menor número posible de exenciones. Todo resquicio que se deje, por poco importante que pueda parecer, tiende a aumentar rápidamente una vez que se comienzan a observar los resultados económicos de una ordenación acertada.

8.2.3 Régimen de licencias en un contexto de cooperación

En términos generales, los regímenes de limitación de las licencias no ofrecen a los pescadores un incentivo para evitar la sobrecapacidad y, por consiguiente, su utilización se examina más a fondo en la próxima sección. No obstante, hay una situación en que podrían utilizarse para ofrecer este tipo de incentivo, es decir, cuando hay un número muy pequeño de titulares de las licencias en una pesquería concreta y cuando hay suficiente interacción entre ellos como para que surja un comportamiento basado en la cooperación. En particular, pueden ponerse de acuerdo en adoptar sus propias medidas de ordenación, que eliminarían la necesidad de competencia por conseguir una mayor capacidad. Por ejemplo, pueden ponerse de acuerdo en restringir las capturas por embarcación y por día, o en limitar el número de días de pesca. La probabilidad de que estos mecanismos funcionen o no depende de varios factores. Ante todo y sobre todo, los pescadores deben crear un clima de confianza mutua. Se necesita también un mecanismo (formal o informal) para la observancia de las medidas acordadas. Por otro lado, tienen que estar convencidos de que el Estado no otorgará licencias adicionales para esas pesquerías, que podrían echar por tierra su acuerdo de cooperación.

Para alentar un comportamiento de cooperación, puede ser útil establecer licencias para zonas o áreas relativamente pequeños. Sin duda, la capacidad de utilizar las zonas dependerá de la naturaleza de la pesquería. En muchos sentidos, una pesquería con pocos titulares de licencias podría convertirse fácilmente en un mecanismo de ordenación compartida.

8.2.4 Ordenación compartida y ordenación basada en la comunidad

La "ordenación compartida" abarca una gran variedad de posibles sistemas que suponen un reparto de responsabilidades de ordenación entre el Estado y las comunidades u organizaciones de pescadores más convencionales. Para que se pueda adoptar un planteamiento basado en la gestión compartida, quizá se requieran actividades de investigación y de extensión: las primeras para determinar la forma de crear tales grupos; las segundas, como instrumento de capacitación sobre la forma en que deben funcionar. Se necesita también un mecanismo (por ejemplo, un organismo general de coordinación) para resolver los conflictos entre los grupos y dentro de ellos. Donde hay grupos y/o poblaciones ícticas que se superponen, una cuestión fundamental será el cambio en la asignación de los derechos a lo largo del tiempo, a medida que se transformen las eficiencias relativas. Asimismo, quizá convendría considerar qué habría que hacer si el grupo no representara la mejor alternativa de ordenación. ¿Cómo se pueden retirar los derechos al grupo?

Cuando hay que utilizar un planteamiento de ordenación compartida, lo más importante será decidir precisamente qué derechos y responsabilidades se han transferido a cada grupo. Una cuestión clave será si el grupo tiene derechos de propiedad o de uso.

Es probable que el grupo esté interesado en la ordenación de la capacidad para garantizar beneficios sostenidos a todos los miembros. Su capacidad de hacerlo dependerá de varios factores:

Los sistemas de base comunitaria son compatibles con una gran variedad de instrumentos diferentes. En las pesquerías artesanales, es normal asignar derechos en forma de espacio. Estos sistemas son útiles para organizar las prácticas pesqueras y la comunidad puede perfeccionarlos y convertirlos en instrumento de regulación de la capacidad. No obstante, cuando aumentan las tasas de explotación, son vulnerables al hecho de que el espacio puede abarcar una parte de las poblaciones y, por consiguiente, las comunidades adyacentes tendrán que colaborar eficazmente. De lo contrario, quizá sea preferible asignar derechos de captura en vez de los derechos espaciales, o al menos en forma adicional. Siempre que se pueda contar con la comunidad para garantizar que en conjunto sus miembros no superen las capturas asignadas, estos sistemas pueden ser muy eficaces. En el Reino Unido, se ha puesto en práctica una forma de ordenación basada en la comunidad, en que las capturas se asignan a las organizaciones de productores, que se encargan también de su ordenación. La experiencia ha demostrado que los miembros de dichas organizaciones consiguen ponerse de acuerdo sin pérdida de tiempo para ordenar la capacidad y, en este caso, reducirla compensando a quienes desean abandonar, siempre que su parte de las capturas se mantenga dentro de la organización. Es interesante observar que los pescadores del Reino Unido se oponían a los sistemas de contingentes individuales de alcance nacional, pero estas asignaciones fueron aceptadas rápidamente entre los grupos.

8.2.5 Impuestos y recargos en concepto de arrendamiento de recursos

Puede decirse que los impuestos representan un incentivo para el ajuste de la capacidad impulsado por el mismo sector. No obstante, debido a su escasa aceptabilidad política, es probable que se utilicen como complemento de otras medidas de ordenación de la capacidad.

En igualdad de condiciones, las subidas de los precios del pescado o la disminución de los costos aumentan la rentabilidad de la pesca. Si existen sistemas eficaces basados en los derechos, esta mayor rentabilidad generará una mayor demanda de derechos, lo que hará subir su precio y, por lo tanto, el valor capitalizado de la pesquería (valor total de los derechos a lo largo del tiempo). En cambio, si no es posible establecer sistemas adecuados de ordenación basados en los derechos, es de prever que una mayor rentabilidad dé lugar a un aumento de la capacidad. Para evitarlo, el Estado tiene la opción de gravar los beneficios adicionales.

Este planteamiento puede justificarse por un doble motivo. En primer lugar, los impuestos pueden utilizarse para corregir una disfunción del mercado. La población de peces representa un valioso recurso pero, en ausencia de derechos de uso, no hay mercado donde se pueda revelar este valor y se pueda intercambiar el recurso. En economía, esto lo que se conoce como disfunción del mercado, aunque en este caso podría decirse que el mercado sencillamente no existe. La consecuencia es que la población de peces parece ser un bien gratuito para los pescadores y se explota por encima del nivel socialmente óptimo (en principio, los precios fijados por el mercado llevarían a la solución socialmente óptima). Los impuestos pueden utilizarse para obligar a los pescadores a tener en cuenta el valor de una población valiosa que están utilizando con el fin de conseguir una producción, de la misma manera que se ven obligados a tener en cuenta el costo de otros insumos, como el petróleo, los artes, la mano de obra, etc. Si cualquiera de estos recursos se suministrara gratuitamente, los pescadores tenderían a utilizarlo en exceso, exactamente igual que hacen con las poblaciones de peces. Si hay que pagar un impuesto, sea sobre las capturas o sobre el esfuerzo, la rentabilidad disminuirá y por lo tanto bajará también el nivel del esfuerzo de pesca y de la capacidad.

Una segunda justificación del uso de los impuestos es que representan los rendimientos del recurso pesquero para la nación. Desde esta perspectiva, el Estado desempeña el papel de administrador del recurso en nombre del propietario, es decir, todos los ciudadanos del país. Por ello, el Estado recauda las rentas del recurso, que luego utiliza en beneficio de todos los ciudadanos. De esta manera, todos pueden beneficiarse de una u otra forma de los recursos pesqueros de la nación, sin necesidad de dedicarse a la pesca. Muchas industrias extractivas se administran de esta manera, mediante el pago de regalías, por ejemplo.

Si se van a utilizar medidas fiscales, los Estados deberán considerar las siguientes cuestiones:

En principio, si ese nivel es el adecuado, los impuestos (o el arrendamiento de los recursos) pueden resolver los problemas de capacidad, ya que las empresas se ven obligadas a tener en cuenta el valor de los recursos a la hora de tomar decisiones.

En la práctica, los impuestos se utilizan sólo en contadas ocasiones, al menos en forma aislada y en el caso de los pescadores nacionales. Es más frecuente encontrar sistemas de este tipo aplicados a los pescadores extranjeros, por ejemplo, en forma de cuotas de derechos de acceso. No obstante, en muchos países en desarrollo se han aplicado impuestos a los pescadores tanto nacionales como extranjeros en las pesquerías más importantes y con frecuencia desde la fase inicial de desarrollo de las mismas.

Suelen formularse dos objeciones contra la utilización de los impuestos. En primer lugar, con el fin de establecer un sistema fiscal "óptimo", se necesita un gran volumen de datos, que normalmente no existen. Esta objeción quizá pueda superarse reconociendo que el sistema no será nunca "óptimo". Cabría adoptar un planteamiento "satisfactorio", en el cual el Estado define el nivel más indicado de rendimiento fiscal de sus pesquerías. A medida que se vayan alcanzando diferentes niveles, podría revisarse al alza la definición de "satisfactorio", mediante un procedimiento de ensayo y error, para que su nivel se vaya acercando gradualmente al óptimo. Este planteamiento es utilizado por muchas grandes compañías para multiplicar su rentabilidad, y no parece que haya ninguna razón por la que no pueda funcionar en el caso de la pesca.

Una objeción más seria, en la práctica, es la aceptabilidad política. Son varios los argumentos que pueden utilizarse para explicar por qué no es posible utilizar los impuestos para medidas de ordenación de la pesca aplicadas a los pescadores nacionales. En primer lugar, en las pesquerías con sobrecapacidad, las empresas pesqueras se encuentran muchas veces en difícil situación económica, lo que significa que si se les grava con nuevos impuestos, algunas de ellas podrían verse condenadas a la quiebra, que es algo que el Gobierno difícilmente querrá apoyar. Habrá que juzgar caso por caso si este argumento significa que hay que excluir realmente el uso de impuestos o que hay que introducirlos de forma gradual. En segundo lugar, cabría argumentar que los impuestos serán inaceptables para los pescadores y que sin su apoyo ningún sistema de ordenación puede prosperar. También en este caso, la solidez del argumento habrá que juzgarla empíricamente. En Madagascar, por ejemplo, se introdujeron impuestos en el contexto de un plan más restrictivo y eficaz de limitación de licencias, que de hecho garantiza la rentabilidad a largo plazo de la pesquería.

La aceptabilidad política de utilizar los impuestos y recargos en concepto de arrendamiento del recurso debe ser juzgada por cada Estado. No obstante, no hay ninguna razón a priori por la que no se pueda recurrir a los impuestos para abordar el problema de la sobrecapacidad, y las autoridades deberían pensar seriamente en su utilización.

En la práctica, lo más indicado es utilizar los impuestos junto con otras medidas de ordenación, en particular con un régimen de licencias. Convendría estudiar cuál es la manera más indicada de introducirlos. No hay ninguna razón intrínseca por la que tengan que introducirse en la forma tradicional: podrían ser más aceptables nuevos planteamientos innovadores. Uno que se ha introducido en varios países, junto con los planes de ordenación basada en los contingentes individuales, es el pago de tasas en un régimen de costos compartidos de la ordenación. Otros mecanismos podrían ser la venta periódica de derechos de pesca por el Estado, si se ofrecen por un período de tiempo limitado.

8.3 Sistemas que tratan de regular la utilización de insumos

Sí, por cualquier razón, las autoridades encargadas de la ordenación no pueden introducir un sistema basado en incentivos, habrá que crear un mecanismo concebido expresamente para la ordenación de la capacidad. Hay que tener en cuenta desde el primer momento que estos sistemas son difíciles de aplicar con éxito, sobre todo si se introducción en pesquerías que están ya fuertemente explotadas.

8.3.1 Licencias y limitación del ingreso

Las licencias son el sistema más comúnmente utilizado para la ordenación de la capacidad. Cuando, en el decenio de 1960, se analizaron por primera vez los problemas del acceso libre y gratuito, se observó inmediatamente la importancia de la limitación del acceso, y las licencias parecían ofrecer una solución a este problema. Por desgracia, el control de la capacidad de los buques concretos recibió mucha menos atención inicialmente y sólo la experiencia demostró que era difícil controlar este segundo elemento sin un régimen de licencias.

Las licencias son un instrumento habitual de ordenación que continúa siendo la principal alternativa a los sistemas de CI. La mayor dificultad de las licencias, cuando se consideran con respecto al problema de la sobrecapacidad, es que no eliminan los incentivos que dieron lugar a la sobrecapacidad inicialmente. En consecuencia, la ordenación tiende a convertirse en un juego en que las autoridades tratan de limitar la inversión del sector, a diferencia de los casos en que alientan a éste a adaptar su inversión en la dirección deseada, como ocurre con los CI (o con los impuestos, en cierta medida).

La institución de un régimen eficaz de licencias es difícil por varias razones. Un problema es determinar cuál va ser el objeto de las licencias. Los buques de pesca, las características de los buques/artes o el esfuerzo de pesca pueden someterse a un régimen de licencias, ya que todos ellos son indicadores de los insumos pesqueros. En los sistemas de licencias más sencillos, son los buques mismos los que constituyen el objeto de las licencias, y el número de éstas es limitado. La consecuencia es, en general, que aumenta el tamaño medio de los buques; es más, si se controla esta dimensión del esfuerzo, los pescadores tenderán a invertir con el fin de aumentar la eficacia de la unidad que ha recibido la licencia.

Este problema se conoce con el nombre de sustitución de insumos. Puede preverse, sin temor a equivocaciones, que dentro de un régimen de licencias los pescadores tratarán de sustituir los insumos controlados por otros que no están sometidos a limitación. Ello será más o menos posible según la naturaleza de la función de producción. Si el grado de flexibilidad es bajo, el problema de ordenación se simplifica enormemente, ya que controlar un insumo permitirá controlar de hecho todos los demás. En cambio, si la flexibilidad es considerable, quizá sea imposible utilizar medidas de ordenación basadas en los insumos, ya que en el momento en que se controla un insumo, se sustituye éste por otro. Por ello, se necesitan estudios técnicos en apoyo del régimen de licencias para investigar hasta qué punto los insumos pueden sustituirse mutuamente en la función de producción.

Es más, incluso cuando la tecnología es muy poco flexible, en cuyo caso es difícil que varíe la proporción de los insumos, el margen de maniobra de los encargados de la ordenación pesquera es pequeño. Tanto en la pesca como en los sectores que prestan servicios a ésta se establecerán incentivos para innovar con el fin de aumentar la flexibilidad de la tecnología de la producción. La regulación de los insumos en el caso de la tecnología inflexible creará probablemente distorsiones fuera del sector pesquero, en forma de acumulación excesiva de inventos e innovaciones.

Al considerar la aplicación de programas de limitación del acceso mediante licencias es fundamental evaluar el potencial de sustitución de los insumos. Si este potencial es elevado, dichos programas deberán ser más específicos (y más difíciles de aplicar) para conseguir controlar la capacidad pesquera. Aun cuando el potencial sea actualmente limitado, el programa representará un incentivo para aumentar la sustituibilidad de los insumos a medio y largo plazo. Por ello, en el contexto de la capacidad pesquera conviene considerar las licencias de acceso limitado como una entre las posibles medidas para el establecimiento de un régimen de ordenación eficaz.

Una respuesta habitual al problema de la sustitución de insumos por parte de la administración es tratar de definir las condiciones de las licencias en forma cada vez más estricta. Ello puede realizarse bien incorporando un número cada vez mayor de licencias a los distintos insumos o mejorando la definición de cada una de ellas. La experiencia resultante de ambos planteamientos presenta signos diversos. En el Reino Unido, por ejemplo, el número de posibles licencias llegó a ser tan grande a mitad del decenio de 1990 que el gobierno se vio obligado a simplificar todo el sistema para que fuera viable para los pescadores y para el personal encargado de la observancia. En lo que respecta a mejorar la definición de cada licencia, la experiencia del Reino Unido con las unidades de capacidad de las embarcaciones demuestra de qué manera del sector puede maniobrar dentro de una definición física de la capacidad que se aplicaría a toda una flota y conseguir que disminuya la capacidad cuantificada en la definición y al mismo tiempo aumentarla en la práctica.

Incluso medidas de ordenación aparentemente sencillas están expuestas a la sustitución de insumos. Por ejemplo, las restricciones del tiempo de pesca en forma de temporadas o días de veda en el mar harán que los pescadores aprendan rápidamente a aprovechar el hecho de que hay diferentes tipos de tiempo. Probablemente tratarán de reducir el tiempo de desplazamiento (buques más rápidos, hélices de nuevo diseño, etc.) y el tiempo de manipulación de los artes (artes mecanizados, etc.) para que puedan aumentar el tiempo de pesca dentro de las limitaciones impuestas por la veda.

Hay pocas dudas de que la sustitución de insumos continuará siendo un tema importante en cualquier régimen de licencias. Teniendo en cuenta la experiencia obtenida, hay que reconocer que en una pesquería concreta el control del número de embarcaciones autorizadas a pescar y las restricciones impuestas sobre un reducido número de características fundamentales limitarían enormemente la capacidad de pesca, y que, con el tiempo, el número de buques que faenan podría adaptarse a la baja, en caso necesario. La introducción de este sistema en las primeras fases de desarrollo de la pesquería facilita enormemente el logro de este fin. Los pescadores existentes pueden recibir licencias transferibles; podrían subastarse licencias adicionales si los recursos y la economía lo permiten (después de evaluaciones periódicas); pueden negociarse condiciones restrictivas de acceso en forma de licencias permanentes con un mecanismo adecuado de distribución de rentas; la parte de la rentas extraída por el Estado puede utilizarse para garantizar una ordenación adecuada, incluida una participación mayor del sector y, con EL tiempo, la posibilidad de cofinanciar planes de recompra (por ejemplo, en respuesta a la acumulación de capital o si se supera el nivel de explotación previsto como objetivo). Ello requeriría generar una definición de las pesquerías que impida que los buques faenen en más de una pesquería. El sistema puede introducirse en un primer momento en pesquerías relativamente sencillas y generalizarse de forma progresiva, aunque quizá sea difícil aplicarlo a las pesquerías en pequeña escala.

Cuando las licencias se introducen pesquería por pesquería, una dificultad importante es justificar la asignación de licencias iniciales. Las licencias puedan aprobarse únicamente para la explotación de una pesquería concreta por un buque determinado. El propietario de un buque puede recibir también licencias para la explotación de varias pesquerías alternativas en reconocimiento de prácticas estacionales existentes (explotación consecutiva de varias poblaciones a lo largo del año) o en reconocimiento de una participación actual y pasada. Un sistema de licencias múltiples permitirá cierta flexibilidad en relación con las fluctuaciones interanuales de la abundancia, pero es más difícil regular y puede dar lugar a un importante desplazamiento de la capacidad entre distintas pesquerías y a una mayor insostenibilidad. En general, si la limitación del ingreso se introduce en función de las pesquerías, deberían otorgarse licencias múltiples únicamente cuando sea inevitable (por ejemplo, para la explotación de pesquerías estacionales). Como se examina en el Recuadro 3, las licencias múltiples provocan también grandes dificultades cuando se utilizan medidas de recompra para reducir la capacidad.

Los planes de limitación del ingreso se han introducido muchas veces en un contexto de flagrante sobrecapacidad, en que son muchas las poblaciones sobreexplotadas y pocas las oportunidades de reasignación nacional. En este contexto, las licencias pueden aplicarse en toda una ZEE, es decir, para toda la flota desglosada en segmentos. Este planteamiento contribuiría a establecer un máximo para la capacidad general (sobre la base de la importancia actual de los distintos segmentos de la flota) y a sentar las bases para reducir posteriormente un segmento determinado de la flota al mismo tiempo que se pueden promover otros. En este contexto, deberá aplicarse una sencilla variante sustitutiva de la capacidad de insumos al conjunto de la flota (como se ha hecho en la Unión Europea) o a grandes segmentos de la flota (por ejemplo, arrastreros, cerqueros, etc.). Este planteamiento es sencillo pero agrava el problema de la sustitución de los insumos. Además, no llega a restringir la asignación de los insumos pesqueros entre las poblaciones (o pesquerías definidas fundamentalmente en función de las poblaciones). Asimismo, la asignación de la flota debería ordenarse con otras medidas (por ejemplo, TCP o temporadas de veda). Por otro lado, no impide que las autoridades pesqueras utilicen regímenes de licencias más elaborados para pesquerías concretas (por ejemplo, los crustáceos).

Otra dificultad de las licencias es que, si van a ser transferibles (que es lo que recomiendan en general los economistas), los Estados deberán establecer la eficiencia relativa de los buques con el fin de realizar transferencias entre diferentes categorías. Si las pesquerías dan ya muestras de sobrecapacidad, es práctica bastante frecuente obligar a un inversionista que introduce un nuevo buque en la pesquería a retirar una cantidad más que equivalente de la capacidad existente. Para tener la certeza de que los nuevos buques no van a aumentar la capacidad, deberán actualizarse los coeficientes entre los diferentes tipos. Pueden ser también necesarios coeficientes de sustitución entre los diversos tipos de artes.

Si se utilizan licencias para los insumos, habrá que prestar suma atención simultáneamente a los siguientes aspectos: insumos que se van a restringir; tipo de acceso que se va a otorgar (sector, segmento de la flota, conjunto de pesquerías, pesquería específica); duración de las licencias otorgadas, y condiciones de su asignación inicial y posible reasignación. Las autoridades pesqueras que examinan la posibilidad de introducir este sistema deberían velar por que sus especificaciones sean lo suficientemente sólidas como para evitar, a partir de la experiencia obtenida en todo el mundo, muchos de los problemas relacionados con el mal diseño inicial.

8.3.2 Reducir la capacidad en el marco del programa de licencias

Las autoridades encargadas de la ordenación tienen varias opciones para reducir la capacidad en una pesquería en la que se ha introducido un régimen de licencias.

Una primera posibilidad es el desgaste. Si las licencias no son transferibles, la autoridad encargada de la ordenación puede dejar que el número de licencias se reduzca con el tiempo, a medida que los pescadores dejen de renovarlas por cualquier razón o si se introducen reglamentos para retirar las licencias inactivas. El problema evidente de este planteamiento es que normalmente requiere demasiado tiempo para ser eficaz. Es también poco probable que dé lugar a resultados económicamente eficientes, y quizá sea poco equitativo en lo que respecta a los futuros participantes.

Una alternativa más prometedora es cobrar derechos de licencia. Es de prever que estos derechos reduzcan el número de participantes, tanto en términos generales como en pesquerías determinadas. Si se aplican a todas las licencias, independientemente de que estén activas o no, los derechos pueden servir para reducir el número de licencias latentes. Esta medida se aplica en particular en los casos en que se han ofrecido inicialmente licencias múltiples con excesiva generosidad. Evidentemente, sería difícil cobrar derechos sustanciales de licencia si la capacidad se ha desarrollado ya hasta el punto de que la rentabilidad es mínima. Si ésta continúa siendo elevada, puede negociarse con el sector la introducción de los derechos de licencia frente a la posibilidad de sistemas de licencias más restrictivos, que ofrecerían cierta garantía de rentabilidad sostenible. Cuando los derechos son elevados, podrían alentar cierta sustitución de los insumos, ya que los titulares de las licencias tratarían de aumentar los ingresos netos de su explotación. El cobro de derechos para promover la reducción exigirá, por lo tanto, que el régimen de licencias en vigor sea especialmente sólido.

Un planteamiento más frecuente es el de las recompras (véase el Recuadro 3). Como el número de licencias expedidas suele ser demasiado elevado, los gobiernos pueden decidir recomprar algunas de ellas. La experiencia anterior revela que es muy difícil formular programas de recompra que tengan un efecto sustancial en la capacidad sin que sean prohibitivamente costosos. Las recompras plantean varios problemas:

Antes de adoptar planes de recompra, las autoridades pesqueras deberían comprobar que se dan las condiciones para lograr la eficacia a largo plazo, teniendo debidamente en cuenta el tema de la eliminación de buques.

En vez de las recompras, otro método propuesto para la reducción de la capacidad es el de las licencias fraccionadas. Con este planteamiento, cuando se introduce el sistema, cada pescador recibe sólo una fracción de licencia. Para continuar pescando, hay que comprar a otro las fracciones restantes. Si fijan las fracciones adecuadamente, las autoridades pueden conseguir la reducción deseada del número de titulares de licencias, aunque como siempre hay que hacer la advertencia de que la reducción de la capacidad será probablemente mucho menor. Estas licencias fraccionadas son de hecho un programa de recompra financiado por el sector. Probablemente, serán bien acogidas por los gobiernos, pero no por los pescadores. Es de prever que sus consecuencias a largo plazo sean las mismas que las de los programas de recompra financiados por el Estado.

Otra posibilidad es subastar la primera serie de licencias. Este planteamiento puede tener varias ventajas, si resulta aceptable desde el punto de vista político. Para empezar, el Estado obtendrá una renta de los recursos pesqueros. En segundo lugar, el número inicial de licencias puede fijarse en el nivel estimado de capacidad óptima, o por debajo de él, con lo que se reducirá enormemente la necesidad de recompras en el futuro, que incluso podrían resultar del todo innecesarias. En tercer lugar, las licencias pueden ir acompañadas de un recargo en concepto de arrendamiento del recurso de forma que el Estado continúe obteniendo una renta en el futuro a medida que se recuperen las poblaciones y aumenten los beneficios. Con el tiempo, es de prever que la capacidad aumente mediante la sustitución de insumos, por lo que habrá siempre necesidad de ajustar periódicamente el número de licencias. El problema fundamental es el de los pescadores cuyas ofertas no sean aceptadas. El Estado tendrá que evaluar diferentes opciones al respecto (por ejemplo, compras o subvenciones para la reasignación de las embarcaciones). Es de prever que este planteamiento sea muy mal recibido por los pescadores, que verán en él un intento de hacerles pagar sus actuales "derechos".

En términos generales, un programa de licencias puede permitir una reducción de la capacidad pero sólo en determinadas condiciones de sustituibilidad de los insumos y de asignación de licencias. Si, como ocurre con frecuencia, el sistema de licencias formaliza inicialmente el nivel de capacidad existente en un sector pesquero relativamente maduro, con régimen de libre acceso, es probable que se convierta en un proceso largo, difícil y costoso. La experiencia anterior de América del Norte y de la UE confirmaría esta conclusión, pero ha permitido también introducir mejoras en el diseño.

En el caso de un sector pesquero en desarrollo, la introducción inicial de la limitación de las licencias puede resultar una alternativa válida para las medidas basadas en incentivos, especialmente si estas últimas no son de fácil aplicación. Las autoridades pesqueras que consideran la posibilidad de introducir regímenes de limitación de licencias deberían aprovechar la experiencia obtenida en otros países y ser conscientes de que muchas de las dificultades asociadas con tales planes son resultado de los retrasos en la introducción, la falta de rigor en la aplicación y la insuficiente participación del sector.

Recuadro 3: Recompras

Holland, Gudmundsson y Gates (1999) realizan un análisis exhaustivo de los programas de recompra en todo el mundo. Conviene señalar que la mayor parte de los programas examinados se han aplicado en el contexto de planes de limitación del ingreso relativamente tolerantes.

Son tres los objetivos generales asociados con los programas de recompra: conservación de las poblaciones de peces, mejora de la eficiencia económica mediante la racionalización de la flota, y pagos de transferencia al sector pesquero. El elemento común de la aplicación de dichos programas parece ser una crisis de uno u otro tipo que ha reducido enormemente el volumen de la pesca disponible.

La aplicación del los programas de recompra plantea muchas cuestiones. En primer lugar, muchos de los beneficios van a parar al propietario del capital, que en algunos casos quizá no sea ni siquiera pescador. De todas formas, la retirada de embarcaciones de una pesquería repercute también en las personas que no pueden beneficiarse de las recompras. La consecuencia más evidente es la disminución del empleo entre los miembros de la tripulación y quienes trabajan en actividades de apoyo a esos buques. Puede disminuir también el empleo en las actividades de elaboración, aunque ello depende de las capturas más que de la capacidad. La reducción del empleo asociada con las recompras ha significado que la asistencia estatal no termina en general con el financiamiento de la recompra en cuanto tal sino que comprende además varios gastos suplementarios, como asistencia en concepto de desempleo, jubilación anticipada, creación de nuevas empresas, becas para LA readaptación profesional, etc. Muchas veces estos costosos se sufragan con cargo a presupuestos no relacionados con la pesca.

Un segundo problema es elegir a los destinatarios de los programas de recompra. Algunas veces, las recompras se destinan a quienes más dependen de la pesquería. En general, ello se hace exigiendo como requisito un nivel mínimo de actividad: por ejemplo, sólo las embarcaciones que pescaron al menos x días el año anterior. La justificación de este planteamiento es que ayuda a los más afectados por la crisis de la pesquería. No obstante, en él se mezclan dos objetivos: uno primario, reducir la capacidad pesquera; otro secundario, de carácter socioeconómico. Suele ocurrir que la utilización de un instrumento regulador para conseguir dos objetivos diferentes provoca ciertas dificultades. En primer lugar, significa probablemente una menor reducción de la capacidad. En segundo lugar, puede crear incentivos económicos contraproducentes, ya que excluye a quienes han reducido voluntariamente su actividad cuando la pesquería ha comenzado a declinar. En el futuro, si otras pesquerías tienen también problemas y los pescadores suponen que va a haber un programa de recompras, es probable que mantengan su actividades pesqueras en un nivel innecesariamente alto, con el fin de poder acogerse a futuras medidas de recompra. Ello confirma una norma bien conocida en economía: es mejor que cada instrumento normativo se oriente a un objetivo único.

Suponiendo un régimen de licencias múltiples, una dificultad importante de las recompras es que no todas las licencias se utilizan igualmente. ¿Sería mejor orientar la recompra hacia las licencias poco utilizadas o a las que se utilizan abundantemente? Algunos planes se han inclinado por la primera opción. La ventaja es que la capacidad puede retirarse en general con poco costo. La desventaja es que los efectos en las capturas son menos que proporcionales con respecto a la capacidad retirada. No obstante, este planteamiento parece preferible al segundo, por varias razones. En primer lugar, la selección de las licencias más utilizadas puede representar una vez más un incentivo económico contraproducente en otras pesquerías, ya que quienes más contribuyen a la sobrepesca se ven recompensados por la recompra cuando interviene el Estado. En segundo lugar, según el carácter preciso de la pesquería y del plan de recompra, los patrones y la tripulación de las licencias retiradas más utilizadas pueden simplemente optar por licencias menos explotadas para que el efecto global en las capturas y el esfuerzo de pesca sea mínimo. En otras palabras, es preciso actuar con suma cautela cuando se adopta el segundo planteamiento, para evitar que no se convierta sencillamente en un método costoso de alcanzar el primer resultado.

Esta conclusión quizá deba modificarse teniendo en cuenta la estructura de la flota, en particular si las licencias menos utilizadas corresponden a embarcaciones de más años y menor eficiencia técnica, quizá con pescadores de más edad, próximos a la jubilación en cualquier caso, mientras que las licencias más utilizadas corresponden a embarcaciones más nuevas y con mayor eficiencia técnica. La concentración en el primer grupo puede resultar a la larga un medio costoso de eliminar una capacidad que el sector habría abandonado por propia iniciativa. Desde el punto de vista de la reducción de la capacidad, quizá tenga más sentido concentrarse en el segundo grupo. No obstante, el hecho de que la solución más adecuada pueda ser una estrategia de descentralización como ésta es un indicador interesante del fracaso de la política pesquera. La posibilidad de hacer una clasificación tan clara de la estructura de la flota pesquera dependerá de cada caso concreto. Cuando hay poca diferencia entre las características técnicas de licencias con niveles muy diferentes de utilización, parece preferible centrarse en las menos utilizadas. Otra consideración pertinente en este sentido es la relativa a las condiciones de transferencia y agregación de las licencias. Si los que requieran licencias intensamente utilizadas pueden adquirir otras menos aprovechadas y sustituir las embarcaciones, el hecho de que estas licencias se emplearan anteriormente con buques técnicamente ineficientes es irrelevante. Una vez más, hay que retirar la capacidad potencial. Finalmente, son también importantes las condiciones para el reaprovechamiento de los buques retirados. Algunos programas no imponen ninguna restricción, lo que significa que un buque retirado podría utilizarse en sustitución de otro de la misma pesquería. En este caso, no tiene ningún sentido la atención especial a las licencias más utilizadas. Cuantas menos sean las restricciones para el reaprovechamiento, menor será el monto de la indemnización que el titular individual de una licencia exigirá y, por lo tanto, más capacidad podrá eliminarse de la pesquería X con un presupuesto determinado. No obstante, esta ventaja tiene un costo. La capacidad no se retira realmente y es de prever que reaparezca en otro lugar. En casos extremos, podría resultar que un país financiara la recompra de las licencias asociadas con el mismo buque una y otra vez, a medida que se introducen programas de recompra en diferentes pesquerías. Para evitar este tipo de problema, algunos países han insistido en el desguace de los buques retirados. La capacidad se reduce claramente, pero este planteamiento suele ser costoso, ya que el propietario del buque no puede recibir nada a cambio de éste. La indemnización deberá cubrir todo el valor de la licencia.

Si se da prioridad a las licencias poco utilizadas, en realidad lo que se está considerando es la capacidad potencial. Algunos planes de recompra han seguido este camino, estableciendo normas sobre las características físicas de la embarcación. Como lo que se está retirando es la capacidad potencial, es de prever que se retiren las licencias menos activas.

Algunas medidas de recompra han tratado de resolver directamente el problema de la reconversión de patrones y tripulantes obligando a quienes reciben fondos de esos programas a abandonar la pesca por completo. Para determinar si esta política resulta o no razonable hay que tener en cuenta el contexto concreto en que se aplique, pero parece que hay varios argumentos en contra de ella. Primero, si los titulares de una licencia no son pescadores, no será eficaz. Segundo, los patrones pueden transferir simplemente sus conocimientos mediante actividades de capacitación o vendiendo sus libros de bitácora. Tercero, quizá sea difícil exigir el cumplimiento de las normas. Cuarto, puede haber objeciones constitucionales a que el Estado impida a los individuos ganarse la vida de determinadas maneras.

Los autores llegan a la conclusión de que las recompras, aunque parecen a primera vista una solución ideal para reducir la capacidad y, por lo tanto, mejorar la eficiencia y conservar las poblaciones de peces al mismo tiempo que se ayuda a los pescadores que deseen abandonar el sector, en la práctica su capacidad de alcanzar los tres objetivos habituales es limitada. Suelen tropezar, más tarde o más temprano según las condiciones técnicas, con el problema de la sustitución de los insumos y de las licencias latentes.

Es también probable que las recompras presenten poco atractivo para la mayoría de los países en desarrollo, ya que suponen casi invariablemente un desembolso significativo por parte del Estado. En los países en desarrollo, el Gobierno trata normalmente de ordenar las pesquerías con el fin de aumentar no sus gastos sino sus ingresos. Si se consideran la recompras como una forma de inversión, hay pocos testimonios hasta ahora de que sean rentables para quienes las financian. Los más beneficiados suelen ser quienes pueden abandonar el sector, no los que permanecen. La reorientación de los actuales regímenes de licencias hacia condiciones restrictivas y hacia una participación más eficaz del sector parecería ser un requisito imprescindible.

8.4 Otras medidas de ordenación de las pesquerías y su repercusión en la capacidad

Las medidas de conservación de los recursos pueden constituir un éxito en sí mismas pero pueden representar un desperdicio excesivo de otros insumos. Según las circunstancias concretas, las medidas de conservación pueden contribuir a aumentar o a disminuir la capacidad de una pesquería.

Las autoridades pesqueras que recurren fundamentalmente a medidas de conservación para la ordenación de sus pesquerías deberían evaluar su efecto en la capacidad pesquera. Cuando se adoptan medidas para controlar la capacidad habría que evaluar de nuevo la utilización de las medidas de conservación existentes con el fin de garantizar la complementariedad.

Una medida de conservación frecuente es la fijación de la captura total permisible (CTP). Al establecer un límite de capturas no superior a la CTP, las autoridades encargadas de la ordenación pueden permitir que la población se recupere y conseguir los objetivos de conservación de las poblaciones. Las CTP se utilizan con frecuencia en forma aislada, siguiendo un planteamiento sencillo: las capturas se supervisan y/o estiman y, una vez que se ha alcanzado la CTP, se cierra la pesquería durante el resto de la temporada. El problema es que la CTP no controla el volumen de capacidad que utiliza el sector. Si la CTP consigue aumentar el tamaño de la población, en igualdad de condiciones la rentabilidad aumentará y se alentará la entrada de nuevos participantes en la pesquería. Así, la CTP se alcanzará más rápidamente y la temporada se cerrará antes. En las pesquerías cuya ordenación está basada en la aplicación de CTP en forma independiente, normalmente se observa que la temporada de veda es cada vez más larga. En la pesquería del halibut del Pacífico estadounidense el período durante el cual se autoriza la pesca bajó de más de 300 días al año a sólo unos pocos días. Esta pesquería ha optado ahora por el sistema de contingentes individuales, que están invirtiendo la anterior restricción estacional.

Una medida alternativa es asignar contingentes individuales de esfuerzo. Es decir, cada pescador dispone de un tiempo limitado para pescar en cada período. Evidentemente, esta medida debería estar asociada con una limitación del número de pescadores, pues de lo contrario no se ejerce un control sobre el esfuerzo potencial total. Pero aun cuando se impongan restricciones, este método sufre los mismos inconvenientes que el de las licencias. Sólo funcionará si hay una relación clara e inflexible entre esfuerzo y capturas, y si el esfuerzo puede definirse de manera adecuada. En la práctica, es probable que la sustitución de insumos eche por tierra la eficacia de esta medida, como ocurre en el caso de las licencias.

Otro planteamiento puede ser introducir restricciones en la utilización de los artes o de las embarcaciones. De hecho, al obligar a los pescadores a utilizar métodos de pesca más bien ineficientes, se puede limitar en cierta manera la capacidad física. No obstante, aun cuando consiga resultados en este sentido, este planteamiento suscita algunos interrogantes acerca de sus efectos económicos.

Las temporadas de veda pueden utilizarse para proteger la población en períodos críticos, como el desove, o como manera de limitar la captura total (de hecho, en este caso sería el anverso de una CTP). En ambos casos, si la temporada de veda aumenta el volumen de la población y, por lo tanto, la rentabilidad de la pesca, es casi seguro que aumentará también el esfuerzo y la capacidad durante el resto de la temporada. De la misma manera que en el caso de una CTP, es de prever que la veda dure cada vez más si no se adopta una política eficaz para controlar la capacidad.

De la misma manera, las zonas vedadas pueden utilizarse para proteger la población en momentos concretos. Su repercusión depende de cómo se reasigne el esfuerzo fuera de la zona vedada y de si esta última aumenta el volumen de la población. En este caso, el efecto sobre la capacidad será probablemente semejante al de una temporada de veda. Un tipo particular de zona vedada que se ha puesto de moda últimamente es el de las reservas marinas, que pueden utilizarse para la ordenación de una pesquería cuando es difícil utilizar medidas alternativas o para proteger a parte de la población, como una especie de seguro en el caso de que se produjera un hundimiento de la población debido a la sobrepesca fuera de la reserva. Es de prever que esta medida contribuya a aumentar la capacidad (véase el Recuadro 4, donde se ofrece información más detallada).

La limitación de la luz de malla y otros reglamentos semejantes orientados a conseguir una mayor selectividad se utilizan también para reducir la presión pesquera sobre las poblaciones juveniles y para ofrecer una oportunidad de aumentar la talla de los peces y las capturas en una fecha posterior. Estas medidas tienen pocos efectos en la dinámica a largo plazo de sobreinversión, aunque en general reducirán la rentabilidad a corto plazo.

En la presente sección se ha analizado cada una de las medidas en forma individual, suponiendo que son la única medida aplicada. En la práctica, la política pesquera comprende todo una gama de medidas que se utilizan simultáneamente, y ello puede cambiar la situación. Por ejemplo, las CTP, que agravan la sobrecapacidad si se utilizan en forma exclusiva, forman parte esencial de una política de CIT. De la misma manera, no es probable que en un régimen de licencias las recompras consigan reducir la capacidad, mientras que los CIT pueden ser una forma muy útil de reducirla rápidamente al nivel deseado. Por ello, la conclusión no es que se deban evitar ciertas medidas de ordenación y conservación, sino que los Estados deben elegir una combinación adecuada de políticas. Pueden utilizarse varias medidas de conservación para todo el país o para las diferentes pesquerías, junto con medidas orientadas a controlar la capacidad pesquera. La ordenación requiere en general un conjunto de medidas adecuadas, adaptables y sujetas a ajustes periódicos.

Tras la introducción de medidas de ordenación que aborden directamente el control de la capacidad pesquera, habría que revisar en algún momento la utilización de las medidas de conservación existentes. Si se observa una considerable sobrepesca de varias poblaciones, las medidas de conservación pueden utilizarse inicialmente con el fin de reconstruir estas poblaciones. Como ello generalmente significa una reducción de la rentabilidad para una flota que puede estar atravesando ya dificultades financieras, ello puede representar una tarea difícil en ausencia de incentivos financieros para la reasignación o desguace de los buques.

Recuadro 4: Reservas marinas

El fracaso de las medidas de ordenación pesquera en muchos casos ha dado lugar a un creciente interés por la idea de las reservas marinas como manera de mantener o aumentar las capturas. Una reserva es una zona cerrada a la pesca. Un objetivo importante puede ser establecer un criadero natural que "exporte" pescado a las zonas circundantes. La reserva puede ayudar también a prevenir el hundimiento de poblaciones, si conserva la base genética y la estructura de edades de la población.

Las reservas marinas no controlan directamente las capturas, el esfuerzo de pesca ni la eficiencia de este esfuerzo. Si no se pueden utilizar otros métodos, las reservas marinas pueden representar un medio para aumentar los rendimientos pero nunca serán la medida ideal para la ordenación de la pesca. El principal problema de las reservas marinas es qué ocurre con el esfuerzo de pesca que se desplaza de la reserva. Como normalmente las reservas marinas se establecen en lugares donde no pueden utilizarse otras medidas de ordenación, parece razonable suponer que en la zona no reservada continúan imperando las condiciones de libre acceso.

El análisis de los efectos de una reserva marina es una difícil tarea de elaboración de modelos, ya que el resultado dependerá de las características de migración de la población, su estructura por edades, sus parámetros de crecimiento, su vulnerabilidad a la pesca en diferentes edades, el régimen de ordenación existente fuera de la reserva marina, el costo de la pesca y el tamaño de la reserva marina.

Hannesson (1998) presenta un modelo logístico para investigar los efectos de las reservas marinas en situaciones donde los efectos de la estructura de edades no son importantes. El objetivo es sencillamente conservar parte de la población. Con el fin de poder identificar los efectos que se deben realmente a la reserva marina, supone que es la única medida de ordenación aplicada, y que fuera de ella hay un régimen de acceso libre y gratuito. Sobre esta base, considera los resultados de una reserva marina en comparación con una pesquería de acceso totalmente libre y otra en las que se han aplicado criterios óptimos de ordenación. Se pueden extraer varias conclusiones. Dos variables fundamentales son el tamaño de la reserva marina y la tasa de migración. Se necesitan zonas relativamente amplias (aproximadamente el 80 por ciento del total de la pesquería) para que la reserva marina contribuya a aproximar el tamaño de la población al nivel óptimo. Cuanto mayor es la tasa de migración, más se acerca la pesquería al nivel de libre acceso.

En lo que respecta a los valores medios de estas dos variables (una reserva del 40 por ciento del total de la superficie y una tasa de migración de 0,5), comprueba que la reserva marina tiene poca influencia en el tamaño de la población, las capturas y las tasas de explotación, en comparación con una pesquería de libre acceso.

Luego, considera una versión temporal separada del mismo modelo, que hace posible el análisis de las pesquerías estacionales. Protegiendo parte de la población y suponiendo que hay migración hacia la zona de libre acceso, un efecto de la reserva marina será aumentar el tamaño de la población al comienzo de cada temporada. Esta población adicional generará rentas intraestacionales (es decir, ingresos superiores a los costos de explotación) en comparación con una pesquería de acceso libre puro. Los pescadores responderán a estas rentas en la forma habitual, invirtiendo en capacidad pesquera con el fin de captar una parte mayor de la rentas (o mantener la que ya tienen). En el modelo de Hannesson, el nivel de esta inversión depende de tres variables: costos de la pesca, tasa de migración de los peces y tamaño de la reserva marina. Cuanto menor sea el costo de la pesca y la tasa de migración, mayor será el efecto en la capacidad. Con unos valores dados de estas dos variables, el efecto en la capacidad aumenta de acuerdo con el tamaño de la reserva marina, y puede ser considerable. Al mismo tiempo, se produce la consecuencia habitual: el aumento de la capacidad da lugar a una reducción del tiempo de pesca para que la capacidad no se emplee plenamente (al menos no en la pesquería con la reserva marina: podría rebosarse hacia otra pesquería).

Así pues, en muchos sentidos es probable que una reserva marina tenga efectos similares a los de una temporada de veda. La población íctica quizá esté protegida, pero muy probablemente a costa de un deterioro significativo del problema de la sobrecapacidad.

Las reservas marinas requieren, por lo tanto, medidas de apoyo orientadas a restringir el esfuerzo de pesca y la capacidad. Pero con ello se elimina al menos parte de su atractivo, ya que se suponía que era una medida de ordenación que podría utilizarse en situaciones en que no se podría recurrir a medidas más tradicionales.

Holland y Brazee (1996) analizan los efectos de las reservas marinas utilizando un modelo en que se tienen expresamente en cuenta múltiples clases de edad y una relación de reclutamiento de la población. Demuestran que las reservas marinas pueden ser un método para sostener o aumentar los rendimientos en las pesquerías donde el esfuerzo se encuentra en niveles elevados y no se puede reducir. No obstante, señalan también que el efecto inicial de una reserva marina será una reducción de las capturas. Estas tardarán algún tiempo en aumentar, una vez que la población aumente y comience a mezclarse con la población de fuera de la reserva que puede ser objeto de pesca. En consecuencia, al determinar si vale la pena establecer una reserva marina, habrá que tomar la habitual decisión ante una posible inversión: ¿Vale la pena realizar el sacrificio actual en previsión de los beneficios futuros? La respuesta depende, entre otras cosas, de la tasa de actualización que se emplee: cuanto mayor sea, menos valdrá la pena renunciar a las capturas en la actualidad, a cambio de las que puedan realizarse en el futuro. Desde el punto de vista normativo, este efecto puede reducir el atractivo de las reservas marinas, ya que muchas veces se plantean en situaciones en que el esfuerzo es elevado y no se puede reducir; no obstante, las tasas de actualización suelen ser muy elevadas en esas circunstancias.

Holland y Brazee (1996) llegaron a la misma conclusión que Hannesson (1998), a saber, que las reservas tienen que ser relativamente grandes para ser eficaces. En su opinión, cuanto mayor sea el nivel de esfuerzo en la pesquería, mayor tendrá que ser la reserva, para poder multiplicar el rendimiento.

En términos generales, estos análisis de las reservas marinas revelan que, desde el punto de vista económico, quizá tengan efectos positivos en el rendimiento pero que, al mismo tiempo, pueden tener efectos involuntarios en la capacidad. Esta posibilidad debe tenerse muy en cuenta para poder incluir las reservas marinas en un programa de ordenación pesquera.

Las reservas marinas se utilizan con frecuencia por razones distintas de la mera ordenación pesquera: por ejemplo, para mantener la biodiversidad, para conservar una zona de hábitat virgen o para atraer a los turistas. Cuando deben establecerse por estas otras razones, habrá que considerar su repercusión en la pesquería.

8.5 Desplazamiento de los buques pesqueros fuera de la propia ZEE

En el PAI se especifica que los Estados deberán asegurar que no se efectúe ninguna transferencia de capacidad a la jurisdicción de otro Estado sin el consentimiento expreso y la autorización oficial del Estado en cuestión.

Los programas de reducción de la capacidad en algunos países pueden ofrecer a otras naciones una oportunidad barata de aumentar o renovar su capacidad pesquera. Si las pesquerías del país comprador se ordenan de manera eficaz, tendría sentido que este país obtuviera acceso a insumos baratos. No obstante, como en todos estos casos, habrá ganadores y perdedores, aun cuando el resultado sea un beneficio neto. Las opciones de tecnología de producción habrán cambiado como consecuencia de distorsiones debidas a los errores de ordenación del país vendedor. Es de prever que los buques afectados hayan recibido subvenciones cuantiosas para su construcción o para su retirada, o para ambas cosas. Como no hay ninguna garantía de que se dispondrá de insumos baratos a largo plazo, el país comprador debe verificar que los cambios en las opciones de tecnología de la producción no tengan graves efectos a largo plazo. En muchos países en desarrollo, los buques industriales adquiridos de esta manera han tenido significativas repercusiones en las flotas locales en pequeña escala y semiindustriales. ¿Debería compensarse a quienes salen perdiendo? ¿O deberían destinarse todos los beneficios a quienes usan la nueva tecnología? Este problema puede resultar especialmente agudo cuando se sustituye la mano de obra por capital. Los países en desarrollo, en particular, deben prestar atención a los costos y beneficios sociales de la adquisición de insumos baratos, aun cuando las pesquerías estén bien ordenadas.

Si las pesquerías receptoras se encuentran próximas al nivel de plena explotación, o lo han superado, y su ordenación deja que desear, en el sentido de que de hecho continúan en situación de acceso libre gratuito, no es probable que los insumos baratos produzcan beneficios, ya que la reducción de los costos de explotación que puedan generar se contrarrestará con los mayores niveles de explotación.

Las autoridades pesqueras deberían evaluar las consecuencias que podría tener una reasignación importante de su sobrecapacidad hacia la ZEE de otro Estado y, si fueran negativas, deberían adoptar medidas para desalentar dichas transferencias, siempre que sea posible.


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