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Papel actual y potencial de los bosques en el debate mundial sobre el cambio climático

S. Brown

Sandra Brown trabaja en la División de Ecología Occidental, Laboratorio de Investigación de los Efectos Sanitarios y Ambientales del Organismo Nacional de Protección Ambiental, Corvallis, Oregon, Estados Unidos.
Nota: el presente artículo se basa en gran parte en un análisis del tema efectuado recientemente para la Evaluación Científica de 1995 del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambios Climáticos (véase Brown et al., en prensa), así como en otros valiosos aportes de los coautores de dicho estudio.

Los bosques pueden contribuir al cambio climático, a través de su influencia en el ciclo global del carbono. Almacenan grandes cantidades de carbono atmosférico, lo intercambian mediante la fotosíntesis, lo liberan cuando sufren alteraciones y pueden ser objeto de prácticas de ordenación forestal capaces de modificar su función en ese ciclo. Estudios recientes indican que la ordenación local de los bosques con miras al secuestro del carbono podría reducir las emisiones de CO2 en una proporción equivalente al 11-15 por ciento de las emisiones producidas por la quema de combustible fósil durante el mismo período.

Desde hace mucho tiempo se reconoce la importancia de los bosques como productores de bienes y servicios, tales como productos forestales, combustible, conservación de los recursos de suelos y aguas, recreación y biodiversidad. Actualmente, se reconoce también que las masas forestales juegan un papel importante en los ciclos biogeoquímicos del mundo y, en particular, en el ciclo global del carbono (Dixon et al., 1994). Dicho ciclo desempeña una función de relieve al regular la concentración atmosférica del dióxido de carbono, importante gas de efecto invernadero. La concentración creciente de CO2 en la atmósfera contribuye al calentamiento de la Tierra y, por consiguiente, al cambio climático. Las principales reservas de carbono son la atmósfera, los combustibles fósiles, los océanos, las biotas terrestres y los suelos (Figura 1, pág. 6). Estas reservas intercambien carbono con los suelos en forma de dióxido de carbono (CO2), por la quema de combustibles fósiles; la producción primaria neta y la respiración de las biotas, los suelos, y otras formas de materia orgánica muerta; la deforestación y la forestación (repoblación forestal y plantación de árboles) y el rebrote de la vegetación que ha sufrido trastornos; y, por último, la diseminación a través de los océanos.

Los bosques son importantes para el ciclo global del carbono porque almacenan grandes cantidades de carbono atmosférico en la vegetación y en el suelo, intercambien carbono con la atmósfera en los procesos de fotosíntesis y respiración, constituyen fuentes de carbono para la atmósfera cuando sufren alteraciones provocadas por el hombre o por causas naturales (por ejemplo, incendios destructivos, tala efectuada con procedimientos deficientes, aclareo y quema para la conversión de terrenos a usos no forestales), y se transforman en sumideros de carbono atmosférico (es decir, registran una absorción neta de CO2 de la atmósfera) durante el rebrote que sigue a tales alteraciones. El hombre puede, mediante la ordenación forestal, modificar la magnitud de las reservas de carbono e inducir cambios en la circulación (flujo) de este elemento entre las mismas, alterando así la función de tales reservas en el ciclo del carbono y sus posibilidades de producir efectos en el clima.

La finalidad del presente artículo es presentar los conocimientos actuales acerca del papel de los bosques en el ciclo mundial del carbono, en relación con la magnitud de las reservas y flujos de carbono de las masas forestales y con sus posibilidades de reducir las emisiones de dióxido de carbono y, por consiguiente, de influir en el calentamiento de la tierra. Ahora bien, los bosques pueden influir también de otras formas en este fenómeno: por ejemplo, produciendo otros gases de efecto invernadero como el monóxido de carbono, el ozono, y los gases nitrosos (véase Brown et al., en prensa), o mediante los cambios que se producen en el albedo o poder reflector de la tierra cuando las tierras forestales se destinan a otros tipos de cubierta. Sin embargo, la forma principal por la que los bosques pueden contribuir al cambio climático es mediante su influencia en los niveles de CO2 de la atmósfera y, por consiguiente, en el ciclo global del carbono.

EL PAPEL ACTUAL DE LOS BOSQUES

Los bosques cubren aproximadamente una superficie de 3,4 Gha (1 Gha= 109 ha, es decir, mil millones de hectáreas) (FAO, 1995). La mayor parte de ellos se encuentran en las latitudes bajas (0-25° N y S) o zona tropical (52 por ciento), seguidos de las latitudes altas (50-75° N y S) o zona boreal (30 por ciento) y de las latitudes medias (25-50° N y S) o zona templada (l 8 por ciento). Además existen en el planeta aproximadamente 1,7 Gha de otras tierras boscosas, que incluyen tierras arboladas abiertas, zonas de arbustos y matorrales, y zonas forestales de barbecho (resultantes de la agricultura migratoria) (FAO, 1995). Pese a que algunas de estas otras tierras boscosas no son idóneas para la silvicultura, existen considerables posibilidades de reducir las emisiones de CO2 mediante medidas de ordenación (por ejemplo, prevención de incendios en las sabanas).

Cuando los bosques sufren trastornos se transforman en fuentes de CO2. Tales trastornos pueden ser naturales o provocados por el hombre, contándose entre sus causas la conversión a usos no forestales, especialmente agricultura o pastoreo; la sobreexplotación y la degradación; la difusión de incendios forestales en gran escala; las prácticas de prevención de incendios; y las invasiones de plagas y brotes de enfermedades. Por otra parte, cuando las zonas boscosas explotadas y degradadas, o bien las tierras agrícolas y de pastoreo, vuelven a cubrirse de bosques, ya sea porque se permite su reposición natural o por la adopción deliberada de medidas de repoblación, también se transforman durante un cierto tiempo en sumideros de carbono. Es ésta la tendencia general de muchos de los bosques de los países de la zona templada y la zona boreal que fueron explotados en el pasado (mediante tala completa o corta selectiva). La superficie forestal de estas zonas está sufriendo sólo modificaciones muy limitadas (FAO, 1995).

Por otra parte, los bosques tropicales registran hoy altos porcentajes de pérdidas; actualmente se estima que en el decenio 1980/1990 éstas ascendieron aproximadamente a 15,4 millones ha/año, aunque dicho cálculo presenta un margen considerable de incertidumbre (FAO, 1993). Gran parte de la superficie deforestada se convierte a la actividad agrícola, al pastoreo o a la agricultura migratoria; hay que mencionar, además de la deforestación, la explotación de vastas superficies de bosques. Se estima que entre 1986 y 1990 se talaron 5,9 millones ha/año de bosques tropicales. Aunque la tala reduce la cantidad de carbono almacenada en estas tierras, los bosques volverán a generar y acumular este elemento (generalmente a una tasa superior a la existente antes de la tala) siempre que no hayan sufrido daños graves en el curso de su explotación, que se mantengan sometidos a una adecuada ordenación y que se les proteja de las fuerzas naturales y humanas que podrían tener efectos adversos para la vegetación y los suelos. Sin embargo, muchos de estos bosques se degradan (véase, Lanly en FAO, 1982; Brown et al., 1993b), lo cual afecta a su tasa de secuestro del carbono o a su capacidad de retenerlo. La degradación de los bosques, que tiene como consecuencia una pérdida de carbono del sistema, ya sea desde la vegetación o desde los suelos, obedece a motivos tales como las malas prácticas de tala, que ocasionan daños a los árboles residuales y al suelo, la tala ilegal, la excesiva recogida de leña, el sobrepastoreo y los incendios forestales (Goldammer, 1990; Brown et al., 1993b; FAO, 1993; Flint y Richards, 1994). Es evidente que la influencia humana en los bosques tiene consecuencias tanto para el papel que éstos juegan actualmente en el ciclo global del carbono, como para la retención del carbono en el futuro.

Reservas de carbono en los bosques

Se estima que los bosques del mundo contienen 340 Pg de C (1 Pg = 10 15 g, es decir una gigatonelada, o sea mil millones de toneladas) en la vegetación viva y muerta situada por encima y por debajo del nivel del terreno, y 618 Pg de C en el suelo mineral más horizonte O (Cuadro 1). Actualmente los balances del carbono de todos los bosques del mundo se hallan incompletos, y para aproximadamente el 6 por ciento de la superficie forestal no se dispone de ningún balance. Los bosques del planeta contienen más del 55 por ciento de la cantidad total de carbono almacenada en la vegetación y más del 45 por ciento de la almacenada en los suelos (Figura 1). Para llegar a estas estimaciones se calculó el contenido de carbono de todos los componentes de los bosques. Sin embargo, poco se sabe sobre el contenido de carbono de algunos de ellos, como los detritos leñosos, la broza o las raíces, y esto aumenta la incertidumbre en la estimación de la reserva total de carbono.

La mayor parte de la reserva de carbono de la vegetación forestal se halla en los bosques tropicales (62 por ciento), mientras que la de los suelos forestales se concentra principalmente en los bosques boreales (54 por ciento). En las zonas tropicales la cantidad de carbono presente en la vegetación forestal es práctica mente igual a la que se halla en el suelo (Cuadro 1). El suelo de los bosques templados contiene aproximadamente un tercio más de carbono que la vegetación forestal que lo cubre, mientras que en la zona boreal los suelos presentan un contenido de carbono equivalente a más del cuádruple del de la vegetación forestal.

El flujo de carbono procedente de los bosques

Según las estimaciones actuales, los bosques templados y boreales constituyen un sumidero neto de carbono, que absorbe aproximadamente 0,7+0,2 Pg/año (Cuadro 1). Esto significa que estos bosques ya contrarrestan en parte las emisiones debidas a la quema de combustibles fósiles. Los bosques templados y boreales están compuestos, en promedio, por árboles de clases de edades relativamente bajas, con tasas relativamente altas de crecimiento (y, por consiguiente, de retención de carbono), tras los trastornos naturales y los ocasionados por el hombre de que han sido objeto en el pasado. En comparación con la zona tropical existe en estas latitudes una mayor proporción de bosques sometidos a ordenación activa; además, es posible que algunas zonas estén respondiendo al aumento de las concentraciones de CO2 y nitrógeno atmosféricos (efecto de fertilización) (Brown et al., en prensa). Sin embargo, sólo se produce absorción neta de carbono durante un lapso temporal limitado; posteriormente el contenido de carbono de los bosques se estabiliza. Algunos científicos creen que el actual sumidero de carbono de los bosques europeos puede desaparecer de aquí a cincuenta o cien años (Kauppi, Mielikainen y Kuusela, 1992), mientras que otros afirman que podrían pasar varios siglos, o incluso milenios, antes de que se alcance un contenido estable de carbono en todos los componentes de los bosques, incluido el suelo (Lugo y Brown, 1986).

Se estima que los bosques tropicales representan una fuente neta de carbono relativamente abundante, que en 1990 fue de -1,6±0,4 Pg/año (Cuadro 1). Estas emisiones equivalen a casi el 30 por ciento de las emisiones anuales de CO2 derivadas del empleo de combustible fósil. Si bien es ésta la mejor estimación disponible en las publicaciones, existen muchos motivos para creer que, con respecto a estos valores, la media real es inferior y el margen de incertidumbre más amplio (Lugo y Brown, 1992). A diferencia de los bosques templados y boreales, para los cuales las estimaciones de los flujos de carbono se basan, en su mayor parte, en datos procedentes de inventarios nacionales periódicos (es decir, mediciones sobre el terreno), el cálculo del flujo de carbono de los bosques tropicales está basado en un modelo teórico. Este modelo considera el caso de bosques talados o explotados, para los que se supone un período posterior de rebrote de hasta 50100 años aproximadamente, durante el cual es posible la acumulación de carbono. Además, el modelo parte del supuesto de que todos los demás bosques, sobre los que no se ha notificado que hayan sido directamente afectados por la actividad humana durante el período de simulación del modelo (aproximadamente 1850-1990), tienen un contenido estable de carbono (Houghton et al., 1987) y de que en el rebrote no influye en absoluto el aumento de los niveles de CO2 y N de la atmósfera. En un trabajo reciente se pone en tela de juicio la hipótesis del contenido estable, ya que la naturaleza podría estar aún recuperándose de los cambios provocados por los seres humanos en la cubierta forestal en siglos anteriores (Brown et al., 1993a). Por consiguiente, el valor del flujo neto de carbono de los bosques tropicales podría ser más alto o más bajo que el que aquí se ha indicado, dependiendo de la contribución relativa de las tierras forestales, que aún están absorbiendo carbono al recuperarse de alteraciones ocasionadas en el pasado por los seres humanos o bien perdiendo carbono a causa de su aprovechamiento constante por el hombre (Lugo y Brown, 1992; Brown et al., 1993a).

Los valores erróneos que se asocian a las estimaciones del flujo de carbono que figuran en el Cuadro I derivan de una escala de valores resultante de diferentes hipótesis relacionadas con los balances de carbono de un país o región determinados. No representan errores derivados de los procedimientos estadísticos. El errar se introduce en el procedimiento de estimación del flujo a través de las incertidumbres y distorsiones de los datos primarios, y se amplifica cuando los datos se combinan para efectuar deducciones (Robinson, 1989). Es probable que las estimaciones relativas a muchos componentes del balance de carbono del sector forestal sólo tengan una aproximación de ±30 por ciento con respecto a su promedio real, y que para otras la aproximación sea quizás de >±50 por ciento (Robinson, 1989). Al efectuarse estimaciones mundiales del flujo de carbono, estos errores se acentúan, en proporción quizás importante pero que no se conocen actualmente.

Según se estima, el flujo neto de carbono procedente de los bosques de todo el mundo constituye una fuente de -0,9+0,5 Pg/año, es decir, aproximadamente el 16 por ciento de la cantidad anual producida actualmente por la quema de combustibles fósiles y la fabricación de cemento (Figura 1). Otra investigación sobre el tema sostiene firmemente que este déficit de sumidero es atribuible a las tierras (Schimel et al., 1995). Pero como los bosques pueden almacenar grandes cantidades de carbono con tasas de retención relativamente altas, generalmente se supone que el «déficit de sumidero» corresponde a los bosques. No obstante, la introducción de esta cifra del flujo neto de carbono de los bosques en el cálculo del balance mundial del carbono da lugar a un desequilibrio de 1,2±1 Pg/año denominado a menudo «déficit de sumidero». Tal desequilibrio es la diferencia entre el volumen de los sumideros y fuentes de carbono conocidos, y la cantidad «necesaria» para equilibrar el balance del carbono (Figura 1). Dado que, como se ha señalado anteriormente, los datos primarios utilizados para calcular los balances de carbono de los países templados y boreales proceden de los inventarios forestales nacionales (es decir, son datos sólidos), la conclusión del autor es que gran parte del desequilibrio del balance mundial del carbono corresponde a un sumidero de carbono situado en las latitudes tropicales, cuya magnitud se calcula utilizando modelos matemáticos. Esta situación, que también sugieren otros autores (Lugo y Brown, 1992; Taylor y Lloyd, 1992; Schimel et al., 1995) podría obedecer a dos factores combinados: el rebrote estimulado por el clima y por la fertilización por CO2 y nitrógeno, y un rebrote forestal más amplio. Es evidente que para resolver este problema es necesario que en las latitudes tropicales se lleven a cabo reiterados inventarios forestales nacionales, que incluyan las parcelas permanentes de muestra.

Los conocimientos actuales en relación con el calentamiento de la atmósfera, tal como se han resumido anteriormente, llevan a pensar que probablemente los ecosistemas terrestres, y en particular los bosques, contribuyen en medida reducida al incremento neto del CO2 atmosférico y, por tanto, al calentamiento de la tierra. No obstante, esta situación podría modificarse en el futuro si se permite que los bosques templados y boreales lleguen a la madurez, con lo que disminuiría su tasa de secuestro de carbono (si bien constituirían una reserva más importante de este elemento), y si la deforestación y la degradación de los bosques tropicales continúan al ritmo actual.

CUADRO 1. Estimaciones de las reservas y flujos de carbono en la vegetación forestal (masa viva y muerta situada por encima y debajo del terreno, incluidos detritos leñosos) y en los suelos (horizonte O y suelo mineral hasta 1 m de profundidad) de los bosques del mundo

Región/país

Reservas de C (P-)

Flujo de C (Pg/año)-1

Vegetación

Suelos

ZONA BOREAL

Ex-URSS1

63

111

+0.3 to + 0.5

Canadá

12

211

+ 0.08

Alaska

2

11

*

Total parcial

77

333

+0.48±0.2

ZONA TEMPLADA

Estados Unidos

15

21

+0.08 to + 0.25

Europa2

10

18

+0.09 to + 0.12

China

17

16

- 0.02

Australia

9

14

trace

Total parcial

51

69

+0.26 ± 0.1

ZONA TROPICAL

Asia

41-54

43

-0.50 to - 0.90

Africa

52

63

-0.25 to - 0.45

América

119

110

-0.50 to - 0.70

Total parcial

212

216

-1.65 ± 0.40

Total

340

618

-0.9 ± 0.5

Nota: Las fechas de las estimaciones varían según los países y regiones, pero en rodos los casos comprenden el decenio de 1980. Los cálculos se basan en balances completos del carbono referentes a todas las latitudes, efectuados utilizando datos de las fuentes originales y/o de ajustes destinados a completar la información (versión revisada de Brown et al. en prensa. Para más información véase nota 2). * Incluido en Estados Unidos.

1En las reservas del suelo no se incluye la turba.
2Incluido los países nórdicos. Se adoptó la hipótesis de que la biomasa viva total de carbono era el producto de las existencias en formación en 1990, convertidas en unidades de carbono, por el punto medio de los factores de expansión indicados en Kauppi, Mielikainen y Kuusela (1992); a ello se añadió un 40 por ciento más de biomasa viva para tener en cuenta la broza y la madera muerta. La reserva del suelo es el producto de la superficie forestal por una densidad de carbono del suelo de 9 kg/m² (Dixon el al. 1994).

FIGURA 1 - Cíalo mundial del carbono, con la indicación de las reservas y los flujos medios durante el decenio de 1980. El flujo neto total de carbono a la atmósfera es de 7,1 Pg/año (combustibles fósiles, cemento y cambios en la cubierta o el uso de la tierra). De este flujo neto 3,2 Pg/año permanecen en la atmósfera y una cantidad neta de 2 Pg/año se desplaza a los océanos (reserva oceánica); se supone que los ecosistemas terrestres absorben 1,9 Pg/año, con lo que el balance se equilibraría

LA FUTURA POTENCIALIDAD DE LOS BOSQUES

Los principales objetivos de la ordenación de tierras forestales suelen ser los siguientes: producción de madera para la industria, producción de leña, obtención de productos forestales no madereros, protección de recursos naturales (por ej., diversidad biológica, aguas y suelos), ordenación de la flora y la fauna silvestres, recreación, rehabilitación de tierras degradadas, etc. La conservación y secuestro del carbono constituirá un beneficio más de las actividades de ordenación realizadas con dichos fines, ya que, al reducir las concentraciones atmosféricas de CO2, se mitiga el cambio climático. Las prácticas de ordenación forestal destinadas a reducir el cambio climático pueden agruparse en tres categorías: ordenación para la conservación del carbono, para su almacenamiento, y para la sustitución del carbono de fuentes energéticas no renovables (Brown et al., en prensa).

El objetivo de la ordenación destinada a la conservación consiste esencialmente en evitar las emisiones de carbono mediante la conservación de las reservas de este elemento presentes en los bosques; existen para ello diversas opciones como la lucha contra la deforestación, la protección de los bosques en reservas, la modificación de los regímenes de explotación, y el control de otros posibles trastornos como incendios e invasiones de plagas. La mejora más significativa en las prácticas de conservación del carbono podría obtenerse mediante la reducción de la deforestación y la degradación en las zonas tropicales. Sin embargo, cabe destacar que tales prácticas obedecen principalmente a la ampliación de las tierras de labranza y de pastoreo y a la demanda de productos forestales para fines comerciales y de subsistencia, que a su vez responden a las presiones ejercidas por el incremento demográfico, el desarrollo socioeconómico, y las fuerzas políticas. Así pues, los programas destinados a conservar el carbono reduciendo la deforestación deben ir acompañados de medidas para aumentar la productividad y sostenibilidad de la agricultura, y abordar los aspectos socioeconómicos y políticos primordiales.

En los últimos años se ha verificado una ampliación significativa de «zonas protegidas» constituidas tanto por bosques maduros como por bosques que se encuentran en otras fases de desarrollo, con fines, por ejemplo, de conservación de la biodiversidad y de protección de cuencas hidrográficas. En estas zonas las reservas de carbono deberían mantener su magnitud actual o bien aumentar, lo que dependerá de la actual distribución de los bosques por clases de edad. Asimismo, es probable que se mantenga la tendencia a instaurar, en una proporción considerablemente mayor de los bosques del planeta, prácticas de ordenación destinadas a lograr una producción maderera sostenible. Esta manera de utilizar los bosques, que consiste en ampliar los ciclos de rotación, reducir los daños a los árboles restantes, aplicar prácticas de conservación de suelos, y utilizar la madera con mayor eficacia (por ejemplo reduciendo las pérdidas posteriores a la recolección que se producen durante la elaboración) puede contribuir a conservar una porción mayor de su contenido total de carbono.

La finalidad de la ordenación destinada al almacenamiento es aumentar la capacidad de almacenamiento de carbono de la vegetación y el suelo de los ecosistemas forestales incrementando la superficie y/o la densidad de carbono de los bosques naturales y de plantación y aumentar también la capacidad de almacenamiento de carbono de los productos forestales duraderos. El aumento de la reserva de carbono en la vegetación y el suelo puede lograrse protegiendo los bosques secundarios y otros bosques degradados cuyas densidades de carbono en la biomasa y en el suelo son inferiores a los respectivos valores máximos, y poniéndolos en condiciones de retener carbono mediante la regeneración natural o artificial y el enriquecimiento del suelo. Otro método consiste en establecer plantaciones en tierras no boscosas, fomentar la regeneración natural o asistida de los bosques secundarios aplicando luego medidas de protección de los mismos, y adoptar prácticas agrosilvícolas con objeto de ampliar la cubierta forestal en las tierras agrícolas o de pastoreo. La capacidad de almacenamiento de carbono de los productos forestales duraderos puede incrementarse ampliando la demanda de productos madereros a un ritmo más rápido que la decadencia de los bosques, y prolongando la vida útil de tales productos. El secuestro del carbono mediante políticas de ordenación destinada al almacenamiento representa tan solo una solución a corto plazo, ya que por este medio sólo se obtiene un potencial de retención limitado y es muy reducida la cantidad de carbono que se logra acumular una vez superado tal potencial. El proceso tiene lugar durante un período que puede ir de varios decenios a un siglo o más, y cuya duración dependerá de la actual clasificación de los bosques por clases de edad, la densidad máxima de carbono alcanzable, el tipo de bosque, la selección de las especies, y los productos madereros que se produzcan y mantengan.

El tercer tipo de ordenación tiene por finalidad sustituir el carbono procedente de fuentes no renovables de materia prima y energía producida por combustibles fósiles y por carbono de la biomasa forestal; tales como materiales de construcción, o biocombustibles. Este enfoque tiende a aumentar el aprovechamiento de los bosques para obtener productos madereros y combustibles, ya sea mediante el establecimiento de nuevos bosques o plantaciones o por medio de tratamientos silvícolas que permitan aumentar el crecimiento de los bosques existentes y, por consiguiente, su potencial de producción de fibra (Brown et al., en prensa). En el caso de los bosques que se establecen en tierras no forestales para obtener productos energéticos como la leña, existe la posibilidad de aumentar la cantidad de carbono almacenada en la tierra y también, si la madera se utiliza como combustible, incrementar el almacenamiento de carbono en forma de combustibles fósiles no quemados (Sampson et al., 1993). A lo largo de períodos prolongados, es probable que este tipo de ordenación para sustitución resulte más eficaz para reducir las emisiones de carbono que el almacenamiento físico de éste en los bosques o los productos forestales (Marland y Marland, 1992).

Estimaciones de la cantidad de carbono conservada y secuestrada Se ha intentado, combinando dos estudios recientes (Nilsson y Schopfhauser, 1995; Trexler y Haugen, 1994), obtener una estimación global de la cantidad potencial de carbono que las distintas regiones boscosas de la Tierra podrían conservar y secuestrar entre 1995 y 2050. Se eligieron estos estudios por ser los únicos de carácter mundial, porque habían efectuado una amplia reseña sobre el tema de la disponibilidad de la tierra en los estudios publicados, y porque ambos indicaban tasas viables de establecimiento de opciones de ordenación. Los dos estudios partían de la hipótesis de que habría intervenciones normativas y financieras agresivas, aunque no especificadas, en los sectores forestales, y de que en el futuro no se producirían cambios climáticos capaces de interferir en las estrategias propuestas.

Nilsson y Schopfhauser (1995) estimaron la capacidad de secuestro del carbono que podría obtenerse mediante un programa mundial viable de forestación. Empleando datos procedentes de numerosas fuentes calcularon, por países y regiones, la cantidad de tierras de que podría disponerse, las tasas anuales de plantación viables, y los períodos de la rotación. Aplicaron un modelo de crecimiento para estimar la cantidad de carbono que se fijaría a la biomasa por encima y por debajo del nivel del terreno, a la broza y a la materia orgánica del suelo durante el período 1995-2050. No adoptaron ninguna hipótesis en cuanto a la «esperanza de vida» de la madera producida. Por otra parte, el programa descrito sólo permitiría secuestrar la cantidad de carbono indicada en caso de que para la explotación de los bosques se respetaran los períodos de rotación indicados.

Trexler y Haugen (1994) concentraron su atención en las zonas tropicales, incluyendo en su estudio las opciones de reducción de la deforestación y regeneración natural o asistida de los bosques. Efectuaron estimaciones nacionales, para cada uno de los decenios comprendidos entre 1990 y 2050, referentes a 52 países tropicales que representaban prácticamente todos los bosques de esas latitudes. Sobre la base de un análisis detallado país por país calcularon, para cada país y para cada decenio, las tasas de deforestación del momento y sus proyecciones para el futuro, la reducción de la deforestación que podría obtenerse mediante la aplicación viable de formas alternativas de aprovechamiento de la tierra, y la superficie disponible actualmente para la regeneración natural o asistida de los bosques seguida de medidas de protección, así como las tasas probables de aplicación de tales medidas. A fin de guardar coherencia con el estudio de Nilsson y Schopfhauser (1995), los autores añadieron estimaciones relativas a la biomasa subterránea, al suelo, y a la broza.

Considerados en su conjunto, estos dos estudios parecen indicar que en todo el mundo se podría disponer de 700 Mha de tierras para programas de conservación y secuestro del carbono: 345 Mha en zonas actualmente no boscosas o de escasa densidad, que podrían destinarse a plantaciones y actividades agroforestales, 138 Mha que se obtendrían reduciendo la deforestación en las zonas tropicales, y 217 Mha gracias a la regeneración natural y asistida de los bosques tropicales (Trexler y Haugen, 1994; Nilsson y Schopfhauser, 1995). Esta superficie de tierras estaría en condiciones de conservar y secuestrar, para 1995, de 60 a 87 Pg de C (Cuadro 2). A las actividades de forestación y agrosilvicultura sumadas corresponde el 50 por ciento del total (38 Pg de C), el 20 por ciento del cual se acumula en los suelos, en la broza, y en la biomasa subterránea (Nilsson y Schopfhauser, 1995). La cantidad de carbono que podría conservarse y secuestrarse hasta el año 2050 aplicando prácticas del sector forestal en las condiciones de referencia equivale, aproximadamente, a un 11-15 por ciento de las emisiones totales producidas por combustibles fósiles a lo largo del mismo período (hipótesis IS92a del estudio de Houghton, Calland y Varney, 1992).

Las zonas tropicales disponen, de lejos, del mayor potencial de conservación y secuestro del carbono (80 por ciento), seguidas de la zona templada (17 por ciento) y la zona boreal (sólo el 3 por ciento) (Cuadro 2). Más de la mitad de la retención que tendría lugar en la zona tropical se debería a la reforestación natural y asistida seguida de medidas de protección, así como a la reducción de la deforestación. Si bien la repoblación y la agrosilvicultura aportarían menos de la mitad de la cantidad correspondiente a la zona tropical, sin ellos sería sumamente improbable que los bosques se regeneraran y que se redujera la deforestación (Trexler y Haugen, 1994).

Las tasas anuales de conservación y secuestro del carbono obtenidas mediante todas estas prácticas aumentarían con el tiempo, alcanzando para el año 2050 el valor aproximado de 2,2 Pg/año (Figura 2); la mayor acumulación de carbono tendría lugar en la zona tropical, y la más reducida en la zona boreal. En un principio el mayor ahorro de carbono se debería a la reducción de la deforestación y la regeneración de los bosques, pero a partir del año 2025, momento en que las plantaciones alcanzarían su máxima acumulación de carbono, éstas secuestrarían cantidades prácticamente idénticas a las retenidas gracias a la reducción de la deforestación y a la regeneración de los bosques (Figura 2).

El potencial de los bosques para mitigar el cambio climático, tal como se ha descrito más arriba, se basa en el cálculo del almacenamiento y secuestro del carbono físicamente posibles; estas estimaciones no toman en cuenta la viabilidad social y económica de los cambios mencionados en el aprovechamiento de la tierra y la ordenación forestal. Además, los cálculos tampoco consideran los efectos del aumento de la concentración del CO, y otros contaminantes atmosféricos, las consecuencias de las modificaciones del clima, ni las repercusiones de los cambios en el uso de la tierra que podrían verificarse en el futuro como consecuencia del aumento de la densidad demográfica. Todas las prometedoras opciones en materia de ordenación forestal que se han descrito se verían directamente afectadas tanto por eventuales modificaciones del clima y de la atmósfera, como por los posibles cambios en el uso de la tierra. En el caso de la regeneración forestal natural y la reducción de la deforestación en los trópicos, es probable que el aumento de la demanda de tierras agrícolas y de productos forestales madereros y no madereros impuesta por una población humana en crecimiento, en detrimento de la cubierta forestal, tenga repercusiones importantes en los objetivos de disponibilidad de tierras y ordenación de los bosques; en comparación con ello, los efectos directos e indirectos del cambio climático en el potencial de aprovechamiento de la tierra podrían resultar menos significativos (Brown et al., 1993a; Solomon et al., 1995, en prensa). En los países de las latitudes medias y altas los patrones de uso de la tierra son actualmente relativamente estables; en este caso los efectos de los cambios en la composición del clima y de la atmósfera probablemente tendrían mayor peso (Kirschbaum et al., 1995, en prensa). En cuanto a las opciones en materia de forestación, los factores clave son: la manera por la cual los cambios en el clima y en la atmósfera afectarían la idoneidad y disponibilidad de las tierras para el establecimiento de plantaciones y actividades agrosilvícolas; y los efectos de la selección de las especies, las tasas de crecimiento de los árboles, y otras vías de retención del carbono, por ejemplo, suelo, broza, madera muerta, raíces. Sin embargo, dado que las plantaciones son objeto de ordenación, quizás sea posible adaptarlas a los cambios en el clima y la composición de la atmósfera, por ejemplo mediante la sustitución de especies y la modificación de los períodos de rotación.

CUADRO 2. Estimaciones globales de la cantidad de carbono que se podría secuestrar y conservar durante el período 1995-2050

Latitud

País/región

Práctica de ordenación forestal

C secuestrado y conservado (Pg)1

BOREAL


Canadá

Forestación

0,68

Europa nórdica


0,03

Ex-URSS


1,76

Total parcial


2,40

TEMPLADA













Canadá2

Forestación

0,43

Estados Unidos


3,07

Europa


0,96

China


1,70

Asia


2,19

Sudáfrica


0,44

América del Sur


1,02

Australia


0 31

Nueva Zelandia


1 70

Total parcial


11,80

Estados Unidos

Agrosilvicultura

0,29

Australia


0,36

Subtotal


0,70

TROPICAL

















América tropical

Forestación

8,02

Africa tropical


0,90

Asia tropical


7,50

Total parcial


16,40

América tropical

Agrosilvicultura

1,66

Africa tropical


2,63

Asia tropical


2,03

Total parcial


6,30

América tropical

Regeneración3

4 80-14,30

Africa tropical


3,00-6,70

Asia tropical


3,80-7 70

Total parcial


11,50-28 70

América tropical

Deforestación lenta3

5 00-10,70

Africa tropical


2,50-4,40

Asia tropical


3,30-5,80

Total parcial


10,80-20,80

Total


60,00-87,00

11 1Pg= 10 15g.
2En Canadá existen bosques templados y boreales.
3Incluye un 25 por ciento adicional de carbono sobre el nivel del terreno contenido en las raíces la broza y el suelo (sobre la base de los datos proporcionados por Nilsson y Schopfhauser, 1995 y Brown et al.., 1993b). La escala de valores se basa en el empleo de estimaciones balas y altas de la densidad de la biomasa de carbono, como resultado de la incertidumbre de tales cálculos.
Fuente: Brown et al., en prensa.

FIGURA 2 Tasas anuales medias de conservación y secuestro del carbono por decenio, aplicando las opciones de ordenación forestal que figuran en el Cuadro 2: por regiones geográficas o por práctica de ordenación forestal

CONCLUSION

Aunque los cálculos indican que los bosques del mundo constituyen actualmente una fuente neta de CO2 para la atmósfera, un intento lógico de equilibrar el balance mundial del carbono indica que el valor de las emisiones netas de CO2 producidas por los bosques y otros ecosistemas terrestres debe ser cercano a cero. Esto significa que, si bien los bosques son un componente importante del ciclo global del carbono por su función reguladora de los flujos y el almacenamiento de CO2, es probable que su contribución actual al calentamiento de la Tierra sea mínima. En el futuro esta situación podría modificarse por muchos motivos, como el aumento continuo de la tala y la degradación de los bosques tropicales, la maduración de los bosques situados en las latitudes medias y altas, y el incremento de la mortalidad y los incendios en los bosques de estas zonas como consecuencia del cambio climático. Sin embargo, la aplicación de opciones de ordenación forestal compatibles con los objetivos tradicionales de la silvicultura ofrece la posibilidad de conservar y secuestrar, durante los próximos 50 años una cantidad de carbono equivalente a alrededor del 11-15 por ciento de las emisiones totales producidas por los combustibles fósiles a lo largo del mismo período. La aplicación de opciones de ordenación forestal que conservan y secuestran el carbono ayudaría a evitar que los bosques se transformen en el futuro en una importante fuente neta de CO2 para la atmósfera y, por consiguiente, a compensar otros factores que contribuyen a acelerar el calentamiento de la Tierra.

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