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Campesinos del Norte y del Sur


¿Ganar juntos, o perder unos contra otros ?


¿Ganar juntos, o perder unos contra otros ?

Edouard Saouma
Director General de la FAO

Edouard Saouma

Los datos de la geopolítica se han trastornado, en algunos años, de una manera que no tiene equivalente desde la Segunda Guerra Mundial. El enfrentamiento Este - Oeste pertenece al pasado; pero las esperanzas que esta evolución inesperada había despertado se han transformado rápidamente en inquietudes de un nuevo tipo, mientras que en el escenario mundial, los dramas africanos vuelven a sacar a plena luz la cuestión de las relaciones Norte - Sur que, desde siempre, está en el centro de mis preocupaciones.

Los campesinos del Norte se inquietan por su futuro, al faltar mercados remuneradores a la medida de su capacidad de producción. La pobreza persiste en el Sur, reteniendo en la inseguridad y el "malvivir" a cientos de millones de habitantes. Pero no hay en ello nada verdaderamente nuevo: por el contrario, yo veo que persisten problemas no resueltos desde hace decenios y que, constantemente, se acumulan y adquieren una fuerza explosiva. Citaré la demografía del Sur y la actitud del mundo rico a este respecto; la emigración desde los países pobres hacia los ricos y sus consecuencias en las sociedades de acogida; la pobreza persistente y el agotamiento de los recursos naturales; los mercados de materias primas y el constante deterioro de los términos de intercambio; los flujos financieros y el endeudamiento del Tercer Mundo. Pero el examen de estos problemas obliga a pensar a contracorriente y a discernir en la evolución del mundo una formidable presión para el progreso, en lo que veo un papel destacado para los campesinos del Norte tanto como para los del Sur.

"... la imaginación de países pobres ofrece in buen ejemplo" (Foto de Paolo Titolo/Contrasto)

En el año 2025 los habitantes de la tierra seremos 8 500 millones

En 1960 éramos 3 000 millones; actualmente somos 5 300 millones y en 2025 habrá 8 500 millones de hombres y mujeres en el planeta. La casi totalidad de este crecimiento tendrá lugar en los países en desarrollo, que deberán alimentar, alojar, cuidar, educar y dar empleo a 3 000 millones de habitantes suplementarios: ¡una nueva humanidad tan numerosa como la de 1960!

Las sociedades más ricas vienen inquietándose por esta ola demográfica desde hace más de 20 años. Tal vez, sin embargo, no han captado toda la medida del esfuerzo de solidaridad indispensable para que la multiplicación de la humanidad se realice en condiciones que respeten los derechos elementales de los hombres a vivir como seres humanos.

La actitud actual de los países industrializados ante la inmigración procedente de los países pobres ofrece un ejemplo. Los signos de crispación se multiplican en Europa, que olvida que ella misma se ha formado gracias a la aportación de pueblos nórdicos, orientales o mediterráneos de los que reivindica hoy la herencia cultural; que olvida también cómo, en su tiempo, también ella se había desparramado hacia los demás continentes, y a veces en condiciones cuya brutalidad nos causa horror en nuestros días.

Tal vez la turbación de los pueblos ricos ante la pobreza del Tercer Mundo, en la que ven una amenaza en sus fronteras, acelerará la toma de conciencia, a mi parecer inscrita en la historia, de que la humanidad próspera no podrá proteger sus valores erigiendo barreras contra un mundo exterior que es para ella indispensable; por el contrario, esos valores deberían conducirla a compartir más equitativamente las riquezas del planeta para proporcionar a los países del Sur los medios conducentes a un desarrollo autónomo. El juego de los mecanismos económicos abandonados a sí mismos redundará siempre en ventaja de los más fuertes; será preciso corregirlos con prudencia para no descomponerlos.

Tal vez también los países desarrollados deberían considerar que los males que ellos mismos padecen - paro, bolsas de pobreza, violencia, droga, debilitación de los valores de solidaridad - tienen una causa común con la miseria de los países pobres: una máquina de producir y de facilitar el consumo que, habiendo empezado por servir a la humanidad, ha pasado poco a poco a tiranizarla.

Países pobres: son posibles progresos importantes

Para dar una idea de la pobreza en el mundo, se pueden comparar los ingresos de los habitantes de diversos países: 13 000 dólares en Francia, 130 dólares en Etiopía, por ejemplo. Pero lo más revelador es el número de los desnutridos: 780 millones de personas en 1990 sufren en su salud, en su capacidad de trabajo y en su inteligencia, las consecuencias de una subalimentación crónica.

La situación ha sido peor. Se calculaba en 940 millones el número de subalimentados en 1970. En proporción, ya son solamente el 20 por ciento de la población de los países pobres, frente al 36 por ciento en aquel tiempo. Pero se trata de un progreso terriblemente insuficiente y desigual. Asia, que tiene todavía el mayor número de subalimentados, ha reducido su número de 750 a 530 millones. En América Latina y en Oriente medio, su número es aproximadamente el mismo que hace 20 años, habiéndose perdido los progresos realizados hacia 1980. Africa sigue teniendo una tercera parte de su población en estado de subalimentación crónica, pero su número ha aumentado de 100 a 170 millones. Hacia este continente deben dirigirse nuestros más tenaces esfuerzos. La pobreza es todavía principalmente rural, pero se urbaniza cada vez más. La acumulación de hombres en las ciudades y en los suburbios, además de suscitar sus propios problemas, acelera la mutación exigida de la agricultura del Sur. Deberá ésta alimentar cada año a 100 millones de habitantes suplementarios, deberá también transformar sus estructuras para "exportar" cada vez más productos de los campos a las ciudades. Pero los aumentos de producción alcanzados en el pasado se han logrado a menudo a costa de grandes riesgos para el futuro.

La degradación de los recursos naturales no es una amenaza, es un hecho actual. Cada año se pierden de 5 a 7 millones de hectáreas de tierras cultivables. Se prevé que hasta el año 2000 la erosión reducirá gravemente la productividad en casi una tercera parte de las tierras cultivadas. La salinidad afecta a más de 300 millones de hectáreas. La recogida de leña por encima de las posibilidades de renovación es practicada por más de mil millones de habitantes. El sobrepastoreo y la degradación de las zonas verdes acentúan la desertificación en inmensas regiones vulnerables.

Es pues imperativo intensificar la agricultura, aprovechar de la mejor manera los recursos limitados que nos ofrece el planeta. Es desalentador comprobar, por ejemplo, la baja eficiencia en el uso del agua y de los abonos; lo mismo podría decirse de la alimentación animal, el uso de plaguicidas y las pérdidas después de la cosecha.

Pero esto quiere decir también que es posible realizar importantes progresos. La intensificación es necesaria, pero debe ser "diferente" para ser duradera, asegurar la restitución al suelo de sus elementos nutritivos, combinarse con la diversificación indispensable para que la agricultura pueda resistir mejor a las irregularidades del clima y de los mercados que la amenazan en todo momento.

Sin embargo, cuando deberían consagrar sus medios a hacer frente a este desafío gigantesco, los países pobres se agotan tratando de escapar de las redes de un endeudamiento inextricable heredado de los años setenta. El sistema financiero internacional les impone programas draconianos de estabilización, pero lo que debería ser una breve cura de austeridad se ha convertido en un purgatorio. ¿Es realmente necesario que la prioridad dada a las obligaciones financieras haga que se acumulen los retrasos para el futuro?

"Asia todavía el mayor numero de subalimentados" (Foto FAO por P. Johnson)

"... la caída del muro de Berlín abría una nueva perspectiva" (Foto de James Nachtwey/Contrasto)

Estado de las relaciones Norte-Sur

Hace apenas tres años, la caída del muro de Berlín abría una nueva perspectiva a la humanidad. Los recursos consagrados a armamento - 900 mil millones de dólares cada año, el 80 por ciento de ellos en los países industrializados - parecían quedar disponibles en parte para mejorar el bienestar de los pueblos. Las principales potencias militares contemplaban una reducción del 3 al 8 por ciento anual en sus presupuestos de defensa. Se acariciaba de nuevo el viejo sueño de reconvertir los recursos de la destrucción y aplicarlos a la construcción.

No ha hecho falta mucho tiempo para que estas esperanzas quedaran reducidas a poca cosa. Las promesas de apaciguamiento mundial se han confirmado afortunadamente, pero los conflictos locales han alcanzado al corazón de Europa y están cargados de prolongaciones angustiosas. Se descubre el costo pavoroso de la destrucción de los arsenales químicos y nucleares, y sorprende el costo económico y social de la reconversión: en los Estados Unidos, 340 000 empleos de la industria y de los servicios corren peligro por la reducción del 10 por ciento en cinco años del presupuesto militar. En cuanto a la antigua URSS, todas las economías realizadas en armamentos quedan absorbidas por los costos de la reconversión, y la descomposición política ha ido acompañada de un hundimiento de la producción y el comercio que hacen de este país un nuevo cliente, muy ávido por cierto, de la asistencia económica y de los flujos de inversiones. En pocas palabras, los "dividendos de la paz" se han desvanecido apenas entrevistos.

Durante este tiempo, los países del Tercer Mundo soportan el peso de un endeudamiento exterior que no se liquida. Dedican por término medio la quinta parte de sus ingresos de la exportación al servicio de la deuda; la cuarta parte en el caso de los países menos adelantados. En moneda constante, recibían en 1991 recursos financieros netos inferiores en una tercera parte a los de 1980; los préstamos bancarios eran 10 veces menores; es verdad que la ayuda oficial al desarrollo ha aumentado en el 25 por ciento, pero sigue siendo muy inferior (0, 33 por ciento por término medio) al objetivo mítico del 0, 7 por ciento del producto nacional bruto de los países donantes, que sólo algunos - los países nórdicos, Francia - se han honrado en respetar.

Todavía más preocupante, porque está en el corazón de los mecanismos de las transacciones económicas internacionales, es el descenso ininterrumpido de los precios de las materias primas. En el curso de los últimos 20 años, sólo algunos países en desarrollo han podido diversificar bastante su economía para escapar a ese cepo. Para muchos de ellos, su principal moneda de cambio en los mercados mundiales sigue siendo la exportación de productos minerales o agrícolas brutos o apenas transformados. En comparación con el precio de los productos manufacturados que los países del Sur importan, sus exportaciones han perdido el 40 por ciento de su valor durante los años ochenta.

Esta sangría de los recursos de los países del Tercer Mundo es muy grave. ¿Qué país adelanta - do podría, sin poner en crisis su economía, ofrecer dos años de exportaciones gratuitas a sus clientes? Pues esto es lo que ha costado realmente a los países africanos la caída de los precios de sus exportaciones agrícolas en los últimos diez años. El saco de café (60 kg.) que valía 310 dólares en 1977, bajó a 206 dólares en 1980, 143 en 1989, 112 en 1991, y 79 en marzo de 1993.

¿Cómo asombrarse de que estos países no puedan encontrar en sus propios recursos, así devaluados, los medios para invertir y dar formación a su población, único camino posible para diversificar sus fuentes de ingresos, mejorar la suerte de sus pueblos y darles seguridad?

Existen sin embargo las negociaciones del GATT, ese gran regateo internacional iniciado a fines de 1986 en Punta del Este (Uruguay), que desde hace dos años aplaza su fecha de conclusión sin poder llegar a buen término. Es positivo el hecho de que figuren en su orden del día, por primera vez, las cuestiones agrícolas; es también la primera vez que numerosos países en desarrollo se han asociado a la negociación; la FAO, por otra parte, ha brindado su apoyo técnico a los que lo desean para analizar estos temas muy especializados. Pero los objetivos fijados para la negociación, que comprendían otras novedades difíciles, como los servicios o la propiedad intelectual, eran demasiado ambiciosos en un calendario muy estrecho.

Una conclusión positiva, incluso de alcance modesto, es ciertamente preferible a un fracaso que iría seguido muy probablemente de un rebosamiento de las barreras comerciales entre bloques regionales.

Pero el enfrentamiento entre los ricos ha dominado los debates y los resultados serán probablemente escasos.

Limitándonos al sector agrícola, el gran desmantelamiento de las protecciones y de las prácticas de dumping está descartado; se avanza más bien hacia una reducción del orden del 20 por ciento, hasta el final del siglo, del apoyo de los países desarrollados a su agricultura, y hacia una transparencia mayor de las barreras no arancelarias.

Las consecuencias para los países en desarrollo podrían ser, a pesar de todo, significativas: una rebaja del 20 por ciento en el apoyo a los cereales, la soja, la carne de vacuno y el azúcar les aportaría un beneficio de 300 millones de dólares anuales. Hay que añadir las ganancias posibles en otros productos importantes: leche, otras plantas oleaginosas, frutas y legumbres. En este último caso, la abolición de los aranceles significaría para los países en desarrollo una ganancia de 600 a 800 millones de dólares, y la supresión de las barreras no arancelarias se traduciría en otros 2 000 a 3 000 millones de dólares. Aunque no quepa esperar sino una liberalización muy parcial, las promesas no dejan de ser considerables.

"... su principal moneda de cambio sigue siendo la exportación de productos minerales o agrícolas brutos" (Foto FAO por J. Van Acker)

Sin embargo, estas consecuencias se repartirán de manera desigual. He aquí algunos ejemplos: el descenso del apoyo a los cereales hará subir los precios mundiales, lo que supone una ganancia para los exportadores como Argentina, pero una pérdida para los países importadores netos, que son un centenar. En cambio, se atenuará la presión de los precios bajos de los cereales importados sobre la producción nacional de cereales tradicionales. Como siempre, una subida de los productos alimenticios beneficia a los productores y penaliza a los consumidores.

En cuanto a los productos tropicales, un acceso más libre a los grandes mercados del Norte supondrá una ventaja general para los países del Sur; pero los accesos privilegiados de que disfrutan ya algunos de ellos, con los del grupo ACP (Africa, el Caribe y el Pacífico) frente a la Comunidad Europea, volverán a discutirse. En el caso de la banana, América Latina se opone actualmente a los privilegios del grupo ACP.

Respecto a los productos de las "regiones templadas", en conjunto, las negociaciones del GATT deberían conducir a ganancias para la mitad de los países de América Latina y el Caribe y a pérdidas para casi todos los países africanos y el 80 por ciento de los de Asia y el Pacífico; en cuanto a los productos tropicales, ganancias para el 60 por ciento de los países africanos, el 70 por ciento de América Latina y la mitad de los países de Asia.

Hay que añadir además que el proyecto de resolución final, preparado por la Secretaría del GATT, incluye dos cláusulas que apuntan a atenuar el efecto negativo eventual sobre los países pobres de las disposiciones propuestas, ya sea eximiéndoles de la totalidad o parte de las obligaciones previstas en el acuerdo, ya sea mediante medidas financieras compensatorias para absorber el choque de importaciones más costosas.

La agricultura del Norte: gestión del espacio rural

Por supuesto que los países industriales tienen también sus campesinos, que cuentan con una enorme ventaja: su capacidad para influir sobre sus gobernantes cuando sienten amenazados sus intereses vitales es considerable, pese a que su número esté en descenso. ¡Cuánto me gustaría que sus hermanos del Sur tuvieran la misma fuerza de convicción! Pero también es cierto que los agricultores europeos, norteamericanos o japoneses pueden pedir mucho a sus gobiernos: es posible ayudar al 5 por ciento de la población - los agricultores - mediante gastos presupuestarios repartidos entre todos los demás sectores, con un recargo sobre la alimentación que no afecta sino a una partida que ya es secundaria en el presupuesto de los hogares. Esto ni se plantea en los países pobres en donde los campesinos constituyen a menudo la mayoría de la población y en donde la alimentación es la partida esencial del consumo de las masas.

Los campesinos del Norte se interrogan sobre su futuro. El descenso numérico de los agricultores no se ha interrumpido desde la Segunda Guerra Mundial. De 6 millones pasaron a 1, 3 en Francia, y de 8 a 2, 8 en los Estados Unidos. Esta fuerte tendencia continuará, con la concentración de las explotaciones en unidades cada vez más importantes, como en todos los demás sectores. Se plantea así de manera apremiante el problema de la gestión del espacio rural: la toma de conciencia respecto al medio ambiente, cuya salvaguardia condiciona nuestro futuro, le da además una nueva dimensión.

"Se han destruido miles de toneladas de frutas..." (Foto ANSA)

La nueva política agrícola común europea, definida en mayo de 1992, apunta en ese sentido. Se propone poner término al mecanismo de ultra-producción, en virtud del cual los ingresos de los campesinos recibían el apoyo de unos precios elevados que incitaban a la superproducción. El objetivo inicial de la política agrícola común, la autosuficiencia europea, se vio desbordado ya en los años setenta, y desde entonces no pudieron dominarse los excedentes. La oferta de leche en polvo ha llegado a cuadruplicar las necesidades del consumo. La Comunidad ha llegado a acumular reservas de 20 a 30 millones de toneladas de cereales, 1 millón de toneladas de carne, 1 millón de hectolitros de alcohol. Se han destruido miles de toneladas de frutas, se han sacrificado cientos de miles de reses. Los excedentes han salido de Europa, pesando sobre los mercados mundiales saturados.

Financieramente, la carga resultaba insoportable. Sumando los costos presupuestarios y el sobreprecio pagado por los consumidores, los países de la OCDE han gastado 320 000 millones de dólares para sostener y proteger a sus 16 millones de agricultores en 1991, es decir cinco veces más que los 70 000 millones de la ayuda oficial al desarrollo, incluidos todos los sectores y todos los países. Estos apoyos han representado el 38 por ciento del valor de la producción agrícola en Europa, es decir 500 dólares por hectárea o bien 8 000 dólares anualmente por agricultor a tiempo completo. Las cifras ascienden a 8 700 dólares por hectárea en Japón y nada menos que 20 000 dólares por agricultor en los Estados Unidos.

A pesar de todo, los agricultores europeos tienen el sentimiento de que se les sacrifica y de que su eliminación está planificada. Apegados a un modo de vida que desaparece, se sienten marginados. Los modelos de consumo y las imágenes que la televisión ofrece machaconamente son los de una sociedad urbana, en la que el campesino tradicional no se reconoce ya.

No hay que ignorar tampoco los factores de novedad y originalidad que encierra la agricultura y, más en general, la vida rural: por una parte, los productos especializados, ornamentales, medicinales, biológicos, la valoración de la calidad y del producto "de marca". Cada uno de estos ejemplos es una pequeña partida, pero su conjunto puede representar mucho. Por otra parte, hay que conquistar todavía el sector de la agricultura energética; por último, están todas las actividades para-agrícolas (agroturismo, conservación del paisaje, oficios) que el interés creciente por el medio ambiente está multiplicando y que permiten añadir a la actividad del agricultor otras actividades en formas cada vez más variadas.

No estoy tratando de embellecer el cuadro. Para la mayoría de los campesinos europeos es un drama sentirse marginados, cuando se dedican, a costa de un trabajo penoso, exigente, a una actividad que saben que es esencial. Es legítima su frustración cuando constatan que, gracias a su trabajo, existen y prosperan las industrias químicas, los organismos de crédito, las cadenas comerciales y las firmas agroalimentarias que se hacen de la guerra a golpe de miles de millones y de OPA, mientras que ellos, los productores esenciales, no pueden sino a duras penas asegurar a sus familias las condiciones de vida de sus contemporáneos.

Vemos pues en el Norte a productores agrícolas frustrados en sus valores, su condición social, inciertos de su futuro, mientras que sus gobiernos se enfrentan en los mercados exteriores demasiado estrechos por la insuficiencia del poder adquisitivo de las multitudes humanas del Sur.

Socorros de urgencia y ayuda alimentaría

En el Sur, los recursos son insuficientes para promover un progreso duradero de la producción agrícola al ritmo que requiere una población creciente, y los mercados están deprimidos, en parte a causa de las barreras y de los excedentes que el Norte genera para proteger a sus campesinos ¿ No es urgente salir de esta situación absurda?

Hay que ser ya optimista para suponer que el Tercer Mundo dispondrá, para alimentar a una población que habrá crecido en 3 000 millones en una generación, de recursos naturales equivalentes a los de hoy. Las reservas de tierras se limitan prácticamente a América del Sur y Africa (300 millones de hectáreas en cada caso), pero están constituidas, según los casos, de suelos pobres, frágiles, en pendiente, escasos de agua, mal situados en relación con la población.

Por otro lado, hay que prever unos 50 millones de hectáreas para alojar a esos nuevos habitantes, sin olvidar la degradación de las tierras cultivables.... Se bajará así de 0, 3 hectáreas arables por habitantes a 0, 2 en 2025, a 0, 15 en 2050: una parcelaba de 40 metros de lado.... Hasta ahora, nunca se han alcanzado, en esta escala, los progresos de productividad necesarios para compensar esta reducción.

El esquema actual - excedentes sin salida por una parte, necesidades no cubiertas por otra - no es una solución. La ayuda alimentaria, consecuencia indirecta de esta forma de funcionamiento - una docena de millones de toneladas, más un millón de toneladas de otros productos (leche y aceites) - es en realidad una ayuda de doble filo que vale la pena de analizar un instante. En efecto, hay que distinguir bien entre los socorros de urgencia y la ayuda alimentaria "crónica" que facilita a los países industriales una salida artificial en beneficio de sus agricultores. Los socorros de urgencia son imperativos y estoy infinitamente agradecido por la respuesta de los gobiernos de los países ricos a los llamamientos que se les hacen. Pero estos socorros representan una parte escasa - menos del 10 por ciento - de la ayuda alimentaria; y lo más difícil, lo más costoso con mucho, es asegurar su transporte, su conducción, su distribución hasta los necesitados. ¡Considérese el caso de Somalia!

"Los modelos de consumo y las imágenes que la televisión bombardea..." (Revista italiana MAX)

La ayuda alimentaria "crónica" es muy diferente por el papel que desempeña y debo decir que crea realmente problemas cuando uno se pregunta por su contribución al desarrollo. Para los países donantes, alcanza dos objetivos a la vez: responde a su preocupación por prestar apoyo a los países a los que se quiere ayudar y les cuesta relativamente menos, puesto que se trata de evacuar excedentes que de todas maneras no habrían encontrado adquisidor a precios de costo. En este sentido, la prefieren a otras formas de ayuda que les obligarían a opciones económica y políticamente penosas. Representa en cierta forma un subproducto de su política de apoyo a su propia agricultura.

Los países receptores tienen tales necesidades que esta forma de ayuda se recibe también de buen grado. Pero esta ayuda está constituida por productos extraños a los hábitos nacionales de consumo e introduce gustos nuevos que no pueden después satisfacerse si no es mediante importaciones. Se trata de un problema real.

Y por otra parte, según la época en que se da salida a estos productos alimentarios dados al gobierno y según el precio al que se ceden, he aquí que los productores nacionales de artículos análogos - cereales tradicionales, productos lácteos, productos de la ganadería - sufren los efectos de la competencia y se sienten desanimados. El equilibrio es frágil, los errores fáciles, las consecuencias duraderas.

Dar al Sur los medios para su propio desarrollo

No se puede olvidar el proverbio chino: "Regalar un pescado es alimentar a un hombre un día; enseñarle a pescar es alimentarle toda su vida". Son los medios de producción los que hay que proporcionar a los campesinos del Sur, y no el producto mismo. Su dignidad de hombres les hace desear eso y yo me he esforzado, en la FAO, por convencer a los países donantes para que lleven una ayuda en insumos a Africa. Lamento no haber tenido éxito.

Pero quiero insistir en estas evidencias. El Sur debe desarrollar su propia capacidad de producción, en condiciones duraderas, para alimentarse o adquirir los alimentos que le hacen falta. Aparte de una asistencia técnica y financiera que sigue siendo indispensable en numerosos países, pues son muy grandes los retrasos acumulados, para muchos de ellos el acceso equitativo a los mercados de sus productos sería la clave para una verdadera asociación económica en que los países pobres habrán de encontrar los medios para su propio desarrollo. ¿Puede hablarse de mercados equitativos cuando un puñado de actores controlan lo esencial de las transacciones?

Poniendo finalmente a los países del Sur en condiciones de proporcionar a sus poblaciones los medios para una vida decente, se crearán las condiciones para ese crecimiento de la demanda solvente a escala mundial que reclaman, en la esfera alimentaria, los agricultores europeos. No veo otro camino.

No digo que esto sea fácil, evidentemente. No digo que el consumo siempre creciente, que ha llegado a ser un credo de las sociedades ricas en detrimento de otros valores, sea compatible con un progreso general de la humanidad. Creo, en efecto, que son los valores escogidos por los hombres, más que el precio de los productos que consumen, lo que da su rostro a nuestra sociedad. Deseo que nuestros contemporáneos, tantos de los cuales se refugian ahora en los comportamientos asóciales del egoísmo, de la criminalidad o de la autodestrucción, reencuentros el camino de un ideal que puedan compartir con la mayoría: el de progresar juntos creando la confianza en el futuro.

Edouard Saouma

Las opiniones expresadas aquí por Edouard Saouma son personales y no son atribuibles a la FAO.

Reproducido de la revista GÉOPOLITIQUE No. 41 (Primavera 1993)

"... en condiciones de proporcionar a sus poblaciones los medios para una vida decente..." (Foto FAO por F. Botts)


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