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Formación de jóvenes a partir de una innovadora escuela básica rural

Polan Lacki
Oficial Regional de Educación y Extensión Agrícolas


¿Por qué las escuelas básicas rurales?
Hacia una enseñanza contextualizada y provechosa
Actitudes de dependencia perpetúan y multiplican situaciones de subdesarrollo
Es necesario que los agricultores puedan asumir nuevas actitudes y responsabilidades


Los bajísimos rendimientos promedio de la agricultura latinoamericana 5 demuestran en forma clara e indiscutible que la inmensa mayoría de los agricultores aún no está adoptando innovaciones elementales y de bajo costo, a pesar de que éstas ya están disponibles desde hace muchas décadas; no las están adoptando no tanto por falta de recursos sino muy especialmente por falta de conocimientos que los extensionistas podrían y deberían proporcionarles. Demuestran asimismo que es exactamente la no adopción de estas innovaciones elementales (y no de las sofisticadas y de alto costo) lo que está impidiendo que la gran mayoría de los agricultores incrementen los rendimientos recién mencionados. Esto significa que un eficiente servicio de extensión podría y debería ser el factor más determinante para elevar los bajísimos rendimientos de la agricultura latinoamericana y, a través de ello, dar el primer y más importante paso para solucionar los principales problemas de los agricultores.

5 Frejol 782 kg/ha, maíz 2 207 kg/ha, arroz 3 740 kg/ha, sorgo 2 343 kg/ha, trigo 1.677 kg/ha. La vaca latinoamericana produce en promedio cuatro litros de leche al día, tiene su primer parto a los 42 meses (pudiendo tenerlo a los 28) y el intervalo entre pariciones es de 24 meses, pudiendo ser de 13 meses. De mantener estos bajísimos rendimientos será virtualmente imposible insertarse con éxito en el mundo moderno de la competencia internacional. Estos rendimientos podrían ser sustancialmente mejorados si la extensión rural tan sólo difundiese en forma más eficiente las innovaciones de bajo costo que ya están disponibles y cuya adopción no depende de recursos adicionales; ella sólo depende de que los agricultores estén capacitados y motivados.

Sin embargo, aunque reforzar y mejorar la eficiencia de la extensión rural sea una condición indispensable para que la agricultura y los agricultores puedan desarrollarse, ello no es suficiente. En virtud de su escasez de recursos, se requiere complementar el esfuerzo de la extensión rural pública y privada con otras alternativas que contribuyan a ampliar y acelerar la difusión de conocimientos a un número significativamente mayor de familias rurales, ojalá a todas ellas. El número de agricultores que necesita ser urgentemente capacitado es de tal magnitud que requiere de la conjugación de varios esfuerzos institucionales, públicos y privados que deben actuar en forma convergente hacía el gran objetivo común que es introducir nuevos conocimientos, habilidades y actitudes en el medio rural.

Debido a la magnitud de este desafío la extensión rural debería hacer un gran esfuerzo de motivación y persuasión para lograr que se involucren en actividades educativas instituciones como, por ejemplo, los distintos medios de comunicación, las agroindustrias - ya sean las que fabrican insumos o las que industrializan productos agrícolas, la Iglesia, los gremios de agricultores, las cooperativas, las ONG, las municipalidades y, por sobre todo, las escuelas básicas (o primarias) rurales. Todo ello con el propósito de constituir un amplio movimiento educativo destinado a extirpar del medio rural la gran causa del subdesarrollo, que es la falta de conocimientos de sus habitantes.

¿Por qué las escuelas básicas rurales?

Sería especialmente conveniente que en esta convergencia de esfuerzos educativos los servicios de extensión trabajasen en estrecha y mutua cooperación con las escuelas primarias rurales, por las siguientes razones:

El número de familias que requieren capacitación es tan elevado que aunque se decuplicaran los recursos de los servicios oficiales de extensión rural (hipótesis absolutamente insostenible ante las actuales restricciones financieras de los gobiernos) éstos difícilmente lograrían tener una cobertura universal. Debido a la dispersión geográfica de los agricultores resulta difícil para la extensión rural visitarlos o reunirlos para periódicas jornadas de capacitación; tal dificultad es menos acentuada para las escuelas rurales porque éstas ya están reuniendo diariamente a los alumnos y podrían aprovechar esta singular oportunidad para formar casi al 100% de los niños; lo que se constituiría en un logro extraordinario si se considera que la extensión rural no consigue capacitar siquiera al 10% de los adultos.

Pero aunque se lograra que la extensión rural llegase a todas las familias, su acción con los adultos continuaría siendo muy dificultada y perjudicada si previamente a ello las escuelas rurales no los formaran adecuadamente; ello ocurriría por los siguientes motivos: a) los agricultores continuarían teniendo dificultades para entender los mensajes técnicos de los extensionistas; b) no valorarían las nuevas tecnologías agropecuarias por no tener conciencia de que a través de ellas podrían solucionar sus problemas; c) los servicios de extensión seguirían encontrando interlocutores malformados, muchos de ellos poco proclives a los cambios, carentes de autoestima y deseo de superación, con mentalidad de subdesarrollo, dependencia y fatalismo y que no creerían que ellos mismos son capaces de solucionar sus propios problemas; y d) los agricultores continuarían sin valorar la importancia de los conocimientos, porque seguirían pensando que no podrán solucionar sus problemas mientras no reciban más ayuda del gobierno, más recursos materiales, crédito, subsidios, etc., y no entenderían que lo que más les falta son conocimientos a través de los cuales podrían tecnificar la agricultura y organizar la comunidad rural, y que a través de estas dos medidas realmente factibles podrían empezar a solucionar ellos mismos sus problemas. Lo anterior indica que si queremos desarrollar la agricultura es necesario previamente formar a las familias rurales para que tengan nuevos conocimientos y especialmente para que adopten nuevas actitudes. Sin estos dos importantísimos condicionantes será virtualmente imposible enfrentar con éxito el subdesarrollo imperante en el medio rural.

Los actuales desafíos de la agricultura (equidad, sostenibilidad, rentabilidad y competitividad) exigen como conditio sine qua non formar una nueva generación de hombres y mujeres rurales modernos que tengan la voluntad de cambiar y progresar con el fruto de su propio esfuerzo y que tengan los conocimientos, habilidades y destrezas que dichos cambios requieren. Mientras los agricultores tengan actitudes de dependencia y conocimientos arcaicos, los gobiernos no tendrán éxito en sus esfuerzos para enfrentar los cuatro desafíos recién mencionados.

Aunque la formación de esta nueva generación de ciudadanos quizás no sea una responsabilidad directa y exclusiva de las escuelas primarias rurales sólo ellas podrán hacerlo por la siguiente y fundamental razón: los adultos rurales, quienes deberían proporcionar estos nuevos conocimientos y actitudes a sus hijos, desgraciadamente no pueden asumir esta función porque no saben hacerlo; sencillamente no pueden enseñarles aquello que ellos mismos nunca tuvieron oportunidad de aprender, ni en sus hogares, ni en las escuelas. Es necesario y urgente que alguien se encargue de romper este círculo vicioso de Ignorancia y subdesarrollo; si las escuelas básicas rurales no lo hacen será difícil, por no decir imposible, romperlo, contando exclusivamente con la inadecuada formación que reciben de sus propios padres o con la insuficiente capacitación que reciben de los extensionistas La nueva escuela primaria rural debería ayudar a desarrollar el gran potencial latente que existe en las niñas y niños rurales para que, después de adultos, ellos mismos tengan la voluntad, autoconfianza y capacidad de tomar decisiones, solucionar problemas, hacer cosas nuevas y ejecutarlas con mayor eficiencia. Si no se adopta esta medida, de las actuales escuelas rurales seguirán desertando o egresando niños con un cúmulo de conocimientos dispersos y poco relevantes, sin la preparación necesaria para incorporarse al mundo del trabajo y sin los valores fundamentales para desempeñarse como futuros padres de familia y ciudadanos.

Nuestros países tienen el imperativo ético de ofrecer, por lo menos, oportunidades de desarrollo a todos sus agricultores pero no disponen de recursos suficientes para hacerlo por la vía convencional. Por este motivo deberán adoptar un modelo centrado en el factor conocimiento porque esta opción ayudaría a optimizar la relación costo/beneficio de los reconocidamente escasos recursos que los gobiernos asignan al desarrollo del sector agropecuario; porque siempre resulta más económico y duradero desarrollar las potencialidades de los seres humanos que corregir sus debilidades; al reducir sus costos dichos proyectos podrían beneficiar a un mayor número de familias, en el más corto plazo y con un mínimo de gastos en recursos fiscales.

Las escuelas básicas rurales podrían proporcionar los conocimientos más indispensables a todos los futuros agricultores, por las siguientes razones:

Su cobertura es casi universal, lo que significa que no habría necesidad de gastar los cada vez más escasos e insuficientes recursos fiscales en construir más escuelas; con las ya existentes se podría llegar con un mensaje educativo útil y relevante casi a la totalidad de los futuros agricultores, agricultoras y amas de casa.

Los maestros, aunque generalmente mal formados y mal remunerados, ya están contratados y ejerciendo sus funciones; sería necesario recapacitarlos y mejorar sus condiciones salariales. Muchos de ellos viven en las propias comunidades rurales y disponen de tiempo libre que podrían dedicar, primero a aprender (autoestudio con textos diseñados específicamente para la realidad rural) y después a enseñar los nuevos y más relevantes conocimientos que está exigiendo el medio rural moderno.

Los materiales educativos, adecuados o no a las necesidades formativas de las familias rurales, siguen siendo elaborados, impresos y distribuidos; sólo sería necesario adecuar sus contenidos a las circunstancias de vida y trabajo imperantes en el medio rural.

Para muchas comunidades rurales la escuela básica es el único servicio de carácter permanente proporcionado por el Estado; si ya es tan poco lo que el gobierno les ofrece debería, por lo menos, cumplir el deber indeclinable de otorgarles una formación de calidad porque es la forma más eficaz de emancipar a los habitantes rurales, transformándolos en personas más autosuficientes y en consecuencia menos dependientes de otros servicios, los que debido a su mayor costo el poder público no está en condiciones de ofrecerles. Esto significa que al mejorar la educación rural el Estado no gastaría recursos adicionales sino que los ahorraría al no necesitar gastarlos en otros servicios públicos; con tal procedimiento estaría haciendo una inversión de bajo costo pero de inmenso efecto multiplicador, en el tiempo y en el espacio.

Para la inmensa mayoría de los habitantes rurales el paso por la escuela básica es la única oportunidad en toda su vida de adquirir los conocimientos necesarios para que puedan convertirse en ciudadanos más productivos y gestores más eficientes del desarrollo familiar y comunitario; si es única, con mayor razón tal oportunidad debería ser muy bien aprovechada. Por tal motivo, los habitantes rurales no pueden y no deben abdicar al derecho irrenunciable de exigir una educación emancipadora y los gobiernos no pueden eximirse de esta responsabilidad mínima.

Los alumnos ya están matriculados, frecuentan las escuelas y las seguirán frecuentando; si estos nuevos conocimientos responden a sus intereses e inquietudes, seguramente disminuirá el ausentismo y la deserción.

La escuela básica, al contrario de lo que ocurre con la extensión rural, recibe a niños sin deformaciones que aún son más moldeables y más proclives al cambio en sus actitudes, valores y comportamientos; es más fácil, rápido y económico formar a un niño que reformar a un adulto.

Los recursos materiales y didácticos que se requieren para equipar mínimamente las escuelas rurales a fin de que puedan hacer los cambios aquí propuestos, son de reducido monto: una pequeña biblioteca con textos adaptados a la vida rural, ayudas didácticas adecuadas, instrumentos rústicos para medir y pesar, algunos insumos y herramientas agrícolas, un botiquín de primeros auxilios, etc.

En resumen, la puesta en marcha de una educación básica rural más contextualizada no necesariamente requiere de muchos recursos adicionales; lo más caro y más difícil ya está hecho y disponible y hace falta apenas lo de menor costo, que es tomar la decisión de hacerlo. Es decir, no se trata de gastar más recursos fiscales que son reconocidamente escasos sino que se propone aplicar mejor los que ya están disponibles; la peor forma de gastarlos sería seguir haciendo más de lo mismo porque con ello se estaría continuando la producción de desertores o la formación de egresados cada vez más dependientes de aquellos exiguos recursos y servicios del Estado.

Estos son y serán cada vez más escasos, entre otras razones, porque las personas mal formadas al no tener capacidad (conocimientos y actitudes) para solucionar sus propios problemas, se vuelven cada vez más dependientes del poder público; más ignorancia genera más dependencia. La escuela debería formarlos con el claro propósito de que se vuelvan cada vez más autogestionarios y más autodependientes de sus propias decisiones, de sus propios recursos y de sus propios esfuerzos.

Hacia una enseñanza contextualizada y provechosa

Tales como son en la actualidad las escuelas rurales no pueden cumplir su importantísima función de formar esta nueva generación de hombres y mujeres con los conocimientos y actitudes que está exigiendo el mundo rural moderno. Ellas necesitan de transformaciones radicales para adaptarse a las circunstancias del medio rural ya que su finalidad principal es formar personas con actitudes y valores rurales, con conocimientos, habilidades y destrezas que les ayuden a vivir mejor y producir con más eficiencia en el medio rural; consecuentemente los contenidos de sus planes de estudios deberán ser orientados principalmente a las circunstancias de vida y de trabajo imperantes en el medio rural. Las escuelas deben ser rurales en los procedimientos y actitudes de los docentes quienes deben enseñar a los niños a valorar y apreciar la importancia y las grandes potencialidades del medio rural. Las escuelas deben contribuir a arraigar a los niños al medio rural y a concientizarlos de que en el campo también existen oportunidades potenciales de desarrollo, prosperidad y bienestar social, y que consecuentemente ellos no deben ilusionarse con los falsos atractivos de las ciudades.

Para cumplir esta nueva función las referidas escuelas ya no pueden seguir proporcionando una enseñanza teórica y abstracta, además de desvinculada de los problemas cotidianos de producción rural, higiene rural, salud rural, alimentación rural y organización comunitaria rural. Las escuelas podrían contribuir con conceptos básicos para que los futuros adultos rurales eleven la bajísima productividad de su trabajo, mejoren su eficiencia productiva y corrijan los errores elementales que a diario cometen en sus hogares (de alimentación, prevención de enfermedades, educación de los niños, etc.).

El gran pero ineludible desafío de los tiempos modernos es que las escuelas básicas deberán formar una nueva (en términos de conocimientos y actitudes) generación de agricultores para América Latina y el Caribe; formar hombres y mujeres con confianza en sí mismos, con actitudes y mentalidad de cambio, progreso, desarrollo y protagonismo; y que sean conscientes de que ellos mismos deberán ser los responsables de solucionar gran parte de sus problemas familiares, productivos y comunitarios. El cambio será más fácil si las escuelas demuestran a los alumnos que después de adultos ellos mismos, a pesar de sus adversas realidades económicas, serán potencialmente capaces de asumir como suya la responsabilidad de solucionar sus problemas, con una menor dependencia de apoyos materiales externos. Las escuelas básicas podrían demostrar a los niños rurales, a través de enseñanzas y ejemplos reales que:

Þ la pobreza y el subdesarrollo rural no son una fatalidad ante la cual deban conformarse, resignarse o capitular;

Þ no existen razones económicas, políticas ni mucho menos éticas que justifiquen que las familias rurales no tengan oportunidades para prosperar en su propio medio;

Þ sus problemas económicos y sociales son solucionables;

Þ si adquieren conocimientos relevantes y cambian de actitudes, los propios afectados por el subdesarrollo (los habitantes rurales) podrán empezar a solucionar en forma gradual sus problemas de producción, ingresos y bienestar; y

Þ sólo ellos pueden y deben adoptar las iniciativas y medidas que les permitirán construir un futuro de prosperidad y bienestar familiar, pero que para ello necesitan adquirir nuevos conocimientos, cambiar de actitudes y abandonar ciertos prejuicios que se analizan a continuación.

Actitudes de dependencia perpetúan y multiplican situaciones de subdesarrollo

Las escuelas básicas podrían contribuir a cambiar la mentalidad de los habitantes rurales desterrando algunos prejuicios, tabúes y creencias típicos de personas fatalistas y derrotistas porque éstos, al entorpecer sus iniciativas, contribuyen fuertemente a mantenerlos en el subdesarrollo. Las actitudes y comportamientos negativos y derrotistas que las escuelas podrían ayudar a desterrar son los siguientes:

· pensar que no son capaces y no disponen de los recursos mínimos para solucionar ellos mismos sus propios problemas;

· esperar que las decisiones y recursos para su desarrollo vengan de afuera; pensar que es el poder público el que debe solucionar sus problemas, y atribuir mayor importancia al paternalismo del Estado que a su propio protagonismo;

· tener un limitado horizonte de aspiraciones y escaso deseo de superación, en virtud de su baja autoconfianza y autoestima;

· magnificar la importancia de las autoridades e instituciones públicas y minimizar sus propias potencialidades de desarrollo;

· sobreestimar la importancia de los recursos financieros o materiales y subestimar el valor del conocimiento como factor crucial de desarrollo, no tener conciencia de su propia ignorancia y de la necesidad de eliminarla;

· tener actitudes de pasividad, dependencia, pesimismo, fatalismo y resignación;

· utilizar argumentos exculpatorios (usar excusas para no hacer las cosas o afirmar que nada pueden hacer) e inculpatorios (echar la culpa a otros) como justificación para la no solución de sus problemas;

· pedir a terceros, en vez de actuar para romper el círculo vicioso del subdesarrollo y edificar su propio futuro.

Es necesario que los agricultores puedan asumir nuevas actitudes y responsabilidades

Estos valores, actitudes y procedimientos negativos deberán ser reemplazados por otros, más positivos y constructivos que, al devolverles la dignidad y la esperanza, ayuden a los habitantes rurales a forjar su autorrealización; de no hacerlo, se seguirá produciendo cada vez más pobreza, más dependencia y más subdesarrollo, porque las crecientes multitudes de personas criadas en este ambiente - pobre pero prolífico - seguirán multiplicándose y produciendo cada vez más pobres y más subdesarrollados. Para ayudar a que ocurra esta reversión de expectativas y actitudes, las escuelas básicas rurales podrían adoptar las medidas que se indican a continuación:

Þ Enseñarles en forma muy simplificada a hacer autodiagnósticos de sus problemas, poniendo énfasis en aquellos cuyas causas son endógenas y que son solucionables por los propios agricultores; este procedimiento contribuiría a exaltar las potencialidades de las familias rurales y con ello volverlas menos expectantes de un desarrollo exógeno y más activas como protagonistas de un autodesarrollo endógeno.

Þ Enseñarles a relacionar causas y efectos con el fin de hacerles ver que muchos de los problemas y sus causas están en sus propias mentes, hogares, fincas y comunidades y no tanto fuera de ellos.

Þ Inculcarles que las propias familias rurales deberán tomar las decisiones e iniciativas para desarrollar las potencialidades existentes en ellas mismas, en sus fincas y comunidades, indicarles que para tener acceso a bienes y riquezas es necesario que previamente ellas mismas los produzcan con abundancia y posteriormente los consuman con parsimoma.

Þ Estimularlos a que amplíen su horizonte de aspiraciones y tengan voluntad de superación, sean conscientes de que su desarrollo y prosperidad serán fruto y consecuencia de su empeño y esfuerzo personal, tengan autoconfianza y estima para sentirse capaces de enfrentar y transformar su adversa realidad y para volverse más autónomos y menos dependientes de ayudas materiales externas.

Þ Enseñarles a apreciar los recursos, tradiciones (no tradicionalismos) y cultura del medio rural con el fin de que valoren el trabajo manual, las actividades agrícolas y la vida rural; enseñarles que en el campo existen potencialidades, recursos y especialmente oportunidades que podrán y deberán ser explorados y aprovechados por ellos mismos, cuando adultos.

Þ Ayudarles a romper el determinismo fatalista que los mantiene en la resignación y pasividad, demostrarles que ellos mismos con su esfuerzo, tenacidad y disciplina, deberán tener la voluntad y capacidad de asumir la responsabilidad de transformar, en vez de perpetuar sus adversas e injustas realidades, y que la mejor forma de progresar a través de su propio esfuerzo es que ellos sigan adquiriendo nuevos conocimientos en forma permanente para que éstos los liberen de las dependencias externas.

Transmitirles valores, comportamientos y actitudes positivas de autoconfianza y autoestima, honestidad y honradez, puntualidad y responsabilidad en asuntos personales y con terceros, orden y disciplina, compromiso ante el desarrollo familiar y comunitario, espíritu de lealtad, ayuda mutua y solidaridad, consciencia de que sólo el trabajo constante y bien hecho es capaz de generar riquezas y proporcionar bienestar, espíritu de iniciativa, dedicación y perseverancia, amor a la verdad, respeto al prójimo y a sus derechos, hábitos de ahorro e inversión para asegurar un futuro mejor, rechazo a los vicios, a la mentira, a la intolerancia, a la violencia, al egoísmo, al materialismo y al consumismo. En fin, proporcionarles una formación valórica, moral y cívica integral para que sean mejores ciudadanos, conscientes no sólo de sus derechos sino especialmente de sus deberes y responsabilidades ante el desarrollo de la familia y la comunidad.


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