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Reseñas


Memorias (verdaderas) de Africa: más allá del mito salvaje



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Memorias (verdaderas) de Africa: más allá del mito salvaje

The Myth of Wild Africa: Conservation Without Illusion, por Jonathan S. Adams y Thomas I. McShane, W.W. Norton, Nueva York y Londres, 1992, 266 págs., ISBN 0-393-03396-1.

"Y así los geógrafos, en los mapas africanos
"llenan sus vacíos con pinturas salvajes
"y en otras colinas inhabitables
"colocan elefantes a falta de ciudades."

El escritor satírico irlandés Jonathan Swift, autor de Los viajes de Gulliver, escribió estas líneas en 1733, pero desde entonces cambió muy poco la imagen europea de Africa: "¿Por qué Swiss-air viaja nada menos que a 17 ciudades africanas?" se pregunta un reciente aviso publicitario en una revista alemana. "Porque usted puede encontrar en ellas: petróleo, diamantes, cobre, hierro, platino, madera, cacao, coco, caucho, tabaco, especias, frutas, café, algodón, animales raros, magníficas playas de blanca arena".

Al comentar ácidamente este aviso, una revista francesa escribe: "Imagínese la sorpresa de los pasajeros de la Swissair cuando desembarcan y descubren que en Africa hay también gente...".

En The Myth of Wild Africa, Jonathan S. Adams y Thomas I. McShane insisten en que en todo el debate sobre la conservación ha sido olvidada precisamente la gente africana. Ellos sostienen que es esa visión de Africa, tan primaria como un glorioso Edén para los animales silvestres, lo que ha impedido a muchos extranjeros percibir las necesidades y aspiraciones de los seres humanos que habitan el continente. Este mito del Edén, que algunos atribuyen a la necesidad emocional de las sociedades industriales de vastos espacios abiertos, tiene sus raíces en la era de los exploradores y misioneros del siglo pasado y en los Grandes Cazadores Blancos de principios del actual.

Entre los cazadores más famosos figuraba Theodore Roosevelt, quien junto con su hijo, mató a más de 500 mamíferos de 70 especies durante los 10 meses que duró lo que se llamó "el safari más grande de la historia." Entre los animales masacrados se contaban nueve rinocerontes blancos, que incluso entonces estaban al borde de la extinción en Africa oriental. Esto provocó críticas incluso entre los amigos de Roosevelt. Pero la justificación de esto fue el interés por la ciencia. En efecto, como resultado de la expedición, se enviaron al Smithsonian Institution cerca de 5 000 mamíferos, 4 000 pájaros, 500 peces y 2 000 reptiles.

Carnicería desenfrenada

Se había dado así un ejemplo desafortunado y en los años veinte se presenció una carnicería desenfrenada de animales silvestres en Africa oriental, sobre todo por obra de cazadores y colonos europeos. El Africa meridional ya había perdido la mayor parte de su fauna a comienzos de este siglo debido a los excesos similares realizados por los europeos. Algunos de los deportistas con más celo fueron capaces de hablar románticamente de sus viajes y sus escritos reforzaron la imagen irreal e idealizada de Africa que todavía persiste en el contexto de la conservación de la fauna silvestre.

Cuando se oyeron las protestas contra esta matanza indiscriminada, apoyadas por cazadores más moderados como Dennis Finch- Hatton y John Hunter, quienes se alarmaron ante la rápida disminución de las especies, la solución consistió en crear parques y reservas e imponer leyes de caza con penas para los cazadores locales, en gran parte como los aristócratas británicos habían estado haciendo durante siglos en su propio país.

Se ignoró el papel clave de la caza de subsistencia en muchas culturas nativas africanas. Los europeos, que controlaban casi toda Africa a fines del siglo XIX, consideraron bárbaros los métodos africanos - flechas envenenadas, fosos y trampas - o, por lo menos, muy poco deportivos. Y estas actitudes influenciaron al movimiento internacional que se desarrolló gradualmente durante el siglo XX para proteger lo que quedaba de la rica herencia faunística africana.

El primer esfuerzo internacional en favor de la conservación se realizó con la Convención para la Preservación de los Animales Silvestres, Pájaros y Peces de Africa, realizada en 1900, aunque no fue aplicada, pero sus decisiones influenciaron la organización de reservas de caza. Una segunda conferencia internacional se reunió en 1933 y aprobó la Convención para la Protección de la Flora y la Fauna Africana. Nuevamente, aunque las 10 naciones que firmaron dicha convención no la ratificaron, se puso su sello de aprobación al concepto de parques nacionales según los modelos del Kruger National Park en Sudáfrica y del Parque Nacional Príncipe Alberto, en el Congo (hoy Zaire).

Una de las principales iniciativas resultantes de esa convención fue el Parque Nacional Serengeti, creado en 1951 por las autoridades coloniales británicas en lo que entonces era Tanganika y es hoy Tanzania. Llegó a ser conocido en todo el mundo, en gran parte gracias a Bernhard Grzimek, miembro de un nuevo grupo de europeos que trataban de preservar la fauna africana en vez de destruirla. Según los autores de este libro, Grzimek probablemente consiguió más dinero para la conservación, educó más gente sobre la naturaleza y doblegó a más burócratas africanos que cualquier otra persona en la historia. Su libro ha sido traducido a más de 20 lenguas y la película "Serengeti no debe morir," filmada por su hijo Michael, conquistó un premio Oscar al mejor documental y fue exhibida en todo el mundo.

Fauna descuidada

El principio, ajeno a Africa, de mantener áreas definidas para la gente, el ganado y la fauna silvestre condujo a la idea de que los parques nacionales deberían estar completamente cercados, a pesar del colosal costo de construcción y mantenimiento y de la dificultad de hacer cuadrar esa resolución con las migraciones masivas e inesperadas de los animales silvestres. A principios de los años ochenta, cuando grandes manadas intentaron escapar para huir de la sequía y del hambre, fueron detenidos por las cercas del cordón veterinario en Bostwana y murieron de hambre y de sed. Dos científicos estadounidenses, Mark y Delia Owens, provocaron una polémica internacional con dramáticos relatos en las primeras páginas de la prensa occidental sobre "las cercas de la muerte".

Pero una vez más el triste espectáculo de los animales que sufrían y morían simplificó problemas que son sumamente complejos. Adams y McShane sostienen que los Owens "hicieron retroceder la conservación en Bostwana por lo menos en cinco años porque el gobierno aumentó cada vez más su cautela en lo que respecta a la aceptación del apoyo internacional para ese fin." Como otros gobiernos africanos, el de Bostwana tuvo que elaborar políticas que reconciliasen una extraordinaria cantidad de intereses diferentes y muchas veces contradictorios: la ganancia económica para el país resultante de la exportación de carne vacuna que se oponía a las necesidades de la población local de tierras de pastos y de recursos hídricos; los deseos de los cazadores - nacionales y extranjeros, legales o ilegales -; las demandas de una industria turística en expansión; las de los movimientos conservacionistas y en favor de los derechos de los animales. Y los autores se preguntan: ¿Quién va a pagar el costo de mantener improductiva una vasta extensión de tierra africana?.

Proyectos realistas

Un país como Tanzania dedica ya casi el 15 por ciento de su territorio a las áreas protegidas para la fauna silvestre. Esta política se apoya en un genuino orgullo nacional por su fauna silvestre, pero la demanda de más tierras para la agricultura y el pastoreo crece junto con el aumento de la población y con los daños causados por la erosión del suelo.

¿No es razonable gastar parte del dinero resultante de la indignación pública por la matanza de los elefantes, por el tráfico del marfil, por la desaparición de los gorilas de la montaña, no en proyectos espectaculares como el vallado de los parques nacionales sino en ayudar a los gobiernos africanos a realizar proyectos de conservación más modestos y realistas? Los proyectos deberían dar a las comunidades locales voz en capítulo en lo que respecta a la imposición de cuotas de caza, la concesión de licencias y las multas a los cazadores de fraude, y deberían otorgar a los residentes en las zonas protegidas algo más que los beneficios de la fauna silvestre, desde la carne de los animales cazados hasta los de los safari. Es esencial dar más capacitación en los problemas de la conservación al personal africano pero la misma debería hacer menos hincapié en la investigación científica y más en enseñar a los administradores cómo tratar a la gente: en pocas palabras, menos biología y más sociología.

Los autores rinden homenaje a los logros indudables de establecimientos como el Mweka College, pero insisten en que hay que cambiar completamente los programas si se quiere ayudar a los estudiantes a aplicar el nuevo modelo de conservación basada en la comunidad. Porque, a pesar del fardo del legado del preservacionismo, se están realizando tentativas de involucrar a las poblaciones locales en la gestión de sus propios ambientes y The Myth of Wild Africa ofrece varios ejemplos prometedores.

En el Proyecto de conservación regional de Serengeti, en Tanzania, que opera en 27 aldeas, las comunidades locales cazan cada año una cuota de animales y sus propios consejos deciden si la carne de ellos será vendida en la capital o dividida entre las familias aldeanas. Cuando el proyecto se desarrolle irá más allá de las cuotas de caza y promoverá métodos de caza y cría para no reducir los recursos nacionales, y la ayuda al desarrollo aportará agua, carreteras, escuelas y centros sanitarios.

El ambicioso Proyecto integrado del desarrollo de los recursos de Luangwa, de Zambia, tiene como meta mejorar los niveles de vida de las aldeas en las zonas de ordenamiento de la caza, que sirven de zonas protectoras en torno a los parques nacionales. En Malawi, las autoridades encargadas de la conservación están comenzando a consultar a la población local en la Reserva de caza del pantano de Vwaza y en Zimbabwe, el Programa de ordenamiento de las áreas comunitarias para los recursos indígenas trata de restablecer los guardianes locales, fusionando la responsabilidad ecológica y el interés de la comunidad que todavía caracteriza a las culturas tradicionales africanas (ver Ceres N° 125, "La fauna como cultivo").

Habla el kgotla

El proyecto en el Enclave de Chobe, en Botswana, involucra al kgotla, el foro tradicional de la aldea que permite expresar sus opiniones sobre los problemas importantes a todos los miembros de la comunidad. El papel del kgotla es tan fundamental para el funcionamiento democrático de la vida política de Botswana que un viejo Tsawana declaró "el jefe lo es sólo por voluntad de la aldea". En 1991 el gobierno invitó a la población de Maun y de otras aldeas de la ribera meridional del Delta del Okavanga a discutir una propuesta de drenaje del río. Cientos de personas se opusieron y atacaron dicha propuesta, porque temían que el drenaje pudiese secar el delta. El programa fue abandonado.

Es evidente que el éxito de los intentos de reconciliar el conservacionismo con el desarrollo dependerá de la existencia de la democracia. Si no florecen vigorosas prácticas democráticas en la sociedad como un todo, existen pocas posibilidades de que pueda funcionar la conservación basada en la comunidad. Los programas probablemente se empantanarán en la burocracia y una vez más los intereses creados se saldrán con la suya.

Adams y McShane destacan el papel desafortunado que desempeñan a menudo personas bien intencionadas de Europa y de América del Norte. La preocupación de los zoólogos por los elefantes que se extinguen parece cegarlos ante el hecho de que es la gente que vive con la fauna silvestre la que paga el precio de la conservación, o sea, la amenaza de heridas causadas por animales peligrosos, los daños a los cultivos, la limitación de sus terrenos de pasto, mientras actualmente no obtienen ninguno de los beneficios. El llamamiento de Dian Fossey encuentra un eco ya preparado en la prensa popular, conmueve al público y ayuda a recoger fondos para los proyectos conservacionistas. Pero esas campañas dificultan también el poco visible trabajo de conservación a largo plazo basado sobre la participación de la comunidad.

Muchos funcionarios de las organizaciones conservacionistas internacionales deben comprender la contradicción básica que existe entre los llamados emotivos a la acción para preservar las especies que están muriendo y las políticas, cuyo objetivo es hacer que sean los africanos quienes lleven a cabo la conservación de la fauna silvestre. Pero esos funcionarios están en una posición difícil: si en cierta medida no acompañan las presiones en favor de la preservación sus fuentes de ingreso podrían desaparecer y no tendrían ya fondos para la conservación basada en la comunidad.

La respuesta a este dilema podría ser más educación en todas partes, para ayudar al público de Europa y Estados Unidos a ver la conservación de la fauna silvestre en una perspectiva más amplia, y ecológica, que incluya a la gente, y para dar conciencia a los políticos y funcionarios gubernamentales africanos de la necesidad de descentralizar las responsabilidades de la gestión de la fauna silvestre, y permitir, por último, a las comunidades locales el adoptar decisiones que tengan en cuenta todos los factores importantes.

Un buen comienzo podría ser que todas las partes leyesen este libro lleno de valiosaa información. Cualquier fondo que pudiese destinarse para la conservación sería un dinero bien gastado.

Julia Rossetti


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