Tanto las vidas como los medios de subsistencia corren peligro a causa de esta pandemia.
Aunque en algunos países la propagación de la pandemia se ha ralentizado y los casos están disminuyendo, en otros, la COVID-19 está resurgiendo o sigue propagándose rápidamente. Se trata todavía de un problema mundial que requiere una respuesta a nivel global.
A menos que actuemos de inmediato, corremos el riesgo de enfrentarnos a una emergencia alimentaria mundial que a largo plazo podría afectar a cientos de millones de niños y adultos.
Esto se debe principalmente a la imposibilidad de acceder a alimentos —como consecuencia de la caída de los ingresos, la pérdida de remesas y, en determinadas circunstancias, la subida de los precios de los alimentos. En los países donde los niveles de inseguridad alimentaria aguda ya son elevados, ha dejado de tratarse solo de un problema de acceso a los alimentos para convertirse, cada vez más, en un problema de producción de alimentos.
La COVID-19 ha golpeado en un momento en que el hambre o la subalimentación siguen en aumento. A tenor de las estimaciones más recientes de las Naciones Unidas, como mínimo, unos 83 millones de personas más, y posiblemente hasta 132 millones, podrían pasar hambre en 2020 como consecuencia de la recesión económica desencadenada por la pandemia.
Esto se sumaría a los 690 millones de personas que ya padecen hambre. Al mismo tiempo, 135 millones de personas sufren de inseguridad alimentaria aguda y necesitan ayuda humanitaria urgente.
Cuando las personas están aquejadas de hambre o subalimentación crónica, significa que son incapaces de satisfacer sus necesidades alimentarias —consumir calorías suficientes para llevar una vida normal activa— durante un período de tiempo prolongado. Esto tiene implicaciones a largo plazo para su futuro y sigue suponiendo un retroceso en los esfuerzos mundiales por lograr el Hambre cero. Cuando las personas experimentan una inseguridad alimentaria aguda en grado de crisis, es indicio de que tienen acceso limitado a los alimentos a corto plazo debido a crisis repentinas esporádicas que podrían poner en riesgo sus vidas y medios de subsistencia. Sin embargo, si las personas que sufren inseguridad alimentaria aguda en grado de crisis reciben la ayuda que necesitan, no pasarán a engrosar las filas de quienes padecen hambre y su situación no se cronificará.
Está claro: aunque en el mundo hay alimentos suficientes para todos, demasiadas personas siguen padeciendo hambre. Nuestros sistemas alimentarios están fallando y la pandemia está agravando la situación.
Según el Banco Mundial, las repercusiones económicas de la pandemia podrían empujar a unos 100 millones de personas a la pobreza extrema.
El incremento de las tasas de desempleo, las pérdidas de ingresos y el aumento de los costos de los alimentos están poniendo en peligro el acceso a los alimentos tanto en los países desarrollados como en desarrollo y tendrán efectos a largo plazo en la seguridad alimentaria.
Además, la pandemia puede sumir a las economías nacionales en una recesión, y los países deberían adoptar medidas urgentes para mitigar las repercusiones a más largo plazo en los sistemas alimentarios y la seguridad alimentaria.
Preocupa profundamente que los productores no puedan plantar este año, o que no planten lo suficiente, como hacen normalmente. Si no les ayudamos a plantar este año, esto se traducirá en una falta de alimentos en lo que queda de 2020 y en 2021.
No menos urgente es que la pandemia amenaza con complicar las crisis existentes —como conflictos, desastres naturales, el cambio climático, plagas y enfermedades animales— que ya están ejerciendo presión sobre nuestros sistemas alimentarios y provocando inseguridad alimentaria en todo el mundo.
En análisis recientes de Clasificación Integrada de la Seguridad Alimentaria en Fases (CIF) se señala un deterioro preocupante de la inseguridad alimentaria aguda en países que ya están sufriendo otras crisis.
Para prevenir una emergencia alimentaria, existe una necesidad urgente de proteger a los más vulnerables, mantener activas las cadenas mundiales de suministro de alimentos, mitigar los efectos de la pandemia en el sistema alimentario, proteger e incluso aumentar la producción de alimentos tanto como sea posible y trascendiendo la pandemia, reconstruyendo los sistemas alimentarios para que sean mejores y más resilientes.
La FAO considera que puede hacerse mucho para rescatar a las personas del abismo ahora.
A tenor de las estimaciones más recientes de las Naciones Unidas (SOFI 2020), casi 690 millones de personas padecían hambre en 2019 —10 millones más que en 2018 y casi 60 millones más que hace cinco años. Los altos costos y la escasa asequibilidad impiden también a miles de millones de personas lograr una alimentación saludable o nutritiva.
Según las previsiones del informe, la pandemia de la COVID‑19 podría provocar, a finales de 2020, un aumento de hasta 132 millones en el número de personas afectadas por el hambre crónica en todo el mundo.
Al mismo tiempo, se estima que a finales de 2019, 135 millones de personas en 55 países y territorios experimentaron niveles de crisis de inseguridad alimentaria aguda, según el Informe mundial sobre las crisis alimentarias 2020 publicado en abril. Además, en 2019, 75 millones de niños sufrían retraso del crecimiento y 17 millones, emaciación. Se trata del nivel más alto de inseguridad alimentaria aguda y malnutrición en niveles de crisis desde la primera edición del informe en 2017.
Más recientemente, un análisis de julio de 2020 elaborado por la FAO y el PMA señalaba 27 países —de todas las regiones sin excepción— particularmente expuestos a inminentes crisis alimentarias provocadas por la COVID‑19, ya que los efectos en cadena de la pandemia agravan los factores causantes del hambre ya existentes.
En el análisis se advierte de que estos “países más expuestos” corren un alto riesgo de deterioro significativo de la seguridad alimentaria en los próximos meses, que puede incluir que un creciente número de personas sean arrastradas hacia la inseguridad alimentaria aguda, y que en algunos casos ya lo están experimentando.
Este es el motivo por el que la FAO está especialmente preocupada por las repercusiones de la pandemia en las comunidades vulnerables que ya luchan contra el hambre u otras crisis —el brote de langosta del desierto en el Cuerno de África y más allá, la contracción económica y la inseguridad en el Yemen o el Sahel, por ejemplo— así como en los países que dependen en gran medida de importaciones de alimentos, como los pequeños Estados insulares en desarrollo, y aquellos que dependen de las exportaciones primarias, como el petróleo.
Por ejemplo, el Sudán ha registrado un máximo histórico en el número de personas en situación de crisis o peores niveles de inseguridad alimentaria aguda, con 9,6 millones entre julio y septiembre de 2020 (previsión según la CIF– junio-diciembre de 2020).
En Somalia se prevé que el número de personas en condiciones de crisis o situaciones peores casi se triplique con respecto a las estimaciones anteriores a la COVID-19 (Unidad de Análisis de la Seguridad Alimentaria y la Nutrición, mayo de 2020).
En el Afganistán, 13,2 millones de personas padecen inseguridad alimentaria aguda (en la categoría 3-4 de la CIF), lo que representa un aumento de alrededor de un millón desde que se aplicaron medidas para combatir la COVID-19 (previsión según la CIF – mayo-noviembre de 2020).
Asimismo, los países muy dependientes de la exportación de productos básicos (alimentos, materias primas, combustibles) se ven y se verán afectados por la fuerte reducción de la demanda de los países desarrollados. Los países de África no pueden exportar sus productos (petróleo, algodón, por ejemplo), por lo que sus ingresos seguirán disminuyendo. Además, aún resulta más difícil para las islas y territorios pequeños porque el turismo —su principal fuente de ingresos— se ha visto interrumpido y probablemente continuará así o disminuirá notablemente hasta que se disponga de una vacuna o un tratamiento. Las islas y territorios pequeños dependen igualmente en muchos casos de la exportación de petróleo. También de las remesas —que se han reducido en un 20 %—, siendo además vulnerables a las perturbaciones climáticas y dependientes de las importaciones de alimentos.
Los grupos vulnerables incluyen también a los pequeños agricultores, migrantes y trabajadores informales, pastores y pescadores, que podrían ver impedido el trabajar en sus tierras, cuidar a su ganado o pescar. También tendrán dificultades para acceder a los mercados para vender sus productos o comprar insumos esenciales, o padecerán debido al aumento de los precios de los alimentos y su poder adquisitivo limitado. Los trabajadores informales se han visto muy afectados por la pérdida de empleo e ingresos en la recolección y el procesado.
Millones de niños también se están perdiendo los almuerzos escolares de los que dependen, muchos de ellos sin acceso formal a protección social, incluyendo a un seguro médico.
Además de la agricultura, también se prevén otros efectos específicos en diversos sectores. Por ejemplo, el pescado proporciona más del 20 % de la ingesta media per cápita de proteínas animales para 3 000 millones de personas, más del 50 % en algunos de los países menos desarrollados, y es uno de los productos alimenticios más comercializados a nivel mundial. Así pues, se prevé que haya consecuencias importantes en los medios de vida de las comunidades de pescadores, y en la seguridad alimentaria, la nutrición y el comercio, en particular en los países que dependen en gran medida del sector pesquero.
Los países en desarrollo están particularmente en riesgo, ya que la COVID‑19 puede propiciar la reducción de la mano de obra y afectar a los ingresos y medios de vida así como las formas de producción intensivas en mano de obra (agricultura, pesca o acuicultura). Reviste especial preocupación el África subsahariana, donde se encuentran la mayoría de los países que sufren crisis alimentarias y donde la pandemia se está propagando en momentos cruciales tanto para los agricultores como para los cuidadores de ganado —en que las personas necesitan acceder a semillas y otros insumos, y a sus granjas para plantar.
La cadena de suministro de alimentos es una compleja red que implica a productores, consumidores, insumos agrícolas y pesqueros, procesado y almacenamiento, transporte y comercialización, etc.
Al inicio de la crisis, las cadenas de suministro alimentario se colapsaron, ya que muchos países habían impuesto restricciones a la circulación transfronteriza y dentro de un mismo país de bienes y personas. Como consecuencia, el desafío no era la disponibilidad de alimentos, sino que se pudiera acceder a ellos con facilidad.
A continuación, ansiosos por las incertidumbres ligadas al suministro de alimentos, algunos países restringieron su exportación, lo que dificultó aún más la situación.
Estas medidas proteccionistas se introdujeron en parte para evitar que los precios de los alimentos locales se encarecieran, ya que el debilitamiento de las monedas nacionales hacía más ventajoso para los productores de alimentos exportar en lugar de vender a nivel nacional. La inflación de los precios de los alimentos resultante podría haber tenido consecuencias importantes, agravando la pobreza y provocando agitación social y política.
Afortunadamente, se evitó el proteccionismo excesivo, y se han eliminado muchas de las restricciones inicialmente impuestas, con la adopción en general por los países de un enfoque moderado y razonable.
A nivel mundial, el suministro de alimentos ha sido adecuado y los mercados han permanecido estables de momento. Por ejemplo, las reservas mundiales de cereales se encuentran en niveles holgados y las perspectivas para 2020 del trigo y otros cultivos básicos importantes son positivas.
Sin embargo, persisten las interrupciones en las cadenas de suministro alimentario, se dan situaciones dispares y sigue habiendo muchas incógnitas.
Producción de alimentos:
Aunque ya se considera probable la reducción de la producción de alimentos básicos de elevado valor (es decir, frutas y hortalizas), todavía no se percibe debido al confinamiento y la interrupción de la cadena de valor.
En países ya afectados por otras crisis, las encuestas sobre el terreno que la FAO está realizando indican que los pequeños productores enfrentan cada vez mayores dificultades para acceder a insumos, como semillas y fertilizantes, debido a las subidas de precios de esos insumos, la reducción sustancial de los ingresos familiares o la falta de disponibilidad de esos insumos en los mercados.
Si bien aún desconocemos el alcance de esas implicaciones en la producción nacional, en países como el Afganistán una encuesta llevada a cabo por la FAO con el Gobierno del país prevé una disminución este año de más del 50 % de alimentos tales como los cereales, las frutas, las hortalizas y los productos lácteos. Participaron en la encuesta más del 1 300 personas de 18 provincias del Afganistán, entre ellos, agricultores, comerciantes, elaboradores o propietarios de molinos y personal agrícola.
La reducción de la producción de alimentos podría tener graves implicaciones para la disponibilidad de alimentos. Si disminuye la siembra, también se reducirán las cosechas, lo que significa que las propias familias de agricultores, a menudo entre las más afectadas por la inseguridad alimentaria aguda, y sus comunidades no podrán acceder más adelante a alimentos nutritivos suficientes.
Pesca y acuicultura:
En el sector de la pesca y la acuicultura, las repercusiones pueden variar y ser bastante complejas. En el caso de la pesca de captura, la incapacidad de los buques pesqueros para operar (debido a las limitaciones o al colapso del mercado, así como a las medidas sanitarias difíciles de cumplir a bordo de un buque) puede generar un efecto dominó a lo largo de las cadenas de valor en lo que respecta al suministro de productos, en general, y a la disponibilidad de especies específicas. Además, en el caso de la pesca de captura y la acuicultura, los problemas de logística asociados a la restricción del transporte, los cierres de fronteras y la reducción de la demanda en restaurantes y hoteles pueden generar importantes cambios en el mercado, lo que afecta a los precios.
Ganadería:
La pandemia ha tenido su impacto en el sector ganadero a causa de un menor acceso a los piensos y la reducida capacidad de los mataderos (debido a las limitaciones logísticas y la escasez de mano de obra), de manera similar a lo que ocurrió en China.
En los países ya afectados por otras crisis, nuevos datos objetivos de las evaluaciones de la FAO ponen de manifiesto que el sector ganadero es especialmente vulnerable a los efectos de la pandemia.
Por ejemplo, en Zimbabwe, el suministro de piensos se ha visto interrumpido por las medidas de contención y la incapacidad de las empresas de piensos para acceder a materias primas y personal. En el Afganistán, la población nómada kuchi se ha visto gravemente afectada debido al acceso restringido a los pastos, la falta de forrajes o piensos suficientes y el aumento de sus precios, acompañado de una reducción del acceso a servicios veterinarios seguros. Casi un tercio relató que su trashumancia había sido bloqueada o limitada, lo que había dado como resultado alguna tensión localizada.
Transporte:
El bloqueo de las rutas de transporte es particularmente perjudicial para las cadenas de suministro de alimentos frescos y ha dado lugar a un aumento de los niveles de pérdida y desperdicio de alimentos. El pescado y los productos acuáticos frescos —que son muy perecederos y, por tanto, deben venderse, procesarse o almacenarse en un tiempo relativamente limitado—, corren un riesgo especial.
Es probable que las restricciones al transporte y las medidas de cuarentena impidan el acceso de los agricultores y pescadores a los mercados, frenando su capacidad productiva y obstaculizando la venta de sus productos. La escasez de mano de obra podría afectar a la producción y elaboración de alimentos, en particular en las actividades intensivas en mano de obra (por ejemplo, los cultivos de elevado valor, la carne y el pescado).
Mercados:
El cierre de restaurantes y los puestos de venta de alimentos en la calle elimina un mercado clave para muchos productores y elaboradores que puede producir un exceso temporal o desencadenar recortes de la producción en las fases iniciales, como puede observarse en los sectores del pescado y la carne. En algunos países en desarrollo, la oferta y la demanda urbanas de productos frescos están disminuyendo debido a las restricciones y al comportamiento de rechazo de los comerciantes y los consumidores.
Al inicio del brote de la COVID‑19, ha habido un aumento significativo de la demanda.
La producción y la demanda varían según los principales productos alimenticios. Por ejemplo, a pesar de las incertidumbres que plantea la pandemia, los primeros pronósticos de la FAO sobre la campaña 2020/21 apuntan a una situación cómoda respecto de la oferta y la demanda de cereales.
Por otro lado, se prevé que la producción mundial total de carne caiga un 1,7 % en 2020 debido a las enfermedades animales, las perturbaciones del mercado relacionadas con la COVID‑19 y los efectos prolongados de las sequías.
La pandemia de la COVID‑19 seguirá afectando profundamente a los mercados de alimentos marinos, especialmente los productos frescos y las especies que ofrezcan lo restaurantes populares este año. Por lo que respecta a la oferta, las flotas pesqueras han echado anclas y los productores acuícolas han reducido de forma drástica los objetivos de repoblación.
La pandemia sacudirá fuertemente, en particular, la producción mundial de camarón y salmón. En la India, por ejemplo, se prevé que la producción de camarón cultivado caiga entre un 30 % y un 40 %.
Asimismo, la demanda mundial de camarón fresco y congelado está disminuyendo significativamente, mientras que se prevé que la demanda de salmón descienda, como mínimo, un 15 % en 2020. Las ventas al por menor, en particular de salmón y trucha frescos, han disminuido considerablemente y no se recuperarán hasta pasado algún tiempo.
En general, los mercados de alimentos enfrentarán muchos meses más de incertidumbre debido a la COVID‑19, pero es probable que el sector agroalimentario muestre más resiliencia a la crisis pandémica que otros sectores.
Puede encontrar más información acerca de las últimas previsiones sobre la producción y las tendencias de los mercados entre 2020 y 2021 respecto de los productos alimenticios más comercializados del mundo.
A más largo plazo, según las OCDE-FAO Perspectivas agrícolas 2020-2029 (julio de 2020), se prevé que la pandemia contraiga la demanda en los próximos años y que pueda seguir socavando la seguridad alimentaria.
Los precios mundiales de los alimentos siguieron subiendo en julio por segundo mes consecutivo (último análisis), en particular los de los aceites vegetales y los productos lácteos. Sin embargo, disminuyeron los precios de la carne y el arroz.
Aquí puede encontrar más información sobre los precios mundiales de los productos alimenticios más comercializados.
A nivel local, en los mercados, especialmente en los países ya afectados por el hambre y otras crisis, los precios de algunos productos alimenticios están aumentando sobre todo por problemas logísticos locales o dificultades de importación.
Por ejemplo, en el Afganistán, el precio de los alimentos ha aumentado hasta un 20 % (estimaciones de junio). En el Yemen, desde abril se ha registrado un incremento del 35 % en los precios de los alimentos en determinadas áreas. En Sierra Leona los precios de los principales productos alimenticios ya se han situado muy por encima de la media a largo plazo. En Siria se han registrado importantes aumentos de precios (hasta un 40 %-50 % en los alimentos básicos) y algunas carencias en los productos básicos desde mediados de marzo.
La FAO está preocupada por las consecuencias a mediano y largo plazo de la pandemia. La importante desaceleración de todas las economías del mundo y en especial de las más vulnerables —ya que las tasas de desempleo han aumentado y las repercusiones económicas de la COVID‑19 se harán sentir más— hará que los países, especialmente los que dependen de las importaciones de alimentos, tengan dificultades para disponer de los recursos necesarios para comprarlos.
Recursos:
- Índice de precios de los alimentos de la FAO
- Seguimiento y análisis de los precios alimentarios
- Seguimiento diario de los precios alimentarios
Hay varias maneras de influir en la economía mundial.
En primer lugar, los mercados están más integrados e interconectados, con una economía china que supone un 16 % del producto interno bruto mundial. Así, cualquier conmoción que afecte a China tiene ahora consecuencias mucho mayores en la economía global.
En segundo lugar, las perturbaciones de la oferta debidas a la morbilidad y la mortalidad, pero también los esfuerzos de contención que limitan la movilidad y los mayores costes de la actividad empresarial debido a cadenas de suministro restringidas y un endurecimiento del crédito, afectarán a las economías, llevando a un menor crecimiento económico, o incluso a una recesión.
En junio, la OCDE redujo su pronóstico de crecimiento económico mundial en 2020 hasta el ‑6,0 %, con una subida del desempleo de hasta el 9,2 % con respecto al 5,4 % de 2019. Asimismo, contempló un escenario de dos oleadas en el que la producción económica se desplomaría un 7,6 % antes de remontar un 2,8 % en 2021. El Banco Mundial previó que el crecimiento del PIB mundial descendiera hasta el ‑5,2 % en un escenario en el que entre 89 millones y 117 millones de personas serían empujadas a la pobreza extrema en 2020. Por último, en los datos más recientes del FMI, de junio, se observa una disminución del crecimiento del PIB mundial de hasta el ‑4,9 %, lo que implica pérdidas acumulativas de producción de 12,4 billones de dólares.
En tercer lugar, la demanda también caerá debido a la mayor incertidumbre, el aumento del comportamiento cauteloso, los esfuerzos de contención y el incremento de los costes financieros que reducen la capacidad de gasto. Por último, hay una devaluación significativa del tipo de cambio con respecto al dólar EE.UU., que también afectará a los países dependientes de las importaciones.
Los mercados mundiales de alimentos no son inmunes a estos acontecimientos. Sin embargo, es probable que se vean menos afectados que otros sectores más expuestos a las perturbaciones logísticas y al debilitamiento de la demanda, como el sector de los viajes, la industria manufacturera y los mercados energéticos (Fuente: Seguimiento de los mercados, AMIS, marzo de 2020). Sin embargo, dada la complejidad de las cadenas de valor alimentarias y la importancia del comercio y el transporte, esto podría volverlas muy vulnerables.
Si bien es probable que la COVID‑19 represente una crisis deflacionaria para la economía mundial, que se refleja en las primeras tendencias detectadas por el Índice de precios de los alimentos de la FAO, a corto plazo el coste real de una dieta saludable podría aumentar debido al incremento del precio de los productos básicos perecederos, lo que tendría un efecto especialmente adverso en los hogares de menores ingresos y dificultaría alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible.
A fin de reducir al mínimo los efectos perjudiciales de la COVID‑19 en la seguridad alimentaria y la nutrición y transformar a un mismo tiempo los sistemas alimentarios mundiales para aumentar su resiliencia, sostenibilidad y equidad, la FAO exhorta a la acción inmediata en siete esferas prioritarias clave, a saber:
- reforzar el Plan Mundial de Respuesta Humanitaria a la COVID‑19;
- mejorar los datos destinados a la toma de decisiones;
- velar por la inclusión económica y la protección social para reducir la pobreza;
- reforzar el comercio y las normas de inocuidad de los alimentos;
- potenciar la resiliencia de los pequeños agricultores para la recuperación;
- prevenir la próxima pandemia de origen zoonótico aplicando un enfoque “Una salud” reforzado;
- poner en marcha la transformación de los sistemas alimentarios.
Para apoyar a los agricultores y sus organizaciones en los próximos meses, es importante permitir la circulación de los trabajadores estacionales y los operadores de transporte a través de las fronteras nacionales e internacionales. Otra buena práctica sería identificar centros de recolección más cercanos a los productores, por ejemplo, desarrollar instalaciones de almacenamiento como plataformas de sistemas de recepción de almacenes donde los agricultores puedan entregar sus productos sin necesidad de ir a los mercados. De ser posible, permitir que los mercados locales permanezcan abiertos, estableciendo al mismo tiempo estrictas medidas de distanciamiento físico dentro y fuera de los mercados. En caso de ser factible, reubicar los mercados en locales más grandes, asegurando al mismo tiempo la existencia de la infraestructura adecuada para mantener la calidad y la inocuidad de los alimentos.
Puede encontrar más información y estrategias de políticas durante esta pandemia aquí.
Desde el comienzo de la pandemia, la FAO ha abogado por que los países no cierren los mercados internacionales, aumenten el comercio intrarregional, amplíen los programas de protección social, mantengan activas las cadenas de suministro para el sector agrícola y no interrumpan las actividades agrícolas de modo que eviten los errores de la crisis financiera y alimentaria de 2007-08.
Esto ha jugado un papel importante para evitar el proteccionismo excesivo y eliminar muchas de las restricciones inicialmente impuestas, con la adopción en general por los países de un enfoque moderado y razonable.
Para que los países puedan adoptar decisiones fundamentadas y aminorar las repercusiones de la COVID‑19, la FAO ha venido proporcionando información sobre las cadenas de valor alimentarias, los mercados y los precios de los alimentos, y ofreciendo análisis y soluciones.
También hemos intensificado nuestra labor en países ya sacudidos por crisis alimentarias y de otra índole, donde los efectos de la COVID‑19 podrían ser devastadores. Esto incluye: la expansión de los programas de transferencia de efectivo y distribución de cupones; la mejora de la recopilación y el análisis de datos sobre el hambre de manera que las organizaciones puedan responder más eficazmente; el mantenimiento de la producción de alimentos, en particular mediante la ampliación de las actividades para que los agricultores puedan aprovechar las próximas temporadas de siembra; reforzar el apoyo a las actividades posteriores a la producción, como la recolección, el almacenamiento y la elaboración de alimentos en pequeña escala y su conservación, y la vinculación de productores y mercados a fin de garantizar que las cadenas de suministro alimentario sigan funcionando; y la sensibilización de modo que las personas que mantienen activas las cadenas de suministro de alimentos no corran el riesgo de contagiarse de la COVID‑19.
Para llevar a cabo esta labor, la FAO está ampliando sus intervenciones innovadoras, tales como la prestación de ayuda en efectivo por teléfono móvil a las comunidades rurales vulnerables para adaptarse a las restricciones de circulación y contribuir a los esfuerzos para prevenir la propagación del virus.
La FAO sigue brindando acceso a datos de calidad —cuya necesidad surgió con fuerza desde el inicio de la pandemia. Por ejemplo, la FAO, la Alianza Mundial para la Mejora de la Nutrición y la Johns Hopkins Alliance presentaron un panel de datos sobre alimentación, con datos acerca de los sistemas alimentarios de más de 230 países y territorios. En julio de 2020, la FAO dio a conocer la plataforma de datos geoespaciales Mano de la mano con miras a fortalecer los sectores de la alimentación y la agricultura después de la COVID-19. La plataforma cuenta con más de un millón de capas geoespaciales y miles de estadísticas de más de 10 dominios relacionados con la alimentación y la agricultura.
En julio de 2020, la FAO presentó un nuevo Programa integral de respuesta y recuperación de la COVID‑19, destinado a prevenir una emergencia alimentaria mundial durante la pandemia y después de ella, mientras trabaja en una intervención de desarrollo a medio y largo plazo en relación con la seguridad alimentaria y la nutrición.
En el marco de este programa, la FAO exhorta a que se tomen medidas urgentes en siete esferas prioritarias fundamentales:
- reforzar el Plan Mundial de Respuesta Humanitaria a la COVID-19;
- mejorar los datos destinados a la toma de decisiones;
- velar por la inclusión económica y la protección social para reducir la pobreza;
- reforzar el comercio y las normas de inocuidad de los alimentos;
- potenciar la resiliencia de los pequeños agricultores para la recuperación;
- prevenir la próxima pandemia de origen zoonótico aplicando un enfoque “Una salud” reforzado;
- poner en marcha la transformación de los sistemas alimentarios.
Asimismo, la FAO está convocando a gobiernos y múltiples partes interesadas en el contexto de un llamamiento a la acción, proporcionando asesoramiento técnico y desarrollo de la capacidad en una amplia variedad de disciplinas y ofreciendo apoyo a la inversión con el fin de potenciar todas las formas de asociación y financiación.
Responder al impacto de la pandemia requiere una cuidadosa planificación operativa, dada la posible rápida evolución de la situación sobre el terreno. La atención de la FAO se centrará principalmente en las poblaciones rurales y costeras vulnerables, cuyos medios de subsistencia agrícolas y pesqueros se ven afectados, y en reforzar la seguridad alimentaria de las personas en lugares que ya experimentan elevados niveles de hambre.
La FAO deberá tener en cuenta diferentes escenarios de continuidad de las actividades y garantizar la seguridad y el bienestar del personal y los beneficiarios. Para ello se está llevando a cabo a nivel de país la planificación de la criticidad de los programas. Las actividades de la FAO se han planificado junto a la OMS y los responsables de la sanidad pública a nivel de los países para que estén en sintonía con los esfuerzos de contención y los apoyen, y garanticen la seguridad y el bienestar del personal y los beneficiarios.
Nuestro trabajo para ayudar a los países y comunidades a derrotar el hambre no se ha detenido. El virus ha impedido que algunos de nosotros vayamos a nuestro lugar de trabajo, pero no ha interrumpido nuestra labor.