IFADUNICEFWFPWHO
  • El hambre en el mundo, medida por la prevalencia de la subalimentación (indicador 2.1.1 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible [ODS]), se mantuvo relativamente sin variaciones de 2021 a 2022, pero sigue estando muy por encima de los niveles anteriores a la pandemia de la enfermedad por coronavirus (COVID-19), y afectó a alrededor del 9,2 % de la población mundial en 2022, en comparación con el 7,9 % registrado en 2019.
  • Se estima que en 2022 padecieron hambre en todo el mundo de 691 a 783 millones de personas. Considerando el punto medio del rango (unos 735 millones), en 2022 padecieron hambre 122 millones de personas más que en 2019, antes de la pandemia mundial.
  • De 2021 a 2022, se lograron progresos en la reducción del hambre en América Latina y en Asia, pero el hambre sigue aumentando en Asia occidental, el Caribe y todas las subregiones de África.
  • Se prevé que casi 600 millones de personas padecerán subalimentación crónica en 2030. Esto representa unos 119 millones más que si no hubieran ocurrido ni la pandemia ni la guerra en Ucrania, y alrededor de 23 millones más que si no hubiera ocurrido la guerra en Ucrania. Esto destaca el inmenso reto que supone alcanzar la meta de los ODS de erradicar el hambre, especialmente en África.
  • La prevalencia de la inseguridad alimentaria moderada o grave a nivel mundial (indicador 2.1.2 de los ODS) se mantuvo sin variaciones por segundo año consecutivo después de aumentar bruscamente de 2019 a 2020. Alrededor del 29,6 % de la población mundial (2 400 millones de personas) padecía inseguridad alimentaria moderada o grave en 2022; entre ellas, unos 900 millones (11,3 % de la población mundial) sufrían inseguridad alimentaria grave.
  • En todo el mundo, la inseguridad alimentaria afecta de forma desproporcionada a las mujeres y a los habitantes de las zonas rurales. En 2022, la inseguridad alimentaria moderada o grave afectó al 33,3 % de los adultos que habitaban en zonas rurales frente al 28,8 % de los que vivían en zonas periurbanas y el 26,0 % de los que residían en las zonas urbanas. La brecha de género en relación con la inseguridad alimentaria a nivel mundial, que aumentó tras la pandemia, se redujo de 3,8 puntos porcentuales en 2021 a 2,4 puntos porcentuales en 2022.
  • Alrededor de 3 100 millones de personas en todo el mundo (42 %) no podían permitirse una dieta saludable en 2021. Si bien esto representa un aumento global de 134 millones de personas en comparación con 2019, el número de personas que no podían permitirse una dieta saludable antes de la pandemia en realidad se redujo en 52 millones de personas de 2020 a 2021.
  • Se calcula que, en 2022, en todo el mundo, 148,1 millones de niños y niñas menores de cinco años de edad (22,3 %) padecían retraso del crecimiento, 45 millones (6,8 %) sufrían de emaciación y 37 millones (5,6 %) tenían sobrepeso. La prevalencia del retraso del crecimiento y la emaciación era más elevada en las zonas rurales, mientras que el sobrepeso era algo más frecuente en las zonas urbanas.
  • Se han logrado progresos constantes en el aumento de la lactancia materna exclusiva durante los primeros seis meses de vida y en la reducción del retraso del crecimiento entre los menores de cinco años, pero el mundo aún no va camino de alcanzar las metas previstas para 2030. El sobrepeso infantil y el bajo peso al nacer han variado poco, y la prevalencia de la emaciación duplica con creces la meta para 2030.
  • La creciente urbanización —se prevé que casi siete de cada 10 personas vivan en ciudades en 2050— está provocando cambios en los sistemas agroalimentarios a lo largo del continuo rural-urbano. Estos cambios plantean tanto desafíos como oportunidades para garantizar a todas las personas el acceso a dietas asequibles y saludables.
  • Entre los desafíos pueden mencionarse una mayor disponibilidad de alimentos de preparación fácil o precocinados y comidas rápidas más baratos, que suelen ser hipercalóricos y con un alto contenido de grasa, azúcares o sal; una disponibilidad insuficiente de hortalizas y frutas para satisfacer las necesidades diarias de las dietas saludables para todos; la exclusión de los pequeños agricultores de las cadenas de valor formales; y la pérdida de tierras y capital natural debido a la expansión urbana.
  • No obstante, la urbanización también presenta oportunidades, ya que da lugar a cadenas de valor alimentarias más largas, formales y complejas que amplían las actividades que generan ingresos en el empleo rural no agrícola, especialmente para las mujeres y los jóvenes, y aumentan la variedad de alimentos nutritivos. Los agricultores suelen tener mejor acceso a los insumos y servicios agrícolas a medida que las zonas urbanas se acercan al medio rural.
  • Para comprender los cambios que se están produciendo en los sistemas agroalimentarios (esto es, desde la producción y elaboración de los alimentos, y su distribución y adquisición, hasta el comportamiento de los consumidores) es necesario adoptar una perspectiva del continuo rural-urbano, que refleje la conectividad y las interrelaciones crecientes entre las zonas urbanas, periurbanas y rurales.
  • Los cambios en la oferta y la demanda de alimentos a lo largo del continuo rural-urbano, si bien ya están bastante avanzados en América Latina y en Asia, se están acelerando en África, donde la proporción de la población que padece inseguridad alimentaria y que no puede permitirse una dieta saludable se encuentra entre las más altas del mundo. En ese continente, el crecimiento expansivo del empleo rural no agrícola y la interconexión de los mercados alimentarios y las cadenas de suministro de alimentos están impulsando una transición alimentaria a lo largo del continuo rural-urbano.
  • Nuevos datos relativos a 11 países de África austral, occidental y oriental cuestionan la idea tradicional de que las compras de alimentos representan una pequeña parte del consumo de alimentos de los hogares rurales en África. Las compras de alimentos son elevadas entre los hogares urbanos de estos países, pero también son sorprendentemente altas a lo largo del continuo rural-urbano, incluso entre los hogares rurales alejados de un centro urbano.
  • Los nuevos datos también cuestionan la idea convencional de que las pautas de compra en las zonas urbanas y en las zonas rurales difieren notablemente entre sí. En los 11 países de África estudiados, aunque el consumo de alimentos procesados (incluidos alimentos altamente procesados) es mayor en las zonas urbanas, disminuye solo gradualmente al pasar a las zonas periurbanas y rurales. Además, el consumo de hortalizas, frutas y grasas y aceites es bastante uniforme a lo largo del continuo rural-urbano en relación con el consumo total de alimentos.
  • La asequibilidad de una dieta saludable es cada vez más crítica para los hogares situados en zonas periurbanas y rurales porque dependen más de la compra de alimentos. En los 11 países de África estudiados, a pesar del menor costo de una dieta saludable en estas zonas, la asequibilidad sigue siendo más baja que en los centros urbanos. Los hogares de ingresos bajos situados en zonas periurbanas y rurales se ven especialmente desfavorecidos, pues necesitarían duplicar con creces sus gastos alimentarios para asegurarse una dieta saludable.
  • En muchos de estos países de África estudiados, la seguridad alimentaria no es un problema exclusivamente rural, ya que en las zonas urbanas (ciudades grandes, medianas y pequeñas y pueblos) y periurbanas (a menos de una hora de viaje de ciudades grandes, medianas y pequeñas) la inseguridad alimentaria moderada o grave son similares o, en ocasiones, incluso superiores a las de las zonas rurales.
  • La prevalencia del sobrepeso infantil corre el riesgo de aumentar con el problema incipiente del elevado consumo de alimentos altamente procesados y fuera del hogar en los centros urbanos, que se extiende cada vez más hacia las zonas periurbanas y rurales.
  • Aumentar el acceso a dietas asequibles y saludables, lograr la seguridad alimentaria y afianzar la nutrición para todos requiere un enfoque de políticas y legislación que aprovechen la creciente conectividad entre las zonas rurales y periurbanas y las ciudades de diferentes tamaños.
  • Los vínculos más estrechos entre los segmentos de los sistemas agroalimentarios crean posibles situaciones beneficiosas para todos en cuanto a un mayor desarrollo económico y acceso a dietas asequibles y saludables, que pueden aprovecharse mediante inversiones en infraestructura, bienes públicos y capacidades mejoradas que aumenten la conectividad entre el medio rural y el urbano. Esas inversiones deberían apoyar el papel esencial de las pequeñas y medianas empresas (pymes) en los sistemas agroalimentarios, especialmente en las ciudades medianas y pequeñas y en los pueblos.
  • Es necesario aumentar la inversión pública en investigación y desarrollo para elaborar tecnologías e innovaciones que permitan crear entornos alimentarios más saludables y aumentar la disponibilidad y asequibilidad de alimentos nutritivos. La tecnología puede ser especialmente importante para fomentar la capacidad de la agricultura urbana y periurbana de suministrar alimentos nutritivos en ciudades y pueblos.
  • A fin de aprovechar la conectividad a lo largo del continuo rural-urbano se requerirán mecanismos de gobernanza e instituciones adecuados para coordinar una inversión coherente más allá de los límites sectoriales y administrativos. Para ello, los gobiernos subnacionales pueden desempeñar un papel clave en la formulación y la aplicación de políticas distintas del enfoque descendente tradicional. Los enfoques respecto de la gobernanza de los sistemas agroalimentarios deben garantizar la coherencia de las políticas a nivel local, regional y nacional mediante la participación de las partes interesadas en los sistemas agroalimentarios a todos los niveles.
back to top