Los más pobres y vulnerables suelen ser los más afectados cuando el Estado, los sistemas
socioeconómicos o las comunidades locales carecen de la capacidad de evitar las situaciones
de conflicto, de hacerles frente o de gestionarlas.
En promedio, el 56% de la población en países afectados por situaciones de conflicto vive en
zonas rurales, donde los medios de vida dependen en gran medida de la agricultura. Los
conflictos afectan negativamente a casi todos los aspectos de la agricultura y los sistemas
alimentarios, desde la producción, la recolección, el procesamiento y el transporte hasta el
suministro de insumos, la financiación y la comercialización. En muchos países afectados por
conflictos, la agricultura de subsistencia sigue siendo fundamental para la seguridad
alimentaria de gran parte de la población. En Iraq, por ejemplo, antes del conflicto, los
distritos de Ninewa y Salah al-Din producían casi un tercio del trigo y cerca del 40% de la
cebada del país. En una evaluación realizada en febrero de 2016 se observó que en Salah
al-Din entre el 70% y el 80% de los cultivos de maíz, trigo y cebada estaban dañados o
destruidos, mientras que en Ninewa, entre el 32% y el 68% de la tierra que habitualmente se
dedicaba al cultivo de trigo y entre el 43% y el 57% de la que se dedicaba al cultivo de
cebada estaba deteriorada o destruida.
A pesar de que la mayor parte de los países ha alcanzado progresos significativos en
25 años con respecto a la reducción del hambre y la desnutrición, estos progresos se han
estancado o revertido en la mayoría de los países que padecen situaciones de conflicto
Sudán del Sur es un buen ejemplo de los efectos destructivos de los
conflictos en la agricultura y los sistemas alimentarios y de que estos efectos se pueden
combinar con otros factores, como la salud pública, para socavar los medios de vida y crear
una espiral de aumento de la inseguridad alimentaria y la malnutrición a medida que los
conflictos se intensifican.
Los problemas de la inseguridad alimentaria y la malnutrición graves tienden a amplificarse
cuando peligros naturales como sequías e inundaciones se suman a las consecuencias de los
conflictos. Es probable que con el cambio climático aumente la concurrencia de conflictos y
catástrofes naturales relacionadas con el clima, ya que el cambio climático no solo agrava
los problemas de la inseguridad alimentaria y la nutrición, sino que también puede
contribuir a alimentar la espiral que conduce al conflicto, la crisis prolongada y la
continua fragilidad.
En algunos casos, la causa profunda del conflicto es la competencia por los recursos
naturales.
De hecho, la competencia por la tierra y el agua productivas se ha considerado un posible
desencadenante de los conflictos, puesto que la pérdida de tierras y recursos de
subsistencia, el empeoramiento de las condiciones laborales y la degradación ambiental
afectan negativamente a los medios de vida de los hogares y las comunidades, y los ponen en
situación de peligro. Algunas fuentes calculan que en los últimos 60 años, el 40% de las
guerras civiles han estado relacionadas con los recursos naturales. Desde el año 2000,
aproximadamente el 48% de los conflictos civiles han tenido lugar en África, en contextos en
los que el acceso a las tierras rurales es fundamental para los medios de vida de muchas
personas y donde los problemas relacionados con la tierra han tenido un papel destacado en
27 de 30 conflictos.
El conflicto, especialmente cuando se ve agravado por el cambio climático, es por tanto uno
de los factores clave que explican la aparente inversión de tendencia a largo plazo en
cuanto al hambre mundial, que venía disminuyendo y, por ende, plantea un problema importante
para acabar con el hambre y la malnutrición. Será imposible erradicar el hambre y todas las
formas de malnutrición para 2030 a menos abordemos todos los factores que socavan la
seguridad alimentaria y la nutrición.
La asistencia a países afectados por conflictos debería centrarse en apoyar las inversiones
en resiliencia y capacidad de preparación
La repercusión de los conflictos en los sistemas alimentarios puede ser intensa si la
economía y los medios de vida de las personas dependen significativamente de la agricultura.
Los conflictos socavan la resiliencia y a menudo fuerzan a las personas y los hogares a
adoptar estrategias de supervivencia cada vez más destructivas e irreversibles que ponen en
peligro sus medios de vida futuros, su seguridad alimentaria y su nutrición. La inseguridad
alimentaria puede convertirse por sí misma en un factor desencadenante de violencia e
inestabilidad, en particular en contextos marcados por desigualdades generalizadas e
instituciones frágiles. Por tanto, las intervenciones oportunas, que tengan en cuenta las
situaciones de conflicto y cuya finalidad sea mejorar la seguridad alimentaria y la
nutrición, pueden ayudar a mantener la paz.
PARTE 5
Seguridad alimentaria, malnutrición y conflictos: estudios de casos de países
Una catástrofe humanitaria de enormes proporciones: el caso de Sudán del Sur
El conflicto en Sudán del Sur ha provocado una catástrofe humanitaria de enormes
proporciones: en febrero de 2017 se declaró una hambruna en algunas partes del norte del
Estado de Unidad y más de 4,9 millones de personas (más del 42% de la población) estaban
gravemente afectadas por la inseguridad alimentaria.
El acceso a los alimentos se ha visto perjudicado por el fuerte aumento de los precios; la
inflación se ha visto impulsada por el desabastecimiento, la devaluación de la moneda y los
elevados costos de transporte debidos a la inseguridad a lo largo de las principales rutas
comerciales. El índice de inflación interanual alcanzó su máximo en el 836% en octubre de
2016. La falta física de acceso a los alimentos, o a los recursos financieros para acceder a
ellos, está limitando el consumo de alimentos de los hogares y las personas, mientras que
los ingresos generados por el trabajo y el precio relativo del ganado se están desplomando.
En las zonas más afectadas, los alimentos se están utilizando como arma de guerra, ya que el
bloqueo del comercio y las amenazas a la seguridad dejan a las personas abandonadas en
lugares inhóspitos y sin acceso a los alimentos ni a la asistencia sanitaria. El acceso de
la ayuda humanitaria a las zonas más afectadas es limitado, ya que las facciones
beligerantes bloquean de forma intencionada la ayuda alimentaria de emergencia, secuestrando
los camiones que la transportan y asesinando a los trabajadores de socorro.
La falta de protección de los civiles ante la violencia ha generado 1,9 millones de
desplazados internos y más de 1,26 millones de refugiados, que han perdido sus medios de
vida y dependen de la ayuda para sobrevivir
Yemen: cuando una crisis prolongada amenaza a la nutrición y a la salud
En marzo de 2017, se calcula que 17 millones de personas padecían inseguridad alimentaria
grave (fases 3 y 4 de la CIF) y que necesitaban ayuda humanitaria urgente. Ello representa
el 60% de la población —lo que equivale a un aumento del 20% desde junio de 2016 y del 47%
desde junio de 2015—. La desnutrición infantil crónica (retraso del crecimiento) ha
constituido un grave problema por mucho tiempo, pero la desnutrición aguda (emaciación) ha
alcanzado niveles máximos en los últimos tres años. Uno de los principales cauces de
repercusión fue la crisis económica inducida por el conflicto, que está afectando a toda la
población.
La situación nutricional ha empeorado a causa del desmoronamiento del sistema sanitario y su
infraestructura, junto con un brote de cólera y otras epidemias que afectaron a varias
prefecturas en 2016 y que se mantienen en 2017.
Una crisis prolongada que se expande a través de las fronteras: la guerra de Siria
Otrora una economía dinámica de ingresos medianos, la República Árabe Siria tiene en la
actualidad al 85% de la población viviendo en condiciones de pobreza. Se calcula que en
2016, 6,7 millones de personas padecían inseguridad alimentaria aguda y necesitaban ayuda
humanitaria urgente, mientras que la prevalencia de malnutrición grave ha aumentado en la
mayor parte de las zonas (malnutrición aguda global del 7%). La anemia afecta a
aproximadamente una cuarta parte de los niños menores de cinco años y las mujeres
adultas.