Las mujeres rurales que se dedican a la agricultura viven el día a día cuidando de sus familias y trabajando la tierra, conservando saberes ancestrales y compartiendo con el mundo sabores que nos recuerdan esas tardes en la casa de la abuela.

El café del desayuno. El ceviche de pescado, la ensalada de quinua, las arepas y empanadas de la cena. El trocito de chocolate con que uno se premia tras un día difícil. Detrás de todos esos sabores están el trabajo, el esfuerzo emprendedor y los saberes de las mujeres rurales.

Son sabores que alimentan hijos, que estrechan relaciones sociales y que liberan el potencial económico de miles de comunidades rurales a lo largo y ancho de América Latina y el Caribe.

Desde la producción, hasta la transformación y la preparación de los alimentos, los conocimientos de las mujeres rurales promueven la alimentación saludable y variada, en un entorno alimentario que ha sufrido serias transformaciones con la invasión de los alimentos ultraprocesados.

Y a pesar de todas estas contribuciones, las mujeres viven una constante situación de desigualdad social, política y económica. En comparación con los hombres, tienen un menor acceso a la titularidad de la tierra y a los créditos productivos, además de una mínima asistencia técnica.

Pero incluso con estas desigualdades, las mujeres preservan importantes conocimientos y prácticas productivas amigables con el medioambiente.

Las mujeres, sobre todo las mayores y las de comunidades tradicionales, también tienen innumerables conocimientos sobre el uso de plantas medicinales, plantas indicadoras de la condición del suelo y plantas alimenticias no convencionales. Sin embargo, estos saberes muchas veces no se valoran.