Annie Saborío Mora

Costa Rica

El cambio climático que vive toda la Tierra, constituye una de las más grandes amenazas para sus ecosistemas y su humanidad. Este se expresa en sequías, inundaciones, huracanes y otros fenómenos que atentan contra aspectos básicos de la existencia humana como su alimentación, la vivienda, la vida y la estabilidad y subsistencia de muchas poblaciones, especialmente de aquellas que por su bajo nivel de desarrollo están más expuestas y vulnerables a los fenómenos climáticos que implican riesgos a desastres socio ambientales.

Este fenómeno es producto, en gran parte, de las acciones humanas, en las múltiples formas de satisfacción de sus necesidades, generadoras de gases en la atmósfera con un efecto en la elevación de las temperaturas conocido como efecto invernadero.

La sociedad humana con sus actividades económicas y sociales, ha acelerado el calentamiento natural de la tierra de una manera gradual como producto de los patrones energéticos utilizados, los sistemas de producción empleados, y las formas de consumo asumidas por el conjunto de la sociedad actual.

Es un fenómeno global que afecta al conjunto de los ecosistemas y sociedades existentes sobre la tierra. De esta manera, nuestros países están incluidos en este proceso, hacen parte de él y en consecuencia deben dar respuestas concretas y efectivas, principalmente como una manera de sobrevivencia y de preservación de valores básicos de bienestar social, convivencia democrática y satisfacción plena de las necesidades de sus habitantes, incluyendo en ello la preservación de la vida de los ecosistemas que les dan sustento.

Una respuesta coherente y decidida de nuestros países ante este fenómeno que afecta al conjunto de su vida económica y social, podría ser una oportunidad para realizar cambios sustanciales en los sistemas de producción, en los estilos de vida y consumo que acerquen al conjunto de la población a una relación más armónica y coherente con las lógicas de los ecosistemas naturales, lo que podría significar la construcción de una sociedad más próspera y sostenible.

El incremento de la temperatura media de la Tierra ha causado que la cubierta de nieve y hielo haya disminuido y que el nivel del mar haya subido, acompañado de un aumento de las corrientes cálidas del fenómeno del Niño. Ello se ha traducido en cambios drásticos en el patrón de lluvias, con sequías prolongadas en unas regiones y fuertes inundaciones en otras.

A nivel ambiental, los cambios en temperaturas y precipitación implican cambios en la eficacia de los procesos naturales y en el ciclo del agua. En el largo plazo se esperan efectos fisiológicos en las plantas, por el incremento de la evapotranspiración de las hojas, el calor excesivo provocará mayor deshidratación foliar, y en los bosques predominarán las especies espinosas o de hoja pequeña, como los cactus, más eficientes en el uso del agua, favoreciendo un cambio en la composición de los bosques.

Con relación al suelo, la reducción de humedad edáfica al incrementar la evaporación diaria trae como resultado menos agua disponible para las plantas y para consumo humano, incrementando con esto las situaciones de sequía agrícola. A ello se agrega que los procesos de degradación de suelos ponen en riesgo grandes áreas de producción agropecuaria, la sostenibilidad de los bosques debido a la presión sobre los recursos, la disponibilidad de la calidad del agua debido al incremento de la sedimentación de ríos y embalses.

En determinadas regiones, la reducción de la escorrentía tiene efectos en la reducción del caudal de los ríos, el incremento del estrés hídrico y situaciones importantes de escasez de agua proyectadas en escenarios de mediano y largo plazo. También como efecto de la reducción de la escorrentía, se puede presentar una disminución de la generación eléctrica, que constituye, en la actualidad, la principal fuente de energía renovable, como es el caso de Costa Rica.

Los ecosistemas naturales por efecto del cambio climático, se podrían degradar con modificaciones en la estructura, composición y dinámica de los ecosistemas provocando con ello el desplazamiento o desaparición de especies animales y vegetales a nivel local, silvestres y domesticadas, que no logren acomodarse a los cambios de temperatura y patrones de lluvias. Esto deteriorará las fuentes de alimentos, recursos de bienes comerciales de las familias rurales, incrementando el riesgo de agravar los niveles de pobreza, malnutrición y hambre.

El aumento de la temperatura del mar, la erosión costera y la eutrofización[1] de las aguas, tiene efectos directos en el blanqueamiento y muerte de los arrecifes de coral, en la reducción de la pesca, el desplazamiento obligado de algunas poblaciones costeras a territorios más elevados y la salinización de algunas fuentes de agua dulce y suelos agrícolas.

Por efecto del cambio climático se tendrán consecuencias negativas importantes en la infraestructura social, económica, productiva y ambiental, con efectos significativos en las dinámicas económicas por los daños que causan.

La salud humana es particularmente sensible a los cambios en los patrones del tiempo y otros aspectos asociados al cambio climático. La dispersión de enfermedades transmitidas por mosquitos y los brotes de enfermedades infecciosas y de otro orden, las asociadas a la falta de alimentos, el calor y el acceso al agua, con efectos negativos en el bienestar de la población y en su capacidad productiva.

De gran importancia, para el conjunto de la sociedad y especialmente para el medio rural, es el efecto negativo del cambio climático en las infraestructuras de diferentes tipos, como consecuencia de los eventos climáticos extremos tales como: derrumbes, destrucción de redes eléctricas, acueductos y alcantarillados, viviendas, centros de comercio y bienes públicos de convivencia ciudadana y los sistemas de comunicación.

Adicionalmente se debe considerar y evaluar la resiliencia de los ecosistemas naturales terrestres al cambio climático y los efectos que pueda ejercer tanto sobre la fauna y flora como sobre la idoneidad de las zonas y tierras tradicionalmente asociadas a las actividades agrícolas y a la productividad de cultivos específicos, junto a las medidas de adaptación y previsión del impacto que puedan tener en los medios de producción y subsistencia de las comunidades rurales y agrodependientes.

Con lo anterior, se está afirmando el carácter integral que deben de tener las políticas públicas y la organización institucional respectiva para enfrentar los retos planteados por el cambio climático, no sólo para asegurar la producción, distribución y consumo de alimentos, sino además las condiciones del hábitat humano y natural y la preservación de la vida sobre el planeta.

De esta manera, las políticas públicas deben ser formuladas en esos términos, sistémicas y holísticas, fundamentadas en evidencia científica que aclare el panorama de riesgos y medidas en materia de adaptación y resiliencia que deben formularse y lo que es más importante, tomando en consideración la viabilidad de su aplicación, no sólo considerando la eficiencia institucional, que es muy importante, sino la activa y comprometida participación de la población rural, tanto en su diseño como en su aplicación.

Esto implica necesariamente adoptar enfoques institucionales nuevos, que sean capaces de identificar, valorizar y potenciar los recursos endógenos de los territorios rurales, principalmente la activación de su propia población, su formación y empoderamiento en plataformas de diálogo y negociación que posibiliten una nueva generación de políticas de carácter ascendente, que puedan ser incluidas en las iniciativas nacionales de carácter estratégico.

Tales políticas, deberán trascender de políticas gubernamentales a políticas de Estado, que puedan darle una visión y permanencia de largo plazo al desarrollo de la ruralidad de nuestros países, considerando las diferencias de los diferentes territorios, y con ello, superar el cortoplacismo que ha imperado en muchos de ellos.

Es entonces, un cambio institucional transcendente, en el cual las políticas públicas y la acción institucional transiten del centralismo, la imposición y el clientelismo, hacia la descentralización territorial, la participación ciudadana, sustentadas en evidencia y en el diálogo social, el fortalecimiento de los sujetos sociales y la dinamización de las potencialidades de los territorios rurales histórica y socialmente excluidos.

 Dicho cambio debe orientarse hacia la territorialidad y los retos específicos de cara a las medidas de adaptabilidad y resiliencia que este enfoque enmarca, considerando que los efectos del calentamiento global y el cambio climático generará profundos cambios en las condiciones hidrológicas y climáticas, en donde algunos territorios perderán áreas  aptas  o dedicadas para los cultivos que son su base económica y de subsistencia mientras otros presentarán condiciones socioeconómicas y ambientales que les permitirán enfrentar los impactos con mayores fortalezas.

Una nueva institucionalidad bajo esta visión territorial del desarrollo rural, posibilitará afrontar el tema alimentario y productivo desde una óptica de vulnerabilidad y fortalezas ante el cambio climático, en la medida en que abordarán sus consecuencias con la capacidad de analizar sus vulnerabilidad y potencialidades con base en los acervos de información y datos científicos y los recursos naturales, ecológicos, sociales y culturales existentes en los mismos territorios rurales, con un acompañamiento estratégico de parte del Estado y no con una postura sustitutiva, centralista, poco eficiente y eficaz, como ha sido una buena parte de la experiencia histórica de nuestros países.

Cambiar el abordaje por parte del Estado, del desarrollo de  los asentamientos campesinos( como se les ha denominado durante muchos años) ,delimitados con una visión segregada, independiente uno de otro, a una visión de desarrollo de los territorios rurales definidos y considerados como  unidades geográficas que desarrollen las actividades rurales derivadas del aprovechamiento de sus recursos naturales, ecología,  forma de organización,  cultura,  clima, y  costumbres, entre otros, permitirá la apropiación de una estrategia de adaptación al cambio climático y una previsión para el aprovechamiento eficiente de sus recursos naturales, económicos, sociales y culturales que coadyuven al desarrollo de estos territorios rurales, condición absolutamente necesaria para asegurar la seguridad alimentaria de las regiones más deprimidas y por ende las naciones.  

San José, Costa Rica

29 noviembre 2017

[1] Acumulación de nutrientes orgánicos e inorgánicos