FAO en Honduras

A medida nos acercamos por el camino de tierra en una zona alta de la comunidad de El Naranjo, en el departamento de Intibucá, el barullo se hace cada vez más evidente.

El patio trasero de la casa parece un panal en sí mismo. Un grupo de adultos comentan ruidosamente las novedades del día, niños pequeños corren de un lado a otro, gallinas y perros hacen lo propio y un viejo radio de transistores hace sonar las rancheras a un volumen mayor del que pareciera posible para el pequeño aparato.

Teodoro Hernandez, tiene 56 años y casi 30 de vivir en este lugar, junto a su familia formada por cinco adultos y cuatro niños que dependen prácticamente por completo de su trabajo.

Al igual que muchos otros agricultores de la zona, sus padres le inculcaron el oficio al que se dedicaría toda su vida, sembrando maíz como casi única alternativa posible y con las mismas técnicas que utilizaron muchas generaciones anteriores.

“Antes me dedicaba a sembrar milpas. Durante muchos años, lo único que yo miraba era sembrar maíz”, asegura.

Hace unos 20 años, algunas organizaciones con influencia en la comunidad de El Naranjo y zonas cercanas, introdujeron la apicultura como una alternativa a los cultivos tradicionales. Teodoro fue uno de los pioneros en el rubro en su comunidad, aunque de una forma muy rudimentaria.

“Sacábamos miel como podíamos. Nos enseñaron a hacer marcos y cajas pero no conocíamos las colmenas modernas”

En aquel entonces, Teodoro empezó a trabajar con diez colmenas que producían 50 botellas de miel por cosecha, en lo que él describe como un “buen año” en cuanto a ganancias que, sin embargo, no eran suficientes para cubrir las necesidades de su familia.

“Yo antes me iba para Comayagua a cortar café, desde diciembre hasta inicios de febrero. Me iba porque no me daba suficiente para mantener a la familia. Los tenía que dejar solos durante dos meses”, comenta con un par de sus nietos sentados en su regazo.

Fue en 2018 que Teodoro se incorporó a la Asociación de Agricultores Familiares Lencas de San Marcos de la Sierra, una organización de nueve pequeños productores que es parte de los Sistemas de Extensión e Innovación Agrícola, un modelo que escala los conocimientos técnicos de la Secretaría de Agricultura y Ganadería (SAG) hacia las municipalidades, quienes a su vez la hacen llegar a las asociaciones de productores familiares, a través de los técnicos asignados a cada zona.

“En las capacitaciones de la asociación nos han enseñado a hacer núcleos de abejas, higiene y manejo de la miel, como alimentar a las abejas cuando no hay floración, como utilizar los ahumadores y como darles mantenimiento a las colmenas”, comenta mientras le pide a uno de sus hijos que le acerque sus implementos de apicultura.

La asociación también facilita a sus miembros el acceso a insumos como overoles, velos, cajas para colmenas, marcos, ahumadores y una caja rural que otorga préstamos con tasas especiales para que sus miembros puedan ampliar sus colmenas y aumentar sus ingresos.

Además, sus integrantes reciben asistencia técnica para aprender y aplicar mejores metodos de siembra y cultivo, insumos productivos a la mitad de su precio comercial y acceso a mercados que les otorguen mejores precios por sus productos.

Esta iniciativa es apoyada por el programa “Mesoamérica sin Hambre AMEXCID-FAO”, un programa de cooperación sur-sur triangular, impulsado por el Gobierno de México, a través de la Agencia Mexicana de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AMEXCID), y la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

Ataviado en un traje de protección blanco, entre los últimos rayos del sol y el humo que utiliza para sacar a las abejas de su colmena, Teodoro parece a un personaje de ciencia ficción. Abre las cajas de las colmenas con delicadeza y nos muestra el resultado de años de esfuerzo.

“En la asociación nos han enseñado que a las abejas hay que respetarlas, cuidarlas. Incluso hay que venir bien bañado y de buen humor porque son seres vivos. Yo les pido permiso antes de sacar la miel, porque dicen que son seres que no oyen pero sí oyen”, dice poniendo contra el sol el panel ámbar cubierto de abejas.

Gracias a los conocimientos adquiridos de los técnicos de la Unidad Municipal de Agricultura Familiar y los préstamos de la caja rural de la asociación de productores, en apenas dos años, Teodoro pasó de tener 12 colmenas a ser dueño de 20 y de extraer 50 botellas de miel a superar las 300 por temporada de cosecha.

Teodoro asegura que vende integra su producción a un comprador privado que la distribuye en la ciudad de La Esperanza y que las muestras que la asociación ha llevado a Tegucigalpa y San Pedro Sula han sido elogiadas por su gran calidad.

Sin embargo, el resultado más valioso para él, es que gracias el aumento de su producción e ingresos, ya no tiene que separarse de su familia durante la temporada de corte de café.

“Tengo dos años de no ir a cortar café a Comayagua… ahora siempre paso con la familia”, dice con una sonrisa que se adivina aún por encima del velo de malla que cubre su rostro.

En los municipios que integran la Asociación de Municipios Fronterizos de Intibucá (AMFI), existen siete asociaciones de productores como la de Teodoro, conformadas por 740 familias y más de 4,400 agricultores familiares organizados, quienes han logrado pasar de simples consumidores a productores que comercializan sus excedentes para obtener ingresos extras.

Teodoro admira a las abejas por su gran capacidad de trabajo y de mantenerse juntas en todo momento. Asegura que le inspiran a seguir creciendo y trabajando en equipo.

“El proyecto es bueno pero hay que echarle ganas también. Requiere valor y estrategia… Mientras dios me tenga con vida, voy a luchar”, concluye.