FAO en Colombia

Una mujer hecha de pura valentía

10/12/2020

La historia de Yaneth Yanguas es el ejemplo de que quien quiere levantarse lo hará a fuerza de voluntad. Crónica de su proceso de restitución de tierras y cómo hoy, junto a su familia, es una empresaria del campo.

Tal vez si no me hubiera contado su pasado nunca habría creído por todo lo que han pasado, ella y su familia. Yaneth Yanguas es un mujerón al que no le tiembla la voz para saber que todo lo que tiene hoy en día es fruto del esfuerzo de toda su familia. Ya no deberían sorprender las mujeres campesinas de este país, pero no dejan de hacerlo con cada nueva historia. Nada fácil fue para ella llegar a donde está hoy, porque no estamos hablando de personas que tienen millones en el banco, no, pero sí que tienen una abundancia espiritual que les da la fuerza para trabajar sin freno y seguir creyendo. Saben que fue un Dios quien los cuidó en los momentos más difíciles de sus vidas, un largo paréntesis de casi tres décadas en donde sus sueños de permitirle crecer a la familia en paz, se esfumaron por cuenta de la guerra.

Pero ella no quiere hablar de eso. “Lo que pasó en ese tiempo allá queda”, sentencia. Se limitará a contar que, con su esposo y otro amigo, en 1983 se fueron al campo para intentar llevar el mensaje de Dios. Y sí que debían entregarlo porque a la comunidad a la que llegaron le faltaba todo. Pero no lo hicieron solo con las prédicas, sino enseñando, matemáticas, sociales, español, pintura, ciencias, todo, todo lo que sabían para que los niños de la vereda tuvieran un mejor futuro.

Para ello compraron un terrenito de nada. Empezaron con 17 chiquitines que ponían sus cuadernos en mesitas improvisadas sobre el piso de tierra pero a los que les brotaba la alegría; al año ya eran 104 de la pura dicha de contar con algo de estudio. Así, también, fueron haciéndose poco a poco a una tierra más amplia. El proyecto tuvo tanto impacto que el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar – ICBF y una delegada de la Presidencia de la República de finales de esos años los empezaron a apoyar un poco: con bienestarina para que los niños que caminaban 4 y 5 horas para llegar a clases se tomaran una buena colada y comieran una arepa bien potente hecha con este complemento alimenticio; también, visibilizaron el trabajo de esta escuela autogestionada que derivó en uno de los primeros bachilleratos ambientales de la zona donde vivían que, aún hoy, prefiere no mencionar para no ponerse en riesgo.

Hasta ahí lo bonito. Porque la violencia se asomó allí también a finales de la década, como en tantos lugares de Colombia. Así resistieron en su tierra, entre miedo, muerte y la osadía de querer seguir prestando un servicio comunitario; ella, hasta 1994, porque ya los hijos empezaban a llegar y había que protegerse y su esposo hasta 1999, enseñando a escondidas de la pura vocación. Pero hubo un momento que no aguantaron más. 

El paso a la ciudad fue durísimo. Fue como vivir otra realidad. “Más compleja –cuenta–, porque mientras el campo es selva natural, esa es de cemento y llena de crueldad, además, allá todo cuesta dinero. Pero Dios nos respaldó, estoy segura que fue él quien nos guardó”. La memoria le trae momentos difíciles, de crisis económica, de vivir arrimados en todas partes y en donde era difícil levantarse por el trauma psicológico, porque tenía un hijo y venía en camino otra, pero no tenían sueldo ni trabajo. Con todo, la bendición apareció, les prestaron una casa y le ofrecieron a su compañero un trabajo. Vino el tercer hijo y ella empezó a trabajar como profesora. “Todo fue perder y volver a levantarse, una y otra vez, hasta que los hijos crecieron y pudieron estudiar”, narra satisfecha de haberlo logrado.

Los chinos salieron pilísimos. El mayor, hoy de 29 años, quiso estudiar gastronomía y hasta que no encontró una escuela donde pudiera hacerlo gratis, no paró de soñar. Terminó en Argentina y, aunque pasó todas las carencias del mundo, terminó su carrera con alegría. La segunda, de 27, también se fue por la gastronomía y estudió en el SENA. A ese gusto le sumó una formación en estética corporal y cosmetología, para terminar combinando saberes lanzándose a la alimentación saludable. Y la última, de 25, siguió el camino de Yaneth, estudió artes plásticas. Vemos que todo iba tomando forma en la familia. Ahora solo faltaba un hogar por recuperar. “Porque todos tus afectos se quedan allí –sigue–. No es lo material lo que se pierde, es lo afectivo, es la fuente de seguridad que te protege del estado de incertidumbre y de choque, de la pregunta de qué voy a hacer. Realidades que muchos no manejan porque no les ha tocado vivirlo. Pero muchos desplazados viven el menosprecio de la gente, su humillación. Porque el que vive en el campo no es una persona pobre, pobre es el que está debajo de un puente, desplazado y confrontado consigo mismo, al no tener su lugar”.

Volver a empezar

Era 2011 y llegaban dos noticias que resultaban antagonistas. Por un lado, la tierra de la que habían salido desplazados, esa a la que le habían invertido no solo recursos sino trabajo y afecto por todo lo que allí se construyó con los hijos de las comunidades vecinas, corrían el riesgo de perderla, expropiados, por estar ubicaba en un límite ecológico de zona de reserva. Por el otro, nacía la Ley 1448, de Víctimas y Restitución de Tierras, para quienes hubieran estado afectados por el conflicto en décadas anteriores.

Yaneth no había oído de esta Ley, pero estaba aterrada de perder el fruto del trabajo de ella y su esposo. Así que se informaron, no sin tener miedo de abrir ese pasado que querían olvidar. Tampoco se sentían cómodos con ser llamados víctimas. Sin embargo, estudiándola, se dieron cuenta de que lo eran y que podían aplicar a la compensación económica por el despojo sufrido, dado que tenían claro que no podían retornar a esas montañas. Así empezó todo el proceso que hoy celebramos con esta historia.

En 2013 los inscribieron en el Registro Único de Víctimas, para luego seguir con la inscripción del predio en el Registro de Tierras Despojadas y Abandonadas Forzosamente y así darle inicio a las fases de revisión del caso y la fase judicial del proceso de restitución, en la que los jueces evalúan si se les reconoce o no el derecho a la restitución. Para abril de 2014 tenían un nuevo terreno como compensación del despojado en 1999. El esposo de Yaneth se trasladó de inmediato para allá, Se instaló en una carpa y se dedicó a levantar el terreno. Pasando sed y hambre, no paraba y solo iba a la ciudad los fines de semana para cambiarse y recobrar fuerzas. “Empezamos arañando la tierra –recuerda Yaneth–. Pero la persistencia y la fe se impusieron, era recuperar lo perdido”.

Al tiempo, un juez sancionó el incumplimiento de la sentencia e hizo que a esta familia se le entregara una Unidad Agrícola Familiar. Esos obstáculos que tuvieron que padecer la volvieron a ella más fuerte. A todos. Yaneth se dedicó a instruirse y, de hecho, la Unidad de Restitución de Tierras la introdujo en los Núcleos de Exigibilidad que la entidad ha establecido para empoderar a las mujeres líderes para que puedan exigirle al Estado sus derechos. Así, se ha convertido en una voz dispuesta a luchar por los demás, tal como hizo con su propia familia. También, pudo poner en práctica su formación como artista para impulsar la catarsis colectiva de mujeres víctimas del conflicto armado a través de la pintura. Se siente orgullosa de la muestra itinerante que han podido exponer con sus testimonios de resiliencia. 

Poco a poco fueron surgiendo. Si ya habían sobrevivido condiciones adversas, más aún atravesados por la violencia, cómo no iban a domar esos terrenos inundables. Así lo hicieron, entendiéndolos. Recibieron el apoyo técnico de la Unidad y de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) para emprender un proyecto productivo de crianza de ovejos camuro, pero que primero tuvo que ser de semovientes. Porque fue necesario adecuar el terreno para que los animales pudieran pastar en tamañas humedades. En eso se les fue prácticamente la totalidad de los 23 millones de pesos que iban a ser para el desarrollo del proyecto agropecuario. Además porque, paradójicamente, el terreno plagado de agua subterránea no tenía agua potable, así que fue necesario construir pozos para alimentar a las bestias, regar las hortalizas y beber. 

Con los planes transformados por las condiciones de la tierra, su vida productiva reinició entonces con 4 terneros. Estos los vendieron ya más grandecitos y se hicieron a 4 más. Así se mantuvieron por dos años mientras podían arrancar con los ovejos. Entretanto, así como al esposo de Yaneth le habían destinado la misión del proyecto agropecuario, ella debía ser la protectora de la soberanía alimentaria de la familia. Y así lo hizo armando una buena huerta casera con la cual pudieran suplir el consumo familiar de frutas y hortalizas. ¡Pero de nuevo el clima! En 2017 otra inundación, esta vez devastadora, se tragó la huerta con sus aguas. Hubo tristeza, pero, como ella misma lo dijo antes, “nos caemos y nos levantamos”. Siempre. 

El 2018 fue un gran año, una bendición. Gracias a distintos préstamos no solo empezaron a criar a los camuros, sino que un profesor de panadería de una de sus hijas le dijo a la familia que por qué no se asociaban y montaban una panificadora de panes industriales y especializados. Se entusiasmaron con la propuesta porque, ambos hijos tenían gusto por el tema. Empezaron a amasar con una arroba de trigo y un cilindro manual, y consiguieron un cliente que les dijo que estaba muy sabroso el producido y multiplicó la voz. El secreto era trabajar con ingrediente excelsos y así lo hicieron, por eso, por ejemplo, hoy hacen panes de hamburguesa tipo brioche, que les pide un restaurante que las sirve con la elegante carne angus. No podría ser para menos la delicia. Ya el horno se les quedó corto y necesitan meterse en uno en el que quepan 14 latas. El negocio va bien y ya la familia está en pleno en él. El esposo se multiplica, como los panes, y atiende a los animalitos, apoya a Yaneth en la huerta que resurgió y llegó a un punto en donde pasaron de la soberanía alimentaria de la familia a la seguridad alimentaria que les permite comercializar sus productos, varios de los cuales hoy son hierbas –orégano, cilantro cimarrón, albahaca– deshidratadas. La familia unida y firme con el negocio y su propia prosperidad. 

Yaneth, además de pintora, resultó tener una mano cocinera sin igual: su pollo ahumado, con su pato ahumado, con su conejo ahumado, con el adobo de carnes que hace con su cebolla larga y ajíes que, de lo rico, la gente se lo come sobre las arepas, con yuca y con lo que tenga a la mano. La gente la espera para hacerse a uno o más frasquitos de su aliño en el mercado campesino. También, inspirada por su hijo, está aromatizando aceites de oliva con hierbas y está aprendiendo a hacer chorizos de cordero. Aunque fue a una rueda de negocios hace un tiempo, de la que salió frustrada porque les pedían a los productores toneladas que no tenían cómo abastecer, hoy la entusiasman un par de ruedas más a su medida, de restaurantes y hoteles que piden más mesuradamente y con los cuales sí podría comprometerse con su producción. 

La pandemia los cogió con la huerta generosa. Cargada de zapayo, camote, yuca, cebolla, tomates. Además de los pollitos de levante. “No nos faltó comida, por eso el campo es una bendición”. Por eso, para ella y toda esta familia, la vida es gratitud. 

Como Yaneth, son muchas las mujeres rurales que en Colombia siguen avanzando en su empoderamiento con la firme convicción de hacer de este país uno con mayores oportunidades para sus comunidades y generaciones venideros. 

Su caso, motivador y modelo de ejemplo, es presentado por la Campaña “Mujeres Rurales, Mujeres con Derechos”, liderada por la FAO y que en Colombia cuenta con más de 20 aliados entre instituciones, organizaciones de sociedad civil, ONGs y cooperación internacional. 

Dicha campaña busca justamente empoderar a las mujeres rurales, promotoras del desarrollo y a la vez quienes sufren la vulneración de sus derechos en mayor proporción, respecto incluso de las mujeres que viven en zonas urbanas. 

Haciendo de esta manera un llamado a generar alianzas en su favor y hoy, Día Internacional de los Derechos Humanos y el cierre de la campaña Únete para eliminar las violencias contra las mujeres y niñas, a generar ambientes protectores y de oportunidades para ellas.
 

Por Dominique Rodríguez Dalvard
Unidad de Restitución de Tierras