Equipo encargado del proyecto “Indigenous Grasslands for Grain”

“Somos los custodios del mapa oral, o songline, del mijo nativo.“
02/07/2023

Australia

Hace poco, en una mañana soleada, unos 30 habitantes locales se reunieron en un cobertizo en Narrabri, en la costa oriental de Australia, para contemplar cómo desaparecían bajo diversas máquinas las plantaciones de gramíneas nativas. Otras se pusieron en unos viejos tamices, donde manos expertas extraían los granos de los tallos. En lo que respecta a la elaboración de los cereales nativos, no existe una solución universal. Por eso este cobertizo y los campos circundantes del país del pueblo nativo gamilaraay se han convertido en una especie de laboratorio, en el que no solo se estudia cómo restaurar un antiguo cultivo de cereales autóctonos, sino también cómo prepararlo para el futuro. 

 

“Estudiamos la forma en la que se cultivaba el mijo nativo y combinamos esto con los conocimientos sobre los equipos y las prácticas modernos para revitalizar el sector”, señala Angela Pattison, una de las científicas botánicas de la estación de investigación. No todos los investigadores tienen este tipo de conexión directa con la comunidad local, pero para Angela y el equipo que dirige en el proyecto “Indigenous Grasslands for Grain” es un elemento fundamental para volver a introducir el mijo en los campos y las cocinas de toda Australia. 

 

Juntos, cultivan, cosechan y elaboran los cereales nativos, preparan platos y estudian la mejor manera de comercializar la harina. También investigan cómo podría afectar la reintroducción de las gramíneas nativas a otras comunidades y al ecosistema, la cultura y la economía locales. Y, siempre que pueden, comparten sus conocimientos —además de sus productos de panadería— por medio de talleres.  

 

Gran parte de su labor se centra en el mijo nativo (Panicum Decompositum), que, según han demostrado sus estudios, es el que tiene mayor potencial para cultivarlo como alimento de consumo generalizado. Lamentablemente, ya apenas se cultiva. 

 

“La práctica de cultivar el mijo nativo australiano se perdió en gran medida tras la colonización, cuando se expulsó a los pueblos aborígenes de sus tierras y se sustituyeron los cereales locales por trigo, cebada y avena”, explica Dianne Hall, investigadora de doctorado que trabaja en la estación de Narrabri, que forma parte de la Universidad de Sydney.  

 

“En muchos lugares se prohibió a los pueblos aborígenes utilizar alimentos tradicionales”, añade la colega Kerrie Saunders, especialista en fitotecnia. “Como resultado, también se perdieron los conocimientos sobre la forma de mantener pastizales perennes y cosechar en ellos mediante el uso del fuego y otras técnicas”.  

 

Kerrie se refiere a la quema a baja temperatura, una práctica cultural en las que se emplean palos prendidos para revitalizar el territorio. Alimenta a los organismos de los suelos, aporta nuevos alimentos y aumenta la biodiversidad. Además del fuego, el equipo aplica métodos que utilizaban los pueblos aborígenes hace miles de años para el cuidado del medio ambiente de Australia.  

 

Kerrie y Dianne son gamilaraay, uno de los grandes grupos indígenas de Australia, como también lo es la asistente de investigación, Hannah Binge. “Somos los custodios del mapa oral, o songline, del mijo nativo”, afirma Dianne, en referencia a las historias de transmisión oral que trazan las rutas de los espíritus del pasado por el país y que transmiten valiosos conocimientos sobre el medio ambiente.  

 

“Las personas pronto entenderán que el mijo nativo no es solo otro producto alimenticio”, afirma Hannah, “sino un alimento y una planta que conecta a las personas con la tierra y la cultura”. 

 

En última instancia, pretenden brindar apoyo a propietarios de tierras tanto aborígenes como no aborígenes para que trabajen juntos de modo que el mijo nativo pueda cultivarse en grandes extensiones y sea accesible para todos.  

 

Para ampliar estas prácticas “las personas deberán estudiar la manera de fomentar conjuntamente los conocimientos ancestrales y modernos de forma respetuosa”, señala.  

 

“Esperamos con interés poder ver la harina de mijo en los estantes de los supermercados; harina de mijo producida en colaboración, ecológicamente sostenible y asequible”.