Introducción

Plagas mundiales que afectan a los cultivos, la silvicultura y los ecosistemas

Desde su domesticación, hace unos 10 000 años, los cultivos se han visto amenazados por una multitud de plagas que provocan pérdidas de rendimiento que, a su vez, a menudo conducen al hambre y al malestar social. En promedio, a escala mundial, entre el 10% y el 28% de la producción de cultivos se pierde a causa de las plagas (Savary et al., 2019). Además, se observan otras pérdidas posteriores a la cosecha, con los peores escenarios en los países en desarrollo. Por otra parte, además de las pérdidas, la presencia de micotoxinas (toxinas producidas por hongos) en los alimentos y los piensos puede amenazar gravemente la salud de las personas y el ganado (Magan, Medina y Aldred, 2011; Van Der Fels-Klerx, Liu y Battilani, 2016).

Los ejemplos históricos y actuales muestran claramente los grandes daños que pueden causar los brotes de plagas.

Entre las plagas de insectos, dos ejemplos clásicos demuestran los daños económicos y sociales derivados de la expansión invasora. Uno es la invasión y destrucción de los viñedos europeos por el insecto filoxera (Daktulosphaira vitifoliae) durante la segunda mitad del siglo XIX, y el segundo es el escarabajo de la papa o Colorado (Leptinotarsa decemlineata) en el siglo XX, que colonizó rápidamente las parcelas de patatas. Ambas plagas son originarias de los Estados Unidos de América. Más recientemente, varias especies de insectos nativos de Norteamérica, sin registros previos de infestación grave, han surgido como plagas devastadoras de los recursos forestales debido a los cambios en su dinámica de población. Entre ellas se encuentran el minador de las hojas del álamo (Phyllocnistis populiella), el minador de las hojas del sauce (Micrurapteryx salicifoliella) y la polilla Nepytia janetae, que han diezmado millones de hectáreas de bosques de álamo, sauces y abetos desde principios de la década de 1990 (Bebber, Ramotowski y Gurr, 2013). Otras especies autóctonas que se han convertido en plagas son el escarabajo descortezador del pino de montaña y el escarabajo meridional del pino (Dendroctonus ponderosae y Dendroctonus frontalis, respectivamente) y el escarabajo del abeto (Dendroctonus rufipennis), que han ampliado recientemente su distribución, infestando pinos y abetos de importancia comercial (Anderegg, Kane y Anderegg, 2013; Bebber, Ramotowski y Gurr, 2013).

Entre los ejemplos clásicos causados por las enfermedades de los cultivos y los bosques se incluyen la hambruna de la patata irlandesa causada por Phytophthora infestans en la década de 1840, el impacto devastador de la roya del cafeto en Ceilán causada por Hemileia vastatrix en la década de 1860, y la Gran Hambruna de Bengala en 1943 causada por Helminthosporium oryzae (Schumann, 1991). Otro ejemplo importante que no hay que olvidar es la plaga del castaño causada por Cryphonectria parasitica, que acabó con el castaño americano (Castanea dentata): en los años 50, el 80% de los castaños habían muerto (ibid, 1991), afectando gravemente al paisaje de todo un país. La amenaza persiste. Actualmente se están extendiendo nuevas y más virulentas cepas de los hongos de la roya Puccinia graminis (Saunders, Pretorius y Hovmøller, 2019) y Puccinia striiformis (Liu et al., 2017) y un nuevo linaje invasor de Phytophthora infestans ha desplazado rápidamente a otros genotipos del tizón tardío (Cooke et al., 2012). La marchitez repentina de los olivos causada por Xylella fastidiosa subsp. pauca, que ha destruido millones de olivos en Puglia (Italia) y también amenaza a otros países europeos y mediterráneos, es un ejemplo de cómo un patógeno puede afectar a un cultivo y también al paisaje de una región (Schneider et al., 2020; Sicard et al., 2018). En California y Oregón, en los Estados Unidos de América, así como en otras zonas, Phytophthora ramorum, que causa la muerte súbita del roble, representa una amenaza para los ecosistemas forestales (Rizzo, Garbelotto y Hansen, 2005), mientras que otras especies de Phytophthora spp., como P. kernoviae y P. agathidicida, están afectando al emblemático y culturalmente importante kauri en Nueva Zelandia (Scott y Williams, 2014) y P. pinifolia está dañando los bosques de pinos en Chile (Duran et al., 2008).

Además de los insectos y los patógenos de las plantas, los nematodos también pueden causar grandes daños a las plantas. Según Williamson y Gleason (2003), los nematodos se encuentran entre los organismos más frecuentes del planeta y afectan a todos los ecosistemas. La mayoría de ellos son de vida libre e inofensivos, ya que consumen, por ejemplo, microorganismos como las bacterias, pero un pequeño número de especies de nematodos son parásitos de plantas, y algunos de estos nematodos parásitos de plantas pueden suponer una grave amenaza para los ecosistemas gestionados y no gestionados. En la agricultura, los grupos de nematodos más importantes desde el punto de vista económico son los endoparásitos sedentarios, incluidos los géneros Heterodera y Globodera (ambos nematodos del quiste) y Meloidogyne (nematodos del nudo de la raíz). En la silvicultura, la enfermedad del marchitamiento del pino, causada por el nematodo del pino (Bursaphelenchus xylophilus), es una de las enfermedades invasivas más devastadoras que afectan a los pinos (Pinus spp.) con un impacto significativo en los ecosistemas naturales de África, América del Norte, Asia y Europa (CABI, 2021a). Es particularmente devastador en Asia oriental, incluyendo China, Japón y la República de Corea (Ikegami y Jenkins, 2018).

Por último, algunas especies vegetales son por sí mismas plagas. Las malas hierbas o maleza son “plantas no deseadas” en la agricultura, la horticultura, la silvicultura y los ecosistemas no gestionados (Juroszek y von Tiedemann, 2013a; Korres et al., 2016; Wan y Wang, 2019). Así, una maleza es una planta que prevalece en el lugar o el momento equivocado. Esta tiene una serie de propiedades que pueden ser beneficiosas. Algunas especies de malas hierbas pueden prestar servicios útiles al ecosistema, como proporcionar alimento a los polinizadores, como las abejas, y servir de hábitat a muchos organismos beneficiosos, además de cubrir el suelo, reduciendo así su erosión. También pueden ser colonizadoras primarias tras daños o deterioros en el suelo o en el ecosistema (por ejemplo, incendios o desprendimientos), y en la estabilización de las riberas de los ríos y las dunas de arena. Además, algunas son plantas medicinales tradicionales. No obstante, las malas hierbas pueden causar dermatitis de contacto o provocar alergias a través de su polen, y pueden ser tóxicas para el ganado (Ziska, Epstein y Schlesinger, 2009). También pueden tener un impacto negativo donde no son deseadas. Muchas malas hierbas tienen una amplia tolerancia ambiental y un alto nivel de plasticidad fenotípica y potencial evolutivo (Clements y DiTommaso, 2011), lo que les proporciona una capacidad competitiva muy elevada en comparación con las plantas de cultivo, que han sido seleccionadas para ser homogéneas. Las malas hierbas pueden causar grandes pérdidas tanto en la calidad como en la cantidad de los cultivos y otras plantas y hábitats, ya que compiten por los recursos bajo el suelo (por ejemplo, agua y nutrientes) y sobre el suelo (por ejemplo, la luz) (Karkanis et al., 2018; Naidu, 2015; Peters, Breitsameter y Gerowitt, 2014; Ramesh et al., 2017). Un ejemplo de ello es la producción de zanahorias (Daucus carota) que, incluso en un huerto doméstico, es imposible sin el control de las malas hierbas, debido a la escasa capacidad competitiva de las plántulas de zanahoria.